Realizada por: kermes
Al Druida: soliman
Formulada el viernes, 19 de septiembre de 2003
Número de respuestas: 1
Categoría: Temas Históricos y Artísticos
informacion sobre madrid
soliman te mando esto para que mas o menos veas de que voy, en madrid es dificil encontrar textos "del otro lado" de la "reconquista", hayalguno en el escorial pero de dificil acceso, me estoy planteando sacarme la carrera de historia, por que si no no hay manera, parece mentira pero todavia hay inquisicion...
La influencia de Al-Andalus en la Astronomía
Pedro Luque Escamilla
II.- Al-Andalus precursora de la Revolución Científica. Lo que nos debe Copérnico.
La revolución científica que tiene lugar en Europa entre los siglos XV y XVI, y que tuvo como figuras más representativas a Galileo, Kepler, Copérnico o Newton, tuvo una base primordialmente astronómica. El cambio de un modelo geocéntrico, profundamente arraigado, por uno heliocéntrico, con unas leyes físicas definidas (Kepler y Newton) es quizá el logro más importante de la ciencia en esa época. Pero veremos cómo Al-Andalus influyó de forma determinante para el establecimiento de estas teorías.
Los astrónomos andalusíes adquirieron sus conocimientos de distintas fuentes. De una parte, al llegar a Al-Andalus, asimilan la pequeña ciencia clásica bajo-romana, reunida por San Isidoro en sus Etimologías (donde aparecen los famosos mapas en forma de T), que fueron traducidos rápidamente al árabe. Otra obra importante era Libro de Cruzes, compendio astrológico latino-visigótico, que fue traducido al árabe por ´U-bayd Allah al-Istidji, llamado Oveydalla. Alfonso X lo traduciría posteriormente al latín y castellano en el siglo XIII.
Con la llegada al trono de Ábd al-Rahman II (desde 822 a 852) llegan los conocimientos científicos procedentes de oriente, como la de los astrónomos y matemáticos árabes de la corte abasí de al-Ma´mun en Bagdad, en los siglos IX y X. Por ejemplo, al-Battani (tal vez antecesor del catedrático de Astrofísica de la Universidad de Granada), el cual determinó la oblicuidad de la eclíptica, esto es, el ángulo que forma el ecuador celeste con el plano determinado por las constelaciones zodiacales, con singular perfección (23º 30´, cuando en realidad son 23º 32´, para esa época). También estudió el movimiento del sol, midiendo con exactitud la duración de un año trópico (paso consecutivo del sol por el equinoccio de primavera). Otro árabe importante fue Abu Ja´far Muhammad ibn Musa al-Jwarizmi, también a las órdenes de al-Ma´mun, quien construyó el famoso observatorio de Maraga, y escribió el libro Kital al-jabr wial-mugabala, la cuna del álgebra (esta palabra proviene de parte del título del libro, y quiere decir reducción). Los términos guarismo y algoritmo provienen del nombre del autor. Pues bien, este sabio árabe, popularizó un modelo de universo basado en los conocimientos astronómicos persas e hindúes, el cual ponía en el centro a la Tierra, con los planetas, sol y luna girando a su alrededor. Además, para poder explicar los movimientos de los planetas, que a veces, parecían formar bucles contra el fondo de estrellas fijas, idearon el epiciclo, un círculo sobre el cual se movía el planeta con velocidad constante. El centro de esa circunferencia se movía sobre otro círculo llamado deferente, con velocidad constante respecto a un punto, el ecuante, distinto al centro del deferente. Y otro de los conocimientos legados a Al-Andalus es el de las tablas astronómicas como la de la Sindhind de al-Jwarizmi, donde se basa en el modelo teórico de universo anteriormente descrito junto a las observaciones hechas en Maraga para determinar el movimiento medio de los planetas5. Estas tablas fueron revisadas y comentadas en Al-Andalus, por Ibn al-Muthanna y Maslama al-Mayriti (Maslama de Madrid, porque la villa también fue andalusí). Éste último, muerto en 1007, adapta esas tablas al meridiano de Córdoba (entonces tan famoso como el de Greenwich actual), y resume otras tablas hechas por al- Battani.
Sin embargo, no hay que olvidar que tal vez las obras más influyentes entre los sabios andalusíes fueron las clásicas. Llegado a este punto no estaría mal hacer un pequeño paréntesis para resumir la ciencia clásica que llega a Al-Andalus.
Thales de Mileto (625-547 a.C.) creía que existía una sustancia básica, sustrato de todo el universo que suponía esférico, el agua, sobre la cual, la Tierra flotaba. Esta simetría del cosmos sigue apareciendo durante el período heleno, como por ejemplo con Pitágoras (n.c. 560 a.C.). Este hombre era el líder de un curioso grupo de hippies clásicos, que evitaban el alcohol y utilizar productos animales (no vestían ni comían más que productos vegetales, excepto las habas para no incurrir en canibalismo, pues podía ser la reencarnación de algún amiguete). Creían profundamente en la metempsicosis (el alma va de cuerpo en cuerpo dando lugar a la reencarnación), tenían gran fe en las matemáticas y amaban la simetría. Para ellos los números eran la esencia última de la realidad. Basándose en su conocimiento de las matemáticas del sonido y en los tiempos orbitales de los planetas, también creían ver una armonía musical en los cielos: la música de las esferas. Esta visión de cosmos como simétrico y armónico ha tenido enorme repercusión en la Astronomía, no sólo en Al-Andalus, sino hasta llegar a nuestros días.
La simetría del movimiento circular, la propia de las ruedas, era fundamental para los antiguos modelos de los cielos. Tal como el círculo ha influenciado el desarrollo de herramientas durante medio millón de años, así ha influido también en los modelos teóricos, que son modelos del pensamiento. Al ser la más perfecta de las curvas, la más simétricas, fue la elegida para modelizar el movimiento de los planetas en una cultura profundamente geométrica. La perfección de los cielos sólo podía manifestarse en la perfección de la esfera, y los movimientos en su seno sólo podían ser circulares.
Durante la Edad de Oro del pensamiento griego, alrededor de 400 a.C., las creencias de Platón fueron preeminentes. Enamorado de las matemáticas, creía que un modelo de universo sólo debía mostrar la perfección divina, y no describir lo que al hombre, ser imperfecto, puede observar. Este punto de vista, unido a su rechazo a los métodos experimentales y al modelo de universo geocéntrico con planetas moviéndose en esferas, marcó, y me atrevo a decir que inhibió seriamente, el desarrollo de la ciencia. Debemos tener en cuenta que anteriormente ya el pitagórico Filolao había planteado un modelo de universo no geocéntrico. Sólo la influencia de Platón erigió a su modelo como verdadero. Con la llegada de su discípulo Aristóteles (n. 384 a. C.) el modelo geocéntrico adquirió la categoría de única verdad. Si bien es cierto que Aristóteles evaluó mejor las observaciones que sus predecesores, comenzando a abrir brecha a favor de una ciencia empírica moderna, defendiendo una mutua interacción entre lo observado y lo razonado, en última instancia este pensador griego frenó aún más el avance de la ciencia. Y es que prefirió emplear argumentos teológicos a argumentos causales para explicar sus observaciones: mientras la ciencia explica que el hombre proviene de una causa, la evolución desde el mono, la teología, que busca la finalidad de los hechos, diría que el hombre proviene de un creador benéfico. Por otra parte desarrolló el modelo geocéntrico platónico, dándole carácter de ley universal.
Aristarco de Samos (310-230 a.C.) propuso el modelo heliocéntrico de una manera más cercana a lo entendido hoy día. Sin embargo, hay que reconocer que no había apoyo empírico para su teoría. Ni siquiera Copérnico, ya en el siglo XV, podía disponer de observaciones que apoyasen sus hipótesis (tan sólo tenía observaciones que ponían en duda el geocentrismo). Por ello, y por el peso específico de Aristóteles en el pensamiento medieval, no es de extrañar que el modelo geocéntrico del mundo imperase durante casi 2000 años.
Es este caudal el que alimenta a los científicos andalusíes. Ellos tuvieron acceso a los originales griegos, en posesión de los poderosos califatos orientales y bizantinos, y los tradujeron al árabe. Así, el jiennense Husday ibn Suprut (915-970) traduce la Materia Médica de Dioscórides, que emplearía Abulcasis en su desarrollo de la medicina. El Quadripartitum o Tetrabiblos del alejandrino Claudio Tolomeo (m. 150 d. C.), tratado de astrología y astronomía muy importante, fue transcrito y comentado muy acertadamente por el accitano Ali ibn Ridwan (m. 1061). El Planisferio, libro sobre geografía de enorme trascendencia, también de Tolomeo, fue traducido por Maslama de Madrid.
Pero tal vez las traducciones más influyentes fueron las realizadas a las obras de Aristóteles, y a la obra de Tolomeo Megale Sintaxis, gran compendio matemático de astronomía, que pasó a la historia con el nombre de parte del título de la traducción árabe, Almagesto, que significa el más grande (Megale). Las primeras fueron las únicas que se conservaron sobre el genial griego, por lo que la moderna teología católica debe su fundamento, curiosamente, a los judíos y musulmanes de Al-Andalus, como a Averroes y Maimónides, que permitieron que Santo Tomás de Aquino conociese las bases de la filosofía aristotélica, que él reutilizaría para dar unidad al pensamiento cristiano. Pero Santo Tomás también influyó de manera indirecta en el anquilosamiento de la ciencia medieval, pues el poder de la Iglesia era enorme y él defendió la tesis geocéntrica de Aristóteles, que convertía al hombre en el centro del mundo, y su visión un tanto extraviada de la naturaleza. A ello contribuyó aún más otro seguidor del filósofo peripatético como fue Claudio Tolomeo. El Almagesto antes citado, era un compendio del saber clásico. Contenía un atlas de más de mil estrellas, un tratado básico de trigonometría plana y esférica, una descripción de los instrumentos astronómicos de la época y, lo más importante, un modelo del universo basado en el geocentrismo aristotélico que perduró por más de dos milenios. Este modelo coincide curiosamente en todo con el modelo indo-persa de al-Jwarizmi, excepto en que la Tierra no estaba en el centro de las órbitas circulares del deferente, sino excéntrica. Fue traducida por primera vez en Al-Andalus a partir del original, que se perdió. Esta obra permaneció desconocida para la Europa medieval hasta que a comienzos del siglo XII Gerardo de Cremosa se vino aquí para traducirlo al latín desde el árabe. Era una obra tan técnica que nadie en la Cristiandad lo entendió hasta su redescubrimiento en el siglo XV. Hay que decir que en Sicilia, los árabes allí reinantes muy ligados a Al-Andalus (al-Idrisi), ya lo habían traducido directamente desde el griego pero esa transcripción no era reconocida en esa época, pues era la fama de los científicos andalusíes la que proporcionaba verdadera garantía de veracidad y precisión. Queda, pues, patente el prestigio de la traducción, difusión y transcripción crítica de las obras clásicas por parte de los pensadores andalusíes, hasta el punto que es muy acertado asegurar que la ciencia clásica fue difundida en occidente a mediados del siglo XII a través de Al-Andalus.
Pero no menos importantes fueron las aportaciones y críticas de los pensadores andalusíes a la ciencia griega, que le confieren una grandeza y originalidad asombrosas. Así, Ibn al-Haytan publica Dudas sobre Tolomeo, muy difundido en Al-Andalus en el siglo XI. En él se afirma que la verdad debe buscarse en los libros de los sabios, pero teniendo en cuenta que Dios a aquéllos a salvo del error ni de la obcecación ni de la confusión, puesto que si tal hubiera hecho no se contradecirían al tratar sobre una misma cuestión. De esta manera, niega por primera vez el magister dixit, aplicado sobre todo a Aristóteles y Tolomeo, pues todos no pueden estar en posesión de la verdad. Como la experiencia demuestra que discrepan entre sí, hay que admitir que también yerran. Esta filosofía permitió que los astrónomos no achacaran al error sus observaciones sobre las posiciones de los astros, que descubrieron que diferían bastante de lo que Tolomeo predecía. A pesar de que realizaban más y más tablas (toledanas de Azarquiel, alfonsíes, de Jaén…) sobre la posición de planetas, y a que mejoraban sus instrumentos de medida (astrolabio, azafea, alcora…).
Cabe destacarse la labor de algunos personajes concretos. Empecemos por Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn Bayya, llamado Avempace un filósofo, médico y astrónomo zaragozano, muerto en 1138. Trabaja sobre todo en Sevilla y Granada como médico y realizando comentarios a las obras aristotélicas como Física, Meteorología y la Historia de los Animales, criticando seriamente la introducción de epiciclos y excéntricas por Tolomeo, pues descabalaba seriamente todas las presunciones aristotélicas sobre la circularidad de las órbitas planetarias alrededor de la Tierra. Su obra influyó sobre sus discípulos, como Abentofail (Ibn Tufayl), médico y astrónomo de Guadix. Éste enseñó a al-Bittruyi (m. 1200), astrónomo y filósofo del Valle de los Pedroches en Córdoba. Este sabio intentó siempre explicar el movimiento de los astros siguiendo a Aristóteles, aunque defiende y modifica acertadamente en su Libro de Astronomía (Kitab al-hay’a) el modelo de Eudoxio de las esferas homocéntricas cuyos ejes tienen polos distintos. La combinación de los movimientos de revolución de esas esferas daría origen, según él, a un movimiento aparentemente espiral capaz de explicar matemáticamente las observaciones astronómicas sin epiciclos ni excéntricas, y por tanto, siendo más fieles a la doctrina aristotélica. La obra de este ilustre cordobés fue traducida al latín y difundida por la Europa del siglo XV. También es destacable la labor del cordobés Averroes (Abu-l-Walid Muhammmad ibn Rusd), gran comentarista de Aristóteles y muy versado en temas como la física, medicina, poética, retórica, metafísica, filosofía … Asume las tesis racionalistas peripatético y por ello fue de los que más influyó, como se ha dicho, en los pensadores cristianos como Santo Tomás. Remarcaré que, además de criticar la aparición de epiciclos y demás en modelos del mundo implantó una idea que le valió persecución por musulmanes y cristianos, de gran importancia en la Física actual: la materia es eterna, no cabe la creación a partir de la nada. Todos estos autores no estaban de acuerdo con el geocentrismo tolemaico, y admitían que el aristotélico tenía errores.
Pero mención especial merece el que es considerado como el más grande de los astrónomos de Al-Andalus, e incluso el mejor astrónomo español de todos los tiempos. Nos referimos Abu Ishaq Ibrahim ibn Yahya ibn al Naqqas, llamado al-Zarqalluh o Azarquiel por los cristianos. Cordobés, trabajó en Toledo para al-Ma´mun, el cual, emulando a su homónimo bagdadí fundador de la Casa de la Sabiduría y mecenas al-Battani y al-Jwarizmi, construyó en aquella ciudad el mayor centro astronómico de los reinos de Taifas. Allí Azarquiel elabora la Tablas Toledanas, a partir de los indo-persas de al-Jwarazmi, que debido a las imperfecciones del sistema tolemaico en las que se fundamentaban, tenían ya errores de bulto. Estas tablas fueron después mejoradas en tiempos de Alfonso X el Sabio (siglo XII) para construir las Tablas Alfonsíes, que se emplearon durante siglos. Luego, Azarquiel fue a Córdoba a trabajar para al-Muttamid de Sevilla y para el cadí Ibn-Sa’id, que lo protegió durante veinte años. Allí realizó sus más sonados logros: un Tratado sobre el movimiento de las estrellas fijas, y un tratrado para el uso de un aparato que él ideó para poder medir más cómodamente el movimiento de los astros: el Tratado de Azafea. También un tratado de la Lámina de los 7 Planetas, un tratado sobre el movimiento aparente del sol, y el Almanaque Ammonio. Ésta última obra es una revisión del Almanaque de Awmatiyus (siglo II ó IV), que sirve para conocer el movimiento de los planetas mediante unas tablas que se basan en la doctrina babilónica de los ciclos límite: los planetas repiten su movimiento exactamente cada cierto tiempo, constituyendo un ciclo. Así, el sol tenía un ciclo de cuatro años, Saturno de cincuenta y nueve… por lo que con sólo cuatro tablas para el sol, o cincuenta y nueve para Saturno, ¡se cubrían todos los movimientos de ese astro para toda la eternidad!
Pero Azarquiel también realizaba observaciones con los aparatos por él inventados, y descubrió que las predicciones de los modelos geocéntricos, tal como Tolomeo los describió, no correspondían con lo que él veía. En primer lugar se dio cuenta de que el sol, cuando pasaba más cerca de la Tierra (apogeo), no lo hacía siempre en el mismo punto, sino que ese punto tenía un movimiento propio aparente. Así, hizo que el deferente solar se moviese sobre una pequeña circunferencia para describir tal efecto. Por otro lado, también fue capaz de apreciar que el movimiento de balanceo propio de la Tierra (análogo al de una peonza que gira), llamado precesión, influía en el movimiento aparente de los astros. Esto ya había sido explicado por Hiparco siglos atrás, pero Azarquiel, debido a ciertas inexactitudes en sus observaciones, creyó descubrir una variación en el ritmo de la precesión. También notó que la oblicuidad de la ecliptaica (el ángulo entre el ecuador celeste y la eclíptica) variaba con el tiempo. Para explicar estos dos fenómenos desarrolló la teoría de la trepidación, o de receso y acceso, que había sido esbozada por el andalusí Thàbit ibn Qurra en el siglo IX. Pese a la incorrección de esta tesis, el hecho de apreciar la variación secular de la oblicuidad y el intento de explicar sus observaciones, al margen de la teoría imperante, es digno de mérito.
Pero lo que más llama la atención de este sabio es el empleo, por primera vez en la historia de la Astronomía, de una curva no circular para explicar el movimiento de una planeta, enfrentándose abiertamente con la teoría aristotélica y tolemaica. Primero, con la teoría ya citada del movimiento del apogeo solar, que hacía que el sol no describiese circunferencias alrededor de la Tierra, si bien esto podría pasar desapercibido puesto que ya se sabía desde antiguo que las trayectorias reales de los planetas eran bucles y no circunferencias perfectas, y porque se arregló el asunto colocando una circunferencia sobre otra, a modo de epiciclo. Pero con Mercurio fue distinto. Para determinar con exactitud la posición de este pequeño planeta con el sistema tolemaico, había que tener cuidado, pues el centro del deferente de su órbita (el centro de la circunferencia sobre la que se mueve el centro del epiciclo) se vio que no estaba fijo, sino moviéndose sobre otra pequeña circunferencia. El efecto resultante fue calculado por Azarquiel, que emplea un deferente oval, casi elíptico, para este planeta. Realmente fantástico. Este descubrimiento debió influir sobre Kepler (1571-1630), pues cuando buscaba curvas para ajustar sus observaciones, probó con el óvalo antes que con la elipse que acabó demostrando ser la verdadera. Quisiera dejar claro este hecho, fundamental para la ciencia moderna, que fue adelantado por un andalusí singular, que incluso, antes de morir, intentó establecer una astrofísica que estudiase las propiedades de estrellas y planetas.
Pues bien, el trabajo de todos científicos fue llevado a todo el mundo por mediación de los judíos expulsados por los almohades, como Ibn ‘Aquim. Llegaron en primer lugar por vía directa a los judíos exiliados, como Maimónides, que estaba en el antiguo El Cairo. Allí estas teorías fueron criticadas, adaptadas y asumidas por este gran e influyente pensador, y volvieron a los judíos españoles y provenzales; o bien siguieron su camino hacia Bagdad y oriente (en occidente, Europa seguía sumida en el oscuro medievo), donde llegaron a oídos del gran astrónomo Nasir al-Din Tusi (m.1274), influyendo en su pensamiento y en el de sus seguidores. Parece demostrado que Copérnico, una de las figuras de la revolución científica, estudió en estas enseñanzas y bien pudieron determinar el paso a la teoría heliocéntrica. De hecho, Copérnico habla en su Commentariolus del valor que él empleaba para la duración del año, atribuyéndolo a un antiguo andalusí llamado el Hispalensis. Obsérvese cómo uno de los mejores astrónomos del siglo XV aún emplea valores calculados por científicos de Al-Andalus cuatro siglos atrás.
A Copérnico se le conoce por introducir la teoría de que el sol es el centro del universo y los planetas son los que giran a su alrededor. De esta manera, que no contaba con soporte empírico, se explicaban los epiciclos (que pasan de ser hechos inextricables de la Naturaleza a ser materia comprendida) y el desplazamiento lentísimo de la octava esfera, la de las estrellas fijas, merced a la precesión de los equinoccios, que recordemos ya fue abordada por los griegos y andalusíes, aunque para el modelo geocéntrico. Pero el hecho de la introducción del heliocentrismo como tesis alternativa fue un hito en la historia de la ciencia, que pudo darse en esas fechas finales del siglo XV gracias a las favorables circunstancias con que se encontró el amigo Nicolás Copérnico. Porque este monje dominico polaco vivió en una época de revoluciones (toma de Constantinopla, nacimiento de la imprenta…) Además surgió por entonces con fuerza la Reforma Luterana, que empezó a apoyar a los que ponían en entredicho las tesis católicas. La llegada de Colón a las Indias le cogió a Copérnico en la época de estudios universitarios, cuando más receptivo se es a las nuevas ideas: el Descubrimiento echó por tierra las tesis geográficas de Tolomeo, ¿por qué no las cosmológicas? Pero lo que motivó el cambio de pensamiento fue la ineficacia del modelo geocéntrico, que ya empezaba a fallar más que el portero del Barça. Copérnico detectó un error en las predicciones de las Tablas Alfonsíes, pues Marte se encontraba 2º por delante, y Saturno 1.5º por detrás, aunque nunca se atrevió a publicarlo; ni siquiera lo corrige cuando elabora las primeras tablas basadas en su modelo heliocéntrico. Y es que ello atentaba contra la circularidad de las órbitas, más que contra el geocentrismo. Y Copérnico nunca estuvo en contra de la perfección de los movimientos. Sin embargo, esto le animó a plantear la posibilidad del heliocentrismo. Destaquemos cómo las tablas de Alfonso X, el Sabio, realizadas por hebreos, cristianos y musulmanes, y basadas en las tablas toledanas de Azarquiel, son las que siembran la semilla de la nueva ciencia. Además, Copérnico conocía las críticas al modelo tolemaico por parte de los famosos astrónomos y matemáticos andalusíes y musulmanes de oriente, y la tradición indo-persa-árabe de que Venus se movía alrededor del sol, y éste alrededor de la Tierra, constituyendo unas de las modificaciones del modelo de Tolomeo (aunque ya fue apuntada por el griego Heráclito del Ponto en el siglo IV a. C.). Y también influyó en el polaco el pensamiento de su casi coetáneo Regiomontano, del que ya hemos hablado. El astrónomo alemán ya vio que Marte y Venus no se movían de acuerdo a las predicciones teóricas del modelo tolemaico expresadas en las Tablas Alfonsíes. Además, notó que un eclipse lunar en 1461 acabó una hora antes de lo que ese modelo predecía, y que el diámetro aparente de la luna debía ser unas veces el doble de grande que en otras, lo cual no había sido nunca observado. Para todas estas predicciones tuvo que consultar el Almagesto, que llegó a su poder gracias a las traducciones andalusíes.
Queda de nuevo de manifiesto la importancia de la ciencia árabe en el desarrollo de la ciencia universal, tanto en su papel de divulgador de la obra clásica, como en la faceta de crítico del modelo geocéntrico y de calculador de tablas y fabricante de instrumentos de observación. Hay quien llega a asegurar que, en las condiciones sociales adecuadas, el modelo heliocéntrico habría nacido en Al-Andalus en el siglo IX.
Pero no todo acaba aquí, aún podemos revelar otras sorpresas. A finales del siglo XIII, él, judío burgalés Rabí Abuer, de ascendientes andalusíes, publicó sus teorías sobre el tamaño y límites del universo que fueron muy polémicos durante mucho tiempo. Hay que darse cuenta de la profundidad de los pensamientos cosmológicos que se tenían ya por entonces, alejados de la superchería y la religión, y más elaborados que los que dieron los griegos. Sin embargo, fue un coetáneo, Levi Gerson de Banyules quien fue capaz de dar una cifra para el límite del universo: el equivalente a 117000 años luz, curiosamente concordante con el tamaño de nuestra galaxia.
Pedro Luque Escamilla es astrofísico por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Astrofísica en la Universidad de Granada. Actualmente es profesor adjunto de la Universidad de Jaén.
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