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Existen muchas, pero quiero destacar una tercera diferencia entre Las Meninas de Dorset y las del Prado (además de la cruz y el espejo) de la que habitualmente no se habla, es una severa corrección de la perspectiva en el techo de la habitación, que baja sensíblemente. La obra de Kingston House sería muy seguramente, como afirmó Matías Diaz Padrón, un boceto muy aclaratorio de la elaboración final de Las Meninas del Prado y efectivamente contiene ya el búcaro, al que Sanchez Cantón llama 'Pucherito de Estremoz'. A este respecto, coincido con A.M. Canto sonbre la inconsistencia de la teoría sanatoria de la jarrita de barro, y lo que me extraña de ella es tanto su específica procedencia, dado que viene de una ciudad de un pais con el que entonces España estaba en guerra, como la ausencia de un vaso de vidrio en el que beber ¿o la infanta Margarita bebía 'a morro'? y de un pañuelo con el que secarse -recordemos que este pasaje de Las meninas se impuso en las cortes europeas como el cúlmen de la refinación y a partir de entonces los miembros de las realezas llevaron ayudas de cámara que les ofrecían agua y un pañuelo en los momentos de descanso-, ésos enormes pañuelos que se ven en los retratos de las damas más primorosas de Europa, como el que luce en su retrato la Princesa Mariana de Austria, máximo exponente de la moda de los enormes guardadamas miriñaqueados que hacían imposible el retrato conjunto de hombre-mujer que sugiere el espejo de Las Meninas del Prado.
Mantengo que Velázquez conocía desde muy joven el 'conocimiento secreto' del que nos habla Hockney, es decir el uso de las técnicas de proyección optica de imágenes sobre el lienzo y que muy posiblemente las aprendiera contra la voluntad de su primer maestro, Herrera 'El Viejo' de cuyo estudio salió tarifando antes de entrar al de Pacheco. Pero de no ser así no le faltarían ni amigos que se las enseñaran (en especial Don Luis de Haro, Marqués del Carpio, ministro privado de Felipe IV a la caída del Conde Duque, ni el también coleccionista Juan de Encina, quien había comprado los dos códices de Leonardo que se conservan en la Biblioteca Nacional, ambos poseedores como el propio Velázquez de una lente -'trozo de vidrio grueso que no se sabe para qué sirve'-, según su inventario y ambos también amigos del dueto principal de esta historia: el pintor el rey, quien protegió al segundo de la Inquisición con consideracion de frate).
Sin embargo, la teoría expuesta por Manuela Mena sobre la reelaboración del cuadro no termina de convencer, pues el conflicto que plantea la obra es muy otro y tiene mucho más que ver con lo que expone Silmarilion en la linea de Birkmeyer, de un espacio abierto, una cuarta dimensión que demostrara de forma contundente que el arte no era artesanía, sino 'cosa mentale' como ya mantuvo Leonardo cien años antes, lo que no era baladí, ya que dicho reconocimiento implicaría la nobleza del oficio y por ende la posible nobleza de los pintores, objetivo final perseguido por el autor durante casi treinta años y que solo obtuvo tres años después de acabar el cuadro, concedida por el rey en 1659, pues solamente en 1658 obtuvo Velázquez la bula papal por la que se le exhoneraba de la carta de hidalguía para su ingreso en la Orden de Caballería de Santiago.
De ahí que el uso de técnicas de proyección 'fotográfica' no sea un asunto menor para un pintor que mantuvo siempre que 'el hecho de pintar es para el pintor lo que el hecho de rasgar la pluma es para el poeta'.
Existen por contra otras explicaciones más sencillas y posibles sobre el conflicto de la cruz y el espejo de Las Meninas que desdicen la teoria de Doña Manuela, pero que son demasiado amplias y fuera de lugar para explicarse en este espacio.
Salu2
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Juan Muro
Biblioteca: Belleza cortesana
Existen muchas, pero quiero destacar una tercera diferencia entre Las Meninas de Dorset y las del Prado (además de la cruz y el espejo) de la que habitualmente no se habla, es una severa corrección de la perspectiva en el techo de la habitación, que baja sensíblemente. La obra de Kingston House sería muy seguramente, como afirmó Matías Diaz Padrón, un boceto muy aclaratorio de la elaboración final de Las Meninas del Prado y efectivamente contiene ya el búcaro, al que Sanchez Cantón llama 'Pucherito de Estremoz'. A este respecto, coincido con A.M. Canto sonbre la inconsistencia de la teoría sanatoria de la jarrita de barro, y lo que me extraña de ella es tanto su específica procedencia, dado que viene de una ciudad de un pais con el que entonces España estaba en guerra, como la ausencia de un vaso de vidrio en el que beber ¿o la infanta Margarita bebía 'a morro'? y de un pañuelo con el que secarse -recordemos que este pasaje de Las meninas se impuso en las cortes europeas como el cúlmen de la refinación y a partir de entonces los miembros de las realezas llevaron ayudas de cámara que les ofrecían agua y un pañuelo en los momentos de descanso-, ésos enormes pañuelos que se ven en los retratos de las damas más primorosas de Europa, como el que luce en su retrato la Princesa Mariana de Austria, máximo exponente de la moda de los enormes guardadamas miriñaqueados que hacían imposible el retrato conjunto de hombre-mujer que sugiere el espejo de Las Meninas del Prado.
Mantengo que Velázquez conocía desde muy joven el 'conocimiento secreto' del que nos habla Hockney, es decir el uso de las técnicas de proyección optica de imágenes sobre el lienzo y que muy posiblemente las aprendiera contra la voluntad de su primer maestro, Herrera 'El Viejo' de cuyo estudio salió tarifando antes de entrar al de Pacheco. Pero de no ser así no le faltarían ni amigos que se las enseñaran (en especial Don Luis de Haro, Marqués del Carpio, ministro privado de Felipe IV a la caída del Conde Duque, ni el también coleccionista Juan de Encina, quien había comprado los dos códices de Leonardo que se conservan en la Biblioteca Nacional, ambos poseedores como el propio Velázquez de una lente -'trozo de vidrio grueso que no se sabe para qué sirve'-, según su inventario y ambos también amigos del dueto principal de esta historia: el pintor el rey, quien protegió al segundo de la Inquisición con consideracion de frate).
Sin embargo, la teoría expuesta por Manuela Mena sobre la reelaboración del cuadro no termina de convencer, pues el conflicto que plantea la obra es muy otro y tiene mucho más que ver con lo que expone Silmarilion en la linea de Birkmeyer, de un espacio abierto, una cuarta dimensión que demostrara de forma contundente que el arte no era artesanía, sino 'cosa mentale' como ya mantuvo Leonardo cien años antes, lo que no era baladí, ya que dicho reconocimiento implicaría la nobleza del oficio y por ende la posible nobleza de los pintores, objetivo final perseguido por el autor durante casi treinta años y que solo obtuvo tres años después de acabar el cuadro, concedida por el rey en 1659, pues solamente en 1658 obtuvo Velázquez la bula papal por la que se le exhoneraba de la carta de hidalguía para su ingreso en la Orden de Caballería de Santiago.
De ahí que el uso de técnicas de proyección 'fotográfica' no sea un asunto menor para un pintor que mantuvo siempre que 'el hecho de pintar es para el pintor lo que el hecho de rasgar la pluma es para el poeta'.
Existen por contra otras explicaciones más sencillas y posibles sobre el conflicto de la cruz y el espejo de Las Meninas que desdicen la teoria de Doña Manuela, pero que son demasiado amplias y fuera de lugar para explicarse en este espacio.
Salu2
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Juan Muro
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