Autor: berserker
jueves, 25 de enero de 2007
Sección: Artículos generales
Información publicada por: berserker


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¿La invasión que nunca existió?

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¿Pudo ser así la historia?

Algunos historiadores cuestionan de forma creciente la versión tradicional católica según la cual el Islam se implantó violentamente en la península, después de una invasión árabe, en el año 711. Estos historiadores argumentan que el Islam ni se impuso ni era ajeno a los hispanos, que lo abrazaron libre y mayoritariamente. En realidad, la tesis de la imposición fue una "conspiración" promovida por la Iglesia con objeto de encubrir su derrota ante los cristianos unitarios, seguidores del arrianismo que predicó Prisciliano.

¿Ocurrió la historia tal y como nos la han contado? ¿Es posible que, en el siglo VIII de nuestra era, un ejército musulmán cruzara el estrecho de Gibraltar, derrotara a las tropas visigodas y avanzara victorioso hasta el punto de llegar a someter a casi todo el territorio peninsular? ¿Un puñado de bereberes pudo someter a 20 millones de hispanos durante varios siglos? En contra de esta hipótesis tenemos el hecho de que los documentos de la época no contienen referencias a aquella terrible invasión que, de ser cierta, habría supuesto para los peninsulares todos los males imaginables. Las primeras noticias no aparecen hasta las crónicas latinas y musulmanas del siglo IX, a seis generaciones (ciento cincuenta años) de los hechos que se relatan, cuando el Islam estaba ya firmemente arraigado en la península.

Algunos investigadores, tras que los cristianos omitían consignar cualquier aspecto de lo que estaba sucediendo en su suelo, concluyen que el mito ha pervivido, contra toda lógica, porque a los católicos les ha interesado mantenerlo, porque encubría ante su propio pueblo lo que en realidad fue su fracaso social y religioso.

La guerra civil que estalló en la Península Ibérica a principios del siglo VIII, explicada como conflicto político y disfrazada más tarde como invasión de una potencia extranjera, tuvo su auténtico origen en unos hechos que se remontan a cuatro siglos antes, al enfrentamiento producido entre dos corrientes cristianas: los unitarios o arrianos, que negaban que el Hijo fuera igual al Padre -según esta premisa, Jesús no era Dios- y los trinitarios, adheridos al dogma predicado por san Pablo, que mantenían que hay tres personas distintas -Padre, Hijo y Espíritu santo- en un solo Dios verdadero.

Por tanto, para aproximarnos a una de las verdades de lo que sucedió realmente en el año 711, cuando un contingente de guerreros del norte de África, entre los que predominan los bereberes, cruzan el estrecho de Gibraltar, derrota a las tropas visigodas lideradas por Don Rodrigo y se establece en la Península Ibérica, tendremos que remontarnos al siglo IV.

Un poco de historia

En el año 325, el emperador Constantino acababa de convocar un concilio en Nicea para zanjar las disputas teológicas que estaban perjudicando al imperio. Fue una fecha crucial, porque el dogma de la Trinidad se impuso y se incluyó en la religión oficial, mientras que se reafirmaba la excomunión del obispo alejandrino Arrio, que murió en el año 336, el día anterior al fijado por el emperador para obligarle a reconciliarse con la Iglesia. Un siglo después, su mensaje obtuvo un eco imprevisible.

Las ideas que Arrio había predicado en Oriente fueron propagadas por Prisciliano en la Península Ibérica y en el sur de la Galia. Este controvertido personaje nació en el seno de una familia senatorial en el año 340 -se cree que en Galicia- y comenzó su predicación hacia el 370. Era un hombre culto, ascético, vegetariano y que no hacía distinción entre hombres y mujeres en cuestión de nombramientos relacionados con el culto, unos principios que retomarán siglos después los cátaros.

Los libros de Arrio fueron quemados y apenas quedan obras de Prisciliano. De los signos externos y sacramentos del arrianismo sólo se sabe, por referencias de sus enemigos, el empleo de alguna forma de tonsura y que el bautizo se realizaba mediante tres inmersiones, quizá en correspondencia con la trilogía "cuerpo, alma y espíritu" o "cuerpo físico, astral y mental". Prisciliano tuvo que soportar durante toda su vida pública el acoso teológico y personal de los obispos trinitarios, temerosos de su creciente influencia entre el clero y la población. El último acto de esta historia tuvo lugar en el año 385 en la ciudad de Tréveris, donde el emperador Máximo le hizo acudir para que se defendiera de la acusación de hechicería lanzada por sus adversarios. Hubo un juicio, viciado por intereses clericales e imperiales, y una condena: a Prisciliano le cortaron la cabeza. Fue el primer hereje que sufrió pena de muerte. Curiosamente, el propio emperador Máximo fue ejecutado tres años después por orden de Teodosio.

Unamuno sugiere que quien está enterrado en Compostela no es el Apóstol Santiago, sino Prisciliano, lo cual daría idea de la extensión e importancia que alcanzaron sus doctrinas. Lo cierto es que su ejecución afianzaría el arrianismo en el país. Por otra parte, hacia el año 460 tomó el poder en la península el monarca godo Eurico, quien se convirtió a la fe arriana y truncó así las ambiciones de los que no habían dudado en matar a Prisciliano con tal de acabar con sus ideas.

En el año 587, el rey godo Recaredo se alió con los trinitarios por conveniencias políticas y, en nombre propio y en el de todo su pueblo, abjuró del arrianismo que habían practicado los anteriores monarcas godos. Se prohibió el culto arriano y se iniciaron brutales persecuciones contra sus seguidores y también contra los judíos, quienes hasta entonces habían practicado su religión libremente. Los arrianos de la península y del sur de Francia se sublevaron y tuvieron que soportar durante el siglo siguiente robos, violaciones, asesinatos y reducción a la esclavitud, perpetrados por elementos de la oligarquía goda y el propio clero.

La tensión se rebajó cuando el rey godo Vitiza subió al trono en el año 702 y comenzó a deshacer los entuertos de sus antecesores: declaró una amnistía contra los perseguidos y les restituyó sus bienes; detuvo las medidas hostiles contra los judíos y convocó el XVIII concilio de Toledo, cuyas actas, sospechosamente, se han perdido. El grueso de los historiadores opina que fueron destruidas porque eran contrarias al Cristianismo ortodoxo romano. A la muerte de Vitiza, en torno al año 709, todo cambió. La nobleza y los obispos impidieron que su hijo Achila, que era menor de edad, ocupara el trono, y eligieron en su lugar al que la historia ha conocido como Don Rodrigo, un jefe militar afín a sus intereses. Estalló entonces una guerra civil entre los partidarios de éste, probablemente seguidores del Cristianismo establecido, y quienes apoyaban a los sucesores de Vitiza, más comprometidos con las creencias unitarias o arrianas, que veían en Don Rodrigo a un usurpador del trono visigodo.

Al mando de la Bética estaba Rechesindo, el antiguo tutor del hijo de Vitiza. Rodrigo lo mató en una escaramuza y entró en Sevilla sin oposición. Entonces, los partidarios de la estirpe de Vitiza, los debilitados unitarios, pidieron ayuda a su correligionario Tariq, gobernador de la provincia visigótica de Tingitana (la actual Tánger), en el norte de Marruecos, que había sido nombrado por Vitiza y con cuyo reinado mantenía estrechas relaciones comerciales. Tariq era, probablemente, de raza goda, como apunta la sílaba "ic" hijo en lengua germánica. Uno de sus jefes militares era Yulian, de origen romano, a quien la leyenda de la invasión convirtió en el traidor conde Don Julián. Tariq cruzó el estrecho con guerreros de diversas etnias, integrados en la causa unitaria, entre los que abundaban los bereberes. La presencia de estas tropas no provocó una especial reacción entre la población autóctona, ya que la petición de auxilio a fuerzas extranjeras era una práctica muy corriente en Hispania. Los judíos, que habían sido ferozmente perseguidos por los monarcas godos después de que éstos abandonaran la fe arriana, acogieron favorablemente a los recién llegados.

Los expertos subrayan que sólo un estado puede organizar una invasión militar. Y no existía entonces un imperio arábigo, sino tribus y pequeños caudillos frecuentemente enfrentados entre sí y carentes de gobierno, administración y ejército.

Según el historiador Ignacio Olagüe, "en las crónicas latinas y bereberes aparecen los godos como un grupo aparte que guerreaba contra un enemigo que no era español, ni cristiano, ni hereje, sino anónimo; es decir sarraceno". Lo que no podía decir, o lo ignoraba el cronista, era que los godos luchaban contra la masa del pueblo, contraria a la oligarquía dominante".

Suponiendo que la batalla de Guadalete no hubiera sido una ficción, el número de fuerzas que intervino tuvo que ser más modesto de lo que se ha contado, y bastante menor la trascendencia militar que se le atribuye.

Se dice que Rodrigo murió en la batalla, pero es más probable que fuera expulsado de Andalucía y buscara refugio en Lusitania, donde pudo haber fundado su propio reino, ya que existía en Viseu una sepultura con la inscripción "Aquí yace Roderico, rey de los godos", que todavía se conservaba en el siglo XVIII en la iglesia de San Miguel de Fetal, según señala el abate Antonio Calvalho da Costa en su Corografía portuguesa.

En el siglo IX, vemos que los musulmanes llevaban 140 años en la península, tenían desde hacía un siglo la capital del reino en Córdoba, la más importante y refinada ciudad de Occidente por entonces, con un millón de habitantes, y es evidente que no habían forzado la conversión masiva de indefensos cristianos, ni siquiera hacían proselitismo de su fe ni alardes de su culto. ¿Qué fe seguían entonces los andaluces? Lo más probable es que se tratara del arrianismo tradicional, en discreta evolución hacia el islamismo, que la mayoría de la población acabaría abrazando, igual que adoptó paulatinamente la lengua árabe en sustitución del latín. No hubo imposición, sino una lenta seducción. Y no se trataba de una fe extranjera. Asín Palacios y otros arabistas mantienen que el Islam tiene relación con el Arrianismo y el Judaísmo. Se comprende el respeto de los musulmanes hacia las "gentes del Libro", con las que comparten lo esencial: el sometimiento a un solo Dios con el que pueden comunicarse directamente y desde cualquier lugar.

Incluso los investigadores que respaldan la teoría de la invasión juzgan extraño que un puñado de árabes pudieran influir tan profunda e inmediatamente en 20 millones de hispanos. El historiador Olagüe sintetiza su perplejidad en tono irónico: "Tuvo entonces lugar una mutación formidable, como se produce en el teatro un cambio de decoración.

España, que era latina, se convierte en árabe; siendo cristiana, adopta el Islam. Como si hubiera repetido el Espíritu Santo el acto de Pentecostés, despiertan un buen día los españoles hablando la lengua del Hedjaz (árabe). Llevan otros trajes, gozan de otras costumbres, manejan otras armas. Los invasores eran 25.000. ¿Qué había sido de los españoles?"

Se ha querido transmitir la idea de que España era poco menos que un desierto artístico e intelectual hasta que la fecundó el Islam. Sin embargo, el historiador Bonilla san Martín apunta que "el movimiento priscilianista, los trabajos de los concilios de Toledo, las producciones de los escritores, atestiguan en la España de los siglos IV y V una cultura excepcional. La invasión goda, lejos de sofocar este progreso, lo acrecentó y estimuló notablemente". De hecho, los estudiosos mantienen que el arte arábigo fue una prolongación del ibero y del visigótico.

El árabe no empieza a generalizarse por escrito en España hasta la segunda mitad del siglo IX. Es entonces cuando florecen las ciencias, la filosofía y la poesía. La rica lengua árabe es el instrumento; el genio lo aportan aquellos que vivían ya en Al-Andalus y los que llegaron como invitados, tanto del mundo islámico como del cristiano, sin distinción de etnias. No obstante, innovaciones arquitectónicas como el arco de herradura no son una aportación arábiga; éste existía en Occidente y puede verse en varias construcciones de España y Francia anteriores al Islam. Tampoco parece obra suya la mezquita de Córdoba, ni nació mezquita. Ese templo, bosque de columnas, es incompatible con el culto musulmán y con el cristiano, ya que ambos exigen espacios diáfanos para seguir al oficiante.

En suma, demasiadas incógnitas a la hora de analizar un periodo que fue trascendental para la posterior evolución de la sociedad española y que la historiografía oficial ha catalogado, de forma excesivamente parcial y simplista, como un invasión y una reconquista, pero como decía Ortega y Gasset "Una reconquista de seis siglos no es una reconquista".

Lo más probable es que nunca existiera una invasión violenta sino una revolución interna de los pobladores de la Hispania que se dejaron seducir por la magia de lo nuevo y mejor.

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Comentarios

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  1. #1 Cadwaladr 24 de ene. 2007

    Más sobre el tema:

    http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=198479

    DISPARATES SOBRE EL ISLAM
    Las tesis que niegan que en el año 711 hubo una invasión musulmana de España no se sostienen
    enviar imprimir valorar añade a tu blog 17/08/2005 DOLORES Bramon


    Se acaba de reeditar un libro nefasto y erróneo ya en su primera edición. Figura como libro de historia y en realidad es de ciencia-ficción. Se trata de una obra de Ignacio Olagüe publicada por primera vez en París en 1964 y que, bajo el título de Les arabes n´ont jamais envahi l´Espagne (Los árabes nunca invadieron España) , sostiene que no hubo invasión de musulmanes en Hispania en el año 711. Según su autor (1903-1974), el islam andalusí nació como consecuencia de una evolución espontánea del cristianismo hispánico que desembocó en una guerra civil entre unitarios y trinitarios, cuya documentación habría sido destruida por la intelligentsia del Vaticano.

    La Fundación Juan March, que había patrocinado la obra, entendió perfectamente su mensaje y al encargarse de su traducción al castellano le cambió el título, de forma que esta falacia llegó a los lectores españoles como La revolución islámica en Occidente (Madrid, 1974).

    Con pretensiones de historiador, Olagüe llena más de 500 páginas, la mayoría de las cuales son tan discutibles como las que tratan de un imposible paso por el Estrecho por parte de los 7.000 bereberes de Tariq y de los 18.000 árabes comandados por Musa. "¿Cómo lo lograron --se pregunta-- sin contar con una flota? Se dice que el conde Julián les proporcionó cuatro lanchas. A lo sumo --escribe-- cabrían 50 hombres en cada una. La travesía duraría un día; dos con el regreso. Eso supone 35 viajes en la primera oleada con un total de 70 días, sin contar los de mala mar, numerosos en Gibraltar. Los visigodos les impedirían pasar. Pero pasaron y se quedaron".

    Rechazada la intervención foránea de árabes y bereberes en la introducción del islam en Hispania, Olagüe se esfuerza, incluso con pretendida erudición, en hacer creer que se produjo entre los visigodos una revolución ideológica y religiosa similar a la que tuvo lugar en Oriente con la predicación de Mahoma. Se estableció, así, en la Península, un "estado de opinión premusulmán". El resto, la rápida aceptación del nuevo credo, es obra pacífica de mercaderes. De este modo, presenta la expansión del islam medieval como resultado de la propagación de ideas-fuerza, según terminología del autor, y no por la acción de campañas militares.


    ES OBVIO QUE ningún historiador debería hablar de este libro. El profesor Guichard ya le respondió oportunamente en la prestigiosa revista Annales E.S.C. con un excelente artículo que fue traducido al castellano con el título de Los árabes sí que invadieron España. Las estructuras sociales de la España Musulmana . Demuestra, con razón, que estructuras sociales importadas de Oriente y del norte de Africa se implantaron fuertemente en Al Andalus a partir del siglo VIII. Otro argumento de peso es el de las numerosas palabras de origen árabe que tenemos y que sólo pueden derivar del contacto directo con arabófonos, algo imposible si se aceptara que la única invasión masiva fue la de los almorávides (siglo XI), que eran de habla bereber.

    Todavía es útil hablar de este disparate seudohistórico porque las tesis de Olagüe siguen teniendo éxito entre bastantes españoles convertidos al islam. La obra ya lleva cuatro años colgada en internet (www.webislam.com) con una introducción también desaforada del converso Umar Ribelles. Mi experiencia docente con alumnos interesados en el islam, musulmanes o no, me recuerda año tras año que la lectura de este libro no debe hacerse sin preparación historiográfica. Contiene demasiados disparates y se corre el riesgo de creer que el estricto monoteísmo que nació en Arabia mediante la predicación de un profeta aquí surgió por obra y gracia de las luces hispánicas.

    Al margen de esta reedición, circula también otro importante disparate. Con el título de Un acontecimiento arqueológico de gran magnitud , la agrupación Yama´a Islámica de Al Andalus ha colgado (www.islamyal-andalus.org) un escrito firmado por Alí Manzano en el que quiere demostrarse que el islam llegó a la Península Ibérica ya en tiempos de Mahoma. La argumentación cita obviamente a Olagüe y el acontecimiento es el hallazgo en X tiva de una lápida con versículos del Corán y otras inscripciones en árabe datada en el año 48 del calendario islámico y que corresponde al 648 del cómputo gregoriano.

    Todos sabemos que al hablar de la fecha en que sucedió algún hecho del siglo pasado no mencionamos el inicio, el mil novecientos, y que con la cifra de la decena y la unidad nos basta. Con la documentación escrita a menudo sucede lo mismo y a la fecha en cuestión le falta la centena, que es un 4. Corresponde, por tanto, a nuestro año 1036.


    ESTAS interpretaciones resultan peligrosas porque desde algunos sectores islámicos presentes hoy en España se está proponiendo una visión que tiende a considerar que hay --y que ha habido-- musulmanes de primera y de segunda categoría. Los mejores serían, naturalmente, los que habrían llegado ellos solos a la idea del monoteísmo sin la necesidad de ninguna predicación. Después habría el resto --los mal denominados moros --, que habrían necesitado la presencia y la intervención de un Enviado.

    Todo esto no es nada bueno, dadas las circunstancias en que hoy vive el islam en España. Uno de los principales problemas es, precisamente, la dificultad de llegar a una verdadera cohesión y representatividad entre las distintas realidades sociales, económicas y culturales de los hombres y las mujeres que hoy conforman la comunidad de musulmanes.

    *Profesora de Estudios Islámicos

  2. #2 lucusaugusti 26 de ene. 2007

    Teshub escribió:
    Pero si todavía hay quien se cree que los musulmanes fueron recibidos con los brazos abiertos, que me explique por qué tras el ensayo de asalto corsario del 710, Tariq decidió desembarcar con un poderoso ejército y no con unos cuantos embajadores de buenaventura.
    En cuanto a las perfectas relaciones entre un romano politeista y un cristiano unitario, me encantaría saber porqué el emperador Juliano, quien había sido educado en la fe arriana (y no trinitaria), actuó contra todos los cristianos y no sólo contra los trinitarios......mejor ejemplo del "buen entendimiento" entre paganos y arrianos no hay.


    Claro que hubo ataque musulmán, y saqueos e impuestos, como existieron a lo largo de la historia con cartagineses, romanos, suevos, vándalos, godos....
    Mi opinión es que la persecución religiosa, salvo excepciones, no fue motivo de lucha hasta el inicio de la llamada reconquista. Y según mi opinión la llamada reconquista debería de ser llamada conquista de Hispania por los trinitarios franco-romanos y sus aliados hispanos. Lucha violenta contra los cultos diversos y que no compartían el dogma trinitario y como argumento de poder. (lucha de religión).
    El caso de Juliano, puede ser entendido como en situación de emergencia. Juliano el último emperador pagano no hace mucha regla, y sobre su comportamiento con los cristianos no todos los investigadores comparten opinión.
    Tengo la suerte de participar en excavaciones de lugares sagrados romanos donde los símbolos principales son compartidos por los judíos. Estrellas de seis puntas, llamadas sello de Salomón o estrella de David presiden templos de culto romano. El estado romano salvo en excepciones no se preocupaba de las creencias de los ciudadanos. Faltaría más.
    Hispania fue territorio de multitud de creencias durante siglos, la gran mayoría tenía un eje, un solo dios creador, y después de once siglos, reconquista inquisición incluidas, Hispania posee una enorme uniformidad.
    Los Hispanos de creencias religiosas que no comparten el dogma trinitario fueron expulsados o eliminados de su territorio. (eso tiene un nombre que no suena nada bién).

    Brigantinus:
    Los cataros y bogomilos fueron eliminados en honor de esta uniformidad religiosa después del 711, ya que son posteriores. Ambos negaban el dogma trinitario

  3. #3 Alexios 31 de ene. 2007

    Yo me adhiero a la tesis que ha se ha expuesto de que la mayoría de la población hispana ni apreciaba ni se preocupaba demasiado por las diferencias doctrinales, en parte por falta de formación y en parte porque lo que de verdad le importaba a la gente (sobre todo a las clases bajas, que siempre son la mayoría) era la supervivencia cotidiana. ¿Que ahora el jefe se llama Muza y no Roderico?, pues vale; ¿que este no es arriano, ni católico, ni donatista, ni priscilianista, sino otro tipo de monoteísta?, ¿de qué demonios me está usted hablando?
    Por otro lado, creo que con frecuencia se exagera lo que los árabes o los musulmanes (y conste que tengo clara la diferencia, "trajeron" a la península Ibérica. Sin ir más lejos, la Hispania romana exportaba aceite de oliva en grandes cantidades a la metrópoli. Y ahí está el monte Testaccio para atestiguarlo. Y nadie que haya visto una iglesia visigoda puede afirmar (y ningún historiador del arte lo ha hecho) que los musulmanes trajeron el arco de herradura a estas tierras.
    El mismo islam nació con elementos sincréticos tomados de las religiones monoteístas de su entorno, cristianismo (en sus muchas ramas) y judaísmo (que, aunque no soy entendido en la materia, tampoco fue siempre una creencia monolítica, ¿verdad?).
    Los conquistadores musulmanes, como cualquiera con dos dedos de frente, tomaron lo que les interesó (ideas, estructuras políticas, influencias artísticas, recursos humanos) de las tierras que ocupaban. Si no recuerdo mal, desde los inicios del imperio omeya, los gobernantes musulmanes tenían a su servicio a funcionarios romano-sirio-bizantinos (el caso de Juan Damasceno es significativo, o los coptos en Egipto, cuya influencia se mantuvo durante siglos), y en Hispania harían lo mismo.
    Nadie mata a la gallina de los huevos de oro. Imaginad lo que pensaría un emir de Al-Andalus: Si conseguimos que la población nos pague los impuestos y nos mantenga en la cúspide del Estado, ¿qué más nos da en qué crea? Eso sí, como somos buenos musulmanes, les "humillamos" haciéndoles pagar impuestos especiales si no se convierten a la verdadera fe, lo cual redunda, claro está en nuestro beneficio.
    Y aún así, parece que la mayor parte de la población mantuvo sus creencias (más o menos firmes y ortodoxas) durante bastante tiempo (las estructuras mentales son las que más tardan en cambiar, según los historiadores). Según tengo entendido, las conversiones mayoritarias al islam no se produjeron hasta al menos el siglo IX. Y, dato curioso, el descenso de las recaudaciones que eso conllevó (los musulmanes pagaban menos impuestos) empezó a plantear problemas a los gobernantes andalusíes, que tuvieron que, paralelamente, aumentar la carga impositiva sobre toda la población, independientemente de su religión, lo que, a su vez, generó descontento entre los musulmanes y desapego frente al estado "rapaz" y sus impuestos "antiislámicos".
    Saludos, y perdón por esta primera intervención tan larga.
    Alexios

  4. Hay 3 comentarios.
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