Autor: Benito Jerónimo Feijoo
viernes, 03 de junio de 2005
Sección: Leyendas
Información publicada por: hartza
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De ciertos países imaginarios

Territorios fabulosos presentados y desvelados por el filósofo español más importante del siglo XVIII (y escéptico de pro)

Teatro crítico universal / Tomo cuarto/ Discurso décimo

§. V

20.Por dar más extensión, y amenidad a este Discurso, y porque concierne derechamente tanto a su materia, como a mi intento, me ha parecido dar aquí alguna noticia de algunos Países ó Poblaciones, cuya existencia se ha creído un tiempo, ó aún ahora se cree; los cuales no tienen, ni han tenido más ser que el que tienen los entes de razón.

21. {Atlántida}Acaso se debe hacer lugar entre los Países imaginarios a la grande Isla Atlántida, que prolijamente describió Platón, señalándola asiento enfrente del Estrecho de Hércules, que hoy llamamos de Gibraltar. El no hallarse hoy esta Isla, ni vestigios de ella, no sirve para condenarla por fingida, pues ya Platón se previno diciendo que un gran terremoto la había hundido y sepultado toda debajo de las aguas. Pero el señalarla por Reino propio de Neptuno, que la dividió entre sus diez hijos, la hace sospechar tan fabulosa como la Deidad cuyo trono se coloca en ella. Algunos quieren, que la Atlántida de Platón sea la América, y que por consiguiente esta parte del Orbe haya sido conocida de los antiguos. Pero esta interpretación es opuesta al concepto de aquel Filósofo, el cual dice que de la Atlántida se pasaba fácilmente a otras Islas situadas enfrente de un gran Continente, mayor que la Europa, y la Asia. De donde es claro, que en la relación de Platón este Continente, y no la Atlántida, es quien representa a la América. La hilación que de aquí se puede hacer, que los antiguos tuvieron noticia de esta cuarta parte del mundo, no es segura; porque como tal vez una imaginación sin fundamento acierta con la verdad, pudo [271] sin noticia alguna de la América, soñarse por Platón, o por otro alguno de aquellos siglos, un Continente distinto del nuestro, proporcionado en su extensión a la América.

§. VI

22. {Pancaya}La Pancaya, fertílisima de aromas, tan celebrada de los antiguos, tiene contra sí las diversas situaciones que la dan los Autores. Plinio la coloca en Egipto cerca de Heliópolis: Pomponio Mela en los Trogloditas; Servio, a quien siguen otros, comentando aquel verso de Virgilio del segundo de las Geórgicas: Totaque thuriferis Panchaia pinguis arenis, la pone en la Arabia Feliz. Pero la opinión más famosa es la de Diodoro Sículo, que en el lib. 5 hace a la Pancaya Isla del Océano Arábico, muy abundante de incienso, y muy rica por la frecuencia de Mercaderes que concurrían de la India, de la Escitia, y de Creta. Esto último no puede ser; si no es que se diga, que esta Isla se sumergió como la Atlántida; pues hoy con los repetidos viajes a la India Oriental, están reconocidas cuantas Islas hay en todos aquellos Mares que bañan las costas Meridionales de Africa, y Asia. Fingieron los antiguos ser la Pancaya Patria del Fénix; y es natural, que para cuna de una ave que nadie ha visto, buscasen una Región por donde nadie hasta ahora ha peregrinado.

§. VII

23. {Provincia de Ansen}Don Sebastián de Medrano en su Geografía, citando al Padre Haiton, Dominicano, dice que hay en la Georgia (Región de la Asia) una Provincia llamada Ansen, que tendrá tres jornadas de travesía, la cual está siempre cubierta toda de una nube obscura, sin que pueda entrar ni salir nadie en todo aquel territorio, y dentro se oye ruido de gente, relinchos de caballos, canto de gallos; y por cierto río, que de allá sale, trayendo en su corriente algunas cosas, se conoce manifiestamente que debajo de aquella nube habita gente. Esta noticia no se puede dudar de que es fabulosa, pues no se halla en alguno [272] de los Geógrafos modernos, ni en alguna de las muchas relaciones de la Georgia, escritas por varios Autores que han viajado por aquella Región: y el argumento negativo en estas circunstancias es concluyente; siendo moralmente imposible que todos callasen una cosa tan singular. Si hubiese una nube que circundase no sólo la Provincia de Ansen, sino toda la Georgia, imposibilitando la entrada y la salida, sería muy cómoda a las pobres Georgianas, a las cuales, por ser reputadas las mas hermosas mujeres que hay en el mundo, ó por serlo efectivamente, a cada paso roban sus propios parientes para venderlas en Persia, Turquía, y otras partes.

§. VIII

24. {El Catai}El grande Imperio del Catai, que hicieron tan famoso algunos Geógrafos, es no menos fabuloso que famoso. Colocábase este vasto dominio en lo último de la Asia, al norte de la China, y se le señalaba por Corte la Ciudad de Cambalú, proporcionada por el número de habitadores y majestad de edificios a la grandeza del Monarca que en ella residía. Mas al fin, Corte, Monarca, y Monarquía se han desaparecido: hallándose que lo que se llamaba Catai, no es otra cosa que la parte Septentrional de la China, la cual comprende seis Provincias, como la Meridional nueve, y que la Ciudad de Cambalú es indistinta de la Corte de Pekín. El origen que pudo tener esta fábula, es, que los Moscovitas llaman a la China Kin-tai; y como en los tiempos pasados, ni estaba el Imperio del Czar traficado, ni se sabían sus límites, ni se pensaba que fuesen tan dilatados cuando los Moscovitas decían que confinaban con el Imperio del Kin-tai (como de hecho se extiende el dominio del Czar hasta las puertas de la China) los Europeos entendían por el Kin-tai un grande estado intermedio entre el de Moscovia, y el de la China. Y si es cierto lo que se lee en el Diccionario de Moreri, que los Moscovitas, y Sarracenos dan a Pekín el nombre de Cambalú, parece se puede colegir como seguro, que los [273] diferentes nombres que se daban a la Capital, y al Imperio, vino del error de juzgarlos distintos, siendo uno solo. Asimismo conjeturo que una Ciudad populosísima llamada Quinsai, o Quinzai, que algunos Geógrafos ponen en el Oriente, es indistinta de Pekín, y que este error nació del mismo principio; quiero decir, que la voz Kin-tai que los Moscovitas dan a la China, corrompido a Catai se tomó por un Imperio; y corrompido a Quintzai por una Ciudad.

§. IX

25. {Paraíso Terrenal} Muchos juzgan existente después del Diluvio el Paraíso Terrenal, y debajo de esta razón debe ser comprendido entre los Países imaginarios. Algunos Padres, y Expositores graves fueron de aquel sentir; lo que era excusable en ellos, porque en su tiempo no estaba tan pisado el Orbe como ahora, y eran muy escasas y aún muy mentirosas las noticias que había de las Regiones más distantes. Pero hoy, que no hay porción alguna de tierra donde verisímilmente pueda colocarse el Paraíso que no esté hollada y examinada por innumerables Viajeros, y Comerciantes Europeos, carece de toda probabilidad la opinión que le juzga existente. Dije donde verisímilmente pueda colocarse el Paraíso, por excluir algunas opiniones absurdas que hubo en esta materia, señalando su lugar, ó ya debajo del Polo Artico, ó sobre un monte altísimo, vecino a la Luna, ó sobre la superficie de la misma Luna, &c. Es cierto, que la amenidad, fertilidad, y temperie dulce del Paraíso pedían una región, y sitio muy templado, cual no se puede hallar sino a mucha distancia de uno y otro Polo; y cuantas Regiones gozan esta distancia, están hoy bien examinadas, sin que se haya visto seña alguna del Paraíso, ó de su vecindad. Lo que algunos cuentan, que cierto Monje llamado Macario con tres compañeros se aplicó a buscar el Paraíso, y después de peregrinar muchas y remotísimas Regiones, llegó a la vista de él, mas no se le permitió la entrada, es fábula de que se ríen todos los cuerdos. [274]

§. X

26. {Isla de San Borondón} A alguna distancia de las Islas Canarias se señala otra, a quien se dio el nombre de San Borondón, y de quien se cuenta una cosa muy extraordinaria. Dicen que esta Isla se descubre desde la que llaman del Hierro, cuando los días son muy claros; pero por más diligencias y viajes que se hicieron para arribar a ella, jamás pudieron encontrarla. El Doctor Don Juan Nuñez de la Peña, en su Historia de la Conquista y antigüedades de las Canarias refiere que el año de 1570 salieron en tres Navíos a buscarla Hernando de Troya, Fernando Alvarez vecino de Canarias, y Hernando Villalobos, Regidor de la Isla de Palma: como también el año de 604 salió otro Navío de Palma, que llevaba por Piloto a Gaspar Pérez de Acosta, y al Padre Fr. Lorenzo Pinedo, del Orden de San Francisco, insigne hombre de Mar; pero en uno y otro viaje, no sólo no se encontró la pretendida Isla, pero ni aún vestigio en los aguages, fondo, vientos, y otras señales que se observan cuando hay tierra cercana. Tengo también noticia de que habrá diez u once años, siendo Gobernador de las Canarias Don Juan de Mur y Aguirre, sobre nueva noticia de que se había divisado la Isla, se despacharon Embarcaciones a buscarla, y volvieron como las antecedentes.

27. Sin embargo, el Autor citado asiente a la existencia de dicha Isla, movido por unos papeles viejos que vio en poder del Capitán Bartolomé Román de la Peña, vecino de Garachico, en quienes se contenía una información hecha el año de 1570, en la Isla del Hierro, de orden de la Audiencia, por Alonso de Espinosa, Gobernador de aquella Isla. En dicha información deponen muchos haber visto la Isla en cuestión desde la del Hierro, y que el Sol se escondía, al ponerse, por una de sus puntas. Esto es lo más jurídico que hay en comprobación de su existencia, porque lo demás se reduce a deposiciones singulares y cuentos de algunos Marineros que por [275] accidente arribaron a ella; pero no pudieron detenerse por los rigurosos temporales que les sobrevinieron.
{(a) En un Manuscrito que tengo sobre la cuestión de la Isla de San Borondón, cuyo Autor es un Jesuita que poco ha era Rector del Colegio de Oratava en la Isla de Tenerife, leí una particularidad de la información hecha el año de 1737 en prueba de la existencia de aquella Isla, que arguye ó que no se hizo jamás tal información, ó que se hizo con testigos más veraces. Uno de ellos, que decía haber estado en aquella Isla forzado de los vientos al venir del Brasil en una Carabela Portuguesa, cuyo Piloto se llamaba Pedro Bello, depuso entre otras cosas, que había visto en la arena de la playa pisadas humanas de la gente que habitaba la Isla, que representaban ser los pies doblado mayores que los nuestros, y a proporción la distancia de los pasos. Añade el Jesuita, que el mismo Piloto, y un compañero suyo, que fueron los otros dos testigos examinados, en lo principal estuvieron contestes. ¿Quién se acomodará, a creer que en un sitio tan vecino a las Canarias, y debajo del mismo clima haya Gigantes tales, cuales no se ven no sólo en las Canarias, mas ni en otra parte alguna del mundo? Así aquella información, si se hizo, más es una prueba en contrario que a favor. El Jesuita que citamos, dice que de dicha información nadie ha visto sino una copia simple que dejó Próspero Gazola, Ingeniero avecindado en las Canarias por los años de 1590, y se inclina a que fue supuesta. Aunque nosotros damos a la Isla cuestionada el nombre de San Borondón, el Jesuita la llama siempre de San Blandón.}

28. Tomás Cornelio en su Diccionario Geográfico se inclina al mismo sentir de que realmente hay tal Isla, aunque conviene en el hecho de que en muchas tentativas que se hicieron, jamás se pudo encontrar. En uno y otro procede sobre la fe de Linschot, que es el único Autor que cita, y que lo es de una descripción de las Canarias. Yo por el contrario estoy persuadido que la Isla de San Borondón es una mera ilusión; para lo cual me fundo en las observaciones siguientes.

29. Observo lo primero, que las distancias en que colocan esta Isla, respecto de la del Hierro, (que es de donde dicen se divisa) los Autores que quieren acreditar su realidad discrepan enormemente. Tomás Cornelio la pone cien leguas distante de la del Hierro: otros en la [276] cercanía de quince a diez y ocho leguas. Esta diversidad por sí sola basta a inducir una suma desconfianza de las noticias que nos dan de esta Isla sus Patronos. Donde debe advertirse, que si la distancia fuese tanta como dice Tomás Cornelio, sería imposible verla desde la Isla del Hierro.

30. Observo lo segundo, que si la distancia fuese tan corta que desde una Isla se descubriese la otra, es totalmente inverosímil que algunas de las embarcaciones destinadas a buscar la Isla pretendida, no hubiesen dado con ella. Dicen algunos, ó por mejor decir se echan a adivinar que esta siempre cubierta de nubes que estorban el hallazgo. Pero si es así, ¿cómo se ha visto a veces desde la Isla de Hierro? Más: ¿Quién quita a las embarcaciones irse derechamente a esas mismas nubes, ó nieblas que la cubren? Las cuales, bien lejos de ser estorbo antes servirían de guía. Y en caso que se finja ser aquellas nubes como la de la Georgia, que nos permita penetrarse, ¿cómo arribaron algunos Marineros por casualidad (según se cuenta) a aquélla Isla? Más: En aquellos días clarísimos en que se divisa desde la del Hierro, fácil sería despachar prontamente un bajel, el cuan en este caso no la perdiera de vista.

31. Dicen ó sueñan otros, que la corriente del agua es tan violenta en aquel sitio, que desvía a los bajeles, precisándolos a otro rumbo. ¿Pero cómo arribaron los que se dice que por casualidad arribaron? ¿O ese grande ímpetu es a tiempos, ó contínuo? Si a tiempos, fácilmente se puedo observar coyuntura favorable para que arribasen las embarcaciones destinadas a este intento. Si contínuo, ningún bajel podría arribar jamás. Estas razones, y otras que se pudieran añadir, son tan fuertes, que algunos previéndolas han recurrido a milagro, como se puede ver en Tomás Cornelio: recurso infeliz de fenómenos deplorados. No hay mentira que no pueda defenderse de este modo. Mala causa tiene el reo que se acoge a sagrado; y suena en algún modo a sacrílega osadía buscar la Omnipotencia para que haga sombra a una patraña. [277]

32. Observo lo tercero, que según la regla comunísima y prudentísima que hasta ahora se ha observado, para condenar por fabulosas varias noticias pertenecientes a la Historia naturas, se debe asimismo condenar por fabulosa la Isla de San Borondón. Es cierto que lo que los antiguos Naturalistas nos dejaron escrito de hombres con cabezas caninas, otros con los ojos en los hombros, otros sin boca, que se alimentan de olores, &c. se derivó de algunos Viajeros que decía haber visto aquellas monstruosidades. No obstante lo cual, porque en los muchos viajes que en estos últimos siglos se hicieron por las Regiones de Africa, y Asia, no se encontraron tales hombres, se tienen por fabulosos. Aplicando esta regla a nuestro caso, digo que en atención a que la Isla de San Borondón jamás fue encontrada por los que de intento la buscaron, se debe despreciar la relación de uno u otro Marinero que dijeron haber aportado a aquella Isla.

33. Observo lo cuarto, que la información hecha de haberse visto algunas veces la Isla de San Borondón desde la del Hierro, nada prueba. Es constante que en los objetos que por muy distantes se divisan confusísimamente, cada uno ve lo que se le antoja, y suele ser la apariencia muy distinta de la realidad; un peñasco representa ser edificio, la junta de muchas peñas una Ciudad formada, un rebaño de cabras nieve que cubre la cima del monte. ¿Qué dificultad, pues, hay en que a muchos vecinos de la Isla de Hierro se les representase ser Isla alguna nube ó niebla, que a tiempos se levante hacia aquella parte donde colocan la Isla de San Borondón? Puede aquel sitio, por razón de los minerales que estén sepultados en él, ser más a propósito que otros para levantar a tiempos hálitos ó exhalaciones, que miradas de lejos hagan representación de Isla, ó Montaña que se eleva sobre las aguas.

34. ¿Qué digo yo de objetos distantes? Aún en los más cercanos suceden semejantes ilusiones. Pocos años ha que en la Ciudad de Santiago se hizo información plena de [278] que en el Santuario de nuestra Señora de la Barca (hacia el Cabo de Finis Terrae) se veían frecuentes Angeles danzando delante de aquella Santa Imagen. No sólo los Angeles, mas toda la Corte Celestial, según las deposiciones de muchos, bajaba a dar culto al venerable Simulacro. Uno veía a San Francisco con sus Llagas: otro a Santa Catalina con su rueda: otro al Apóstol Santiago con su esclavina: otro un Eccehomo: otro un Crucifijo. Cada uno veía el Santo, ó Misterio que quería; y sólo faltó que alguno viese las once mil Vírgenes, y las contase una por una. A todo esto dio ocasión una cortina pendiente delante de la Imagen, la cual, cuando por estar descosidos por una parte de la tela y el forro, el ambiente movido, introduciéndose por la abertura, la agitaba, juntándose la circunstancia de que el Sol hiriese una vidriera puesta en frente, con los varios ondeos de la tela y el forro hacia diferentes visos, que cada uno interpretaba a su modo. El portento corrió por toda España acreditado por aquella información. Pero no se tardó mucho en hacer nuevo y más atento examen por sujetos de gran juicio y literatura, en que no se halló sino una imperfectísima apariencia: ni aún esta perseveraba, cuando en lugar de aquella cortina se ponía otra.

35. Ultimamente observo, que aún cuando imprimiese en los ojos perfecta imagen de Isla la que se veía desde la del Hierro, no se infiere de aquí que realmente lo fuese. Desempeñarán esta que parece paradoja, dos célebres fenómenos. El primero es una apariencia que los moradores de la Ciudad de Reggio en el Reino de Nápoles llaman la Morgana. Vese muchas veces levantarse sobre el Mar vecino a aquella Ciudad una magnífica apariencia en que se divisan edificios, selvas, hombres, brutos; en fin todo lo que puede componer una Ciudad con el territorio adyacente. El segundo es el que observó pocos años ha el P. Fevillé, Minimo, doctísimo Matemático de la Academia Real de las Ciencias. Pareció una mañana enfrente de Marsella una nueva tierra en que [279] se veían y divisaban con catalejos árboles, montes, ríos, animales, y todo lo demás de que consta un País poblado. Fue avisado de tan portentosa novedad el P. Fevillé, quien subiendo a su Observatorio, vio lo mismo que los demás; pero haciendo luego atenta reflexión sobre el caso, volvió los ojos a la tierra de Marsella, y halló que en la nueva tierra se representaba todo lo que había en aquella; de donde coligió ser una nube especular, donde se imprimía la imagen de la Ciudad y territorio que tenía enfrente, como sucede en los espejos. Asimismo pudo suceder que la Isla descubierta desde la del Hierro no fuese más que una Imagen de ésta (más ó menos clara, más ó menos confusa) impresa en alguna nube especular a cierta distancia.



Más informacióen en: http://www.filosofia.as/feijoo.htm


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