Autor: Bernardo Román Macías Písano
viernes, 17 de agosto de 2007
Sección: Antropología
Información publicada por: Gausón
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Tempestiarios en el Noroeste Peninsular

Se que el tema ya ha sido tratado aquí anteriormente, éste artículo solo pretende ser un breve análisis de las fuentes que mencionan a especialistas tradicionales encargados de controlar las precipitaciones admosféricas en el Noroeste Peninsular, y su objetivo principal es servir de introducción a un estudio que planeo publicar en próximas fechas, donde analizo mis propias experiencias con personajes de este tipo.

Algunos datos sobre los tempestiarios


El hecho de haber pasado gran parte de mi vida en el Estado de Oaxaca, ubicado en el sur de la República Mexicana, y el tener un abuelo materno de origen asturiano, fueron los dos factores decisivos que me hicieron inclinarme por el estudio antropológico de las antiguas divinidades tonantes y los especialistas humanos implicados en su culto. ¿Pero como pueden haberme inclinado dichos factores  al interés por esos temas? En primer lugar debido a mi curiosidad natural y mi no menos natural inclinación por los temas espirituales y religiosos, y en segundo lugar, debido a que por extraña coincidencia, tanto los antiguos habitantes de Oaxaca, especialmente los indígenas del pueblo zapoteco, como los antiguos habitantes de Asturias y la cornisa cantábrica en general, conferían el lugar principal de sus respectivos panteones a la divinidad tonante, y en ambos casos contaban dentro de su sociedad con la presencia de individuos a los cuales se les atribuía la facultad de controlar el tiempo atmosférico, especialmente en lo tocante a las precipitaciones, las lluvias y las tormentas, por medio de oraciones y una serie de rituales transmitidos de generación en generación, gracias a que dichos individuos contaban con un don que podía ser hereditario, de nacimiento o adquirido comúnmente en el transcurso de la infancia por un elemento externo, como el haber sobrevivido al golpe de un relámpago.


Concretamente en el caso Peninsular, el que analizaremos en éste estudio, encontré la primera mención a esta clase de personajes en el libro “Mitología Asturiana”, de Álvarez Peña, donde el autor se refería a ellos utilizando el término tempestiarios, tomado de las crónicas medievales asturianas y derivado del latín “tempestiarii”, nombre que recibían entre los romanos los especialistas dedicados a tales menesteres. La siguiente mención a los mismos, sus funciones dentro de la sociedad y las facultades sobrenaturales que ésta les atribuía, la encontré en el libro “El Mito de la Creación y otros Mitos Asturianos”, de Milio Carrín. Resumiendo el contenido de ambas obras referente a los tempestiarios, parece evidente que para la sociedad asturiana de finales del siglo XIX y principios del XX, estos especialistas no eran ya sino un vago recuerdo, que permanecía en la mentalidad popular poderosamente denigrado por la predicación cristiana, y confundido con el recuerdo de entidades puramente mitológicas, como el Nuberu. A continuación, resumo en la mejor forma posible la información aportada por las dos fuentes.


Como sucede con algunas otras figuras de la mitología asturiana, muchas leyendas del Ñuberu más que evocar el recuerdo de una divinidad parecen hacer alusión a la pervivencia de sacerdotes de ésta aun en tiempos cristianos en los que serían tenidos por brujos y por ello probablemente alimentarían ellos mismos un odio atroz contra todo aquello que tuviese que ver con los curas y el cristianismo. Se hablaba en los relatos, de “Nubeiros” o “Grumantes”, simplemente como brujos que leían unos libros de magia y producían la tormenta a la cual ascendían para dirigirla, entraban en las casas por la noche a robar pan y, cosa curiosa, andaban en busca de los “cuélebres” para extraer su sangre y utilizarla en sus rituales, lo cual podría recordar la más o menos conocida relación de los druidas con las serpientes, que según Plinio (“Historia Naturalis”, XXVX, cap. III) encontraban en ellas una especie de huevo mágico formado por la baba de muchas serpientes, que utilizaban como amuleto. Cristobo Milio Carrín analiza y desglosa los diferentes significados e interpretaciones que actualmente comprende el término “Nubero” en los mitos asturianos:


Es evidente, en estos ejemplos, cuánto ha llegado a corromperse el personaje del nuberu; el mismo nombre puede designar a un tipo de magos o a un “demonio”; el cuento de Vilanova también parece contradecir el perfil del nuberu que se había establecido en este capítulo, pues en él no hay un “nubreiro”, sino varios, que pueden coincidir. Éstos se ajustan mejor al perfil de aquellos “diablos que amasan el granizo”, los espíritus del mal tiempo que, el 1 de febrero, eran conjurados en algunos pueblos leoneses tocando el “tente nube” con las campanas (véase el capítulo I).


No obstante, las contradicciones son sólo aparentes. A pesar de que haya distintos motivos populares que comparten el mismo nombre, es fácil deslindar al Nuberu solitario, no-humano y no-satánico en diversos cuentos, como los que se reproducen en los “Anexos” de este capítulo. Los otros motivos legendarios que se ocultan bajo este mismo nombre, los magos y magas de las tormentas, o los espíritus del mal tiempo que pueden llegar a coincidir en un mismo lugar, no corresponden al tema de este capítulo.


En resumen, concluye que en los mitos asturianos el término Nubero se aplica a tres conceptos o personajes diferentes; un dios, tal vez derivado del antiguo Taranos; una clase de hechiceros con poder sobre las tormentas; y unos genios maléficos menores con poderes sobre éstas.


Para este estudio, únicamente nos interesan aquellos personajes a los que Milio Carrín se refiere como magos y magas de las tormentas, y cuya presencia se encuentra efectivamente documentada en el Norte Peninsular desde antiguo.


Ya el romano Silio Itálico documentaba la existencia de adivinos capaces de leer el futuro en los “divinos rayos”, entre los pueblos prerromanos del Norte de la Península Ibérica:


"... la opulenta Gallaecia envió a la juventud experta en adivinar el futuro en las entrañas, en los vuelos de las aves y en los divinos rayos. A veces gritando bárbaros cánticos en su propia lengua”. (III, 344- 345)


Así mismo, en la Edad Media estuvo documentada en Asturias la existencia de magos tempestiarios, es decir, con poder para controlar las tormentas, habilidad que el autor  romano Pomponio Mela también confiere a las sacerdotisas o hechiceras “gallisenae”, que habitaban en una isla en el río Sena, en el litoral de la tribu de los osismios, que trataban de calmar con sus cantares a los vientos y tormentas. Pomponio Mela (III-VI-48). 


Dos pequeños trozos de pizarra fueron encontrados en Asturias, en Carrio (Villayón) en 1926, en los cuales está escrito un conjuro contra la tormenta que mezcla elementos mágicos y religiosos y se supone fue realizado hacía el siglo VIII de nuestra era:


Acuro vos omnes patriarcas Micael, Grabriel, Ceciteil, Oriel, Rafael, Ananiel, Marmoniel, qui ilas nubus coptis tinetis in manu vuestras estote livera de vila nomine Ciuscau, ubi avitat famulus eius Auriolus cum meum cineterius cum fratribus vel vicinibus sui vel de omnis posesiones eiusdem ediciantur de vila e de ilas avitaciones eius; per montes vada et revertam ubi neque galus canta neque galina cacena, ubi neque aratore neque seminator semina ubui neque nula nominare sun.

cuya traducción es la siguiente:

Conjuro a vosotros, todos los patriarcas Miguel, Gabriel, Ceciteil, Oriel, Rafael, Ananiel, Marmoniel, que tenéis las nubes cogidas con vuestras manos: estén exentas de la villa con nombre de Ciuscau, donde habita su fámulo Auriolo con mi cementerio, con los frades y vecinos suyos, y de todas las posesiones del mismo; sean expulsados de la villa y de sus habitaciones; por montes vayan y vuelvan, donde ni el gallo canta ni la gallina cacarea, donde ni el arador ni el sembrado obtuvo semilla ni nada es de nombrar.


El primer testimonio escrito en Asturias en el que se hace referencia a un tempestiario data de principios del sigo XIII o finales del XII, es el manuscrito “Narratio de Reliquias a IIyerassolyma Ovetum usque translatis” donde se habla del traslado de la Santas Reliquias de Jerusalén a Oviedo y de una mujer llamada Aria que fue bautizada en el templo del Salvador por un tal Obispo Gunscellus. La tal Aria hablaba después de su vida de pagana, como tempestiaria y de cómo siete años atrás ella misma había provocado en pleno Agosto tal granizada sobre Oviedo que inundó a sus habitantes hasta la rodilla, mientras volaba por los aires gobernando la tormenta.


Del mismo modo, la existencia de tempestiarios semejantes a Aria, se encuentra documentada en otras partes de la Europa medieval. El Obispo de Lyon, San Agobardo, en el 816, condenaba a la pena capital a estos magos. En la “Capitularia Regnum Francorum” se les condenaba a doscientos azotes, a marcarles la frente con hierro al rojo y a ser encerrados a perpetuidad.


Creo que a luz de las fuentes citadas y analizadas brevemente, la existencia de individuos a los que se atribuía (y se auto atribuían) la facultad de controlar las precipitaciones atmosféricas queda lo suficientemente abalada o documentada entre las personas que habitaron la Europa atlántica en tiempos medievales; y aunque a primera vista pudiese parecer que para el siglo XIX esos especialistas ya no se encontraban activos y su recuerdo se encontraba bastante mezclado en la mentalidad popular con el de entidades mitológicas a las que también se atribuía el poder de controlar las precipitaciones, una revisión mas detallada de las fuentes nos permite constatar que aun en dicho siglo existían en la región personas de carne y hueso a las cuales se les atribuían dichas facultades.


El primer dato al respecto nos lo proporciona la “Gran Enciclopedia Asturiana”, a decir de la cual, en algunos pueblos del consejo de Degaña existía hasta épocas recientes una especie de “seguro” contra el Nubero, formado por el desconxuro de un rezador o intermediario. En la mayoría de los pueblos había uno o dos rezadores, que tenía la virtud de saber echar la oración y conocer así muchas cosas ocultas a los demás. Por ejemplo, si un vecino perdía una res, extraviada en el monte, va al rezador  y éste, tras la oración, dice: “Estate tranquilo, que tu oveja aparece mañana en tal sitio.” Al día siguiente, en efecto, así resultaba (salvo cuando se equivocaban que eran muchas veces). Aparentemente pues, este tipo de rezadores mantuvo en el consejo de Degaña ciertos atributos de los tempestiarios hasta fechas sorprendentemente recientes (primera mitad del siglo XX).


Degaña, sin embargo, parece no ser el único lugar donde se conservó la actividad tempestiaria, pues por las mismas fechas Ramón Baragaño recogió entre los habitantes de Belmonte el siguiente conjuro, que supuestamente aun era pronunciado por algunos ancianos para alejar al Nuberu, y con él, a la tormenta:


-Ve con ello a las sierras


y a los valles,


dexa a los pobres vaqueiros


en estos carrascales.


Por último, cabe mencionar que, de acuerdo a la misma Enciclopedia Asturiana, en la Asturias del siglo XIX aun se utilizaban conjuros para traer la lluvia, como el siguiente canto, que con el tiempo habría de degradarse en una canción infantil y perder todo carácter de sacralidad:


“Que llueva, que llueva,


la Virgen de la Cueva.


Los pajaritos cantan,


las nubes se levantan.


Que sí, que no:


que caiga un chaparrón…”


Asimismo existían fórmulas para alejar la tormenta, como la siguiente, que al parecer conservó su vigencia durante más tiempo:


“Santa Bárbara bendita


que en el cielo estás escrita


con papel y agua bendita


En el ara de la Cruz.


Pater Noster, Amen, Jesús.”


La tía abuela del que suscribe, nacida en 1914 en el consejo de Rivadedeva, al Oriente de Asturias, aun recurre a una variante de dicho conjuro para protegerse de los relámpagos:


“Santa Bárbara doncella


que en la tierra fuiste bella


y en el cielo eres estrella


líbrame de una centella.”


Y si bien estos conjuros no pueden ser considerados como un indicador de la pervivencia de tempestiarios dentro de la sociedad asturiana, si nos permiten suponer que, de algún modo, los aldeanos de la región conservaron la creencia de que podían influir directamente en el curso de las precipitaciones, mediante oraciones de este tipo.


En cuanto a Galicia, los testimonios antiguos o contemporáneos que documenten la existencia de estos personajes son notablemente escasos, pero por fortuna contamos, al menos, con uno bastante interesante, se trata de un testimonio recogido de primera mano en Vilarente, en el concejo de Abadín, (Lugo), donde la facultad de invocar y conjurar a los espíritus de la tormenta se atribuye nada menos que a un sacerdote cristiano:


Pasou en Vilarente, no concello de Abadín (Lugo). Había un cura que esconxuraba e dicían que cando había tronada que se vían os nubeiros.
Un día que se armou unha treboada meu avó estaba na rectoral. O cura púxose a ler nun libro e, mentres lía, suaba; veña ler e veña suar.
Ata que dunha vez o cura chamou a meu avó e díxolle:
-¿Tu queres ver o que pasa aí fóra, os nubeiros eses que van aí?
-Eu quero.
-¡Pois tócame no ombro esquerdo¡ -Non sei se era coa man dereita, non recordo-. ¡ Tócame aquí e verás!
E nada máis tocarlle, dixo meu avó, viu non sei cantos homes con lanzas e cousas ameazando ó crego. E un daqueles homes veu cara ó cura cun coitelo na man, de fronte. E, entón, o cura preguntoulle:
-¿Que queres?
-¡Quero unha espiga de trigo! -respondeulle o nubeiro-.
-¡Non! ¡Non, unha espiga de trigo non cha dou, que me levas a colleita toda!-díxolle o cura.
E o cura, sen máis conversa, arreboloulle a sola dun zapato. O nubeiro marchou e descargou nunha carreira que hai moi fonda a
carón da igrexa parroquial. Descargou alí toda a malicia.
E cando se foi derretendo aquela area que deixara o nubeiro víanse unhas pedriñas coma bólas moi lisiñas, moi bonitas.


Arquivo Chaira: Información de LIDIA IGLESIAS, O Carballo, Abeledo, Abadín (Lugo). 15 de novembro de 1992.


El hecho de que sea un cura el personaje al cual se atribuyen estas facultades no debe sorprendernos, ya que en numerosos relatos conservados en la tradición oral, es el cura del pueblo el encargado de conjurar el Nuberu, señor de la tormenta, para que ésta no haga daño a la población, bastante atávicos, tales como el arrojar un zapato contra las nubes, el hacer delante de ellas el signo de la cruz con una pala de hierro, el apuntar hacia ellas el filo de un arma blanca, o simplemente el hacer tañer las campanas. En el mismo campo, Sir James Frazer cita casos en Francia, donde el campesinado de su época (siglo XIX) consideraba que algunos sacerdotes poseían un "poder" sobre los elementos atmosféricos a través de la recitación de oraciones que solamente ellos conocían y tenían el derecho a pronunciar (aunque, por pronunciarlas, debían de pedir después la absolución). Aparentemente, estaríamos ante casos en los que fueron los propios evangelizadores cristianos los que asumieron las funciones de los antiguos especialistas vernáculos de las regiones en cuestión, pues probablemente el hecho de haberlos desplazado los hacía responsables ante la comunidad de asumir cuando menos algunas de las funciones de aseguramiento desempeñadas por los mismos, para beneficio de la misma.


Por otra parte,  encontramos documentada en la Galicia actual la existencia de otros personajes que si bien no guardan ninguna relación directa con los tempestiarios si constituyen un importante testimonio de la pervivencia, dentro de la mentalidad rural, de especialistas a los cuales se les atribuyen poderes sobrenaturales, y cuya actividad se encuentra relativamente vigente en nuestros días. Se trata de los “menciñeiros”, curanderos tradicionales a los que se atribuyen facultades tales como la capacidad de curar dolencias a distancia o mediante la imposición de manos, la clarividencia, y una serie de conocimientos mágicos de origen ancestral; me abstengo de ahondar más en el tema, debido a que no quiero apartarme más del objetivo central de este estudio y además ya se ha publicado un artículo aceptable sobre ellos en la siguiente dirección:


http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=807&cadena=ladio


Llegados a este punto me parece necesario aclarar que, para los fines de este trabajo, es del todo irrelevante el hecho de si realmente existieron alguna vez, dentro de las regiones citadas, personas con poder sobre las precipitaciones atmosféricas, así como el alcance y las limitaciones de dichos poderes; pues más allá de que dichos poderes existiesen realmente o no, lo que verdaderamente importa es el que se haya documentado la existencia de personas que en efecto afirmaban tener dichos poderes, o personas a las cuales la comunidad efectivamente atribuía dichas facultades. Si dichos poderes existen para el individuo y su comunidad, dicha existencia de facto es suficiente para emprender un estudio antropológico al respecto, centrado en analizar los posibles motivos por los cuales dichos poderes solían atribuirse a tal o cual persona.


 De este modo, asumiendo que dicha atribución aun podía encontrarse presente de algún modo en la mentalidad popular de los gallegos y asturianos de las zonas rurales, y queriendo analizar a fondo el asunto, comencé hace ya cuatro años una investigación de campo por mi cuenta, que habría de llevarme a obtener resultados completamente inesperados y hasta cierto punto, asombrosos. Desafortunadamente, y probablemente debido a que carezco de los conocimientos y las herramientas necesarias para llevar a cabo dicho estudio, los hallazgos superaron con mucho mis expectativas más osadas, y sobrepasaron mis facultades, enfrentándome a situaciones para las que de ningún modo me encontraba preparado, y sobre las cuales no advierte ninguno de los libros antes citados. En mi próxima publicación me dedicaré a relatar lo que ocurrió.


Bibliografía:


- “Los Celtíberos”, Universidad Complutense de Madrid – Universidad de Alicante, Alberto J. Lorrio.


- “Mitología Asturiana”. Picu Urriellu. Alberto Álvarez Peña.


www.celtas.org


- “El Mito de la Creación y otros mitos asturianos”. Cristobo Milio Carrín. Oviedo, 2004.


- http://www.galiciaencantada.com/dentro.asp?c=0&id=50

 


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