Autor: © Arzobispado de Santiago de Compostela
miércoles, 19 de octubre de 2005
Sección: Historia
Información publicada por: lucusaugusti
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El Pórtico de la Gloria
El simbolismo medieval se realiza en el Pórtico de la Gloria a través de un conjunto escultórico en que las figuras hablan, cantan y constituyen una verdadera atmósfera mística y religiosa.
Simbolismo medieval
El Pórtico de la Gloria de la Catedral Compostelana es sin duda alguna la obra cumbre de la Escultura Románica. Por primera vez la Edad Media ensaya la animación de las figuras. El simbolismo medieval se realiza aquí a través de un conjunto escultórico en que las figuras hablan, cantan y constituyen una verdadera atmósfera mística y religiosa.
Su autor es el Maestro Mateo, arquitecto de Fernando II de León, que supo plasmar en piedra un denso mensaje teológico que no sabemos quién lo ideó. La interpretación de este mensaje ha suscitado una auténtica polémica entre los estudiosos en arte que se han ocupado del tema. De todas formas, es indiscutible que el mensaje catequético del Pórtico responde a su condición de nartex de la Iglesia meta del Camino de peregrinos. Será, pues, un mensaje primariamente para ellos, y sólo desde la peregrinación se podrá interpretar adecuadamente.
La peregrinación:
La peregrinación es una práctica tan antigua como el hombre mismo, pero siempre religiosa. El senderismo, turismo u otras formas de tránsito, no se llaman ni son peregrinaciones. Ha habido peregrinaciones en todos los espacios religiosos conocidos, pero, como no podía de otra manera, determinados por la concepción de Dios, del hombre, y de la relación entre ambos, que tiene cada uno de ellos. Hay peregrinaciones en las religiones orientales, las había en el mundo clásico y, sobre todo, son determinantes para nosotros, las del Mundo de la Biblia. Es más, nuestros Libros sagrados pueden ser considerados como el relato de una gigantesca peregrinación cósmica: de toda la humanidad y la creación entera hacia su felicidad total y absoluta.
El peregrino se caracteriza por poner en acción un símbolo. El símbolo es el lenguaje propio de lo inefable; de aquello para cuya expresión el lenguaje hablado es insuficiente o carece de la fuerza que lo explique en plenitud. El ámbito de lo religioso es lo inefable por excelencia. Su vivencia profunda lleva a quien la vive a adquirir unos conocimientos y una sabiduría sorprendente que es incapaz de trasmitirla con palabras corrientes. Busca entonces el símbolo. Sin embargo, donde este modo de trasmitir una vivencia cobra una inusitada importancia es en el ámbito social. O sea, en el de los conocimientos que hacen posible la convivencia de una comunidad o de un pueblo. Los valores y normas que fundamentan la vida social se legitiman en lo religioso, –o también seudoreligioso, o en lo que asume el papel de la religión en las culturas laicistas– y esta legitimación se trasmite a través de los símbolos. Pero si en la vida social los símbolos desempeñan un papel de singular importancia, esta se acrecienta en las comunidades religiosas. Toda confesión religiosa tiende a instituir símbolos en los que se realiza la incorporación del creyente a la comunidad, o bien se le hace vivir lo que la religión en concreto busca. La peregrinación es uno de estos símbolos, quizás me atrevería a afirmar que el más característico y universal de todos.
La tradición religiosa de la que la Biblia es testigo cualificado, expresa una visión de Dios distinta de las demás y, consecuencia de ella, una manera de ver la vida y el mundo propia de ella; por ello, la peregrinación realizada desde esta tradición religiosa consiste en simbolizar el propósito del peregrino de comprometerse con este modo de vivir la existencia.
La Biblia nos presenta a Abraham respondiendo a una llamada de Dios que quiere encomendarle una tarea, un papel en el Plan que ha concebido para hacer posible la felicidad de los hombres: la salvación. El Dios de Abraham no es buscado por el hombre, sino que es Él el que busca y llama. La felicidad de los hombres, como basada en el amor, no se concibe sin el compromiso y actuación del hombre mismo. Esta llamada cobra su valor definitivo en Jesús de Nazaret. Dios, que en un momento de la historia, se hace presente con rostro humano en medio de nosotros y asume el papel de encabezar a la humanidad hacia la realización de una nueva y gratuita forma de ser: Construir un hombre nuevo, una humanidad nueva cuya norma de relación y convivencia se base en el amor, desde esta vivencia colectiva, todos juntos dominen la naturaleza y, encabezados por Jesús Resucitado, venzan la muerte.
Este propósito de Jesús es entregado a los apóstoles; a los doce, entre los que destaca Jacob, Jacobo, Santiago. Ellos son los que empiezan a forjar el nombre nuevo y la humanidad nueva, manifestada también por una expresión simbólica, creada y usada por Jesús: el Reino de Dios. Este Reino, aunque no es de este mundo, está en este mundo y consiste en un proceso que comienza en la conversión personal de cada uno, y en la modificación de las estructuras de la convivencia humana para hacerlas, todas ellas, funcionar desde el amor como valor supremo. El Reino se construye día a día; es un proceso histórico que comenzó con los apóstoles, herederos directos de Jesús, y tendrá su consumación con la segunda venida del Señor. La Iglesia existe como institución organizadora del esfuerzo humano para realizar la construcción del Reino de Dios. Es apostólica, porque su legitimidad última se produce a partir de la sucesión apostólica. En cada individuo el reino comienza a partir de la primera conversión, que inicia un proceso de transformación personal en un hombre "civilizado" por el amor, pero que ha de ser continuado y repetido incesantemente hasta el fin de su vida. Entregar a sucesivas generaciones su aportación al hombre nuevo y a la humanidad nueva, o sea la construcción del Reino. Su muerte será el encuentro definitivo con el Señor y la adquisición definitiva de la felicidad.
El Peregrino a Santiago pretende con su caminata al Santuario del Apóstol –Santiago es para el occidente europeo "El Apóstol" por antonomasia– significar la realización en él del proceso que acabamos de describir. Cuando hace este voto, o cumple una penitencia impuesta por su obispo, no está haciendo otra cosa que simbolizar su compromiso de cambiar los objetivos de su vida, y su modo de vivirla, en el empeño de construir el Reino de Dios. La conversión y el avanzar en este proceso es lo que justifica que se lance desde los lugares más lejanos a la búsqueda del Santuario elevado sobre la Tumba del Apóstol, heredero directo de Jesús, y que, en su empeño de iniciar la construcción del Reino de Dios, llegó hasta el Fin de la Tierra.
Este propósito terminó marcando caminos desde todos los rincones de la Europa Medieval hasta Santiago. Puente La Reina, en Navarra, es el lugar a donde todos confluyen convirtiéndose en un sólo camino hasta Compostela. Allí una pequeña ermita románica llama la atención de especialistas en historia del arte, que se preguntan su significado. Respuestas e hipótesis de todo tipo se han inventado por doquier. Sin embargo, su forma octogonal ¿no sugiere la idea de un baptisterio? ¿No querrá, pues, decir que estamos ante el recuerdo de que el bautismo es también el que hace uno y definitivo los múltiples esfuerzos de los hombres a la búsqueda de la felicidad?
El resto del Camino ha sido jalonado de monumentos y recuerdos por santos, monjes, sabios y artistas, que dejaron su esfuerzo y forjaron su personalidad ayudando al peregrino y recordándole a través de su caridad y de su arte lo que estaba simbolizando con su esfuerzo y sacrificio. Al final, el Maestro Mateo supo resumir en el más genial de los pórticos el significado simbólico del Santuario Apostólico: La Jerusalén Celestial. Como él corona su peregrinación abrazando la columna sobre la que descansa la estatua sedente de Santiago, así también la humanidad entera coronará el esfuerzo de su historia resucitando e incorporándose al Reino de Dios en plenitud, realizado en la magnífica iconografía del Pórtico de la Gloria.
Significado del Pórtico
Esta idea final la toma Mateo del Apocalipsis de San Juan, según la cual el templo apostólico es el símbolo de …la nueva Jerusalén que desciende del Cielo como una esposa adornada papara el encuentro con su prometido" (Apocalipsis 21-2). Se trata, pues, de una representación de la ciudad Celeste tomando para ello símbolos provenientes del Apocalipsis de San Juan, del Libro IV de Esdras, y de los elementos apocalípticos contenidos en los profetas Isaías, Ezequiel y Daniel.
En el tímpano del arco central nos encontramos resumidas varias páginas del Apocalipsis de San Juan. Preside la escena una imagen mayestática e hierática de Cristo Salvador, indudablemente inspirada en la descripción que del Hijo del Hombre (Cristo) hace el apóstol San Juan en el Apocalipsis (Cap. 1,1-18). De acuerdo con esto, le encontramos un tanto hierático, consciente de su dignidad y poder. En sus manos y pies muestra las cicatrices de las llagas, como cordero inmolado, a través de cuya inmolación obtiene el triunfo. Sus vestiduras quieren demostrar su realeza y su sacerdocio. Completando la idea del Cordero inmolado e inspirado en el mismo Apocalipsis de Juan (Cap. 5,14) nos presenta Mateo ocho bellísimos ángeles llevando instrumentos de la pasión: la columna, la Cruz, la corona de espinas, los cuatro clavos y la lanza; un pergamino y una jarra, aludiendo sin duda a la sentencia y lavatorio de manos de Pilato; y por último una caña, esponja y un pergamino en que probablemente se leyó la inscripción INRI.
Rodeando el trono del Salvador vemos los cuatro evangelistas como ríos de agua viva en actitud de escribir el Evangelio sobre cada uno de sus animales simbólicos: San Mateo sobre el cofre de recaudador de tributos; debajo San Marcos sobre el león alado; a la izquierda San Juan sobre el águila y debajo San Lucas sobre el Toro. Junto al trono jalonándolo, dos ángeles con incensarios que a ambos lados homenajean al Señor Soberano (Apoc. 8, 3-4).
Tomado del Capítulo 4 del Apocalipsis de San Juan todo el tímpano quiere plasmar la disposición del trono de Dios tal como lo ha visto el autor sagrado. Veinticuatro ancianos que representan en la visión apocalíptica a las 24 clases de cantores y sacerdotes del antiguo templo de Jerusalén, se sientan en una especie de sofá dialogan entres si vistiendo túnicas blancas y sobre sus cabezas llevan una corona de oro. En sus manos (excepto las figuras 4 y 21) sostienen instrumentos musicales (14 cítaras, 4 salterios, 2 arpas, llamando la atención la zanfona que sostienen sobre sus rodillas los dos que están sobre la clave).
En los espacios curvos del tímpano para plasmar la descripción de los elegidos, que figura en el cap. 7,4-17 del Apocalipsis, ideó Mateo treinta y ocho figuras humanas que representan las 12 de abajo a las 12 tribus de Israel y las 19 de arriba a la turba celeste que nadie podía contar, y que estaba delante del trono y del Cordero. Todas estas figuras, al igual que los ancianos, están a punto de comenzar una sinfonía litúrgica en honor del Cordero.
El Maestro Mateo ha concebido el Arco central del Pórtico como una pequeña ciudad con su templo y su liturgia propias. En esta ciudad nadie puede entrar sin estar escritos en libro de la vida; en ella se entra incluso llevados por ángeles. (Apocalipsis cap. 21,22-27).
Estatuas en las columnas. La gran ciudad celeste descansa sobre unas figuras concretas pertenecientes tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento. Así vemos como adosados a las columnas de nuestra izquierda aparecen unas figuras de sorprendente calidad artística que representan personajes del Antiguo Testamento: Moisés, con las Tablas de la Ley en su mano; Isaías; Daniel, sonriente como anunciador de la venida del Salvador, y Jeremías con su rostro triste, dado lo mucho que tuvo que sufrir de los poderes de su pueblo por la crudeza de u denuncia profética. Las restantes figuras no han sido identificadas, pero sin duda pertenecen también a personajes del Antiguo Testamento. El lado derecho está dedicado al Nuevo Testamento y así nos encontramos con San Pedro, vestido de Pontifical y sus llaves en la mano; San Pablo, calvo y descalzo; Santiago lleva un báculo y un cartel, San Juan, joven y de pie sobre un águila; las otras cuatro figuras no se han identificado. Por lo tanto la ciudad descrita por San Juan está fundamentada sobre unas columnas que constituyen y representan a los dos Testamentos
Según San Juan sobre cada una de las 12 puertas de la Ciudad Nueva de Jerusalén (Apocalipsis 21, 12) hay un ángel que la guarda. Mateo expresó esto en los ángeles que sobre las figuras de los apóstoles y profetas van introduciendo en la ciudad a los seres humanos que vienen de la gran tribulación. Los que proceden del arco izquierdo vienen coronados, como símbolo de sus privilegios (como veremos luego) y con un pergamino que representa la Ley; y los de la derecha vienen sin coronar y van asidos de la mano del ángel.
Los otros ángeles representados en la fachada exterior son dos serafines que están de pie ante el trono del Cordero (escoltados por dos ángeles cada uno). En los ángulos del Pórtico hay cuatro ángeles con trompetas que tienen también un hondo sentido apocalíptico. Su misión es congregar a los elegidos de los cuatro puntos cardinales para doquier entonen un cántico nuevo. Los elegidos y su procedencia constituye el tema de los dos arcos laterales.
Columna del parteluz: La columna central del pórtico sostiene de forma llamativa la estatua sedente del Apóstol Santiago, como patrono, acogiendo a los peregrinos.
La columna de mármol representa la genealogía humana de Jesús. De la figura de José (padre del Rey David), brota un tallo (Isaías 11, 1), que crece y enreda a David, Salomón y al llegar a la Madre de Dios aparta sus ramas dejándola exenta. El capitel nos muestra la generación eterna de Cristo en cuanto Dios: El Padre le tiene en su regazo, y sobre ellos en forma de paloma el Espíritu Santo.
En el capitel que se encuentra tras la corona del Apóstol vemos representado uno de los episodios simbólicos más característicos de la vida de Cristo: Las tentaciones. El diablo en figura repugnante y monstruosa tienta en tres ocasiones a Jesús que, una vez rechazadas las tentaciones, es servido por los ángeles.
Arco lateral izquierdo: En este arco encontramos representado un tema del Antiguo Testamento: La expectación mesiánica. Todo el antedicho Testamento gira en torno a él. El autor del Pórtico se ha inspirado en el libro IV de Esdras, (cap. 3,1-27).
La primera arquivolta nos muestra una serie de figuras envueltas en la fronda. En el centro con una corona en la cabeza nos encontramos la figura de Dios Creador, a la derecha de Dios está Adán, sin corona ya que perdió la inocencia; a su lado vemos la figura de Noé, que es el nuevo padre de la humanidad al haber perecido todos los demás en el diluvio; después viene coronado Abraham, a continuación Esaú y Jacob; sólo Jacob aparece coronado como heredero de la promesa y bendición de Abraham. A la derecha de Dios tenemos en primer lugar a Eva, sin corona también por el mismo motivo que Adán, después Moisés, a continuación David el rey; las dos figuras restantes parecen representar las tribus judías y Judá y Benjamín, ya que eran consideradas como restauradas por el libro de Esdras. Se trata pues de la representación de la primera promesa de Salvación y su realización en el Antiguo Testamento.
Su segunda arquivolta nos lleva a un tema sumamente interesante y actual. Se trata de presentarnos un símbolo o tipo, de la salvación de los hombres en el destierro y opresión que padeció en Babilonia el pueblo de Israel, inspirándose en el libro IV de Esdras (Cap. 13,25-7). Las figuras que aparecen son diez y representan a las diez tribus de Israel, menos Judá (tribu de Cristo) y Benjamin.
Todas las figura están coronadas, símbolo de los privilegios y promesas que gozan los judíos; el bocel que las aprisiona contra la arquivolta simboliza la esclavitud y cautiverio a que están sometidas; las cartelas que tienen en su mano simbolizan la Ley que ellas observaron cuidadosamente en el destierro. La figura central de Cristo las atrae hacia la salvación, simbolizada en las que van pasando al arco central del Pórtico desnudas y con la Ley en la mano, pero coronadas y libres de la esclavitud. Cristo pues es el libertador.
Arco lateral de la derecha: Probablemente en la intención original es una representación del Juicio Final: En el centro Cristo--juez--y debajo un ángel. A su derecha vemos a los elegidos, a quienes el Señor dice: "Venid benditos de mi Padre" y a la izquierda los réprobos a quienes el Rey dice: Apartaos, malditos, al fuego eterno". Mientras que en manos de ángeles los de la derecha pasan a la Jerusalén Celestial, representada en el arco central, los réprobos se ven aprisionados por multitud de monstruos que los inmovilizan y castigan. (Mateo 25).
Sin embargo, podemos ver en esta representación una visión de Cristo liberador. Sin duda es éste el sentido profundo del Juicio. Al lado izquierdo se muestra a los esclavos del orgullo y egoísmo. Basta ver como las figuras atenazadas por monstruos están comiendo y bebiendo tranquilamente. ¿No es acaso un esclavo el alcohólico, el ludópata, el drogadicto, el cleptómano y tantos otros? ¿No se hace el pecador adicto a su pecado? Jesús en el centro sirve de punto de crisis y liberación. Por ello, las figuras van pasando desnudas del hombre viejo, liberadas de sus esclavitudes al reino de la felicidad y del amor: La Jerusalén Celestial.
Otros elementos: Debajo de la figura del profeta Isaías, en la serie de columnas de la izquierda, tenemos una columna marmórea en la que se representa el sacrificio de Isaac. En la derecha debajo del Apóstol San Pablo hay otra columna de mármol en la que se presentan algunas escenas de la vida de San Pablo. os monstruos del zócalo representan motivos apocalípticos heredados de la literatura caldea. Así en el centro probablemente se representa al héroe Gilgamés, destructor de monstruos. Después una serie de vivientes que se inspiran sin duda en el profeta Ezequiel. Los monstruos quieren simbolizar probablemente el mundo dominado por la fuerza del orgullo y del egoísmo, que enfrenta a los humanos entre sí originando las guerras, el hambre y la muerte. Estos monstruos son utilizados por los miniaturistas medievales para significar esto. Hizo lo mismo Picaso, quizás copiando, para pintar el Guernica. La cabeza humana significa probablemente que la inteligencia del hombre es capaz de vencer la fuerza del león y la velocidad del águila.
El Pórtico conserva parte de su policromía original retocada en el s. XVI. Es de notar no obstante que no está completo; al construir la fachada actual del Obradoiro se retiraron estatuas, alguna de las cuales se conservan en el museo catedralicio.
La efigie de Mateo: Arrodillado en la nave cara al Altar Mayor de la Catedral nos encontramos en actitud orante y penitente al autor del Pórtico: el Maestro Mateo. Muchas madres, deseando que sus hijos tuvieran la inteligencia del autor del Pórtico. los llevan a él y chocan las cabezas de los estudiantes contra los rizos pétreos del arquitecto. De ahí el nombre gallego con que se conoce esta estatua: "Santo dos Croques".
© Arzobispado de Santiago de Compostela
Más informacióen en: http://www.archicompostela.org/Catedral/Por-Gloria.html
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