Autor: J. Rubén Jiménez. Publicado por jeromor
lunes, 04 de abril de 2005
Sección: Sobre los nombres
Información publicada por: jeromor
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Celtas. Diccionario toponímico y etnográfico de Hispania antigua de Julián Rubén Jiménez
Obra de J. Rubén Jiménez, editada por Minor Network Editorial, que resultó premiada con el Menéndez Pidal de la RAE. Se trata de un libro, un diccionario, muy recomendable para documentadores, estudiantes y lectores interesados en la historia del suelo donde pisan, un trabajo exhaustivo que recoge la amplia nómina de poblaciones, tribus, grupos étnicos, deidades, santuarios, accidentes geográficos, circunscripciones administrativas, cecas... de la Hispania antigua, protohistórica y en algún caso prehistórica, transmitidas por las fuentes clásicas y la epigrafía. Sus entradas indican localización actual, localización administrativa romana, adscripción étnica, episodios históricos, restos arqueológicos, emisiones numismáticas, fuentes clásicas o epigráficas que la documentan, interpretación filológica, etc. En resumen, un libro necesario para interpretar correctamente ese abanico de topónimos o etnias que abunda hoy en historias locales, que da nombre en muchos casos a clubes deportivos y estadios, empresas, comercios, locales...
CELTAS:
Grupo étnico: pueblos celtas en sentido general (keltoi). Los primeros celtas que figuran en la historia escrita, junto a los de las bocas del Danubio, y en la misma época y fuente que ellos, son mencionados por Herodoto con este nombre (keltoi) en el territorio sobre TARTESSOS, solar que aparecerá ocupado en tiempo posterior histórico por los celtici (célticos). La Ora Maritima de Avieno (versificación del IV d.C. de un periplo masaliota muy anterior, del VI a.C.) sitúa en el occidente peninsular a otros pueblos que la etnografía tradicional, siguiendo los postulados de Boch Gimpera, A. Schulten y otros, también señaló como célticos: CEMPSI y SAEFES; a la vez que menciona a los propios celtas como un pueblo vecino de los LIGURES. Y tanto Avieno como Herodoros de Herakleia (420 a.C.) incluyen entre los pueblos tartessios a los ILEATES o GLETES, etnónimo a su vez de sugestiva interpretación céltica (gletes-keltes). Posteriormente, en tiempo histórico, los autores grecolatinos contemporáneos a la conquista romana aludirán también a celtas en la península, llegando inicialmente a considerar céltica toda la zona peninsular al norte de los turdetanos y a occidente de los íberos; y ya en época plenamente romana se señala aún la condición específica de celta de distintos pueblos hispanos: celtici, celtíberos, berones, callaeci, neri... incluso lusitanos y vettones.
La llegada de pueblos celtas a la península es un tema con más de un siglo de permanente discusión, sin que en la actualidad haya quedado fehacientemente aclarado. La lingüística, las fuentes clásicas y la arqueología ofrecen razones que aún muestran ciertas divergencias sobre la naturaleza de la presencia celta: etnográfica o cultural. Hoy se define como “celtas”, en sentido estricto, a los pueblos asentados en los territorios centro-occidentales europeos, al norte de los Alpes, entre el VI y el I a.C. Celtas serían así las gentes de la cultura de La Tène, y esta consideración alude a la identidad lingüística y cultural de esas gentes, dejando de lado, por desconocida, su filiación étnica. Ahora bien, sin que vayan necesariamente parejas lengua y cultura, la lengua celta remontaría a un protocelta procedente del “indoeuropeo” (término acuñado en 1813 por Thomas Young), del que a su vez se define una fase aún anterior denominada “antiguoeuropeo” (Hans Krahe, 1957); en tanto que la cultura de La Tène procede de la de Hallstatt, que surge de los Campos de Urnas, que a su vez remontaría a la más antigua de los Túmulos. Y aun así, dado que existe un profundo desconocimiento de la lengua hablada por las gentes de Hallstatt, anteriores a los celto-hablantes de La Tène, su condición lingüística de protoceltas se establece sólo en base a su afinidad cultural y tecnológica con éstos, que a su vez permite suponer una continuidad poblacional afectada por un proceso evolutivo endógeno, que también alcanzaría a la lengua.
Tenemos así en sentido general a unas gentes de etnia y lengua desconocida, sobre quienes en base a su cultura “precéltica” podríamos definir cronológicamente como indoeuropeos antiguo-protoceltas (Bronce Final – Campos de Urnas) e indoeuropeos protoceltas (Hierro I – Hallstatt), en ambos casos en función a su ascendencia espaciocultural sobre los verdaderos indoeuropeos celtas (Hierro II – La Tène).
El carácter expansivo de estas culturas y su condición tradicional de “celtas” propiciaron que los historiadores de la primera mitad del siglo XX desarrollaran una serie de teorías sobre sucesivas migraciones “celtas”, integrando en cada una de ellas a un conjunto de pueblos establecidos, siglos después, en aquellos supuestos puntos de destino. Como antecedente a las oleadas propiamente célticas, y sin mencionar otras más remotas como los “kurganes”, la cerámica cordada, el campaniforme.., se aludió a una serie de migraciones indoeuropeas precélticas durante el Bronce Final. Así D’Arbois de Jubainville postuló una colonización occidental de alcance hispano: la de los LIGURES (teoría defendida tiempo después por Schulten y otros). Otros autores (Pokorny, Almagro Basch...) señalaron que esa primera oleada, situada hacia el 1000 a.C, correspondería en lugar de a ligures a ILIRIOS; para Menéndez Pidal se trataría de AMBRONES e ilirios... Con posterioridad se señalaron nuevas oleadas, ya célticas: hacia el 500 a.C. de celtas goidélicos y hacia 270 de celtas britónicos.
Estas teorías “invasionistas” que postulaban la avenida al occidente europeo de aquellas oleadas celtas tuvieron en España por principal valedor a Pere Boch Gimpera, quien desarrollaría (junto a Almagro Bach, A. Schulten, J. Maluquer, A. Beltrán...) un corpus secuencial de avenidas celtas desde el Bronce Final (X a.C.) que establecería, hasta los años 80, el mapa “oficial” hispano de aquellos movimientos migratorios, de los que se identificaron al menos cinco. Debido a su interés historiográfico, y a la profusión de citas relativas a esas migraciones que el lector puede encontrar en los textos, las describimos a continuación:
Sería durante el siglo IX a.C. cuando grupos célticos aislados penetraran por los pasos de las Alberas y otros puntos más occidentales de los Pirineos, estableciéndose en la montaña catalana, los llanos de Urgel, el oriente aragonés y algún punto en la Rioja. Se estimaba que dichos grupos llegarían en número limitado y se fusionarían con la población autóctona preexistente, a juzgar por los escasos rastros que dejaron. La arqueología les identificaba a través de los “Campos de Urnas”, la toponimia les ponía en relación con los sufijos en ‘d/unum’ y ‘acum’, y la etnografía les asignaba la paternidad del pueblo de los BERYBRACES, posteriormente domiciliado en las montañas del suroeste de Castellón. Algunos autores les relacionaron también con los BERGISTANOS históricos.
Los pueblos de la segunda oleada llegarían atravesando Roncesvalles hacia el 700 a.C.. Eran gentes de cultura hallstáttica, procedentes del bajo Rin, que hallaron asiento sobre el alto Ebro, el bajo Aragón y la Meseta; de donde posteriores avenidas les replegarían a las zonas montañosas que bordean la meseta superior. Entre ellos se identifica a BERONES en la Rioja y PELENDONES (vid.) en la región de Vinuesa.
A estas oleadas les sucederían durante el siglo VII a.C. al menos otras dos: la de los CEMPSI y la de los SAEFES, ambas de cultura hallstáttica. Desplazados de Westfalia, los cempsi hubieron de atravesar Holanda, Bélgica y la costa atlántica francesa para llegar a la península sobre el 650 a.C., junto a parte de las tribus de GERMANOS, CIMBRIOS y EBURONES. Se supuso que estos grupos germánicos habitarían algún tiempo en la Meseta, de donde los cempsos partieron hacia tierras extremeñas y el valle del Tajo portugués, mandando avanzadas a las provincias de Huelva, Sevilla e, incluso, la serranía de Ronda. En su vecindad se asentarían los eburones, que tendrían por capital a EBURA (Évora), mientras CIMBRICUM (provincia de Cádiz) lo sería de los cimbrios. Los germanos propiamente dichos optarían por su parte por vivir entre el pueblo oretano, arrimados a las ricas minas de Sierra Morena, zona donde después figurará la población de ORETUM GERMANORUM.
Los saefes, tras ser expulsados del Rin por la sempiterna presión germana, también arrastrarían a otros pueblos en su largo camino a la península. SENONES, LUNGONES y LEMOVICES se unieron en el este francés a saefes, SANTONES, BITURIGES, NEMETATI, TURODITURONES, BOIOS, DRAGANI y VOLCOS. La caravana en pleno aparecerá hacia el 600 a.C. en la Meseta, de donde se irían repartiendo tomando la mayoría dirección occidental. En las serranías de Teruel y Cuenca permanecerán parte de la tribu de turoditurones junto a los volcos. El centro y norte de Portugal será alcanzado por el grueso de los saefes, acompañados de bituriges, boios, y otros. A Asturias llegaron los lungones y parte de los dragani, que se extendieron también por León y el este de Lugo. Nemetati, lemovices (LEMAVI) y turodi se establecerían en territorio galaico, donde tiempo después figurarán, respectivamente, en VALABRIGA (cuenca del Ave), DACTONION (Monforte de Lemos) y AQUAE FLAVIAE (Chaves). De este pueblo saefe sabemos que ostentaba como animal protector, de carácter totémico, a la serpiente; circunstancia que refleja su propio etnónimo (‘*saeph-’ es raíz indoeuropea con significado de sierpe, serpiente). Los saefes protagonizarían antiguas leyendas, difundidas por Avieno (Ora Marítima), que narran una invasión de serpientes que expulsó a los OESTRYMNIOS de sus tierras, en clara y emblemática alusión a aquella tribu. Lo mismo recoge una leyenda local de Entrimo (topónimo sospechoso de filiación oestrymnica), que narra cómo los pobladores del Monte dos Castelos fueron expulsados por una invasión de serpientes, que llegaron desde el Monte da Serpe hacia las tierras de Bande (territorio de los galaicos QUERQUERNI, pueblo al que Tovar emparentó con los saefes). Para más abundamiento se nos trasmitirá, como ya vimos, el nombre de OPHIOUSSA (tierra de serpientes) en relación a estas tierras del occidente peninsular. Para García Bellido Saefes es nombre con que se denominarían a sí mismos; Ophioussa, por el contrario, es nombre que sirvió a unas gentes extranjeras (griegos) para designar a aquellas tierras a través del escaso conocimiento que tenían sobre sus pobladores.
La denominada quinta oleada sería la que más población aportara a la península; y la primera en ajustarse, muy a grosso modo, a la actual interpretación histórica y al concepto cultural de “celta”. Se sitúa en la primera mitad del siglo VI a.C., tiempo en que entrarían muchedumbres de celtas belgas de las tribus de BELOVACOS, SUESSIONES, NERVIOS, AMBIANOS y VELIOCASSES, a quienes también se unieron los AUTRIGONES. Entre éstos, los belovacos estaban llamados a ser los definitivos propietarios de la Meseta castellana, y de su etnia surgirían lo pueblos históricos de AREVACOS, BELOS y TITTOS, a los que algunos añaden también los VACCEOS. Arévacos, belos y tittos (junto a los LUSONES) serán las tribus que conformen el núcleo de los CELTÍBEROS (vid.), único grupo étnico hispano de lengua y cultura célticas, y protagonista de la celtización, o celtiberización, de gran parte del occidente peninsular. También el pueblo meridional histórico de los CELTICI se consideró parte de esta migración (las fuentes les relacionan con los celtíberos, la arqueología más concretamente con los vacceos), sin que alcancemos a adivinar su genealogía; tienen sin embargo el honor de ocupar un territorio ocupado por los primeros celtas nombrados por la historia escrita, junto a otros asentados en la región del alto Danubio, y serán también protagonistas de una interesante odisea gallega en el II a.C., una migración “interna”, que asentaría a grupos de ellos en el Finisterre, junto a los NERI (García Bellido).
Posteriormente se registraron aún nuevas avenidas, éstas ya de carácter plenamente histórico, como la del año 104 a.C. cuando un nuevo contingente de CIMBRIOS (recordemos: ya incluidos en la antigua oleada de los cempsi) penetró en la península por el Pirineo y alcanzó la meseta. La defensa que realizaron los celtíberos de sus tierras les resultaría tan gravosa a estos cimbrios que hubieron de volverse a las Galias. La noticia procede de Tito Livio, Plutarco, Obsequens, Séneca y Hieronimus. Se tiene asimismo noticia de una migración de galos llegada a tierras ibéricas de ILERDA, en el año 49 a.C., acompañando a las legiones de Julio César (acompañando en realidad a la caballería auxiliar gala de esas legiones). Estos GALLI parece que hallarían asiento definitivo en torno al río Gállego (GALLICUS flumen), donde tiempo después figurará una toponimia alusiva a ellos (FORO GALLORUM, GALLICUM, GALLICA FLAVIA, GALLORUM pagus). Es probable que el propio César decidiera su asentamiento en la zona del Gállego, estableciendo así con ellos una especie de limus vasconum a fin de garantizarse la aquiescencia del pueblo vascón, significado partidario de su enemigo Pompeyo y en fase expansiva suroriental, al amparo de aquel, desde las guerras sertorianas.
A mediados del siglo XX comenzaron a surgir algunas voces críticas cuestionando la realidad de estas teorías “invasionistas”. Vilaseca, Maluquer, Sanmartí... únicamente admitían una avenida de gentes indoeuropeas: la correspondiente a los Campos de Urnas. Por su parte Gómez Moreno y Tovar reclamaron mayor atención a los registros estratigráficos en relación a los lingüísticos; a Tovar, por ejemplo, se debe la propuesta de establecer tres áreas diferenciadas en la Hispania indoeuropea: área de las centurias (hoy castella) del noroeste, área de las gentilidades (astures, cántabros, pelendones, vettones, carpetanos), y el territorio de celtíberos, berones y olcades de lengua celta de tipo goidélico. También será Tovar quien llame la atención sobre un sustrato “indoeuropeo occidental indiferenciado” que relaciona con el Bronce Atlántico. García Bellido reduce entonces a tres las migraciones importantes: indogermánicos preceltas, hallstátticos y belgas belovacos, de las que sólo a la última le atribuye aportaciones étnicas significativas. Caro Baroja hará por su parte nuevas aportaciones a esta cuestión desde la óptica de las áreas socioeconómicas.
Pero será a partir de 1976 cuando se desmonte una de las principales estructuras de apoyo de estas migraciones: la difusión peninsular de la cerámica excisa y de boquique. Molina y Arteaga establecen un origen autóctono de estos tipos cerámicos en la Meseta (vid. VETTONES), desvinculando su relación del horizonte hallstáttico del Rin, y desmontando así la presunción de unas oleadas célticas basadas arqueológicamente, casi en exclusiva, en ese fósil director.
El conocimiento actual, por lo que a la península se refiere, tiende hoy a aceptar la presencia de rasgos culturales correspondientes a un pueblo de cultura indoeuropea arcaica en toda la denominada área indoeuropea peninsular. Esta presencia lingüístico-cultural (anterior a la formación del pueblo celta) se viene denominando “indoeuropeo occidental indiferenciado” o “antiguo-europeo”, y su más clara descendencia lingüística sería la lengua lusitana o lusitano-galaica (teonimia, toponimia y onomástica, conservación de la /p/ inicial e intervocálica, del diptongo /eu/, de la raíz ‘pent-’...). Según esta hipótesis formulada por Almagro Gorbea y aceptada en líneas generales, también se detectaría dicho sustrato en el área de las creencias: inclinación al santuario rupestre, teonimia arcaica, saunas iniciáticas..., en el poblamiento y la sociedad: núcleo castreño, economía pastoril, práctica del abigeato, fratías, división por grupos de edad..; en términos lingüísticos antiguos y actuales (términos comunes como río, arroyo, páramo, nava, berrocal...). Se entiende que la presencia de este sustrato indoeuropeo arcaico facilitaría posteriormente la celtización extendida en todas estas regiones, directa o indirectamente, por los celtíberos. Paralelamente a ese indoeuropeo arcaico se manifiesta la avenida de pequeños grupos indoeuropeos a través de los pirineos orientales, extendiéndose posteriormente por el valle del Ebro, también al norte del mismo y por algunas zonas de la meseta. Se trata de la cultura de los “Campos de Urnas”, de la que a su vez se duda del verdadero calado de su presencia: étnico o cultural. Uno de los últimos registros arqueológicos de estas gentes lo encontramos al norte del Ebro, en Els Vilars de Arbeca, un poblado del VII a.C. cuyo carácter (Campos de Urnas del Hierro I), posición y cronología lo vinculan a un horizonte de procedencia centroeuropea del Hallstatt (este yacimiento testimonia la primera presencia peninsular de piedras hincadas antecastro, difundidas una centuria más tarde entre pelendones y astures meridionales).
En tiempo más avanzado, y previo a los celtíberos, se hace difícil distinguir arqueológicamente otras avenidas, atribuyéndose las peculiaridades de ciertas tribus tenidas por célticas tanto al propio proceso interno de desarrollo de su sustrato indoeuropeo (vid. PELENDONES), como a su posterior grado de permeabilidad a la celtización difundida por los celtíberos.
Serán ya los celtíberos (únicos celtas para muchos), relacionados con la migración de celtas belgas hacia el VI, aún defendida por numerosos autores (que no entienden de otra manera la presencia peninsular de su lengua celta), los encargados de la celtización progresiva ideológica y cultural, no lingüística, del toda el área indoeuropea peninsular: lusones, vacceos, turmogos, pelendones, berones, vettones, en mayor grado; y en menor grado lusitanos, galaicos, astures (salvo meridionales), carpetanos..; enviando incluso contingentes netos (según otros de origen vacceo) a la periferia turdetana, e incluso a ciudades del Valle del Guadalquivir, formando allí el pueblo histórico de los celtici. Entendiendo, según J. P. Mallory (1990), que la lengua celta contaba en el continente con tres grupos lingüísticos: lepóntico, galo y celtibérico, hemos de atribuir al celtibérico una base arqueológica y cultural correspondiente a un tiempo tal vez inmediatamente anterior a La Tène, relacionado aún a Hallstatt o Campos de Urnas (1000-500), dado que apenas se aprecian en la península registros de La Tène (salvo ciertos tipos de espada: espadas “latenienses”, con ejemplares entre celtíberos, vettones (Osera, Tamusia...), lusitanos (Herdade das Casas, Redondo) y célticos (Capote); junto a fíbulas de La Tène y algún otro registro). De lo que ya no cabe duda es de que la condición lingüística de celta corresponde en la península, en exclusiva, al grupo celtibérico: no olvidemos a su vez su carácter expansivo, de manera que encontramos después una serie de pueblos peninsulares de lengua indoeuropea y cultura celtiberizada.
Cántabros, astures y galaicos (éstos a pesar de su denominación céltica de GALLAECI o CALLAECI (vid.), se presentan como los pueblos menos celtizados del área indoeuropea, en todo caso de forma escasa y tardía, como demuestra su apego, aún en tiempo histórico, a tradiciones precélticas: vivienda redonda, sistema social, economía... En estos territorios el proceso de romanización resultó tan débil que los escasos rastros célticos que poseían tuvieron la virtud de conservarse, aún cuando otros pueblos indoeuropeos más celtizados perdieron ya completamente aquella identidad debido a su profunda romanización (caso similar, por ejemplo, al de la condición ibérica de los CERETANOS); además de la terca inclinación de décadas pasadas al uso de catalogar cualquier rasgo prerromano (en estos casos: de carácter fundamentalmente indoeuropeo atlántico) como céltico.
Aparte de estas consideraciones lingüísticas, el registro arqueológico únicamente evidencia una sola inmigración de carácter etnográfico, compuesta por una serie de infiltraciones demográficamente limitadas y efectuadas durante un período dilatado: las gentes de los Campos de Urnas difundidas por Cataluña y el Valle del Ebro. Sobre esta premisa, desde una óptica arqueológica, el resto de rasgos célticos se atribuyen a una evolución interna de esa cultura, afectada por diferentes particularismos regionales. Sin embargo, una difusión tan limitada no aclara un asentamiento peninsular tan extenso de lenguas “antiguoeuropeas” e “indoeuropeas”, ni la cuestión del recurrido y escasamente aclarado sustrato lingüístico común, ni la presencia posterior de un grupo lingüístico verdaderamente celta: el celtibérico. Intentaremos abordar, o mejor aun aventurar, un acercamiento a estas cuestiones latentes desde antiguo.
Sobre el sustrato común indoeuropeo tal vez proceda mejor hablar de dos sustratos: uno correspondiente al Bronce Pleno/Final, asociable tanto al Bronce Atlántico como a Cogotas I, y otro de estímulo Campos de Urnas. En este último cabría distinguir a su vez los grupos más antiguos (Bronce Final/Hierro I), de orientación ganadera y eclosión en torno al Alto Duero, que serían responsables de un segundo sustrato indoeuropeo (veremos), de aquellos otros más recientes, preferentemente agrícolas y asentados en torno al Valle del Ebro (Hierro I), a los que atribuiríamos la génesis del grupo celtíbero. Tendríamos así dos sustratos indoeuropeos acumulativos afectados posteriormente de una celtiberización cultural.
El primero, correspondiente al Bronce Pleno/Final, se proyectaría asociado al comercio metálico de la fachada atlántica, y ceñido por lo tanto a las rutas del estaño y a la navegación de cabotaje (algunos autores señalaron que este tipo de navegación efectuaría un “salto” desde la Bretaña a la cornisa cantábrica, eludiendo la actual zona vasca y el oriente cántabro: área que coincidiría con una zona no afectada de sustrato indoeuropeo). Este primer sustrato correspondería a aquellos contactos comerciales dilatados en el tiempo, acompañados quizás de pequeñas migraciones, y estaría presente en origen en todo el área indoeuropea peninsular y Tartessos, difuminándose en el suroeste debido a las colonizaciones mediterráneas, y en el resto debido a la implantación acumulativa del segundo, de la celtiberización o de la iberización; salvo el caso del grupo lingüístico lusitano-galaico no alcanzado por ninguna de aquellas influencias (no orientalizado, ni iberizado ni celtiberizado). A este primer sustrato correspondería la vivienda redonda (petrificada por el 2º), la estructura social por grupos de edad, numerosa hidronimia y alguna teonimia antigua, las prácticas “endémicas” del abigeato, las fratías y el bandidaje tradicional (y sacralizado: vid. BANDUE), y el grupo lingüístico “antiguoeuropeo” de las lenguas lusitano-galaicas.
El segundo sustrato estaría asociado a los Campos de Urnas antiguos (Bronce Final/Hierro I), relacionado con grupos ganaderos que alcanzarían una eclosión cultural en torno al Alto Duero (Castros Sorianos), de donde arrancaría una difusión posterior vehiculada a través de este río y sus afluentes en torno al VII-VI, detectable, entre otros rasgos, a través de la difusión en torno a estos ríos de una toponimia provista del sufijo indoeuropeo “arcaico” ‘-nt’ (VISONTIUM, NUMANTIA, AKONTIA, TERMANTIA, CONFLUENT(ic)A, SECONTIA, PINTIA, SEPTIMAN(ti)CA, PALANTIA, LANCIA, SENTICE, SALMANTICA, LANCIA OPPIDANA, PALLANTIA...). Esta aculturación alcanzaría, con más o menos intensidad en grado a la distancia y al carácter más o menos ganadero-pastoril de los “destinos”, los futuros territorios autrigones y cántabro-meridionales (Pisuerga, Arlanza, Arlanzón), astures (Esla, Tera, Órbigo), vettones (Tormes, Águeda, Côa)... En la zona arévaco-vaccea del mismo Duero este sustrato quedaría muy desdibujado debido a la arraigada presencia “Soto” de carácter agrícola, y a la posterior, fuerte y temprana celtiberización de la zona. A este segundo sustrato correspondería la petrificación de la vivienda redonda del primero, el castro amurallado, las piedras hincadas, el santuario rupestre (atribuido por otros al primero), el sufijo ‘-nt’, el sistema gentilicio...
Sobre el primero (o sobre el primero más el 2º) se implantaría el iberismo, más acusado en la cultura material que en la lengua, entre carpetanos, celtíberos orientales, vettones meridionales..; y posteriormente la celtiberización entre vacceos, vettones, turmogos, autrigones, cántabros meridionales, carpetanos septentrionales.., sin alcanzar directamente el núcleo lusitano ni el galaico (irradiados parcial y respectivamente desde territorio vettón y astur meridional). Toda esta área de común sustrato resultaría afectada por ambas aculturaciones en grado a la cercanía.
Otra cuestión es el asunto de la presencia hispana de una lengua celta: el celtibérico, aparentemente inexplicable sin venir acompañada de aportaciones étnicas significativas. Tal vez debamos contemplar su arribada en un momento de formación de la lengua celta continental (de ahí su arcaísmo respecto a ese grupo lingüístico celta), asociada a un entorno final de Campos de Urnas del VII a.C. de orientación agrícola, detectable en el Valle del Ebro. En el propio Valle del Ebro, donde estarían sus asentamientos originales, se verifica en ese tiempo un proceso de ocupación sistemática del territorio mediante numerosos núcleos de carácter agrícola, y posteriormente (finales del VI – mediados del V a.C) un abandono de la mayoría de estos asentamientos, y simultáneamente un proceso de sinecismo que lleva a la concentración poblacional en núcleos mayores, poco numerosos, que acarreará una superación del sistema de jefaturas tribales y una transición progresiva a la ciudad-estado, evidente ya a mediados del IV a.C. Se trataría de un proceso paralelo al sucedido con anterioridad en el ámbito ibérico, con el que esta zona protoceltíbera manifiesta ya acusadas relaciones.
El progreso material producido por ese contacto ibérico convertiría a estos grupos célticos en un pueblo capacitado y expansivo, que extendería progresivamente su presencia hacia occidente celtiberizando a otros pueblos (recordemos: de común/es sustrato/s), y extendiendo de esta forma su propia lengua celta (con carácter de “lengua de cultura” o “lengua vehicular”. Vid. CELTÍBEROS), fortalecida ahora como rasgo de identidad propia, junto a esa cultura superior “ciudadana” recientemente adoptada de los íberos. Por contra, algunas zonas orientales del solar original protoceltíbero perderían incluso la lengua, al quedar después la zona completamente iberizada (sedetanos, ilergetes meridionales, tal vez olcades...). Aunque de no mediar ese progreso material, que facultó también la posterior adopción de la escritura ibérica, nunca se habría manifestado esta lengua celta con la fortaleza que la conocemos (téseras, tabulae, monedas, inscripciones rupestres, cerámicas, mosaicos...); como es el caso de otras lenguas indoeuropeas peninsulares, tan sólo conocidas (?) por sus registros onomásticos o toponímicos.
En resumen: la cuestión de la presencia de pueblos celtas en la península ibérica continúa siendo un tema de estudio y discusión. El progreso paralelo de la lingüística, la arqueología, el estudio de las fuentes clásicas... facultará que poco a poco vayamos despejando numerosas incógnitas que aún oponen una franca resistencia.
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Más informacióen en: http://librosalacarta.com/librosalacarta.php3?accion=saber_mas&seccion=6&id=115&sesion=1112399614-7faab51633fb8732cbe70aa237f2984e
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Como alguien ha colocado 3 imágenes de este libro he colgado una de las entradas, la que aparece en la web de libros a la carta, con lo que podemos apreciar la opinión del autor sobre euno de los temas más cnadentes aquí y de paso le hacemos también nosotros propaganda.
Por cierto, que el mapa de los topónimos en -briga tiene un obvio error, el río Rubricatus (actual Llobregat, en Cataluña) deriva del latín rubricatus, derivado a su del adjetivo ruber, bra, brum, 'rojo', que ha dado también el río Rodrigato, en el Bierzo.
Jeromor, dos sugerencias: Pon el artículo mismo a nombre del autor, y trata de cortar el url de referencia (por ejemplo tras "68&id="), a ver si se reorganiza el espacio de forma vertical y más cómoda de leer.
El url de referencia no está bien, le sobra www. y tiene el código secreto. En realidad empieza por http://libros etc.
Por otro lado, no sé cómo será el Diccionario en su conjunto, pero lo cierto es que en el texto de él que aquí pones (y que no encuentro en el sitio que citas, por cierto) se aprecian diversos errores, incluso en usos corrientes del español, como "avenidas". Supongo que la RAE (2000) lo premiaría por otros motivos.
El druida TORGATOS es el autor del "Diccionario toponímico y etnográfico de Hispania antigua", habitual colaborador en Celtiberia.
Me parece que tiene muy buena pinta, gracias por el aviso.
Nota: los topónimos en -briga y los en -obre están bastante liados con la hidronimia. Rubricatu parece una interpretatio latina de un hidrónimo "indígena" *riu regato, denominación tautológica o repetida, frecuente en la toponimia. *riu regato o *riu rego pueden ser el origen de Llobregat, Iuliobriga, etc. porque era frecuente anteponer una vocal delante de erre y sustituir erre por ele: iliu-regat > Llobregat; iliu-rego > Llobrego (y de ahí la ciudad Iuliobriga, otra interpretatio latina con el Julio). Por eso digo que los topónimos en -briga podrían ocultar hidrónimos.
Yo cada vez estoy más convencido que en realidad el concepto celta es puramente geográfico y para nada lingüístico, ni etnológico, ni cultural. El ejemplo más claro es que en territorio "celta" se habla hoy día la única lengua prelatina que ha sobrevivido a nuestros días, el Euskera(no indoeuropea). También era territorio "celta" la Aquitania, claramente relacionada con los Barskunes.
Seguramente celta No es sinónimo de indoeuropeo, sino de "pueblos al occidente". Tampoco hay una única cultura "celta", ni una única vestimenta "celta", ni un tipo físico "celta", por lo que seguramente no habría una lengua "celta", ni siquiera de una misma familia lingüística.
Creo que seguimos influenciados demasiado por los románticos del siglo XIX, y nos creemos a pies juntillas lo que ellos nos han transmitido, con sus interpretaciones arianistas, invasionistas, que luego han derivado en ideas de superioridad racial.
No hay diferencias antropológicas sustanciales(ni genéticas) entre los peninsulares de los diferentes puntos cardinales, aún así se encuentra literatura diciendo lo contrario, basándose únicamente en el concepto celta VS ibero, sin ninguna base científica.
Los “celtas” peninsulares no dejaron textos escritos hasta el inicio de la romanización, por lo que no hay que descartar la influencia latina en su lengua, que tengo dudas que fuera indoeuropea. En los lusitanos vemos que escriben con caracteres latinos, lo que demuestra una profunda romanización (la lengua representada es sospechosamente parecida a un a lengua itálica).
Los únicos peninsulares que escribieron antes de la llegada de los romanos fueron los turdetanos y los íberos levantinos, ambas adjudicadas por lo general de origen no indoeuropeo.
Los supuestos préstamos “celtas”(indoeuropeos, se entiende, según la interpretación tradicional) pueden perfectamente haber venido a través del latín, por lo que se alimentan las dudas de la existencia de una lengua indoeuropea previa a la invasión romana en la Península, a parte del griego.
Mis planteamientos podrán parecer heréticos, pero los indoeuropeístas siguen sin poder demostrar que en Iberia hayan habido una división real entre una “Iberia indoeuropea”(curiosamente sin legado lingüístico, basado en una toponímia discutible y un concepto de “celta” contaminado por ideas preconcebidas) y la no indoeuropea(con legado lingüístico, con textos previos a la dominación romana, etc). La toponimia se puede interpretar de muchas maneras, y a falta del conocimiento real de las lenguas que se hablaran en el territorio “celta” peninsular, lo que se puede interpretar como indoeuropeo, se puede interpretar como no indoeuropeo.
No habría que descartar que –briga estuviera relacionado con hidronimia paleoeuropea; por cierto, cada día dudo más que los toponimos paleoeuropeos sean indoeuropeos.
Una precisión: Antes de los romanos y de los ibéricos levantinos tuvieron escritura los pueblos del Suroeste (mal llamados "tartésicos"), los más viejos, hacia el 700 por lo menos, cuyo territorio no coincide en general con el de los turdetanos.
Antes y después de ellos se usó el fenicio y el griego, en el entorno colonial respectivo pero quizá también por indígenas. Después vienen los ibéricos levantinos, desde 500 más o menos. Las 3 escrituras indígenas restantes sí parecen sólo coetáneas de la romanización. Por último los escritos "celtibéricos", sin signario propio.
Jeromor, también Rodrigatos y los bastantes ríos Rodrigo de la península podrían ser un tautológico *riuderegatos > rudirigatos > rudrigatos / Rodrigatos.
Que Rubricatum pueda ser un *riu-regato no entendido por los romanos aporta varias ideas: aquí cuando los romanos llegaron a territorio ibero había dos palabras (riu y regato) indoeuropeas. Lengua indoeuropea en territorio ibero = ibero indoeuropeo. Río no viene del latín rivum, porque ya antes existía en la península *riu > río, ru, etc.
Onnega:
No niego que Rodrigato pueda venir de Riuderegatos o de otra cosa, porque en toponimia no se puede asegurar al 100 % nada, pero, por formación (soy geógrafo) suelo trabajar a partir del aspecto del lugar del topónimo. porque el nombre original o describe el lugar, o nombra a la persona o grupo que ocupan el sitio. Y te puedo asegurar que el río Rodrigato del Bierzo atraviesa una amplia zona de areniscas de un color tan rojo que llama la atención. Entonces, si hay una explicación y la evolución es posible, yo me suelo decantar, como en este caso, por lo más sencillo. En cuanto al Rubricatus= Llobregat, en época romana se llamaba así. Plinio, NH, 3, 21: regio Cessetania, flumen Subi, colonia Tarracon, Scipionum opus, sicut Carthago Poenorum. regio Ilergetum, oppidum Subur, flumen Rubricatum, a quo Laeetani et Indigetes. Antes tendría que llamarse de otra manera, pero Cataluña es zona de lengua ibérica, aunque parece que hay hidronimia indoeuropea en Levante, como ha demostrado Luciano Pérez Vilatela. No se si el LLobregat atraviesa zonas de rocas rojas o sus aguas aparecen teñidas en algún tramo, pero supongo que sí.
¿Y los "montealegres"? ¿hay que suponerles a todos ellos un sufijo -briga? Creo recordar que habías comentado algo al respecto de Intercatia...
Precisamente porque en la zona de lengua ibérica se encuentra hidronimia paleoeuropea y que ésta se encuentre en prácticamente toda la península, y a falta de una explicación convincente sobre una invasión exterior no indoeuropea, la teoría hidronimia paleoeuropea=indoeuropea me parece más que discutible. El que Elisabeth Hamel y Theo Vennemann se encuentren "solos", por haber un consenso mayoritario de lingüistas para los que sí es indoeuropeo, no da la razón a esta mayoría; estos se basan en una difusión puramente démica para la Europa occidental, cuando sabemos que en ésta el sustrato humano paleolítico fue mayoritario y no fue sustituido nunca por emigrantes orientales ni norteafricanos. Para Francisco Villar, Renfrew también se encuentra solo en su teoría del origen en Anatolia de las lenguas indoeuropeas, y en realidad es la teoría que más fuerza va cogiendo, sobre todo con los últimos estudios genéticos. A mí me gustaría saber en qué se basan hoy en día los indoeuropeístas en adjudicar la hidronimia paleoeuropea como de indoeuropea, pues la difusión démica hay que descartarla.
Agradecido, Jeromor y Jujimo, por el capote que lanzáis a este meritorio y anónimo novillero. Y encantado de suscitar diálogo en relación a Rubricatum/Rubricata, sobre los que se ofrece en el texto una PROPUESTA de interpretación en torno a la variante Laubricatum, recogida en el Ravennate. Es más, el diccionario todo abunda en propuestas de estudio y de diálogo, nada en éste pretende arrojar certezas o establecer cátedras (ese vicio queda para otros), sino aportar integrada, organizada, aquella información dispersa que obra en la materia, invitando en muchos casos a probar caminos de estudio que permitan madurar la interpretación; entendiendo además que un diccionario no puede tratar de forma exhaustiva cada aspecto o cada tema (se trata de unas 3000 entradas), ni éste pretende hacerlo. Ese detenimiento es más propio de otro tipo de trabajos.
El término “avenidas” es, digamos, una acuñación historiográfica al uso en décadas pasadas (aspecto tratado en esa entrada celtas, sobre el que se advierte en la misma), aparte de constituirse por demás en utilísimo vocablo para seguidores de cierto cardenal que buscaba en sólo una palabra motivos para ahorcarnos. Así pues, en virtud de la deriva que toma hoy en Celtiberia la antigua práctica del hospitium, y asumiendo el dictamen del censor, creo que Torgatos hallará mejor y más cumplido refugio entre los ahorcados.
Torgatos:
Por lo visto de meritorio y anónimo novillero nada. Mi intención al poner aquí tu texto fue hacer propaganda de una obra (la tuya) muy meritoria y digna de ser conocida. Además el ejemplo de la entrada sobre los celtas es de total actualidad aquí. En cuanto a Rubricatum me llamó la atención que lo relacionaras con el grupo -briga, sobre el que yo he trabajado, y no me parecía que perteneciera a él. La variante del Ravenate no la tengas en cuenta porque casi todos los nombres tienen errores. Es una fuente demasiado tardía.
Diviciaco:
Es posible que haya Montealegres que no tengan nada que ver con -briga, pero es muy fácil que muchos sí lo tengan, sobre todo porque, como decía en su momento, ¿qué es un Monte Alegre? Ya sabéis que mantengo que todos los topónimos tienen una explicación primera en función del aspecto del lugar o del nombre de los posesores.
Jeromor, ya me dirás cómo relacionas los Montealegres con las brigas, porque no lo veo. ¿Está publicado aquí?
Sí, está publicado, pero te lo resumo. En Montealegre del Castillo, Valladolid, se encontró, en un contexto arqueológico, una tésera de hospitalidad para los naturales de Amallobriga, ciudad que aparece también en el itinerario de Antonino en la vía 24, por la zona. De un acusativo, Amallobrem, (el caso normal de partida de los topónimos) del tema -brix, variante de -briga: Amallobrem> Amlobrem (caída de vocal pretónica)> Alobre> Aluebre (diptongación románica) Alebre> Alegre (etimología popular): Monte alegre.
Gracias Jeromor, ahora lo veo, además en el caso que mencionas Montealegre del Castillo es una tautología: El nombre moderno y el antiguo hacen referencia a una eminencia fortíficada, de forma muy parecida a Valdunu, conocido también como "Castillo de los Vallaos", un castro con tortuosas defensas cuyo nombre parece derivar de Ualo (vallado) Dunum (fortificaciön) . Buscaremos castros cerca de los Montealegres...
En mala hora compré este diccionario, está lleno de inexactitudes y lugares comunes aparentando incluso comprender las recientes teorías sobre la etnogénesis de los pueblos prerromanos. Además, comparto la observación de la Dra. Canto; no es un dechado de estilo precisamente.
Sinceramente, en cuestión de celtas me quedo con el diccionario de Víctor Renero publicado en Alderabán; al menos él es historiador y experto en el tema.
Azenor: me temo que leíste el cartelito aquel que rezaba “Aceros del Norte” y tú, sin dudarlo, te hiciste.
Tu innoble ofensiva hacia esta obra dilapida y desmerece ese loable empeño que vienes mostrando por apoyar el libro de V. Renero en Celtiberia (azenor / a todos los druidas / “¿existe algún dicionario interesante sobre los celtas?. Me han hablado de uno de Víctor Renero pero no se que tal es”........ //// ......azenor / a todos los druidas / ”¿ alguien puede recomendarme un diccionario sobre los celtas? He oido hablar de uno de Víctor Renero, pero no se que tal es”... //// .... “en cuestión de celtas me quedo con el diccionario de Víctor Renero publicado en Alderabán” ...../// ...)
Apoyos apoyados en menosprecios a terceros, como ahora el tuyo, seguro que sobran y estorban a Renero.
¿De verdad has leído este Diccionario Toponímico y Etnográfico de Hispania Antigua?; ¡¿de verdad lo has leído?!;
¡¡¿quién te ha dicho pues que se trate de una obra sobre CELTAS ?!!
...Y colega, es curioso, yo jamás compré EN MALA HORA ninguno de mis libros. Ni tan sólo uno. Te lo aseguro.
Pues da gusto leer el artículo de Julian Rubén Jimenez. Gracias
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