Autor: Arquíloco
viernes, 20 de julio de 2007
Sección: Historia Antigua
Información publicada por: Arquiloco
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Un breve apunte sobre la moralidad matrimonial romana a finales de la República.

Breve apunte sobre la moralidad matrimonial romana.



Olvidémonos del idealismo. El idealismo es una noción
post-cristiana, una especie de espiritualidad laica, despojada del viejo dios
Jehová. El romano era un tipo práctico. En esencia, el matrimonio seguía siendo
en el siglo I a.C. lo mismo que había sido antes: un enlace político, de
conveniencia,  estrictamente sujeto a los
intereses masculinos, es decir, del ciudadano que participa en la política de
su ciudad. Si los “hombres fuertes” del siglo I a.C. empezaron a coleccionar
esposas, si el matrimonio adquirió una total inestabilidad, es porque la
política se había vuelto inestable, y los ambiciosos, al cambiar rápidamente sus
pactos y alianzas, cambiaban rápidamente de esposa. Podríamos afirmar, pues,
que la creciente inestabilidad matrimonial romana (de las clases altas) corre
paralela a la creciente inestabilidad política a lo largo de los siglos II y I
a.C., disparándose en éste último. La posibilidad de divorciarse o repudiar a
la esposa fácilmente se había convertido en una necesidad política. Son siempre
los hombres, claro esá, los que se divorcian y se casan sucesivamente: no las
mujeres, que debe aceptar sumisamente estos cambios de marido. No se trató de
una “disolución de las costumbres”, entendida como una quiebra de la moralidad.
Simplemente, que la vieja estabilidad política se había esfumado a finales del
siglo II a.C., y con ella los matrimonios duraderos.




Ahora bien, la mujer había ido aprendiendo a apañarse, a buscar
su propia felicidad en este mundo ciegamente machista (o si se prefiere, androcentrista)
a lo largo de una rebelión casi instintiva, carente de cualquier cosa que se
pareciese a un moderno ideario feminista. En ciertos aspectos, fue un perfecto
ejemplo de “adaptación al medio”. Todo comienza con la terrible pérdida de
hombres durante las guerras contra Aníbal. Se calcula que desapareció entonces
un 6% de la población, más que en la Primera Guerra Mundial: la mayor parte,
pérdidas masculinas. La ciudad se llenó de viudas y huérfanos. Hubo una
generación de jóvenes romanos que creció entre mujeres. Al mismo tiempo,
comienza la afluencia de riquezas y el influjo de las filosofías y los cultos
helenísticos. En este contexto se sitúa la reacción catoniana. Catón, entre
otras cosas, fue un gran misógino. Se opuso firmemente a la derogación de la Lex Oppia.
Ocho años más tarde tiene
lugar el caso de las bacanales. Dos senadoconsultos sucesivos desataron
lo que
podríamos llamar la primera “caza de brujas” conocida de la Historia:
en un
discurso que Tito Livio pone en boca del cónsul Espurio Postumio
Albino,
instructor del caso, éste dice, refiriéndose a los “conjurados” (Tito
Livio narra la conjura en XXXIX, 8-19):  “En primer lugar, la
mayoría son mujeres, y éste es el origen del mal.” ¿Hubo
detrás de esta represión un ajuste de cuentas del Senado, a medio plazo, contra
las matronas más activas y recalcitrantes en las manifestaciones contra la Lex Oppia?¿Fue una advertencia dirigida
a la señoras “demasiado liberadas”? Las mujeres halladas culpables fueron
entregadas a sus esposos, padres y tutores para que éstos las castigasen: de
las emancipadas se ocupó el Estado. Ya en el siglo II a.C. nos encontramos con
el famoso caso de Cornelia, la hija menor de Escipión Africano, convertida en joven
viuda multimillonaria a la muerte de su marido, Tiberio Sempronio Graco. Cornelia
todavía parece inscrita en la moralidad tradicional, sometida al mos maiorum, cuando rechaza la oferta
matrimonial de Ptolomeo Fiscón (que, por otra parte, demostró luego ser una
buena pieza) y declara, según cuentan, que sus hijos son las únicas alhajas con
las que ella se adorna. Pero ojo: sus hijos son nada menos que Tiberio y Cayo
Sempronio Graco. Sabemos que Cornelia se ocupó personalmente de su educación, que
entregó a dos sabios bastante incendiarios: Diófanes de Mitilene y Blosio de
Cumas, quien más tarde quiso fundar una Heliópolis
donde todos los hombres serían iguales. Las ideas de estos filósofos resultaban
extremistas para el tono más moderado (Polibio y Panecio el Rodio) del círculo del
yerno, sobrino por adopción y pariente por línea materna de Cornelia, Escipión
Emiliano, adonde se supone que debería de haberse remitido una tutela masculina
sobre la todavía joven viuda Cornelia, y muestra la absoluta independencia con
que Cornelia se ocupó de la educación de sus hijos. Esto ya no entra dentro del
mos maiorum.




Con todo, la hija del Africano fue idealizada como perfecta
matrona romana, y según parece fue la primera mujer “de carne y hueso” a cuya
memoria se erigió en Roma una estatua. Parece mediar un abismo entre Cornelia y
las esposas romanas de la alta aristocracia en las siguientes generaciones. Aunque
cabe preguntarse qué clase de fidelidad podía esperar el esposo de una esposa
con la que se desposaba por una fugaz conveniencia política. Lo único que
entraba dentro de lo razonable, era que el marido le pidiese a su esposa de
circunstancias que “guardara las apariencias” el tiempo que durase su unión, si
es que ella optaba por no ser más que una pobre infeliz traída y llevada por
hombres ambiciosos, y deseaba buscar, por su lado, un poco de felicidad, o al
menos de satisfacción.




Con el final de las guerras civiles y los esfuerzos de Agusto
por restablecer la moralidad pública, comienza la procura de una nueva
concordia matrimonial, basada en una moral “humanizada”, antecesora inmediata de
la moral cristiana. Es lícito preguntarse hasta qué punto esta nueva “quietud”
en las relaciones marido y mujer se corresponde, como modelo y realidad para la
clase alta y educada romana, con la inevitable “quietud” política bajo la
autoridad imperial... Quietud que, claro está, no podía darse en el palacio del
Princeps.

 




Bibliografía recomendada:

Historia de la vida
privada
:
Imperio romano y antigüedad tardía, Ed. Taurus, 1991.

Eros romano: sexo y moral
en la Roma antigua
, Jean Nöel-Robert, Colección La mirada de la Historia, Ed.
Complutense.

Sexo en Roma, John R. Clarke, Ed.
Océano.

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Comentarios

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  1. #1 Sotero21 21 de jul. 2007

    El matrimonio por conveniencia política ha sido una constante en Europa Occidental, hasta ayer mismo. Todavía a principios del siglo XX los miembros de las clases dirigentes casaban a sus vástagos según intereses económico – políticos y aun entre las clases medias y bajas el “arreglar” un enlace no era práctica para nada desconocida en la España de mediado el siglo XX.


     


    El matrimonio es un contrato público, el amor es otra cosa. A nadie se le ocurriría en aquella época confundirlos, muy pocos se casarían por amor, en ninguna parte y en ninguna clase.


     


    Es amor es voluptuoso, sensual, inspirado por los dioses; no se trata de una verdadera comunión espiritual entre seres iguales pues un romano varón no consideraría muy en serio tener a las mujeres como sus iguales.


     


    Un matrimonio por interés hace que los lazos afectivos sean inexistentes y la pasión nula, por lo que la mera apariencia de mantenerse dentro de las líneas de la moralidad pública podía ser suficientes para que un marido fuera más o menos indiferente a la vida secreta de su esposa.


     


    Tanto es así que Ovidio tenía que retar al marido para que le prohibiera tener amoríos con su mujer pues si  no tendría que dejarla, ya que “Lo permitido resulta aburrido; lo no permitido abrasa con más fuerza” (Amores, II, 19)


     


    Augusto quiso poner remedio con ejemplares leyes moralizantes y una de sus víctimas fue el salaz y risueño Ovidio, que murió triste en el exilio entre bárbaros del Ponto. Sus obras iban en contra de la línea oficial.


     


    “Tu marido tiene que acudir con nosotros al mismo banquete: ¡Ojalá que su comida sea para el la última!. Tal es mi ruego” (Amores I,4)


     

     



  2. #2 alfaiome 21 de jul. 2007

    ¡Qué poco prácticos sois! Eso es como el que dice que apalear esclavos le daba igual al amo, o al revés, que los avances científicos no interesaban porque total el trabajo lo hacían los esclavos. Si nos ponemos en situación vemos que el mundo así es imposible; la humanidad no es tan simple, y las conveniencias tampoco. ¿Qué sitio tiene en estos esquemas una mujer como Livia que, embarazada ¿de quién? se separa del marido y se casa con Augusto para vivir un largo e influyente matrimonio con por lo menos alguna que otra intriga que las malas lenguas exageraron muchísimo?

  3. #3 Ego 21 de jul. 2007

    ¿El idealismo una invención post-cristiana?.


    Perdona, pero creo que Platón fue a C.


    Salud.

  4. #4 Sotero21 21 de jul. 2007

    Catón trataba a su familia poco menos igual que a sus esclavos, solo que no la pegaba como recomendaba hacerlo con ellos. Su mujer no era más que una “echadora de hijos” y si llegó a conocer el amor  fue cuando ya viejo se encaprichó con la hija de un cliente pobre aunque, eso sí, de buena familia. Catón era el epígono del tipo de romano que con la dura labor del campo, la política, la guerra y la rapiña echó a andar Roma.


    El ideal de Catón era la familia, en la que nada quedaba fuera de su control. Prefería “ser antes buen marido que ilustre senador” La parte a la que dedicó más atención en su vida fue a la educación de su hijo, con un rigor que ha pasado a ser canónico.


    Esa familia, esas costumbres ancestrales son las que desaparecían antes otras nuevas, importadas del paganismo  oriental o degeneraciones de la vieja religiosidad nacional. El éxito de Roma embriagó a los herederos de Rómulo y los llevó por la vía de la corrupción generalizada para satisfacer deseos imposibles. Catón quiso, pero no pudo. Mejor, porque parecía ser un borde y un reaccionario.

  5. #5 Arquiloco 22 de jul. 2007

    Estimados contertulios,

    Solamente pretendía exponer alguna observación al
    paso de mis actuales lecturas acerca de la moralidad y la sexualidad en Roma,
    con la esperanza de recibir las impresiones de mis compañeros celtíberos.

    Quizás comenzara el apunte de un modo un tanto
    provocativo, y la afirmación acerca del idealismo acaso sobre, o debiera
    matizarse: cierto que la filosofía platónica se cataloga como “idealista”. No
    deja, con todo, de tratarse de una catalogación retrospectiva y, refiriéndome a
    Platón, yo prefiero hablar de platonismo.

    Uno de nosotros parece haberse molestado con mis
    palabras. Lo lamento. Tratando de comprender, se cometen generalizaciones. Pero
    la realidad es siempre inaprensible en su totalidad. ¿Renunciamos, pues, a describirla?
    Tendremos quizás que soportar las “idealizaciones” o teorizaciones, sin olvidar
    nunca que lo son: por eso el “estado actual de nuestros conocimientos” es
    siempre provisional. Esto, en mi opinión, es lo más práctico.

    <>Si, por ejemplo, decimos que nuestra actual
    sociedad es materialista, consumista, que deifica el interés egoísta como motor
    social, que parece que hayamos perdido el control de este monstruo al que
    todavía llamamos “civilización”, no quiere decir que existan personas, muchas,
    que practiquen el comportamiento altruísta, que en sus relaciones incluyan algo
    más que el puro interés egoísta adamsmithsoniano (perdón), y no sean
    conscientes del sombrío futuro que se cierne sobre un mundo superpoblado y
    dirigido por los principios de un capitalismo sacralizado y abandonado a su
    propia lógica. Del mismo modo, cuando observo que el matrimonio entre los
    ambiciosos romanos de “clase alta” del siglo I a.C. se había vuelto tan
    inestable como la propia política que practicaban dichos individuos, constato
    un hecho sin que por ello piense que Antistia, Julia, Servilia, Sila, Pompeyo o
    Julio César actuasen como autómatas en un ejercicio mecánico de casamientos y
    separaciones interesadas, sin otra dimensión psicológica y social. Que la moral
    romana no se ocupase de la esfera emocional más que para prevenirse de los
    excesos sentimentales o pasionales, que no la entendiera más que como la
    manifestación de un individualismo siempre peligroso para la conveniente
    disciplina ciudadana, no quiere decir que los romanos y las romanas fuesen psicópatas
    dotados de una sexualidad reprimida y explosiva. Por otra parte, el temor a
    caer en la esclavitud fue una especie de paranoia en toda la Antigüedad, se la
    veía como una “posibilidad fatal” de la que ningún individuo jamás estaba del
    todo a salvo, por muy protegido que estuviese detrás de una ciudadanía y de una
    posición encumbradas. Esto, sin duda, se debía traducir en unos sentimientos
    más que ambiguos hacia los propios esclavos que el romano y la romana tenían en
    su propia casa. La actitud despiadada de Catón hay que entenderla precisamente
    como una reacción hacia esos sentimientos ambiguos: no convenía dejarse llevar
    por ellos. Un amo demasiado benevolente con sus esclavos es, al fin y al cabo,
    un mal ejemplo, y acabará obligado a hacer un duro escarmiento que pudiera
    haber evitado, de haberse mostrado más severo desde el principio. Así pensaba
    Catón. En cuanto al atraso tecnológico de la Antigüedad por causa de la
    esclavitud, se trata de una vieja polémica en la que no entraré aquí, pero habría que
    comenzar explicando por qué la esclavitud adquirió el carácter y las proporciones
    que llegó a tener.



    Los “cambios en la moral” son, en gran medida,
    los cambios en la percepción de las relaciones humanas: las fuentes nos
    informan de cómo veían y juzgaban, las gentes educadas, una de serie de
    cuestiones a lo largo del tiempo. En mi opinión, los romanos (o su élite) parecen
    haber sido un pueblo particularmente preocupado por la “moralidad”, es quizás
    uno de sus rasgos característicos, y sus actitudes al respecto fueron, a lo
    largo del tiempo y en general, bastante inmovilistas. No hay solución de
    continuidad desde la moral de Catón al cristianismo, y me pregunto hasta qué
    punto nuestra civilización occidental es heredera de esta particularidad
    romana, a través de la reelaboración cristiana. Ahora bien, ¿cómo fue la vida
    real de los romanos? Quizás estemos condenados a hablar de un número muy
    limitado de ellos, de unos pocos ¿privilegiados? entre los cuales los autores
    antiguos escogieron una serie de casos a modo de exempla. Algo así como si, en
    el futuro, los estudiosos tuviesen en sus manos una crónica más o menos extensa
    de los famosos y las estrellas de Hollywood (escrita por algún individuo
    bastante crítico), alguna que otra biografía de grandes políticos, y... poco
    más. ¿Servirían estos ejemplos para describir la vida cotidiana de una familia
    de clase media occidental de principios del siglo XXI?

    Terminaré citando los archifamosos versos de
    aquel pequeño-gran poeta, mi queridísimo Catulo:

    <>Vivamus, mea Lesbia, atque amemus

    rumoresque senum severiorum

    omnes unius aestimemus assis!

    Un cordial saludo,

    Arquíloco. 

  6. #6 Sotero21 23 de jul. 2007

    No me parece a mí que el ideal de los romanos fuera más allá que el de mantener su casa en orden y hacer crecer su hacienda a fin de que la herencia quede incrementada a su muerte, si quiere ser considerado un hombre honorable. Eso implicaba subsumirse en un ideal superior de carácter patriótico, pues la verdadera patria sería el interés para unos pocos padres, por lo que los ciudadanos eran naturalmente patricios. Y como tales costumbres, tales leyes y tales personas hicieron de Roma lo que era, el mantener esa vieja moralidad cuartelaria fue objeto de todos los que, lamentándose del triste estado de las cosas, dieron por reformarlas estrellándose de bruces contra la realidad.


    No podemos dejar de lado la dimensión afectiva que movía a los romanos en sus relaciones maritales, de hecho para que un matrimonio pudiera tener efectos jurídicos era indespensable que existiera “·affectio maritalis”, esto es, la voluntad de vivir como cónyuges, de manera monogámica. Aun así, las mujeres eran tenidas  poco más o menos como una necesidad natural, pero tratadas casi como esclavas, sin derechos de ningún tipo, sometidas a la potestad de su señor. Ahora bien, las mujeres patricias tenían sus dotes, que eran la compra de su libertad respecto del marido y una confesión pública de que el hombre no podía sostener la carga de su casa. Las dotes estaban bien protegidas por la ley con muchos privilegios. Quizás por ello el matrimonio era algo que repugnaba a los elegantes. El número de célibes aumentó, como aumentaron los divorcios. Se llegó al punto de que así como en el antiguo derecho el marido compraba a su mujer se llego a proponer hacer del matrimonio como si fuera un contrato de alquiler. Eso comenzó a ser una cosa corriente en los agónicos años del fin de la República, o bien no había hombres, o bien estos eran unos borrachines, unos ineptos y oscuros funcionarios siempre dispuestos a la inmoralidad y a la trapacería por tener lujos imposibles.


    Metelo el Macedónico, alabado por sus virtudes domésticas y el gran número de hijos, tenía que decir: “¡Esta es una carga pública muy pesada, pero una carga que debe sufrir todo buen patriota!”


    La antigua y severa moralidad romana, las leyes y las costumbres, dotadas de  un perdido sentido religioso, se echaban como una losa sobre el cuerpo social de una Roma que era ya potencia del mundo mediterráneo y estaba abierta a todo, pero que no podía digerir con normalidad las peores prácticas religiosas de los pueblos de Oriente y se vestía de manera grotesca con las más amaneradas formas de un helenismo hortera.


     


     

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