Autor: ventero
viernes, 01 de junio de 2007
Sección: Artículos generales
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Los ancestros del hombre comenzaron a caminar primero en los árboles

Los primates que antecedieron al hombre moderno comenzaron a caminar en los árboles antes de hacerlo en suelo firme, según afirma un estudio de paleontólogos ingleses divulgado este jueves por la revista 'Science'.


De "El Mundo", Madrid, y EFE, Washington.-

Los primates que antecedieron al hombre moderno comenzaron a caminar en los árboles antes de hacerlo en suelo firme, según afirma un estudio de paleontólogos ingleses divulgado el 31 de mayo de 2007 por la revista 'Science'.

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Las actuales teorías sobre la evolución de los homínidos señalaban que el bipedalismo, la característica que diferencia al hombre de sus parientes primates, comenzó cuando éstos descendieron de los árboles, no antes. Y una de las explicaciones más socorridas ha sido que los ancestros de chimpancés, gorilas y, por último, del hombre descendieron de los árboles para desplazarse en cuatro patas. Con el tiempo, comenzaron a caminar apoyándose en los nudillos y después únicamente sobre sus extremidades inferiores, como los seres humanos.

Sin embargo, según los paleontólogos de la Universidad de Liverpool, ese razonamiento comenzó a complicarse cuando estudios recientes hechos a partir de fósiles mostraron que algunos homínidos, incluido el de Lucy (australopithecus afarensis), vivieron en bosques.

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Al mismo tiempo, otras formas más primitivas como la del Hombre del Milenio (Orrorin) parece que vivieron en la copa de los árboles y se desplazaban sobre sus extremidades inferiores. "Los resultados de nuestro estudio han confundido el panorama", señaló Robin Crompton, uno de los autores de la investigación. "Si estamos en lo cierto, esto significa que no se puede confiar en que el bipedalismo nos diga si estamos ante el ancestro de un ser humano o el de otro primate", indicó. Según el científico, "es cada vez más difícil decir qué es humano y qué es simio y nuestro trabajo lo confirma".

Crompton, Susannah Thorpe y Roger Holder, de la Universidad de Birmingham, llegaron a la conclusión sobre el bipedalismo arbóreo de los primates al observar orangutanes en Sumatra (Indonesia). Según señalaron, los orangutanes pasan la mayor parte de su vida en los árboles, lo que los convierte en modelos útiles para establecer cómo se desplazaron nuestros ancestros hace millones de años.

Debido a que esos ancestros comían frutas, habrían tenido que apoyarse en las ramas débiles en la periferia de la copa de los árboles. El hecho de caminar sobre sus extremidades inferiores y utilizar sus brazos para mantener el equilibrio les habría ayudado a desplazarse, según el estudio. "Nuestros resultados sugieren que el bipedalismo se usó para recorrer las ramas más débiles, donde están las mejores frutas, y también para pasar de un árbol a otro", según Thorpe.

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Los científicos creen que al bipedalismo contribuyó un cambio climático registrado entre 5 y 24 millones de años atrás, cuando disminuyó la frondosidad de los árboles. En un ambiente más árido, comenzaron a encontrar dificultades para pasar de un árbol a otro debido a la disminución de la espesura. Los ancestros humanos respondieron a este problema abandonando las copas de los árboles para llegar al suelo de las selvas, donde mantuvieron su bipedalismo y comenzaron a alimentarse en árboles más pequeños. Por su parte, los ancestros de chimpancés y gorilas se especializaron más en el ascenso vertical de los árboles y desarrollaron su forma de caminar sobre los nudillos.

"Nuestra conclusión es que el bipedalismo arbóreo tuvo grandes beneficios adaptativos. Por ello no necesitamos explicar cómo nuestros ancestros pasaron de ser cuadrúpedos a bípedos", dijo Thorpe.

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  1. #1 Apomios 05 de jun. 2007

    HARUN YAHYA
    http://www.harunyahya.com/es/milagros_02a.php

    Extraido de milagros del Coran

    EL COLAPSO CIENTÍFICO DEL DARWINISMO

    Aunque se trata de una doctrina que se remonta en el pasado hasta la Grecia Antigua, la teoría de la evolución avanzó considerablemente sobre todo en el siglo XIX. El trabajo más importante, que hizo que la teoría se convirtiera en el tema principal del mundo científico, fue el libro de Charles Darwin titulado “El origen de las especies” publicado en 1859. En este libro Darwin niega que las diferentes especies vivas que habitan o habitaron la tierra fueran creadas separadamente por Dios. Según Darwin, todos los seres vivientes provienen de un ancestro común y se han diversificado a lo largo del tiempo a través de pequeños cambios.
    La teoría de Darwin no está basada en ningún descubrimiento científico concreto; como incluso él lo aceptó, no es más que una “presunción”. Más aún, como Darwin confiesa en el largo capítulo de su libro titulado “Dificultades de la teoría”, su hipótesis fallaba al momento de tratar de explicar muchas cuestiones críticas.
    Darwin ponía toda su esperanza en los nuevos descubrimientos científicos, que esperaba resolvieran esas “dificultades de la teoría”. Sin embargo, contrariando sus expectativas, los descubrimientos científicos posteriores expandieron las dimensiones de esas dificultades.
    La derrota del darwinismo por la ciencia se puede sintetizar en tres tópicos básicos:
    1) La teoría no puede explicar por ningún medio cómo se originó la vida sobre la tierra.
    2) No existen hallazgos científicos que muestren que los “mecanismos evolutivos” propuestos por la teoría tengan algún poder para provocar la evolución.
    3) Los restos fósiles prueban exactamente lo contrario de lo que sugiere la teoría de la evolución.


    LA PRIMERA ETAPA INSUPERABLE: EL ORIGEN DE LA VIDA

    La teoría de la evolución postula que todas las especies vivas evolucionaron de una única célula que surgió en la tierra primitiva hace 3.800 millones de años. Cómo una única célula pudo generar millones de complejas especies vivas y, si tal evolución realmente ocurrió, porqué no pueden observarse vestigios de ella en los restos fósiles, son algunas de las cuestiones que la teoría no puede responder. Empero, y por encima de todo, en la primera etapa del alegado proceso evolutivo, habría que preguntarse: ¿cómo se originó esa “primera célula”?
    Dado que la teoría de la evolución niega la creación y no acepta ningún tipo de intervención sobrenatural, sostiene que la “primera célula” fue un resultado casual de las leyes naturales sin ningún proyecto, plan u orden. Según la teoría la materia inanimada debió haber producido una célula viva por casualidad. Pero sin embargo esta es una pretensión inconsistente, incluso, con las más inconmovibles reglas de la biología.


    “LA VIDA PROVIENE DE LA VIDA”

    En su libro Darwin jamás se refiere al origen de la vida. El primitivo conocimiento científico que se tenía en su época descansaba en la suposición de que los seres vivientes tenían una estructura muy simple. Desde épocas medievales estaba ampliamente difundida la generación espontánea, una teoría que afirma que la materia inanimada puede producir directamente seres vivos. Estaba ampliamente difundida la creencia de que los insectos eran producidos por las sobras de comida, y los ratones por el trigo. Se realizaban interesantes experimentos para probar esta teoría. Se colocaba algo de trigo sobre una pieza sucia de tela y se creía que de ello se originarían ratones pasado un tiempo. De manera análoga los gusanos que aparecían en la carne se consideraban como una evidencia de la generación espontánea. Pero tiempo después se comprendió que los gusanos no aparecían sobre la carne espontáneamente, sino que surgían de las larvas depositadas allí por las moscas y que eran invisibles a ojo desnudo.
    Incluso en la época en que Darwin escribió “El origen de las especies” la creencia de que las bacterias podían generarse de materia inerte era todavía ampliamente aceptada en el mundo científico. Pero cinco años después de que el libro de Darwin fuera publicado el descubrimiento de Luis Pasteur echó por tierra esta creencia, que constituía el fundamento de la evolución. Pasteur resumió la conclusión a la que había arribado después de largos estudios y experimentos con esta frase: “La hipótesis de que la materia inanimada puede originar la vida ha quedado enterrada en la historia para siempre” (44).
    Los defensores de la teoría de la evolución resistieron los hallazgos de Pasteur durante largo tiempo. Pero a medida que la ciencia avanzaba y desentrañaba la compleja estructura de la célula de un ser viviente, la idea de que la vida podía producirse por azar se enfrentó con un atolladero aún mayor.


    ESFUERZOS QUE NO CONVENCEN EN EL SIGLO XX

    El primer evolucionista que retomó el tema del origen de la vida en el siglo XX fue el famoso bioquímico ruso Alexander Oparin. Con varias tesis en las que trabajó durante la década de 1930 trató de probar que la célula de un ser viviente podía originarse por azar. Estos estudios, sin embargo, estaban condenados al fracaso, y Oparin tuvo que hacer la siguiente confesión: “Desafortunadamente, el origen de la célula continúa siendo el punto más oscuro de toda la teoría de la evolución” (45).
    Algunos evolucionistas seguidores de Oparin trataron de llevar a cabo experimentos para resolver el problema del origen de la vida. El más conocido de estos experimentos fue el que realizó el químico americano Stanley Miller en 1953. Combinando gases que sostenía existían en la atmósfera primordial de la tierra en un balón de vidrio, y bombardeándolos con energía eléctrica, Miller sintetizó varias moléculas orgánicas (aminoácidos) presentes en la estructura de las proteínas.
    Habían pasado escasamente unos pocos años de este experimento —que era presentado como un paso importante para demostrar la teoría evolucionista— cuando se reveló que el mismo era inválido pues la atmósfera utilizada en el mismo era muy diferente de las condiciones reales existentes en la tierra (46).
    Después de un largo silencio, Miller confesó que el medio atmosférico que había utilizado era irreal (47).
    Todos los esfuerzos evolucionistas emprendidos durante el siglo XX para explicar el origen de la vida terminaron en fracaso. El geoquímico Jeffrey Bada del San Diego Scripps Institute, acepta esto en un artículo publicado en la revista Earth en 1998:
    “Hoy, terminando el siglo XX, enfrentamos todavía el mayor problema sin resolver que teníamos cuando comenzó el siglo: ¿cómo se originó la vida sobre la tierra?” (48).


    LA COMPLEJA ESTRUCTURA DE LA VIDA

    La razón fundamental por la cual la teoría de la evolución terminó en semejante atolladero en lo referente al origen de la vida se debe a que incluso los organismos vivientes que se supone más simples tienen estructuras increíblemente complejas. La célula de un ser viviente es más compleja que todos los productos tecnológicos producidos por el hombre. Actualmente, incluso en los laboratorios más modernos del mundo, es imposible producir una célula viva uniendo materia inorgánica.
    Las condiciones requeridas para la formación de una célula son cuantitativamente demasiado grandes para ser explicadas por la casualidad. La probabilidad de que las proteínas, principales componente de las células, resulten sintetizadas por casualidad es de 1 en 10.950 para una proteína promedio compuesta de unos 500 aminoácidos. En matemáticas una probabilidad menor a 1 en 1050 es considerada prácticamente un imposible.
    La molécula de ADN, que está ubicada en el núcleo de la célula y que almacena la información genética, es una base de datos increíble. Se calcula que si la información codificada en el ADN se pusiera por escrito, ello daría lugar a una inmensa biblioteca equivalente a una enciclopedia de 900 volúmenes de 500 páginas cada uno.
    Y en este punto aparece un dilema muy interesante: el ADN sólo puede replicarse con la ayuda de algunas proteínas especiales (enzimas). Pero la síntesis de estas enzimas sólo puede realizarse a partir de la información codificada en el ADN. Como ambas dependen una de otra tienen que existir al mismo tiempo para replicarse. Esto lleva a un punto muerto al escenario en el cual la vida se origina por sí misma. El profesor Leslie Orgel, un reputado evolucionista de la Universidad de San Diego, California, confesó este hecho en la edición de septiembre de 1994 de la revista “Scientific American”:
    “Es extremadamente improbable que las proteínas y los ácidos nucleicos, ambos estructuralmente complejos, surjan espontáneamente en el mismo lugar al mismo tiempo. Además, parece también imposible obtener uno sin el otro. Y en consecuencia, a primera vista, uno tendría que concluir que la vida, en realidad, nunca pudo originarse por medios químicos” (49).
    Indudablemente, es imposible que la vida se haya originado por causas naturales, y entonces no queda sino aceptar que fue “creada” por medios sobrenaturales. Este hecho invalida explícitamente la teoría de la evolución cuyo propósito principal es negar la creación.


    LOS MECANISMOS IMAGINARIOS DE LA EVOLUCIÓN

    El segundo tópico importante que invalida la teoría darwinista es que los dos conceptos expuestos por ésta como “mecanismos evolutivos” se ha visto que, en realidad, no poseen ningún poder evolutivo.
    Darwin basó su alegato en favor de la evolución enteramente en el mecanismo de la “selección natural”. La importancia que le adjudica a este mecanismo queda en evidencia por el título mismo de su libro: “El origen de las especies por medio de la selección natural”.
    La selección natural sostiene que aquellos seres vivientes que son más fuertes y están más adaptados a las condiciones naturales de su hábitat sobrevivirán en la lucha por la vida. Por ejemplo, en una manada de ciervos amenazada por animales salvajes, aquellos que puedan correr más rápido sobrevivirán. En consecuencia, la manada de ciervos estará compuesta de los individuos más fuertes y más rápidos. Sin embargo, incuestionablemente, este mecanismo no causará que los ciervos evolucionen y se transformen en otra especie, por ejemplo, caballos.
    Consecuentemente el mecanismo de la selección natural no tiene poder evolutivo. Darwin era consciente de este hecho y lo dejó expresado en su libro “El origen de las especies”:
    “La selección natural no puede hacer nada hasta que ocurran variaciones favorables fortuitas” (50).



    EL IMPACTO DE LAMARCK

    Ahora bien, ¿cómo pueden ocurrir estas “variaciones favorables”? Darwin trató de responder a esta cuestión partiendo del punto de vista que el primitivo estado del conocimiento científico poseía en su época. Según el biólogo francés Lamarck, que vivió antes de Darwin, las criaturas vivas transmitían los rasgos que adquirían durante su vida a la siguiente generación, y estos rasgos acumulándose de una generación a otra provocaban la aparición de nuevas especies. Por ejemplo, según Lamarck, las jirafas evolucionaron de los antílopes; esforzándose por comer hojas de árboles altos sus cuellos fueron estirándose de una generación a otra.
    Darwin da también ejemplos similares en su libro “El origen de las especies”. Por ejemplo, dice que algunos osos que se introducían en el agua para buscar comida se transformaron en ballenas con el paso del tiempo (51).
    Pero no obstante, las leyes de la herencia descubiertas por Mendel y verificadas por la genética que floreció en el siglo XX, finalmente destruyeron la leyenda de que los rasgos adquiridos se trasmitían a las generaciones subsiguientes. De esta forma la selección natural perdió sustento como mecanismo evolutivo.


    EL NEODARWINISMO Y LAS MUTACIONES

    Para encontrar una solución, los darwinistas propusieron a finales de la década de 1930 la “moderna teoría sintética” o, como se la conoce más comúnmente, el neodarwinismo.
    El neodarwinismo agregó las mutaciones, que son distorsiones producidas en los genes de los seres vivientes como resultado de factores externos tales como radiaciones o fallas en la replicación, como “causa de las variaciones favorables” además de la selección natural.
    Actualmente el modelo evolucionista que persiste en el mundo es el neodarwinista. La teoría sostiene que los millones de seres vivientes presentes en la tierra son el resultado de mutaciones o desórdenes genéticos por medio de los cuales se fueron provocando cambios en numerosos órganos complejos de estos organismos, tales como oídos, ojos, extremidades, alas, etc. Sin embargo, existe un hecho científico innegable que socava esta teoría: las mutaciones no provocan una evolución en los seres vivientes; por el contrario siempre los perjudican.
    La razón para esto es muy simple: el ADN tiene una estructura muy compleja y las mutaciones azarosas sólo pueden dañarla. El genetista americano B. G. Ranganathan explica esto como sigue:
    “Las mutaciones son pequeñas, azarosas y dañinas. Ocurren raramente y lo mejor que puede pasar es que sea ineficaz. Estas cuatro características de las mutaciones implican que no pueden conducir a un desarrollo evolutivo. Un cambio al azar en un organismo altamente especializado o es dañino o es fútil. Un cambio al azar en un reloj pulsera no puede mejorarlo. Lo más probable es que lo perjudique o, en el mejor de los casos, que sea insustancial. Un terremoto no mejora una ciudad, la destruye” (52).
    No es sorprendente que ningún ejemplo útil de mutación, esto es, que se haya constatado que mejoró el código genético, se haya observado hasta ahora. Todas las mutaciones han probado ser nocivas. La mutación, que se presenta como un “mecanismo evolutivo”, es realmente un incidente genético que daña a los seres vivientes y los incapacita. (El efecto más común de mutación en los seres humanos es el cáncer). No caben dudas que un mecanismo destructivo no puede ser un “mecanismo evolutivo”. La selección natural, por otro lado, “no puede hacer nada por sí misma” como también Darwin aceptó. Esto nos indica que no hay “mecanismos evolutivos” en la naturaleza, y si no existen difícilmente alguien pueda imaginar cómo el proceso llamado evolución tendría lugar.


    RESTOS FÓSILES: NO HAY RASTROS DE FORMAS INTERMEDIAS

    La prueba más clara de que el escenario sugerido por la teoría evolucionista no existe son los restos fósiles.
    Según la teoría de la evolución todas las especies han surgido de una precedente. Es decir que especies previas sufrieron transformaciones a lo largo del tiempo, y todas se produjeron de este modo en un proceso gradual de transformación que duró millones de años.
    Si éste ha sido el caso, entonces debieron existir numerosas especies intermedias que vivieron durante este larguísimo período de transformación.
    Por ejemplo, alguna especie medio-pez/medio-reptil debió haber vivido en el pasado adquiriendo, con el paso del tiempo, algunas características de reptil además de las de pez que ya tenía. O debieron existir algunos reptiles-pájaros que adquirieron más características de las aves aparte de las de reptil que ya poseían. Dado que estas especies estaban en una fase de transición, debía tratarse de seres vivos defectuosos, limitados por ciertas incapacidades. Los evolucionistas se refieren a estos seres imaginarios, que ellos creen que vivieron en el pasado, como “formas transitorias”.
    Si tales animales realmente han existido, deberían haber sido millones, o incluso miles de millones en cuanto a su número y variedad. Y más importante todavía, los restos de estos extraños seres deberían estar presentes en los restos fósiles. En “El origen de las especies” Darwin explicaba:
    “Si mi teoría es cierta, innumerables variedades intermedias, como eslabones cercanos de todas las especies de un mismo grupo, ciertamente deben haber existido... Consecuentemente, evidencia de su existencia previa sólo podría hallarse entre los restos fósiles” (53).


    LAS ESPERANZAS DE DARWIN SE HICIERON PEDAZOS

    Pese a que los evolucionistas han realizado enérgicos esfuerzos en todo el mundo para encontrar fósiles desde mediados del siglo XIX, todavía no se han descubierto formas intermedias. Todos los fósiles desenterrados en las excavaciones muestran que, contrariamente a las expectativas de los evolucionistas, todas las formas de vida aparecieron sobre la tierra en forma repentina y completamente formadas.
    Un paleontólogo británico, Derek V. Ager, admite este hecho aunque él es un evolucionista:
    “La cuestión que surge es que, si nosotros examinamos en detalle los restos fósiles, sea a nivel de órdenes o de especies, encontramos —una y otra vez— no una evolución gradual, sino una explosión repentina de un grupo a expensas de otro” (54).
    Esto significa que en los restos fósiles todas las especies surgen repentinamente y completamente formadas, sin ninguna forma intermedia en el medio. Esto es exactamente lo opuesto de las presunciones de Darwin. Y además es una evidencia muy fuerte de que los seres vivientes son creados. La única explicación para que una especie viviente aparezca repentinamente y completa en todos sus detalles, sin ningún ancestro del cual haya evolucionado, es que fue creada. Este hecho es admitido también por el ampliamente conocido biólogo evolucionista Douglas Futuyma:
    “La creación y la evolución, entre ambas, agotan todas las explicaciones posibles para el origen de los seres vivientes. Los organismos vivos o bien aparecen sobre la tierra completamente desarrollados o no lo hacen. Si no lo hacen deben haber evolucionado de especies preexistentes por algún proceso de modificación. Y si aparecen en un estado completamente desarrollado, deben haber sido creados por alguna inteligencia omnipotente” (55).
    Los fósiles muestran que los seres vivientes aparecieron sobre la tierra completamente desarrollados y en un estado perfecto. Esto significa que “el origen de las especies”, contrariamente a lo que suponía Darwin, no es la evolución sino la creación.


    EL CUENTO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA

    El tema que traen a colación más a menudo los defensores de la teoría evolucionista es el del origen del hombre. La tesis darwinista sostiene que el hombre moderno actual evolucionó de algún tipo de criatura simiesca. Durante este supuesto proceso evolutivo, que se supone comenzó hace 4-5 millones de años, se afirma que han existido algunas “formas de transición” entre el hombre moderno y sus ancestros. Según este escenario completamente imaginario, existen cuatro “categorías” básicas:
    1. Australopithecus
    2. Homo habilis
    3. Homo erectus
    4. Homo sapiens
    Los evolucionistas llaman “Australopithecus” al primero de estos ancestros similares a los simios, palabra que significa “simio sudafricano”. Esos seres no eran en realidad más que una antigua especie de simios que se ha extinguido. Profundos estudios realizados sobre varios especímenes del Australopithecus por dos anatomistas mundialmente famosos de Inglaterra y EE.UU., Lord Solly Zuckerman y el Prof. Charles Oxnard, han mostrado que esos fósiles pertenecen a una especie ordinaria de simio que se ha extinguido y que no presenta semejanzas con los seres humanos (56).
    Los evolucionistas clasifican a la siguiente etapa de la evolución humana como “homo”, es decir “hombre”. Según sus afirmaciones las criaturas de la serie “homo” están más desarrolladas que el Australopithecus. Pero lo que hacen es inventar un esquema evolutivo imaginario ordenando diferentes fósiles de esas criaturas en un cierto orden. Este esquema es imaginario porque jamás se ha probado que exista una relación evolutiva entre estas diferentes clases. Ernst Mayr, uno de los principales defensores de la teoría de la evolución en el siglo XX, admite este hecho diciendo que “la cadena que llega hasta el homo sapiens está en realidad perdida” (57).
    Delineando la cadena de eslabones en la forma “Australopithecus > Homo habilis > Homo erectus > Homo sapiens” los evolucionistas dan a entender que cada una de estas especies es ancestro de la siguiente. Pero sin embargo, recientes descubrimientos de los paleoantropólogos han revelado que el Australopithecus, el Homo habilis y el Homo erectus han vivido en diferentes partes del mundo al mismo tiempo (58).
    Más aún, ciertos segmentos de humanos clasificados como Homo erectus han vivido hasta épocas muy modernas. El Homo sapiens neanderthalensis y el Homo sapiens sapiens (el hombre moderno) coexistieron en la misma región (59).
    Esta situación claramente indica la invalidez de la hipótesis que sostiene que son ancestros unos de otros. Un paleontólogo de la Universidad de Harvard, Stephen Jay Gould, explica este punto muerto de la teoría de la evolución, aunque él mismo es un evolucionista, en estos términos:
    “¿Qué ha pasado con nuestra escalera si existen tres linajes de homínidos coexistentes (australopithecus africanus, el robusto australopithecus, y el homo habilis), ninguno claramente derivado del otro? Más aún, ninguno de los tres muestra tendencias evolutivas durante su estancia en la tierra” (60).
    En resumen, el escenario de la evolución humana que se presenta en los medios de comunicación y en los textos escolares apoyado en varios dibujos de algunas criaturas “mitad simios, mitad humanos”, es, francamente hablando, simple propaganda, pues no es otra cosa que un cuento sin ningún fundamento científico.
    Lord Solly Zuckerman, uno de los más famosos y respetados científicos del Reino Unido, que llevó a cabo investigaciones sobre este tema durante mucho tiempo, y que en particular estudió los fósiles del Australopithecus durante 15 años, llegó finalmente a la conclusión —pese a que él es un evolucionista— de que, en realidad, no existe ninguna ramificación evolutiva que, partiendo de esas criaturas parecidas a los simios, termine en el hombre.
    Zuckerman es autor además de una interesante “clasificación de la ciencia”. Elaboró un cuadro jerárquico de las disciplinas científicas ordenándolas desde las que él considera científicas hasta las que considera a-científicas. Según la clasificación de Zuckerman, los campos de la ciencia más “científicos” —es decir, dependientes de datos concretos— son la química y la física. Después de ellos vienen las ciencias biológicas y luego las ciencias sociales. Al final de la tabla, que es la parte considerada más “a-científica”, están la “percepción extrasensorial” —temas tales como la telepatía y el sexto sentido— y finalmente la “evolución humana”. Zuckerman explica así su razonamiento:
    “Nos desplazamos entonces fuera del registro de las verdades objetivas para entrar en el campo de la ciencia biológica presuntiva, como la percepción extrasensorial o la interpretación de la historia fósil del hombre, donde para el convencido (evolucionista) todo es posible, y donde el ardiente creyente (en la evolución) es algunas veces capaz de creer varias cosas contradictorias al mismo tiempo” (61).

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