Autor: Caradhras
domingo, 23 de noviembre de 2003
Sección: Leyendas
Información publicada por: Caradhras
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EL MUNDO MÁGICO DE LOS CASTROS GALLEGOS.

“Os mouros ainda moram baixo o castros”. Con estas palabras, André Cunha, un viejo labrador de los alrededores de Incio (Lugo) me advertía de la presencia de mouros en las entrañas del castro de Santa Cristina.

Mito y Simbología.

“Se dice que en su interior hay un gran tesoro. Cuando yo era mozo mi tío conoció a un mouro que decía venir de Jerusalén. Éste le dijo que era íntimo amigo de los mouros de Santa Cristina, y que si deseaba apropiarse del tesoro escondido en el castro debía de esperar a que saliese el sol y allí donde marcaran sus rayos aparecería una hermosa puerta de bronce tras la cual hallaría la llave de oro de un antiguo mago”.

Según relta André, su alma inquieta de niño de diez años no pudo evitar buscar el tesoro una madrugada de otoño. “Pero allí no encontramos ninguna llave mágica. Sólo algunos carbones y losas con huesos”. Lo que para André fue un descubrimiento insignificante habría sido todo un hallazgo para cualquier arqueólogo, pues probablemente se trataba de restos prehistóricos.

Las leyendas de mouros son numerosas en Galicia. Estos personajes son “una raza mítica que habita los monumentos prehistóricos e, incluso, otros lugares del paisaje rural galaico”.

Mito y Simbología

Gracias a la tradición oral se han ido transmitiendo los apuntes elementales de la simbología y mitología de los castros. Los seres que los habitan son personajes con extraños poderes, tan desconcertantes como el nombre por el que son designados por la población indígena: mouros. En las leyendas se los describe como individuos de piel blanca y cabellos rubios, muy en la línea de las descripciones de otros seres mitológicos del ámbito geográfico anglo-francés. Además, los mouros galaicos son muy aficionados a la carne de cerdo y al vino.
Según Xosé M. González “parece evidente que en Galicia se asoció el mouro con lo extraño y lo antiguo, convirtiéndose de este modo los mouros de la tradición castrexa en una especie de tribu mágica a la que se atribuyen fenómenos sobrenaturales”.
En las leyendas de castros se repite de forma constante elementos simbólicos tales como la llave de oro, el tesoro, las tijeras y la serpiente, todos ellos dotados de una dimensión esotérica. El humano que se encuentra con el ser mitológico se ve abocado a desentrañar algún misterio del interior del castro con el propósito de enriquecerse. Pero ese enriquecimiento n es material, sino espiritual. El mouro reta al humano en la conquista de ese tesoro, símbolo del conocimiento. A veces, sin embargo, el protagonista puede encontrar su perdición al robarle al mouro sus tijeras. La elección de estas tijeras (tesoiras, en gallego) supone el fracaso de quien las elige, pues son un símbolo asociado al destino y con ellas se puede cortar el hilo del porvenir.
Al margen de otras interpretaciones, la función que cumple la serpiente en los castros es la de guardiana de los tesoros; de ahí que siempre trate de impedir su conquista a los humanos. Para salvar este obstáculo, el hombre tendrá que recurrir a mediadores, como el cura o la meiga (hechicera) que propiciarán el contacto del interesado con el mundo trascendente (el tesoro). Otras veces, para conseguir el tesoro hay que seguir ciertos rituales o hacerlo en fechas determinadas. Como explicó Dapena Juveira: “La mejor manera de conseguir el tesoro o desencantarlo es por la noche, casi siempre la de San Juan, o durante la mañana del mismo día, lo más temprano posible. En otras tradiciones se piensa que esa noche el encanto desaparece de forma automática y el tesoro queda a disposición de quien lo encuentra”.
El oro que aparece como muestra de poder en el mundo exterior tiene un valor mágico e incluso sagrado. Siguiendo a Mircea Eliade: “El oro representa la imagen de lo sacro (...), la conquista de la inmortalidad”. En definitiva, el encuentro con el conocimiento profundo de la verdad.
Secretos de un castro.
Se cree que los constructores de los castros gallegos eran oriundos del mar Caspio y portadores del hierro. En torno al siglo VII a. C., este pueblo inició la edificación de estos complejos arquitectónicos, en cuya construcción se tenían presentes aspectos económicos y militares, pero también mágicos. Para empezar, un druida o un consejo de sabios elegía el lugar atendiendo a factores telúricos, de orientación y simbólicos. Algunas ceremonias se realizaban bajo terribles condiciones climatológicas y en ellas la lluvia y la tormenta representaban el poder de la Naturaleza. Por motivos no sólo defensivos, los castros se erigieron en zonas altas –lo más próximas al cielo-, lo que redundaría, según las creencias de sus habitantes, en una comunicación más fluida con los dioses.
El castro se construye en un lugar de poder, sobre el que posteriores pobladores, sabedores de la importancia energética y telúrica de estos parajes, fundarán nuevos complejos arquitectónicos, a menudo de carácter religioso. Valga como ejemplo el santuario de O Cebreiro, el cual se alza, presumiblemente, sobre un castro edificado muchos siglos antes. Un espacio geográfico por el que pasa el Camino de Santiago y donde, conforme a la tradición, se halla el Santo Grial.

Mouras y Serpientes.

Otro ser que se da cita en los castros durante la noche o el atardecer es la moura, descrita en las leyendas galaico-portuguesas como una fémina de incomparable belleza.

En Galicia, la moura está asociada a todo tipo de simbolismos, pero el que más interés ha despertado entre los estudiosos, es sin duda alguna, el de la serpiente. Para Mircea Eliade, el ofidio está vinculado, desde el neolítico, al triunfo del héroe varón en la prueba por conseguir a la hembra, “lo que supone la victoria frente a las fuerzas del mal. La serpiente simboliza aquí lo infrahumano”. Pero en las leyendas galaicas no siempre hay una asociación entre la mujer y el reptil, y, de hecho, a menudo éste adquiere personalidad y sentido propio.

Se cree que la serpiente fue figura clave entre los moradores prehistóricos de los castros de una compleja liturgia de carácter animista. En los últimos tiempos ha habido quien ha relacionado un inquietante monolito con el mundo tradicional de la mitología de los castros. Hablamos de A Pedra da Serpe (la piedra de la serpiente) también conocida como A Serpe de Condomil, situada en el municipio coruñés de Laxe.

Este monolito es famoso por el curioso motivo representado en ella y la litolatría de la que fue objeto en el pasado. Respecto a su antigüedad todo son especulaciones basadas en fuentes antiguas. La serpiente tiene una longitud superior a 1.5 metros y su ancho oscila entre los 0.15 y 0.20 metros. El motivo se halla enroscado y la cabeza reposa sobre el cuerpo. Finalmente, y he aquí el aspecto que más llama la atención, el diseño está rematado por dos alas en los costados totalmente desplegadas, mientras que la cúspide de la escultura está coronada por una imponente cruz, símbolo de la cristianización de que fue objeto.

El escritor gallego Murgía reflexionó sobre este enigmático monumento. Para él, dicha talla es prehistórica y procede de la cultura celta de inspiración druídica. Para Aldao, sin embargo, se trata de un altar prerromano cristianizado. Bouza Brei piensa que se trata de una expresión protohistórica. Pero todos parecen estar de acuerdo en una cosa: Estamos ante una representación pétrea de oscuras connotaciones herméticas. A lo que viene a añadirse otro excitante enigma...

Las serpientes haladas son un hecho poco frecuente en la historia del arte occidental. En Europa, los orígenes de este motivo tienen una base helenística. Este hecho lo podemos comprobar en el Museo Proserpina, famoso por los diseños de ofidios halados ubicados en su interior. No obstante, la correspondencia más desconcertante se establece entre la serpiente halada de Gondomil y la serpiente emplumada de la tradición precolombina de Quetzalcóalt.


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