Autor: un_lector
viernes, 19 de diciembre de 2003
Sección: Opinión
Información publicada por: un_lector
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NUMANCIA, DE JOSÉ LUIS CORRAL

NUMANCIA, DE JOSE LUIS CORRAL

Consultando esta página recientemente, se anunciaba que saldría a la venta esta novela en el mes de noviembre pasado, por lo que adquirí un ejemplar, al leerla mi decepción y sorpresa no pudieron ser mayores y aunque no participo en este tipo de páginas quiero, al menos por esta ocasión, dar mi opinión al respecto.
La novela en cuestión dista mucho del estilo apasionante de un Frederick Forsyth o un Ken Follett, ni siquiera hace revivir el ambiente de la época ni de las situaciones como en la novela Ben-Hur o como hiciera Mika Waltari en su obra “Sinuhe el egipcio” o Bulwer Lytton en “los últimos días de Pompeya”. Incluso los comentarios sobre la cerveza de trigo caelia, o del tipo “los romanos siempre vuelven”, o los que hace alusión a que los romanos siempre vencen, llegan a repetirse hasta aburrir al lector.
El estilo narrativo se estructura de forma muy elemental con diálogos muy cortos en los que se pueden imaginar escenas muy breves sin apenas descripciones (sólo hay que leer la que hace del puerto de Ostia, o del lugar donde se reúne el Senado de Contrebia, la fortaleza de Pallantia, o de otros lugares donde se desarrolla la acción y cuya exposición brilla por su ausencia); en lo que atañe a nuestra historia se limita, en su mayor parte, a seguir el texto de Schulten, tampoco profundiza en el estudio psicológico de los personajes, que son muy simples, ni se llega a un clímax en la acción de la novela, por lo que resulta un estilo más propio de un relato infantil. Desde el punto de vista literario no tiene ningún interés, pero tampoco le podemos exigir más al autor, que no es un gran novelista, sino un profesor de Historia Medieval por lo que tampoco se espera de él que esté a la altura de los grandes maestros de la intriga y de las novelas históricas; lo que sí resulta decepcionante es su imprecisión y errores en lo que respecta al sentido estrictamente histórico de la novela que sería incluso comprensible en un escritor de historias de ficción pero no en un profesional de la Historia, que en lo que respecta a la Antigüedad, y aunque haya cursado otra especialidad, se le presuponen buenos conocimientos por ser su trabajo y su obligación.
Al señor Corral le sucede lo mismo que a muchos de sus colegas, que copian a aquellos que están considerados como una autoridad en temas de historia sin someter a ningún tipo de criterio lo que están leyendo, de esta manera transmiten también sus errores, tanto de traducción como de interpretación. En este sentido es notorio, como ya comenté, que el señor Corral sigue en su mayoría la obra de “Las Fontes Hispaniae Antiquae” y la “Historia de Numancia” de Adolf Schulten con algunos de los errores (bien conocidos por los buenos profesionales) que comete este insigne autor sin menospreciar la totalidad de su obra que está, por lo general, bien reconocida; por lo que no deja de sorprender que en la solapa interior del libro del señor Corral nos informe que ha dirigido el montaje y dirección de varios centros de interpretación sobre historia de España (cosas veredes Sancho). Otro tipo de interpretaciones (las que menos) tampoco son suyas, pues siguiendo al autor Álvaro Capalvo de su obra “Celtiberia”, disminuye el número de atacantes y de bajas celtíberas contra Nobilior en la batalla del día de la Vulcanalia, o cuando escribe que una parte de los numantinos eran partidarios de entregar a Escipión “un sector de la muralla” defendido por aquellos que deseaban resistir hasta el final (al menos la traducción que hace Capalvo del texto de Estrabón donde no dice de entregar la ciudad, como se había traducido hasta entonces, sino la muralla, resulta acertada).
Lo que sí corresponde al señor José Luis Corral resulta, desgraciadamente burdo. Por ejemplo, menciona (en varias ocasiones) la Guardia Pretoriana en Roma en una etapa de la República en la que no se había constituido todavía este cuerpo (ni nada parecido, incluso la cohors amicorun de Escipión o los hombres de confianza de los que se habría de rodear Sertorio, Mario, Cicerón o César son sólo un inicio incipiente de dicho cuerpo, en cualquier caso es incorrecto hablar de Guardia Pretoriana sobre todo sin asociarla a estos nombres); escribe que los triarii son los menos expertos de entre los legionarios (pág. 276), otorgando el papel de los más veteranos a los hastati (pág. 533); comete también el error de escribir que Publio Cornelio Escipión Emiliano no llegó a conocer a su padre, Emilio Paulo (pág. 506). ¡Pero si llegó a servir con él en la batalla de Pydna! (lamento sinceramente lo que puedan llegar a aprender los alumnos de este buen señor en la universidad).
En otro orden de cosas, no tan elementales, también comete grandes imprecisiones. Aunque la historia está novelada y ciertos hechos, que pudieron o no suceder, son atribuidos a personajes reales en una situación histórica, otros como un tal Olíndico el de la lanza de plata, están fuera de contexto ya que este personaje históricamente murió en el 170 a. C., (antes del periodo de las guerras numantinas que se describen en la novela) al ser alcanzado por la lanza de un centinela del campamento enemigo cuando protegido por las sombras de la noche había entrado para intentar matar a un cónsul romano con su lanza de plata (si se trata de un recurso novelístico donde el autor le ha parecido mejor cambiar el rigor histórico para engrosar el número de personajes, sólo consigue desinformar al lector sobre los hechos reconocidos). Desde el punto de vista de la sucesión de acontecimientos tampoco sigue un orden correcto, pues nos informa del sitio de Pallantia llevado a cAbo por Emilio Lépido y Décimo Junio Bruto, pero éste se incorporó, al que llegaría a ser el fracasado intento de sitio, una vez realizada su campaña contra lusitanos y galaicos, en la novela esta incursión a los galaicos se menciona como acaecida con posterioridad. Tampoco es correcto el nombre de uno de los cónsules del 137 a. C., pues menciona a Cayo Hostilio Mancino y a Marco Emilio Lépido Porcina, y este último nombre es realmente el apodo que le pusieron sus soldados (no es el cognomen familiar) y que vendría a significar puerco, no sólo por su talante sino también por su patente obesidad (buenos datos que no se han aprovechado para novelarlos y presentarnos el perfil de uno de aquellos generales romanos). Hay otros detalles más sutiles en los que no ha reparado el autor, por ejemplo al comentar que una mujer de cabello rojo sería muy requerida por los clientes de los lupanares romanos (pág. 531), si el autor hubiera leído bien a su paisano Marcial sabría que al contrario de las rubias que tenían gran éxito en Roma (y a las que alude también el propio Marcial, e incluso las matronas romanas con el tiempo se llegarían a teñir el pelo de este color para asemejarse a sus esclavas germanas), las pelirrojas por el contrario causaban la misma aversión que le produciría una mujer negra a un nazi.
El señor Corral nos informa que ha participado en varias excavaciones arqueológicas en yacimientos celtibéricos, lo cual no dudo, pero extraña que precisamente por ello al relacionar los poblados de Contrebia Leukade con Inestrillas y Ocilis con Medinaceli, lo haga entre los claramente identificados cuando esa identificación no es totalmente segura, al menos para un buen profesional que en cualquier caso matizaría esas dudas o los indicaría sólo como posibles pero nunca como indudables o claramente identificados, (no menciona, por ejemplo, Malia o Lutia, como es lógico, por figurar entre las que todavía no están localizadas). También afirma haber consultado diversas fuentes que suman no menos de mil títulos para escribir este libro (Il Milione). En fin, sin más comentarios a esta frase.
Sé que me dejo muchas cosas en el tintero pero no es cuestión de extenderme más, lo cierto es que la novela tiene muchas deficiencias en cuanto se refiere a credibilidad en muchos de los sucesos novelados (por ejemplo el cruce del Duero en pleno invierno y con nieve de unos celtíberos, sólo cubriéndoles en algún punto del río el agua hasta la cintura y además sobreviviendo a esta prueba, comparable por lo absurdo a la película “los héroes del Telemak”, donde en una secuencia los protagonistas caen a las frías aguas noruegas en pleno invierno y en el plano siguiente ya están secos), en otros resulta hasta cómico (cuando el celtíbero busca algo de comer en la alacena y en la bodega y resulta patente que hace tiempo que no hay nada qué comer en ninguna parte). Se echan en falta muchas anécdotas que, reales o no, al menos nos las proporcionan los historiadores clásicos tanto romanas como numantinas que no se mencionan y que se hubieran prestado a contar una gran historia, como las de los dos numantinos que se disputan a una chica de su ciudad y el padre de ella pone como condición que uno de ellos tiene que ser el primero en traer como trofeo la mano cortada de un romano para que pueda desposarse con ella; o el suceso de la ciudad de Malia, o bien otras muchas que el autor ha preferido ignorar; sin embargo casi todo el protagonismo lo acapara el personaje principal y sus amigos (foráneos ellos) eclipsando a los verdaderos héroes que fueron en definitiva los numantinos. La novela resulta bastante insulsa pero el precio recuerda al de las grandes novelas o a las películas norteamericanas de gran presupuesto que pagas lo mismo que por alguna de esas casposas españoladas. Se podría haber escrito una gran novela o realizado una gran película, pero es posible que tengamos que esperar una generación más.
Si tuviera que resumir en una sola palabra la novela del señor Corral sería esta: Funcionarial.







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