Autor: NOSTI
jueves, 31 de julio de 2003
Sección: Tradiciones y Fiestas
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UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS DRUIDAS

¿Tuvieron nuestros druidas la misma influencia en la sociedad que en el resto de Europa?

UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS DRUIDAS
Tengo en mi casa “un palo que habla”, es decir, un cilindro de bambú de unos dos metros de altura forrado exteriormente con fibras vegetales con una artística elaboración. Su funcionamiento es simple pero muy ingenioso, en su interior se trabajó un intrínseco laberinto lleno en uno de sus extremos de pequeñas piedras y conchas, al darle la vuelta al cilindro y golpearlo contra el suelo el recorrido de toda la masa de piedras y conchas por dicho laberinto arma un gran estruendo (de ahí su nombre) que dura unos minutos hasta llegar al otro extremo, como en un reloj de arena (éste en particular tenía un cometido diferente a los llamados “palos de lluvia”, muy similares también en África, o los de lugares tan dispares como el continente americano, sobre todo la cordillera andina, o Australia).

Se trata de un simple ardid sicológico que empleaban los chamanes africanos para reforzar sus poderes que llegaban incluso, sirviéndose de cierto tipo de creencias, a influenciar en los creyentes hasta el punto de ocasionarles la muerte por autosugestión (realmente se valían más del poder del subconsciente de sus víctimas que del suyo propio).

Ese poder de la mente lo conocemos en los rituales del santerismo de herencia africana y si damos un repaso a la Historia veremos que en las antiguas culturas americanas también lo experimentaban a través del empleo de alucinógenos para hallarse en un plano síquico y espiritual diferente. En la India es bien conocido el poder del fakir al echarse sobre un lecho de púas sin sentir dolor, o la hipnosis colectiva. Este poder queda también constatado en cualquier exhibición de artes marciales donde se demuestra que los orientales, con una preparación específica del cuerpo y de la mente, podían romper troncos y bloques de piedra sólo con sus manos, técnicas que de no haber llegado hasta nosotros las habríamos creído imposibles o las tildaríamos de leyendas y supercherías, en esta misma línea no menos conocidos y sorprendentes resultan los conocimientos de los monjes tibetanos.

En todos los pueblos ha existido un componente religioso, un sentimiento de espiritualidad universal que fue objeto desde el principio de los tiempos de un afán de dominio y manipulación para convertirse en una forma de poder materializada en la clase sacerdotal, y para que ésta lograra su objetivo se tenía que imponer al resto de sus iguales, y en este sentido todas las culturas en todos los continentes y en algún momento de su Historia han conocido alguna forma de poder sobre la mente (combinada las más de las veces con la superstición), y el empleo de instrumentos rituales, como el que comentaba al principio, para reforzar esas técnicas.

Pero, ¿y en la vieja Europa? ¿Poseían los druidas esa clase de conocimientos? De ellos sabemos que dominaban las leyes, la filosofía, remedios terapéuticos, o la adivinación y la magia (ya en el terreno de la superstición) entre otras cosas, de las cuales los escritores clásicos nos han dejado escasa información. Pero de los conocimientos esotéricos y sus técnicas ni dejaron testimonio ni los conocemos.

Aunque, quizás y sólo quizás, la etnología cuyo estudio supone el registro de todo lo ocurrido en el pasado, pueda darnos algunas referencias, al menos, de cómo se llegaba a alcanzar aquel estatus sacerdotal.

El paso del fuego en las fiestas de San Pedro Manrique en Soria podría suponer un ejemplo. Esta festividad agraria de claro origen prerromano se celebra en el solsticio de verano, al llegar la noche los lugareños encienden unas brasas sobre las que pasarán descalzos, incluso portando a alguna persona conocida o a un familiar, para que la prueba resulte más dura y convincente. Al parecer el que pueda cruzar las brasas sin quemarse se hará acreedor de la protección divina ante los males. No voy a entrar en detalles sobre los diferentes ritos que acompañan a esta fiesta y que se han añadido a lo largo de la Historia con variados significados y que no son además exclusivos de nuestro país. Lo cierto es el hecho subyacente de un ritual iniciático de origen antiquísimo en donde el elemento de la autosugestión y dominio de la mente sobre el cuerpo es esencial. Tal vez, y no lo creo un imposible, de entre los que lo hubieran hecho mejor de aquellos que salieran airosos de la prueba, que podría suponer el paso de la infancia a la virilidad, se eligieran a los que podrían llegar a ser iniciados en los conocimientos esotéricos de los druidas.

Estrabón nos habla de otra costumbre ancestral, la Covada, que describe así: “...Éstas (las mujeres) cultivan la tierra; apenas han dado a luz, ceden el lecho a sus maridos y los cuidan...” García y Bellido comenta que esta costumbre la practicaban también los corsos y los tibarenios (estos últimos de una región del Ponto, en Asia Menor), y añade que quizás podría encerrar un sentido mágico o “tabú”, y que en España se practicaba todavía hasta hace poco. Por mi parte he podido encontrar en el “Libro de las Maravillas” de Marco Polo, una descRIPción de esta misma práctica en la relación de la provincia de Çardandán (una zona entre la actual Yunnan y Tonkín).

Relata el famoso viajero que tan pronto como da a luz la mujer, se levanta de la cama, hace las tareas de la casa y sirve al marido y al bebé, que permanece junto a él (como en la Covada hasta hace pocos años), como si fuera el marido quien hubiera traído el niño al mundo, y que éste no se levanta de la cama, salvo para hacer sus necesidades, en 40 días.

Descarto que el hombre pudiera asumir sobre sí, por empatía, el dolor del parto sufriéndolo en lugar de la mujer, pero sí que tuviera un sentido mágico como indica García y Bellido, y que en Europa indudablemente conocería y tendría la aprobación, cuando no el impulso, de la clase sacerdotal.

La religión judeocristiana vio en las fiestas paganas de origen prerromano, como El Mayo, una amenaza a la nueva fe aunque tomó elementos de dicha clase de celebraciones, ante la imposibilidad de eliminarlas por lo arraigado de las costumbres y las creencias, para incorporarlas ya sacralizadas a su propio credo; así se obró también con la religión grecorromana, asociando los poderes específicos en los que se habían especializado cada uno de sus dioses mitológicos menores a los que poseían, igualmente especializados, los de los santos lo que contribuyó a facilitar poco a poco su sustitución, llegándose incluso, en ese afán de reemplazar todo lo que se consideraba sacrílego por lo que representaba las nuevas creencias, a edificar ermitas y lugares santos allí donde se solían celebrar los rituales paganos o donde nuestros antepasados erigían sus poblados (para satisfacción de los arqueólogos que ven en estos lugares consagrados por el cristianismo el mejor indicio para hallar precisamente lo que se quiso ocultar y no se pudo destruir).

Como recuerdo de aquella época de transición nos ha quedado una de las palabras más entrañables del idioma gallego, lar, que rememora a los dioses lares romanos protectores del hogar, pero que cobra su significado más familiar y afectivo al fuego de las lareiras de las casas de nuestras aldeas donde el espíritu de todo lo hogareño, obedeciendo a un atavismo primitivo, se vive y se disfruta en torno al ancestral fuego.

Pero escondida en la memoria colectiva, que mantiene latente las viejas creencias, nos quedan todavía muchos elementos y tradiciones que poder rastrear en busca de la religiosidad de la España celta y la forma en que practicaban sus ceremonias. Una de ellas es La Caballada de Atienza (Guadalajara) que conserva una costumbre con bastantes reminiscencias celtas, como es en esta celebración el día de la “cernina” que tiene claras connotaciones con el dios celta Cernunnos.

No obstante, el druidismo en España debió tener unas peculiaridades que la diferenciarían del resto de otras zonas de influencia celta (como ocurre con el folklore que es parecido pero no exactamente igual) por tener también una influencia autóctona anterior a las invasiones celtas y porque en nuestro país esta clase sacerdotal no ha tenido la relevancia, a juzgar por las Fuentes, que tuvo en el resto de la Europa celta.

NOSTI


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