Autor: Joseba Abaitua
lunes, 27 de junio de 2016
Sección: Lenguas
Información publicada por: SALA
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La expansión altomedieval del euskera.
La «vasconización tardía» o la «expansión vascona altomedieval» (tanto monta, monta tanto) son términos que se refieren a un mismo fenómeno que ilumina aspectos clave de la historia lingüística del País Vasco
La «vasconización tardía» o la «expansión vascona altomedieval»
(tanto monta, monta tanto) son términos que se refieren a un mismo
fenómeno que ilumina aspectos clave de la historia lingüística del País
Vasco.Pays basque, Basque Country, Euskal Herria, Vasconia
Un leve matiz diferencia los dos enfoques; digamos por simplificar que el primero es ateo y el segundo agnóstico. ¿Respecto a la existencia de Dios, o la virginidad de María? No, respecto al dogma historiográfico de una supuesta continuidad ininterrumpida de la cultura vasca desde la prehistoria.
El arqueólogo Mikel Unzueta (2004) atribuye esta creencia al también arqueólogo y antropólogo Pere Bosch Gimpera (1923, 1932). El estudioso catalán habría sido el principal artífice de una teoría que ha calado muy hondo en el discurso identitario
vasco, llegando a convertirse en dogma. Un dogma perseverante y
arraigado, por ejemplo, en los materiales divulgativos y educativos
sobre la cultura vasca (vg. Hiru.com, Gipuzkoakultura.net, Kondaira.net). La teoría de Bosch Gimpera se asienta en los siguientes tres pilares:
- el elemento indígena vasco ha permanecido inalterado en el País Vasco desde el paleólitico superior hasta la actualidad;
- es el único superviviente de un «antiguo
grupo de la cultura pirenaica cuyos orígenes se remontan al pueblo
indígena del norte de España del paleolítico superior»; y - se ha conservado inmutable frente a «las
infiltraciones de otros elementos [culturales] de territorios vecinos»
[pese a las abundantes evidencias antiguas de la presencia de estos
otros elementos en el propio País Vaso]
Por supuesto la prueba irrefutable de este dogma es la supervivencia del euskera, una lengua preindoeuropea, o simplemente «no indoeuropea», que
milagrosamente ha ido sorteando desde tiempos remotos el riesgo
a sucumbir ante lenguas más poderosas. A este factor se ha añadido entre
nosotros la aceptación más radical de la hipótesis whorfiana,
según la cual la lengua sesga profundamente la percepción del
mundo (postura que conlleva importantes riesgos ideológicos, como
advierte Xabier Zabalza 2006).
Estos dos axiomas, tomados de manera conjunta (la antigüedad de la
lengua y la hipótesis de Sapir-Whorf), llevarían a concluir que la
cultura vasca es efectivamente continuadora de una «cultura indígena
pirenaica de origen paleolítico» (al menos en sus manifestaciones
conceptualizadas desde el euskera o que interiorizan una «cosmovisión eusquérica»). Oteiza
encarna la figura del intelectual vasco que con mayor convencimiento ha
promovido esta creencia, haciéndola trascender de los círculos
artísticos hasta impregnar amplias capas de la intelligentsia vasca (como se desprende de la bibliografía crítica sobre su obra: Luxio Ugarte, Carlos Martínez Gorriarán, Jeremy MacClancy, o Miren Vadillo Eguino).
Ahora no vamos a ahondar más en ella y deseamos zanjar el debate, al
menos provisionalmente, con la siguiente reflexión: no hay elemento del
folclore o de la mitología del País Vasco que no tenga parangón en algún
otro lugar de Europa (cf. Anuntxi Arana). Incluso iconos, como la txalaparta, que hemos creído excepcional y exclusivo de nuestra tierra, encuentran en Europa expresiones análogas (vg. la toaca y el semantrón
de Suiza, Grecia, o Montenegro). Tal vez, después de todo, el único
elemento genuinamente singular de la idiosincrasia vasca sea la lengua («una reliquia paleolítica», como la definían Cardoso y otros 2013 a partir de Mitxelena, Lakarra, Echenique y Urgell 1988). Vamos por ello a ocuparnos de su pasado.
Hemos planteado en múltiples ocasiones los serios inconvenientes que
plantea la presencia antigua de la lengua en el actual territorio del
País Vasco, o al menos en su parte occidental y meridional (oeste de
Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, así como en la Ribera navarra). Dado que se
trata de una consideración muy polémica (que genera reacciones airadas
en amplios sectores del mundo cultural vasco y, de manera particular,
entre compañeros de universidad y del ámbito educativo), vamos a tratar
de atemperar los ánimos, aplicando en primer lugar el argumento ad ignoratiam
(«la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia»). De esta forma,
aunque estemos convencidos de que existen indicios suficientes de
ausencia (cf. Trifinium 06/03/2015),
vamos a cambiar el planteamiento del debate con el fin de hacerlo menos
tedioso y estéril. Vamos a abordar el fenómeno desde un enfoque menos
controvertido, pero igualmente esclarecedor; vamos a centrarlo sobre
cuestiones lingüísticas de hondo calado que evidencian una alta cohesión
de la lengua en los momentos inmediatos, tanto previos como
posteriores, a su «expansión altomedieval»:
Muchos aspectos troncales de la morfosintaxis vasca (vg. la ergatividad, la flexión verbal, la concordancia en número y persona) han experimentado fuertes cambios estructurales en época relativamente reciente (cf Trask 1977, Gómez y Sainz 1995, Aldai 2000, Lakarra 2006, Martínez Areta 2014); con seguridad no muy anteriores al inicio de la dialectalización (siglo VII).
con aportes de otras lenguas de contacto más modernas (de las que
procede un nada desdeñable corpus de germanismos, arabismos,
occitanismos, hispanismos, así como los más recientes anglicismos).
tanto en sus formas singular como plural, es paralelo al desarrollo del
mismo elemento en las lenguas romances, e inmediatamente posterior al
proceso de dialectalización (Lakarra 2013 lo ubica con posterioridad al siglo VII).
siglo XV) ha acentuado el paralelismo vascorrománico, empezando
tempranamente por el desarrollo de conjunciones y otros conectores de discurso, que son calcos románicos (Torrens 2014, 2015), y continuando con construcciones complejas y características de la escrituralidad, vg. la estructura inicial de las cláusulas de relativo (Krajewska 2013), además de otras formas de subordinación asimismo replicadas.
Se tratan todas ellas de innovaciones que han permitido que la lengua
responda a las exigencias que los hablantes demandaban en cada momento
histórico, en función de las nuevas realidades tecnológicas o sociales, y
en consonancia con los desarrollos paralelos que se iban produciendo en
las lenguas de contacto. Todas estas transformaciones han hecho
posible la supervivencia del euskera desde su contacto con Roma hasta la
actualidad.
Como ejercicio de especulación filológica, es posible indagar en el
pasado de la lengua, aplicando un proceso de reconstrucción, en sentido
inverso al de las innovaciones, con el que podemos llegar a vislumbrar
el núcleo prerromano de la lengua. Sin embargo, con seguridad esa forma
prerromana, o protovasco,
poco o nada tiene que ver con nuestra experiencia de la lengua en su
estado actual. El protovasco es tan próximo al euskera moderno como el protoitálico
al español actual. O dicho de otra forma, el euskera y el español
modernos están hoy en día mucho más próximos entre sí, que el euskera
moderno y su antepasado prerromano. Porque en su evolución histórica la
lengua ha ido incorporando rasgos de sus vecinas, ha calcado y
reproducido innovaciones, se ha hibridado con ellas en aspectos tan
determinantes como la textualidad, la pragmática, o la semántica. La
huella del latín y sus descendientes románicos en el euskera moderno es
incomparablemente mayor que la que podamos vislumbrar del protovasco. El
legado de este antepasado genético se limita a un reducido número de
raíces léxicas, como las que Joseba Lakarra ha ido juntando en sus
ejercicios de reconstrucción. De su morfosintaxis y su gramática poco
podemos decir. Por ello, cabe afirmar que la fisonomía de la lengua tal y
como la conocemos en la actualidad tiene un desarrollo histórico
reciente, en gran medida trazable y constatable, y que situamos en los
momentos más próximos, tanto previos como posteriores, a su «expansión altomedieval».
En definitiva, para entender adecuadamente el contexto histórico que ha
hecho posible que la lengua haya evolucionado de forma cohesionada antes
y después del proceso de dialectalización necesitamos un modelo que lo
explique. Así, las innovaciones más tempranas, como la de la flexión
verbal, o del ergativo, requieren una situación de lengua más exigente
que la de una koiné inducida a partir de un breve y casi esporádico
contacto de comunidades hasta ese momento desconectadas y dispersas
espacialmente (como ha planteado Lakarra 2014 para el «vasco común antiguo» de Mitxelena 1981). La explicación de semejante proceso de koenización requiere de una comunidad lingüística más concentrada y cohesionada,
con suficiente fortaleza y masa crítica para hacer posible la acción
transformadora así como la expansión posterior. Resulta por ello poco
convincente plantear que innovaciones del calado estructural de las que
sucedieron en los estadios previos a la dialectalización del siglo VII tuvieran
lugar de forma unísona en espacios tan alejados, incluso dispares
culturalmente (a la luz del registro arqueológico) como eran el vizcaíno
y el suletino de época prerromana, por no hablar del Alto Garona.
Plantear la supervivencia del euskera en términos de perduración de
comunidades de hablantes prerromanas es altamente insatisfactorio. La
explicación del proceso de dialectalización y expansión altomedieval a
partir de una comunidad concentrada durante el periodo romano y
altamente cohesionada y robustecida en la etapa inmediatamente posterior
es mucho más esclarecedora.
Más informacióen en: http://blogs.tophistoria.com/trifinium/la-expansion-altomedieval-del-euskera/
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