Autor: Arquiloco
martes, 16 de mayo de 2006
Sección: Opinión
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El anillo de hierro de J.C. Martín Leroy

El anillo de hierro es una novela histórica ambientada en Hispania (Ulterior), África y la Roma de la segunda mitad del siglo II a. C., cuyo hilo narrativo central es la guerra que concluyó en el cerco y la destrucción de Cartago.


Hola amigos, como druida que soy de esta Celtibería, quisiera presentaros un nuevo título que publica la editorial Edhasa por estos días. El anillo de hierro no tiene nada que ver con la zarzuela ni con la obra homónima de Stephen Keeler. Se trata de una novela cuyo hilo narrativo central es el cerco y la caída de la ciudad de Cartago, tal y como indica el subtítulo. La novela está escrita en forma de unas memorias en primera persona de un ciudadano romano de la segunda mitad del siglo II a.C. de nombre Tito Vibio Scirpus, “el junco” (teniendo en cuenta que el nomen Vibius es más bien itálico). Tito emprende estas memorias ya viejo, siendo vecino de Córdoba y después de una vida agitada y siempre bajo el temor a ser desenmascarado: tras haber combatido en África bajo las órdenes del cónsul Manilio, a continuación de Pisón Cesónino y finalmente de Escipión Emiliano, pasó a Hispania Ulterior y aquí tracionó a su patria por el amor que todo lo cambia y trastoca (Tito se enamora nada menos que de la prometida de Viriato, Aunin, durante la firma de la paz con el cónsul Serviliano), pasándose al bando del jefe lusitano, a quien acaba asesinando bajo el nombre que la tradición recoge: Audax. Cierto es que las fuentes dicen explícitamente que los asesinos de Viriato eran mistócratas de Urso, pero Audax es palabra latina. Se trata de una aproximación muy novelesca aunque sugerente: la novela está bien documentada y posee al mismo tiempo complejidad y riqueza literaria. Combina con habilidad distintos estilos que van de una atrevida crónica política y militar a las espléndidas y luminosas descripciones de lugares y acontecimientos; de los diálogos que se dirían sacados de una comedia de Terencio o pasajes de una introspección casi lírica, al testimonio directo, irónico y desgarrado del veterano de guerra.

Desde el punto de vista histórico, El anillo de hierro reconstruye una milicia romana con visibles signos ya de la crisis que acabará forzando las reformas militares del dictador Cayo Mario después de los intentos de reforma agraria de los Graco (dirigidas a restituír a la República la “clase media” de propietarios campesinos). Esta crisis militar es una de las razones por las que la conquista de Kart Hadasht se retrasa vergonzosamente casi cuatro años, cuando la vieja y mortal enemiga de Roma no es ya política y militarmente ni sombra de lo que fuera en otro tiempo. Por otra parte, el autor da como razón para la Tercera guerra púnica, por parte romana, una política imperialista de tipo “preventivo” similar a la que actualmente practica el gobierno de los Estados Unidos. Esta extrapolación podría no resultar abusiva si tenemos en cuenta la afirmación de E. Badian, según el cual todo imperialismo obedecería “a un tipo de comportamiento que es tan antiguo como el mismo género humano”. No obstante la intervención romana buscó frenar la expansión territorial de Numidia a costa de Cartago. Aquella Roma ferozmente catoniana (o mejor dicho, su clase dirigente) habría preferido sumarse una provincia africana a tolerar un peligroso engrandecimiento del reino del viejo Masinisa y sus hijos, toda vez que la guerra se desencadenó inmediatamente después del desastre de Oroscopa.
En los amplios anexos históricos, el autor afirma haber seguido el relato de Apiano, teniendo en cuenta las correcciones y hallazgos que la historiografía moderna y las campañas arqueológicas han aportado al testimonio del autor alejandrino y al conocimiento de aquella maravillosa ciudad que fuera Cartago, y según él fue precisamente la lectura de la tremenda y sobrecogedora descripción de los últimos momentos de la ciudad, lo que le impulsó a escribir una novela que en un principio estaba proyectada en torno a la figura de Viriato, las guerras celtíbero-lusitanas y la convulsa Roma de los hermanos Graco, asuntos que J.C. Martín Leroy desarrolla para una segunda parte. A lo largo de toda la novela advertimos la sombra, unas veces heroica y otras burlesca o paródica, de la Ilíada y la destrucción de la ciudad protomártir, en palabras de Serge Lancel; pues no en vano, según dice el mismo Apiano citando a Polibio, fueron las de una frase de Homero las únicas palabras que Escipión Emiliano pronunció allá arriba, en la Acrópolis de Byrsa, contemplando el gran incendio de la ciudad conquistada: “Día vendrá en que perezca Príamo y el pueblo de Príamo, el de la buena lanza de fresno” (temiendo, claro está, que algún día le tocase el turno a la propia Roma: un buen ejemplo de superstición compensatoria, como el de su padre natural, Lucio Emilio Paulo Macedónico, que perdió los hijos de su segundo matrimonio “a cambio” de su victoria sobre Perseo).


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