Autor: Juan José Moralejo
sábado, 06 de octubre de 2007
Sección: Lenguas
Información publicada por: jeromor
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Acto de investidura de Jürgen Untermann como doutor 'honoris causa' da Universidade de Santiago de Compostela

Una historia de la investigación sobre las lenguas paleohispánicas celtas

Laudatio de J. J. Moralejo

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector,

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Académicas,



Claustro Universitario,



Excelentísimas Autoridades,



Señoras y Señores:




La Universidad de Santiago, decana de las de Gallaecia, recibe hoy en su Claustro de Doctores a Jürgen Untermann, Profesor Emeritus de Lingüística Indoeuropea en la Universidad de Colonia. La recepciónpremia el curriculum intenso de un hombre en el conocimiento del pasado lingüístico de la Hispania y la Gallaecia que los romanos latinizaron, o, lo que es lo mismo, el doctorado con que lo honramos y nos honramos es cabalmente honoris ac laboris causa.




Untermann inició sus contactos con la documentación hispana prelatina allá por 1956 - 1958, como becario de la Deutsche Forschungsgemeinschaft en el proyecto que Caro Baroja y el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid tenían para renovar la edición de las inscripciones prerromanas de la Península Ibérica. Desde entonces sus estancias en la Península han sido largas y frecuentes, con conocimiento directo de toda la documentación y de sus marcos y ambientes, que pueden contribuir a mejor entenderla; de esas estancias hispanas ha ganado Untermann un crecido número de amigos que gozamos de su trato afable y de su ciencia consumada, pero que hoy echamos en falta a su esposa, Bertha, que le fue ayuda larga y eficaz en la recogida de materiales.




Muy pronto se hizo notar Untermann con trabajos como Sprachräume und Sprachbewegungen im vorrömischen Hispanien (Wiesbaden 1961) [con inmediata traducción portuguesa y española, Revista de Guimarães 77, 1962, y Archivo de Prehistoria Levantina 10, 1963] y Elementos de un Atlas antroponímico de la Hispania Antigua (Madrid, 1965), que fueron guía asidua para todos los estudiosos. A estos dos trabajos siguieron otros muchos que definieron el buen hacer posible en corpora documentales que desgraciadamente se reducen en el caso de Gallaecia a listas onomásticas y mejoran en otras áreas peninsulares (Celtiberia, Lusitania, área 'ibérica' en Levante y Sureste, área 'tartesia' en el Suroeste) con unos pocos textos 'sintácticos', oscuros y nunca bilingües; es decir, son corpora documentales reducidos a escombros lingüísticos, Trümmersprachen, por decirlo con un concepto sobre el que nuestro hombre ha tratado con toda autoridad y toda prudencia. Quiero poner de relieve esa prudencia en su advertencia de que los intentos de traducir textos oscuros con el solo o principal apoyo de comparaciones meramente formales, más o menos homofónicas con lo ya conocido, son castillos de naipes, "sind Beiträge zur Autobiographie ihrer Verfasser, aber keine verbindlichen Leistungen für den Fortschritt unserer Erkenntnis" [p. 60 de "Lusitanisch, Keltiberisch, Keltisch", pp.57-76 de Studia Palaeohispanica. Actas del IV Coloquio de Lenguas y Culturas Paleohispánicas, edd. J. Gorrochategui, J.L. Melena y J. Santos. Vitoria, 1987]. Una aplicación no muy exigente de este sanísimo criterio podría llevar a la papelera folios y folios de brillantísimas y sesudas etimologías en la Onomástica hispana prerromana, nombres propios para cuya interpretación no tenemos el menor apoyo en el léxico común, que desconocemos, y tampoco o apenas lo tenemos en el contexto extralingüístico de los textos y de sus soportes y ambientes. Y perdóneseme que entienda urgente este excurso para todos cuantos en Galicia tenemos aficiones o competencias paleohispanísticas y lo amplíe a recordar con qué serenidad de criterio da Untermann un correctivo a las audacias etimológicas que en Paleohispanística se permitía el laborioso talento de Joan Corominas.




De Untermann todavía esperamos mucho y buen trabajo, pero ya podemos hacer balance y yo quiero hacerlo hoy con perspectiva histórica larga, recordando que nuestro inminente Doctor HonorisCausa es el nombre decisivo en una tradición de universitarios alemanes que desde Wilhelm von Humboldt han tenido protagonismo en los estudios de Paleohispanística.




Humboldt en su Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohner Hispaniens vermittelst der Vaskischen Sprache (Berlín 1821) consolidó para todo el siglo XIX la que Caro Baroja llamó hipótesis vasco-iberista, es decir, la hipótesis de unidad lingüística de Iberia, con la lengua vasca actual como supervivencia de la lengua ibérica y, por tanto, posible vía de acceso a entender sus textos. Quedaban ahí marginados textos antiguos (por ejemplo, Estrabón 3.1.6) muy claros en cuanto a pluralidad de lenguas en Iberia, aunque Humboldt reconozca en las fuentes (Resultate 3, 4 y 5) un buen número de topónimos celtas, testimonio de la lengua de gentes que, en su mixtura con los iberos, ceden el protagonismo a éstos.




Humboldt concluyó que (Resultat1) Die Vergleichung der alten Ortnamen der Iberischen Halbinsel mit der Vaskischen Sprache beweist, daß die letztere die Sprache der Iberer war, und da dies Volk nur Eine Sprache gehabt zu haben scheint, so sind Iberische Völker und Vaskisch redende gleichbedeutende Ausdrücke. 2. Die Vaskischen Ortnamen finden sich, ohne Ausnahme, auf der ganzen Halbinsel, und die Iberer waren daher auf derselben in allen ihren Theilen verbreitet: En los antecedentes de la hipótesis vasco-iberista quedan apuntes de buena erudición y también mil antojos sobre los hablantes de la lengua vasca como los más antiguos y puros "españoles" y de su lengua como directamente babélica o matriz, nada menos que "locución angélica" o nada más que "guirigay", según los prejuicios de cada opinante.




Para la Gallaecia recordemos el par de datos y los muchos mitos tan bellos como la fundación de Noia por el patriarca Noé, que vino a visitar a su nieto Túbal, primer poblador de Iberia; o la victoria sobre Gerión de Hércules, fundador de La Coruña; otras fundaciones se deben a héroes griegos y troyanos del mundo homérico: Diomedes en Tuy, Teucro en Pontevedra, Ilia en Iria Flavia ... Es también antigua la noticia de nuestra celticidad real y mítica, la celticidad que nos hace fogar de Breogán, cuyo hijo Ith puede avistar y apetecer desde Brigantium las costas de Irlanda.




El vasco-iberismo va a reforzar posiciones con el segundo nombre alemán que traemos a colación, el epigrafista Emil Hübner que, además de recoger en el tomo II del Corpus Inscriptionum Latinarum las inscripciones latinas de Hispania, edita los Monumenta linguae ibericae (Berlin 1893), obra ejemplar en cuanto a recogida de documentación, pero obra deficitaria ya entonces en cuanto a análisis lingüísticos que lo mantenían en la tesis humboldtiana de unidad de lalengua ibérica y reducían a margen o a subordinado lo céltico, que por entonces estaba volviendo por sus fueros en los estudios de, entre otros, el francés Henri d'Arbois de Jubainville, sobre "Les Celtes en Espagne" [Revue Celtique XIV, 1893, 357-395 y XV, 1894, 1-61 y 161-173], celtas de los que se afirma (XIV, 366) que "toutes ces populations, sans distinction, avaient conservé le costume, les moeurs et la langue des Celtes" y las perdieron una vez conquistados por los romanos.




Pero d'Arbois y otros no podían tener mayor audiencia en momentos en que el vascoiberismo se mantenía por el prestigio de la ciencia alemana, con nada menos que Hugo Schuchardt y su estudio de "Die iberische Deklination"[Sitzungsberichte der Wiener Akademie der Wissen-schaften, Philologisch-historische Klasse 157, II, 1-90, Viena 1907], que comparaba materiales ibéricos y vascuences, pero con resultados totalmente obsoletos en cuanto el español Gómez Moreno le dio al estudio de la documentación paleohispánica un revolcón que podemos calificar de gigantesca fe de erratas porque fue corregir a fondo en varios trabajos la lectura que se venía haciendo del signario ibérico, fue dejar claro que ciertos textos de lengua ibérica se servían de una variante jónica del alfabeto griego, fue dejar claro que la escritura del Suroeste, "tartesia" o "bástulo-turdetana", servía de vehículo a una lengua que no era la ibérica, mientras la escritura propiamente ibérica servía de vehículo a la lengua ibérica, no indoeuropea, pero también a la celtibérica, indoeuropea y céltica.




[Trabajos de Gómez Moreno, "De epigrafía ibérica. El plomo de Alcoy", RFE 9, 1922, 342-366; "Sobre los iberos y su lengua", Homenaje ofrecido a Menéndez Pidal, III, 475-499, Madrid, Ed. Hernando, 1925; además, Las lenguas hispánicas, Madrid 1942, y otros trabajos recogidos en Misceláneas. Historia, Arte, Arqueología, Madrid, 1950, o posteriores].




Para prueba de en qué grado alteró Gómez Moreno la lectura de la documentación, compárese la lectura de la tessera celtibérica de Luzaga en Hübner MLI XXXV y en Untermann MLH IV, K.6.1:




MLI XXXV  areqratokš . caruh . cecei qrtca . lutacei . augš . irasihca erca . uela . tcerseks . šh ueisui . mlaihonoe ceciš . cariqoe . ceciš šdn . qrtcan . elasuchn caruh . thces .  ša qrtca thiuhreigš




MLH IV, K.6.1  arekoratikubos . karuo . kenei kortika :  lutiakei :  aukis :  baraðioka erna :  uela :  tikerðeboð :  so ueiðui :  belaiokumkue kenis . karikokue :  kenis stam . kortikam :  elaðunom karuo : tekeð . sa :  kortika teiuoreikis




Tras la explotación del éxito de Gómez Moreno la presunta unidad vasco-iberista queda reducida a un par de semejanzas, contactos e intercambios fónicos, gramaticales y léxicos de iberos y vascones, pero queda claro que la lengua vasca actual no sirve para entrar en la ibérica tal como, por ejemplo, nos sirven las románicas para acceder parcialmente a la latina.




Entre los ejemplos más llamativos y tal vez seguros de correspondencia entre lo ibérico y lo vasco está el sufijo -(t)ar para formación de gentilicios, a juzgar por ibérico s.a.i.ta.bi.e.ta.r para el natural de la ibérica Saitabis (actual Xátiva) y por el vasco actual bilbotarra, donostiarra ...




Con la nueva lectura de los textos el protagonismo lingüístico de los indoeuropeos celtas se confirma para una gran parte de la Península (más o menos a la izquierda de una línea Cádiz - Ciudad Real - Cuenca - Zaragoza - Pamplona - Bilbao), en especial para la Celtiberia y áreas adyacentes en las que Adolf Schulten quería ver protagonismo ibérico, no indoeuropeo. Schulten, cuya obra se desarrolla en la primera mitad del siglo pasado compatibilizando amores tan diversos como la floreciente y pacífica Tartessos y la Numancia de resistencia sobrehumana ante Escipión, es el cuarto de los grandes nombres alemanes que hoy interesa recordar. Su intensa labor se vio perjudicada en el orden filológico y lingüístico por, entre otras insuficiencias, haber dado crédito excesivo a fuentes como la Ora maritima de Avieno, tanto en el texto transmitido, como en las enmiendas de que parecía estar necesitado.




Tras el paréntesis brutal de las Guerras Civil y Mundial la Paleohispanística va a explotar a fondo el éxito de Gómez Moreno. Los textos de la lengua propiamente ibérica, no indoeuropea, de áreas meridional, levantina y catalana con penetración hasta el Ródano, se leen ya con seguridad, aunque falte mucho para entenderlos; se leen también, con todavía mayores oscuridades, los que convenimos en llamar tartesios, concentrados en el Algarve, con alguna presencia andaluza y extremeña, y de los que hoy es polémico qué pudieran tener de célticos, pues la documentación no sólo lingüística de célticos en la zona está fuera de toda discusión.




Y, sobre todo, se abre el estudio de la Hispania indoeuropea, con Celtiberia y Lusitania como centros únicos de documentación directa difícil y escasa, aunque también con crecimientos espectaculares, sobre todo en Celtiberia y con los bronces de Botorrita, la antigua Contrebia Belaisca, en primera fila. En Gallaecia y otras áreas el comienzo del uso de la escritura va emparejado con el de implantación de la lengua latina y, por tanto, nuestra documentación antigua se reduce a que las inscripciones ya latinas y los textos griegos y latinos nos den la abundante onomástica prerromana que nuestros antepasados conservan en su resistencia frente a la romanización plena o que ésta respeta: nos conformamos, pues, con un rico arsenal de teónimos, etnónimos, antropónimos y, llegando masivamente hasta hoy, hidrónimos y topónimos.




Ciñéndome al trabajo con materiales indoeuropeos, haré memoria de nombres con labor muy notable, por ejemplo, Tovar, Caro Baroja, Mitxelena, Albertos, el francés Lejeune, el alemán Schmoll, etc. Del trabajo filológico y lingüístico hecho en la que fue Gallaecia recordemos a los editores de las inscripciones latinas -Brandão, Cardozo, del Castillo, Filgueira, Vázquez Saco, Lourenzo, mi tío Bouza Brey, etc.-, el buen manejo de los textos grecolatinos por Martíns Sarmento y López Cuevillas, y algunos estudios toponímicos de mi padre, Abelardo Moralejo. Tenemos hoy una excelente nómina de colegas españoles, portugueses y extranjeros que siguen editando y analizando documentación y han hecho de la Paleohispanística en su vertiente filológica y lingüística un campo en el que el rigor y la prudencia son la única conducta que tiene premio en resultados objetivamente válidos, adquisición para siempre, que dijo el clásico, o única vía para acceder a ellos en el proceso de autorrevisión continua que es sustancial a todo conocimiento científico.




Jürgen Untermann tiene acreditada una obra importante en otros terrenos de la Lingüística, por ejemplo, en el terreno de la onomástica itálica e ilírica, o en un reciente Wörterbuch des Oskisch-Umbrischen (Heidelberg, 2000) riguroso y ejemplar desde todos los ángulos, o en su madurísimo escepticismo ante ciertos métodos y alcances de la reconstrucción idiomática y cultural indoeuropea. Pero hoy vamos a honrar sus más de cincuenta viajes a territorios de documentación paleohispánica para recoger y editar textos ibéricos, celtibéricos, lusitanos y tartesios; vamos a honrar su presencia veterana en universidades, academias, congresos, enciclopedias, etc. de toda Europa como autoridad indiscutible en presentar a todos los niveles la documentación, los métodos y los problemas de lo paleohispánico; vamos a honrar su papel de director de un buen puñado de tesis doctorales que aseguran la continuidad de su magisterio; vamos a honrar su centenar largo de trabajos, desde los muchos que ha dedicado a ilustrarnos en métodos y problemas de análisis de la documentación hasta su participación en la edición de novedades documentales como El tercer Bronce de Botorrita (en colaboración con F. Beltrán y J. de Hoz, Zaragoza, 1996).




Quiero poner de relieve que el material galaico y sus problemas de análisis son contenido importante, incluso monográfico, de una veintena de trabajos en los que Untermann ha desembocado en protagonizar, ahora ya no en solitario, la tesis de que todo el material galaico indoeuropeo debe etiquetarse como céltico, frente a una opinión, tradicional y todavía mayoritaria, que reconoce en la Gallaecia una indoeuropeización precéltica sobre la que se superpone un aporte céltico cuya huella emblemática son los topónimos del tipo antiguo Ardobriga, Avobriga ... y del actual O Grove, Deixebre ...

Para Untermann y su afirmación "Ich fürchte eines Tages werden die Keltisten lernen müssen, mit dem p zu leben" (p. 74 de "Lusitanisch, Keltiberisch, Keltisch", en Studia Palaeohispanica. Actas del IV Coloquio de Lenguas y Culturas Paleohispánicas, pp. 57-76, edd. J. Gorrochategui, J.L. Melena y J. Santos. Vitoria, 1987), no es escándalo que el material galaico y lusitano mantenga el fonema labial sordo /p/, cuya eliminación se viene considerando como requisito inexcusable de celticidad (cf. ide. *pHtér > latín, pater, pero irlandés athir; ide. *porkos > lat. porcus y lusitano porcom, pero irlandés orc); simplemente, estamos ante un rasgo conservador o arcaizante del área galaico-lusitana, frente a la innovación que es la pérdida de */p/ en otras áreas célticas.




Me parece altamente relevante que con la autoridad y la objetividad con que Untermann se mueve en el terreno lingüístico se pueda afirmar sin recortes el celtismo galaico, que tanto en lo lingüístico como en otros órdenes ha sido de siempre polémico, tantas veces afirmado como negado desde puros antojos extracientíficos, e incluso valorado en algunos ámbitos universitarios actuales como mito o creencia de eficacia ideológica más que como verdadero conocimiento.




Y todo lo anterior y mucho más que Untermann ha hecho se condensa en los cinco tomos y más de tres mil páginas de su magistral edición de los Monumenta Linguarum Hispanicarum que, desde 1975, recoge toda la documentación ibérica, tartesia, celtibérica y lusitana en una presentación realmente ejemplar de los textos y de los problemas y bibliografía de su interpretación, con un verdadero alarde de fotografías, dibujos, mapas, tablas, índices, etc. Estos Monumenta son uno de los mejores logros del siglo XX en la Filología Clásica e Hispánica, en el conocimiento de la tradición lingüística peninsular en sí misma y como soporte de la tradición cultural de las comunidades que precedieron a los romanos o fueron asimiladas por ellos.




Creo, Rector Magnífico, que este repaso sucinto a la obra científica del Doctor Jürgen Untermann en la tradición de la Paleohispanística justifica que nuestra Universidad se sienta muy directamente implicada en dicha obra y honre a su autor incorporándolo a su Claustro de Doctores. He dicho


Respuesta de J. Untermann.

 Jürgen Untermann Magnífico y Excelentísimo Señor Rector,



Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Académicas,



Excelentísimas Autoridades,



Claustro Universitario,



Señoras y Señores:




Ante todo, es mi sincero deseo expresar mi gratitud a todos cuantos debo el gran honor que se me dispensa en este momento emocionante: al Señor Rector Magnífico de la Universidad de Santiago de Compostela, al cuerpo académico de la Facultad de Filología, a los colegas del Departamento de Latín y Griego, en particular a mi buen amigo Juan José Moralejo. A una persona de mi edad podrían no quedarle muchos años en los que hacer algo digno de ser aceptado en el Claustro de Doctores de esta universidad y sólo me queda la esperanza de que se me ofrecerán algunas oportunidades de mostrarme útil en el contacto científico y personal con colegas y alumnos, tanto aquí, en Santiago, como otros sitios de la Península, además de en mi casa y en mi universidad en Alemania.




Ahora me veo confrontado con una tarea comprometida: la tarea de hacer previsible la laudatio de mi padrino Moralejo: una laudatio siempre es un texto de tipo unilateral que urgentemente necesita la compensación a través de una vituperatio, pero me temo que el profesor Moralejo en su infinita amabilidad no haya preparado un tal texto completivo y, por lo demás, en el marco temporal de este acto festivo no cabría la enumeración de todos los fallos que yo haya cometido en mis setenta y cinco años de vida.




Por lo tanto, me parece mejor dejar fuera la contabilidad que distinga entre lo bueno y lo malo, el debe y el haber, para pasar a un tema que precisamente en esta importante ocasión domina mis sentimientos: el tema de los contactos humanos establecidos por mi esposa y por mí en la Península Ibérica, contactos que considero como éxito, satisfacción y enriquecimiento de una envergadura mucho mayor que la de los resultados y ensayos científicos que el profesor Moralejo tiene intención de presentar.




Déjenme empezar con la generación de mis maestros: en febrero del año 1959, pocos meses después de haber empezado mi trabajo en España, fui beneficiario de un enorme lance de fortuna: por mediación de Gonzalo Menéndez Pidal, hijo del gran romanista, fui presentado a Manuel Gómez Moreno, el cual me aceptó sin ninguna vacilación y con viva simpatía como colaborador, y durante los diez años siguientes -los últimos de su vida centenaria- lo visité siempre que estuve en Madrid, lo tuve informado de todas mis actividades en los museos, le llevé fotos, dibujos, nuevas lecturas de inscripciones ibéricas, mientras que él me ayudó con muchísimas advertencias y recomendaciones, y me abrió la preciosa colección de monedas del Instituto Valencia de Don Juan, entonces -y casi hasta hoy- apenas accesible para el público.




Menos intenso, pero no de menor importancia para mí, resultó el contacto con Don Pío Beltrán, profesor de Matemáticas en enseñanza media, pero en realidad el pontífice de la arqueología ibérica del País Valenciano: lo encontré sentado en su pequeño despacho -mucho más modesto que el gabinete de Don Manuel en su museo-, en la mesa, a la izquierda, la copia de una inscripción ibérica, a la derecha el diccionario vasco-español de Azcue: también él me recibió con plena amabilidad y me dio una carta con su firma, que me descerrajó las vitrinas del museo de Sagunto, donde en aquella época estaba casi prohibido mirar a los objetos expuestos. Hay que añadir que este primer contacto con la familia de Beltrán continúa de una manera muy satisfactoria, fructuosa y amistosa hasta hoy, con el profesor Antonio Beltrán, hijo de Don Pío, y los nietos, Francisco y Miguel, a los cuales cuento entre mis amigos más cercanos en el momento presente.




La tercera gran autoridad de la fase inicial de mis estudios ibéricos, aunque mucho menos conocido que los dos antes mencionados, fue el profesor Joaquín María de Navascués, entonces director del Museo Arqueológico Nacional de Madrid y en particular especialista de numismática antigua, representada de manera ideal en el monetario de este museo, en el cual he pasado innumerables horas copiando y fotografiando la riquísima colección de monedas ibéricas. Navascués era un personaje muy distinto tanto de Gómez-Moreno como de Pío Beltrán, un personaje aristocrático, casi militar, pero siempre dispuesto a facilitar el trabajo de colegas y visitantes y en ciertas horas capaz de desplegar un cariñoso calor humano ante sus alumnos y amigos jóvenes. Lo recuerdo también a él con sincero afecto y gratitud.




Paso ahora a la que tal vez sea lícito caracterizar como época clásica de los estudios paleohispánicos en España, cuando, tras haber superado el dogma de Humboldt y haber aceptado el desciframiento por Gómez-Moreno de la escritura ibérica, los universitarios españoles (por ejemplo, José Vallejo, Antonio Tovar, Antonio García y Bellido, Martín Almagro Basch ... ) empezaron a reinsertarse en el diálogo científico internacional. Es precisamente este período el que podría caracterizar como central de mi trabajo en la Península, período en el que ya participó mi esposa de manera muy sensible y eficaz, y en el cual entramos en relaciones muy determinantes de nuestra posición profesional y personal en la Península.




No es fácil escoger entre un gran número de personas a las que se revelaron como las más importantes en un intercambio de colegas profundo y consistente, dentro del contexto de este período. Sin olvidar a otros muchos, me ciño a recordar en este momento a cuatro de ellos: primero, en Barcelona Pedro Vegué Lligoña, conservador del Gabinete Numismático de Cataluña, alojado entonces en aquel magnífico edificio del Parque de Ciudadela donde hoy se celebran las reuniones del Parlamento de Cataluña: allí también, con la misma confianza y disponibilidad, se nos permitió el estudio de las monedas ibéricas, y ya desde el primer encuentro, con Pedro Vegué y su familia se estableció una amistad familiar que llega hasta hoy, también con una coincidencia trágica: hace dos años, casi al mismo tiempo, murieron Marisa, la esposa de Pedro, y mi esposa Bertha.




Otro representante de este período es el doctor Domingo Fletcher Valls, director del museo de Prehistoria  de Valencia, que guarda las estelas de Sinarcas y de Benasal, el gran complejo de los vasos pintados de San Miguel de Liria, y los más importantes plomos con inscripción ibérica. El mismo Fletcher ha sido el competente e infatigable editor y comentador de los tesoros de su museo, pero siempre dispuesto a colaborar con colegas de la región y de fuera de ella: en mis archivos conservo un amplio intercambio de correspondencia y todavía no he abandonado mi intención de publicar sus cartas y tarjetas, que reflejan tres decenios de la actividad de un investigador español de categoría internacional.




De índole particular es mi relación con Antonio Tovar. Lo conocía desde mi primera estancia en Salamanca en el año 1962, donde me recibió como si fuese amigo desde hace mucho tiempo, y me puso en contacto con sus colegas y alumnos. En 1965, después de la muerte de mi maestro Hans Krahe, tuve la oportunidad de recomendárselo como sucesor de Krahe a la comisión respectiva de la Universidad de Tübingen y, como se sabe, con éxito positivo. Fui huésped de Tovar muchísimas veces, en Salamanca, en Madrid, en Tübingen, solo o junto con Bertha o con otros miembros de mi familia. Durante aquellos años hemos compartido todos nuestros problemas, actividades y resultados en el campo paleohispánico, siempre con una cierta tensión, causada por opiniones profundamente distintas, por ejemplo sobre el celtismo de la lengua lusitana, pero nuestra amistad permanecía inalterada hasta su prematuro fallecimiento en el año 1985: para mí, era un amigo paternal que ha conformado una gran parte de mi vida fuera y dentro de la Península.




Para completar este ciclo de personalidades no debo callar mi afecto y mi sincera admiración para Luis Michelena, a mi modo de ver el mejor lingüista español del siglo veinte, alumno de André Martinet, perfectamente familiarizado con las tendencias teóricas de la lingüística actual de su tiempo, eminente conocedor de la lengua vasca y de su historia. Nunca olvidaré nuestros primeros visitas a su pobrísimo piso en la Calle Arriba Nr.5 de Rentería (la más fea ciudad que conozco del País Vasco), un hombre pálido, débil, marcado por los años que había pasado en las cárceles franquistas, pero un hombre de irradiación intelectual encantadora y que acogió al joven investigador alemán y a su mujer con una amabilidad avasalladora.




Después de haberles aburrido con los relatos sobre la primera mitad de mis experiencias peninsulares, les prometo que trataré la segunda mitad de manera mucho más sucinta: ya lo impone el hecho de que todos los actores de esta escena todavía están en plena actividad profesional, y no hace falta dedicarles reflexiones nostálgicas, tal y como lo acabo de hacer para la generación anterior. Estoy con ellos en contacto intenso, compartiendo y discutiendo nuestros proyectos, problemas y resultados: Martín Almagro Gorbea, Xaverio Ballester, Antonio Caballos Rufino, José Antonio Correa, Guillermo Fatás, María Paz García-Bellido, Joaquín Gorrochategui, Javier de Hoz, Javier Velaza, Francisco Villar y, ya mencionados, Francisco y Miguel Beltrán, y además, para no olvidar a los portugueses, entre otros, José Cardim Ribeiro, José d'Encarnaçâo, Antonio Faria.



En fin, last but not least, los alumnos: mujeres y hombres jóvenes que se han confiado a mí como guía de sus estudios y de la realización de sus respectivas tesis de doctorado. Dos de ellos han pasado el examen en la universidad de Colonia, de otros tres he actuado como director ante tribunales españoles o portugueses, varias otras tesis todavía están en fase de preparación. Para mi esposa y para mí, todos ellos eran como hijas e hijos, vinculados con nosotros por cordial confianza recíproca y por intensa y fructuosa colaboración científica, y siempre los acompañamos con nuestros esfuerzos -muchas veces poco eficaces- de facilitarles la vida profesional que corresponde a su calidad científica. Con respecto a esto, no puedo pasar en silencio una experiencia extremadamente amarga: a tres de ellos, todos excelentes investigadores, en España se les niega el acceso a la carrera docente universitaria, precisamente porque son alumnos míos, y no de personalidades españolas. A la vista de este regionalismo lamentable, a veces me arrepiento de haber recomendado a dos colegas españoles para profesorados alemanes, a mi sucesor en Colonia y al ya mencionado Antonio Tovar en Tübingen.




Al final de mi discurso, permítanme pasar a un tema más simpático: a mis experiencias, por lo demás siempre agradables, en Galicia y con los gallegos. Mi primer contacto con la ciudad de Santiago fue un día con lluvia ininterrumpida de la mañana a la noche en el mes de marzo 1960: sin embargo, ese tiempo poco acogedor no me impidió reconocer que Santiago es una de las más hermosas ciudades de la Península: una opinión de la que nunca tuve que retractarme.




Mi primer contacto personal con Galicia tuvo lugar igualmente en los años sesenta, pero no aquí, sino en Madrid: con gratitud y afecto recuerdo las discusiones y las charlas con mi buen amigo Luis Monteagudo con ocasión de su estancia en la capital, muchas veces durante las comidas comunes (por supuesto siempre en restaurantes económicos). En los años siguientes, varias veces fue nuestro huésped en Alemania, y varias veces nuestro anfitrión cariñoso en su maravilloso piso al lado del Convento de Belvís. En pocas palabras, como persona de gran altura cultural, como investigador infatigable (con ficheros enormes de fichas del tamaño de sellos de correo), durante mis primeros años de mis actividades en España, para mí Luis Monteagudo era el perfecto representante de Galicia, y en un cierto sentido sigue siéndolo hasta hoy.




En el año 1979 un proyecto oficial me puso en relación con Galicia: fue la iniciativa para la nueva edición del segundo volumen del Corpus Inscriptionum Latinarum, y en el marco de ésta se me había asignado al equipo que tenía que redactar la edición de la epigrafía latina de Galicia. Siguieron unas semanas inolvidables de trabajo en el país, siempre junto con mi mujer, guiados y hospedados por Antonio Rodríguez Colmenero y su esposa María Covadonga Carreño. Pero más tarde surgieron problemas y conflictos, en gran parte fuera de mi responsabilidad y de ninguna manera causados por mi buen amigo Colmenero, que me obligaron a retirarme del proyecto.




Sin embargo, a partir de aquel momento ya no me era posible retirarme de mi vinculación con Galicia. En el curso de los años siguientes se profundizó por los contactos intensos con Gerardo Pereira Menaut y Pilar Rodríguez Álvarez y por haber encontrado aquí a un excelente alumno, Juan Carlos Búa Carballo, quien pasó varios años conmigo en la Universidad de Colonia, y quien cumplió de manera brillante una tarea, que desde hace mucho tiempo me parecía tanto urgente como dificilísima de realizar: la reedición y el comentario lingüístico de los teónimos prerromanos del Noreste de la Península. Espero que pronto podamos publicar su tesis como volumen de suplemento de los Monumenta Linguarum Hispanicarum.




Y en fin, mi querido colega Juan José Moralejo, la piedra clave en la bóveda de afecto y benevolencia bajo la cual me siento bien acogido y abrigado. Tendría muchos deseos y motivos para terminar mi discurso con una laudatio del profesor Moralejo. Pero esa no es mi tarea, al menos no en este momento, y por lo tanto he de poner ya término a mis palabras, pero no sin reiterar muy de corazón mi más profundo agradecimiento a la Universidad de Santiago y a su Claustro de Doctores



Más informacióen en: http.//www.xornal.usc.es/opinion_amp.asp?p=9046


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