Autor: Fran Rozada- El Fielato
viernes, 02 de junio de 2017
Sección: Edad Media
Información publicada por: SALA
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EL SELLO REAL DE DON PELAYO

Dejó escrito el gran arquitecto don Luis Menéndez Pidal lo que un día le comentó el ilustre pintor cangués don José Ramón Zaragoza, el cual, siendo muy niño, acudió a Covadonga con su padre, el escultor don Gerardo Zaragoza y, según él, ambos estuvieron presentes en la apertura de un antiguo sepulcro en dicho lugar (tal vez en la colegiata). Al quedar al descubierto su contenido pudo ver unos restos perfectamente conservados, del que parecía un noble personaje que llevaba una preciosa joya afiligranada en oro. Así contempló los restos durante breves instantes, pues al poner sobre ellos las manos los que allí trabajaban, los restos se deshicieron en polvo, quedando sólo la joya de sutil chapado. Algo parecido a lo que contó don Roque Pidal (1885-1960) de la joya que heredó de su padre don Alejandro Pidal y Mon (1846-1913), ministro de Fomento y presidente de la Real Academia de la Lengua, el cual -a su vez- la había recibido como regalo del cabildo de Covadonga, en reconocimiento por su gran interés y desvelos por el santuario. Se trataba de un pequeño cilindro de plomo, hueco y abierto por sus dos extremos, con escenas sagradas en relieve, procedente también de una tumba del lugar. ¿Era un anillo o sello real? Hechos así no hubiesen ocurrido hoy, pero ahí quedan en las pequeñas historias de los grandes lugares.

¿Era un anillo o un sello real?

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Sepulcro de Don Pelayo (1860).

Sepulcro de Don Pelayo 1860

Cuando en el año 1572 Ambrosio de Morales visitó Covadonga por orden de Felipe II, de entre los muchos detalles que nos dejó por escrito seleccionamos uno relacionado con la escalera para subir a la Cueva; señala que: “Desde el llanito del pie de la peña hasta el suelo de esta Cueva, se sube agora por dos escaleras o tres, parte de piedra y parte de madera, labradas todas a manos, con haber en todas noventa escalones”. Un siglo después, en 1674, la Junta del Principado donó 6.000 reales para el arreglo de esta escalera, y lo hizo por manos de fray Clemente de Vigil Hevia. Este asunto motivó tiempo después un ruidoso incidente entre el gobernador de Asturias, el primer Marqués de Camposagrado (Gutierre Bernaldo de Quirós de las Alas y Carreño) y el obispo Alonso Antonio de San Martín. El marqués exigió que se le devolviese ese dinero con el pretexto de no haberse destinado al fin acordado y -con esa cantidad- poder enjugar los pagos de ciertos débitos que el Principado tenía con la Corona. Se opuso tajante el obispo a la devolución e, incluso, amenazó al marqués con la excomunión si no desistía de su pretensión. No deja de ser curioso que los dos litigantes tuvieran algo en común; porque el título de marqués se lo concedió a Gutierrez el rey Felipe IV y, el obispo Alonso -que lo fue de Oviedo entre 1676 y 1681- era hijo natural (no legítimo) del mismo Felipe IV y Mariana Pérez de Cuevas. Añadir que, actualmente, la escalera tiene 101 peldaños.


Estatua del rey Alfonso I al pie de la Cueva 1892


Dejó escrito el gran arquitecto don Luis Menéndez Pidal lo que un día le comentó el ilustre pintor cangués don José Ramón Zaragoza, el cual, siendo muy niño, acudió a  Covadonga con su padre, el escultor don Gerardo Zaragoza y, según él, ambos estuvieron presentes en la apertura de un antiguo sepulcro en dicho lugar (tal vez en la colegiata). Al quedar al descubierto su contenido pudo ver unos restos perfectamente conservados, del que parecía un noble personaje que llevaba una preciosa joya afiligranada en oro. Así contempló los restos durante breves instantes, pues al poner sobre ellos las manos los que allí trabajaban, los restos se deshicieron en polvo, quedando sólo la joya de sutil chapado. Algo parecido a lo que contó don Roque Pidal (1885-1960) de la joya que heredó de su padre don Alejandro Pidal y Mon (1846-1913), ministro de Fomento y presidente de la Real Academia de la Lengua, el cual -a su vez- la había recibido como regalo del cabildo de Covadonga, en reconocimiento por su gran interés y desvelos por el santuario. Se trataba de un pequeño cilindro de plomo, hueco y abierto por sus dos extremos, con escenas sagradas en relieve, procedente también de una tumba del lugar. ¿Era un anillo o sello real? Hechos así no hubiesen ocurrido hoy, pero ahí quedan en las pequeñas historias de los grandes lugares.

Abajo en la foto epitafio en la tumba de Don Pelayo.


Concluyamos esta segunda reseña fijándonos en esa oquedad que presenta la fachada de la Cueva en su parte izquierda exterior. En 1893 se colocó en ella una rústica cruz de madera de castaño (hoy ya sustituida por otra) y quiso hacerse mediante un andamio, pero desistieron en el intento por la gran dificultad de montarlo. Un cangués de nombre Ignacio, -al que llamaban el Quemáu- se deslizó por una cuerda desde la parte superior de la gruta para llevar a cabo tan comprometida labor. Así lo contó Raimundo Pérez, también de Cangas de Onís, que fue quien hizo la cruz. Por ello, era Ignacio el encargado de colocar en diversos lugares del monte Auseva las numerosas lamparillas de aceite con las que se iluminaba aquel lugar en la noche de la que era famosísima “foguera” de Covadonga, la víspera de la fiesta de la Santina, en septiembre. Viene aquí muy a propósito el recordar que el 8 de septiembre se celebraba la Natividad de la Virgen, pero la gran solemnidad de Nuestra Señora de Covadonga era la jornada siguiente, el día 9. En el año 1873 el obispo Sanz y Forés (que tanto hizo por Covadonga) obtuvo del papa Pío IX la misa y oficio propios de Ntra. Señora de Covadonga, para toda la diócesis asturiana, y así le fue concedido para cada jornada del 9 de septiembre. Durante unos cien años así fue y en esa fecha se celebró (como bien recordarán algunos de los que lean estas líneas).



Más informacióen en: https://elfielato.es/hemeroteca/resenas-de-covadonga-ii-1663


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