En Calatañazor se ha situado el poblado celtibérico-romano de Voluce, y a los pies del castillo medieval, iniciando el "Valle de la Sangre" donde la tradición situa la derrota de Almanzor en 1002, se encuentran varias tumbas rupestres antropomorfas que los arqueólogos de la primera mitad del siglo XX calificaban como celtíberas, si bien los actuales afirman que son medievales. Desde "Soria y Más" estimamos que fueron celtíberas, pero reutilizadas en la Edad Media.

Reutilizada ha sido, sin duda alguna, la necrópolis existente junto a la fachada septentrional de la parroquial de Nuestra Señora del Castillo, que conserva en su portada occidental elementos románicos e incluso mudéjares.

Hasta seis fases sucesivas de enterramiento han encontrado los arqueólogos en el verano de 2002, entre ocho y doce inhumanciones en cada una, lo que suma 114 individuos que fueron allí enterrados desde el siglo XIII-XIV a finales del XVII, reaprovechando tumbas antropomorfas de cronología anterior.

A parte del hallazgo que centra esta noticia, cabe reseñar la aparición de un esqueleto de un individuo que fue enterrado boca abajo a comienzos del siglo XVI y que podría tratarse de un falso converso.

Pero lo que ha causado cierto estupor entre los arqueólogos ha sido la aparición de ocho cráneos junto a dos jarritas.

Para el director de "Soria y Más", Ángel Almazán "nos encontramos posiblemente ante la pervivencia de un ritual indoeuropeo funerario que es conocido, en el ámbito celta y celtibérico, como el de las "cabezas cortadas", unido al ritual también funerario celtibérico de la urna funeraria que, en nuestra consideración, es el que parece evidenciar las dos jarritas (de hechura muy numantina, por cierto) que se encontraron entre los cráneos, como muestra la imagen de portada".

Las jarras pudieran ser del siglo XII o XIII, según los arqueólogos.

En el panel correspondiente a este hallazgo hemos leído lo siguiente, redactado por el arqueólogo encargado de ello:

"En lo referente al ritual de los enterramientos medievales, conviene señalar la frecuente reducción de restos en algunas de las tumbas, ya desde las fases más antiguas de la necrópolis. Un ejemplo de ello y muy destacable, es el de una de las tumbas antropomorfas excavada en la roca que, en lugar de ser reaprovechada para colocar un nuevo difunto, es reutilizada en dos momentos para reducir restos anteriores.

En sí misma es un ejemplo destacable de un ritual de reducción de restos, pues en ambas fases, y sobre todo en la más antigua, se denota un especial cuidado en la colocación de los restos óseos.

En la superior, y, por tanto, posterior, cada clase de huesos -sobre todo los largos- se colocaron juntos, a modo de haces.

Pero, entre ambas fases, destaca la más antigua o inferior. En ella se muestra un ritual en el que ocho cráneos se colocaron de forma muy cuidada en dos niveles y en prosición frontal en la cabecera de la tumba.

A este hecho, ya de por sí destacado -sólo se conoce un ritual similar en la necrópolis bajomedieval de Valeria (Cuenca), pero con un menor número de cráneos-, hay que unir el de que, junto a los cráneos, se depositaron en una posición vertical e indudablemente intencionada, dos jarritas completas de piquera, que muestran una decoración pintada de trozos finos rojizos -hasta el momento, no conocemos ningún paralelo medieval en el que se depositen piezas cerámicas en una tumba, ni, por supuesto, en una reducción de restos-.

Todo ello nos habla de un ritual funerario hasta ahora no conocido en la Penínusla en época medieval, que podría indicar que se trata de un panteón familiar, que permaneció en la memoria de sus descendientes. Sólo determinados análisis podrían determinar lo que hasta el momento sólo apuntamos como hipótesis de trabajo".