Autor: M.V. Escribano Paño
viernes, 17 de marzo de 2006
Sección: Historia
Información publicada por: Cierzo
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Aspectos Políticos de la Antigüedad Tardía en el solar aragonés
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El período cartografiado coincide con la Antiguedad Tardía, unidad histórica de tiempo que definen las nociones de metamorfosis y reestructuración. Los límites cronológicos (409-711) vienen a subrayar el fenómeno de la penetración germánica y ulterior configuración del reino visigodo de Toledo -hasta el inicio de lo musulmán en suelo peninsular- como uno de los factores esenciales del proceso de transformación que afecta a estas centurias.
Las referencias al territorio del actual Aragón en las fuentes escritas delinean una situación de constante inestabilidad política provocada por conflictos sociales y tentativas de usurpacion al amparo de las nuevas circunstancias de cambio. La constante histórica de la importancia estratégica de Zaragoza como nudo de las comunicaciones entre los pasos de entrada a la Península y su interior encuentra en estos siglos su más alta demostración.
Así, Zaragoza albergó y fue base de operaciones, de Geroncio, general destacado en la diocesis Hispaniarum con la misión de conseguir su adhesión a la causa del usurpador Constantino III, y después rebelde y promotor de la entrada de los germanos en Hispania. Su apoyo en los bárbaros que se movían en el sur de la Galia no sólo abrió a éstos la Península (409) -penetración, pues, pactada y consentida-, sino que también explica por qué la Tarraconense se vio libre de la inaugural ocupación germana.
A partir del 441, el Valle medio del Ebro se convierte en área de predaciones bagáudicas, es decir de grupos de pauperes del campo y la ciudad. Esclavos urbanos y ciudadanos arruinados se alinearían junto a campesinos desarraigados unidos por la rebeldía frente a un sistema político que les negaba, en un caso la libertad y en otro, les sometía a desmesuradas exigencias fiscales, aumentadas por la pérdida para el control romano de las restantes provincias hispanas. Tras su derrota en Araciel, cerca de Corella, a manos del magister utiusque militiae Merobaudes, repitieron su ofensiva en 449, esta vez liderados por cierto Basilio. Atacaron Tarazona, y en su iglesia-catedral dieron muerte a la guarnición de federados, probablemente visigodos, que defendían la ciudad, y al obispo de ésta, León, en clara prueba de oposición a quienes mantenían el orden imperial. El ambiente de confusión creado por este segundo rebrote bagáudico, fue aprovechado por el rey suevo Requiario, quien, a su vuelta de la corte visigoda, saqueó la ciudad de Lérida y, aliado con Basilio, la región de Zaragoza.
En un medio de paz restaurada en beneficio del gobierno imperial hay que enmarcar el paso de Mayoriano por Zaragoza (460), seguramente con el propósito de engrosar las filas de su ya gran ejército. Se dirigía hacia Cartagena, desde donde se proponía emprender una expedición naval, después frustrada, contra los vándalos africanos.
En el 472 desaparece definitivamente la autoridad imperial de Aragón y la Tarraconense y comienza su dependencia del reino de Tolosa. Un ejército visigodo al mando del comes Eurici Gauterit cruzó los Pirineos por Roncesvalles y, tras apoderarse de Pamplona tomó Zaragoza et uicinas urbes sin resistencia, asegurándose el tránsito hacia el interior en todas sus direcciones. Simultáneamente, otra formación militar goda encabezada por Hildefredo y Nicencio, penetró en la provincia por los pasos orientales, siguiendo la vía Hercúlea, y con Tarragona, ocupaba los principales centros urbanos del litoral.
La irreversibilidad del dominio godo sobre estos territorios, una vez consumado el golpe de estado de Odoacro en 476, y los progresivos asentamientos de visigodos en el valle del Ebro (desde 494) -de los que da noticia la Chronica Caesaraugustana- alentaron tentativas de sublevación entre la aristocracia local hispanorromana, sin duda perjudicada en sus posesiones. En este juego de circunstancias hay que interpretar la rebelión de cierto Burdunelo (496), tan amenazadora que, después de sofocarla se decidió el traslado del insumiso a Tolosa para su ajusticiamiento. Sin duda, la sedición se gestó en Zaragoza o sus proximidades, pues a esta ciudad fue remitida la cabeza del culpable. Esta explicación política (GARCIA MORENO), que sugiere la utilización del término tyrann[[questiondown]]s para designarla en la anónima Chronica Caesaraugustana, parece preferible a las que quieren ver en el dicho Burdunelo el <
Los mismos móviles y finalidad hay que atribuir a la revuelta promovida por Pedro en Tortosa (506). Su castigo capital, y sin duda disuasorio, en Zaragoza confirma la resistencia en la zona, así como el interés visigodo por hacer de este enclave estratégico el centro de su organización política, máxime tras la derrota de Vogladum (507).
En otro orden, las condiciones de anarquía creadas por el intermedio ostrogodo (507-569) permitieron a la jerarquía católica renovar e intensificar su actividad, como se evidencian las celebraciones conciliares. En este contexto debe inscribirse la creación del monasterio de Asán en Huesca, seguramente en las proximidades de Montearagón, en tiempos de Gesaleico y la obra de su abad Victorián (muerto en torno a 558).
La importancia del control del valle del Ebro y la función cumplida por Zaragoza en este plan se volvió a poner de menifiesto en 541: los corregnantes francos Childeberto y Clotario, junto con los tres hijos de éste, dentro de una operación de búsqueda de botín en la Tarraconense, sitiaron Zaragoza durante cuarenta y nueve días, mientras sometían la región a saqueo provocando su despoblación. Al final, optaron por retirarse, ante el temor a verse bloqueados por el ejército del dux visigodo Teudiselo, que había ocupado los pasos pirenaicos. En sí, el sitio de Zaragoza supone la transferencia a Hispania de la concurrencia francovisigoda por el dominio territorial en la Septimania y representa un intento por parte gala de minar la posición enemiga atacando el principal foco político del Norte. Prueba además, la escasez de los contingentes godos en la región para estas fechas, lo que hacía recaer la defensa en las murallas de la ciudad y en los recursos de sus habitantes.
La traslación a Toledo de la sede real visigoda con Atanagildo para atajar la desintegración del reino, repercutió en una cierta marginalidad política de nuestra región, aunque Zaragoza conservó y compartió con la nueva capital, además de con Mérida y Sevilla la condición de enclave decisivo. Así ampara el final del reinado de Suíntila (621632), ejemplo de la lucha por el poder endémica entre los visigodos, y muestra del crucial emplazamiento de la ciudad. La conjura fue preparada en la Narbonense (630) por su dux Sisenando, descontento con la política antinobiliaria practicada, y recibió el apoyo de fuerzas mercenarias proporcionadas por el merovingio Dagoberto de Neustria, al mando de Abundancio y Venerancio. Zaragoza fue el punto d'e encuentro de invasores y sublevados, por una parte, y del ejército de Suíntila, por otra, y asistió, después de la defección de los contingentes visigodos, a la proclamación de Sisenando como rey legítimo. Años después (635) volverá a ser objeto de asedio por el dux de la Tarraconense Froja, caudillo de una nueva sublevación, en esta ocasión contra Recesvinto y el débil régimen legado por su padre, que aglutinó a exiliados pobres a la búsqueda de botín y un fuerte contingente de vascones. El fracaso del sitio, permitió a Recesvinto reunir la fuerza militar necesaria para derrotar y ajusticiar al rebelde.
Finalmente, no parece que nuestro territorio se viese implicado en el intento del dux Paulo de imponer su soberanía en la Narbonense y la Tarraconense, en detrimento de la monarquía de Wamba.
El compromiso y la lealtad con el poder visigodo de las ciudades antiguas del actual Aragón se pone de manifiesto en la elección de Zaragoza (592 y 691) y Huesca(598) para la celebración de asambleas conciliares, así como en la asistencia de clérigos locales a los concilios toledanos, de clara orientación política, y en la correspondencia mantenida por el obispo Braulio de Zaragoza con Chindasvinto y Recesvinto.
En ei ámbito administrativo, la perduración de las estructuras romanas siguió haciendo de esta zona una parte de la prouincia Tarraconensis, ahora gobernada por un iudex -mando civil y un dux -mando militar-. Las ciudades estaban encomendadas a los comites ciuitatis, cuyas funciones se extendían a la población de los territoria: divisiones en el interior de las provincias, centradas en torno a una ciudad que solía ser al mismo tiempo sede episcopal. Tal vez coincidieran con estas unidades las terrae mencionadas en la donación del diácono Vicente al monasterio de Asán (550-551).
BIBLIOGRAFIA
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Más informacióen en: http://www.dpz.es/ifc/atlash/indice_epocas/antiguedad/18.htm
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