Autor: Pablo Chaves
jueves, 22 de junio de 2006
Sección: Opinión
Información publicada por: Virio
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Don Pelayo y la manipulación política del pensamiento radical.
Me han dejado un libro escrito por Jose Luis Olaizola titulado:
Don Pelayo, del cuál debo decir que al margen de lo entretenido y su amena y divertida lectura me temo que está influído por la "nueva ola" de "historiadores radiofónicos" de dudosa objetividad y lo que es más preocupante de dudosa documentalidad.
¿Cómo puede aventurarse a escribir este autor, por poner un simple ejemplo, que Pelayo nació en Cosgalla y era rubio y espigado?
¿O los amoríos que tuvo con Doña Egilona y toda la parafernalia legendaria que rodea a su historia?
¿Es ético inducir a los lectores de forma sutil a pensar que todo esto que cuenta se encuentra en las crónicas, sobre todo la del Casto a la que hace alusión constantemente?
Así es como se publicita el libro en casadelibro.com:
"Una historia de amor propició la reconquista más antigua de la historia de nuestro país. Don Pelayo, orgullo de los asturianos y símbolo de la reconquista de la península ibérica, se muestra en esta nueva obra del periodista José Luis Olaizola, en su faceta más humana, siendo capaz de las mayores gestas y de las mayores derrotas con un solo obejtivo: el amor de una mujer. Una obra amena, llena de anécdotas con las que podrá saber muchos aspectos de la historia de España. El inicio de la lucha contra el infiel, que comenzó con la batalla de Covadonga y culminó en 1492 con la expulsión por parte de los Reyes Católicos."
Se documentó para esta novela de los trabajos de Claudio Sánchez Albornoz, de la “historia de las armes” del conde Clonard, los libros sobre los visigodos de Juan Antonio Cebrián y la historia de los reinos visigóticos d’Orlandis.
Sin embargo, aún es más triste que los asturianos debamos la divulgación de nuestra historia , que no es sólo nuestra ojo, a intelectuales foráneos y casi siempre con tendencias nacionalistas de corte centrípeto.
Aquí pongo el CULMINATUM de a dónde puede llegar esta tendencia citando a nada más y nada menos que Federico Jiménez Losantos
Aunque algunos mizifuces y ciertas zapaquildas le nieguen hasta la existencia, lo cierto es que Don Pelayo vivió y fue rey y luchó en Covadonga y venció a los moros. Pero tampoco son ciertas las grandes batallas, la voluntad de lucha desde el principio, el poder de su ejército ni la extensión de su reino. Pelayo fue cristiano, godo, o hispanogodo, nació a finales del siglo VII, en fecha y lugar que desconocemos y murió en el año 737, tras comenzar la Reconquista de España a los invasores musulmanes.
Porque para Pelayo no había la menor duda de que los musulmanes eran invasores y que le habían arrebatado su patria. Cómo y por qué llegó a ser nombrado rey y a fundar un reino más en el aire que en el suelo son cosas harto confusas en los detalles aunque clarísimas en el fondo.
Era Pelayo espatario, una suerte de guardia real en la corte de Don Rodrigo, el último de los reyes godos. Su padre se llamaba probablemente Favila y su abuelo Pelayo, porque era costumbre hispanogoda heredar el nombre del abuelo y por eso mismo el hijo y sucesor de Pelayo fue Don Favila, al que mató un oso. En alguna crónica se da por muerto al padre de Don Pelayo a manos de Vitiza, antecesar y rival de Don Rodrigo en la lucha de clanes godos que acabó en la derrota del Guadalete. Es posible: el asesinato era una de las costumbres más asentadas entre los godos.
También es casi seguro que Pelayo fuera uno de los combatientes más cercanos al derrotado Rodrigo en aquella batalla del 711 que marcó toda la historia posterior. Debía de ser del clan de Rodrigo o adoptado por éste y soldado de valor y autoridad indudables, porque no tuvo que disputar con nadie el trono de España, que en el año 718, cuando se alzó en armas, era una simple silla de montar.
Pero esos siete años, desde la derrota en 711 hasta la rebelión en las montañas de Asturias, son muy oscuros. En principio, Pelayo fue, como otros godos e hispanorromanos notables, parte de la aparatosa espantada, desparrame sin orden ni concierto, de los cristianos ante los invasores moros.
Sin capacidad para fortalecerse en Toledo o atrincherarse siquiera en las tierras altas de la Meseta, aquellas tropas fueron dando tumbos y rindiéndose, cada vez más al norte, hasta pasar los Pirineos o quedar contra el Cantábrico, en las montañas astures y cántabras.
Pero también las tierras asturianas cayeron bajo control musulmán. Munuza se llamaba el gobernador de aquella comarca, que se estableció en lo que hoy es Gijón. En virtud de los acuerdos entre cristianos derrotados y musulmanes vencedores, Pelayo marchó a Córdoba como enviado o como rehén, mientras una hermana suya, con la que había hehco toda la retirada hasta el norte, quedaba en Asturias.
La hermana de Pelayo, mientras éste vivía en Córdoba, pasó al harén de Munuza y este hecco fue uno de los determinantes en su rebelión. Probablemente, los musulmanes rompieron sus promesas de respetar la religión y costumbres de los cristianos en cuanto se vieron dueños de la situación y eso movió a los soldados más cualificados a declararse en guerra.
La desigualdad entre los ocupantes y los rebeldes era tan grande que se comprende lo limitado del ejército de Pelayo, pero también debía de ser muy clara la disyuntiva de someterse totalmente o luchar a muerte para que un grupo suficientemente furte emprendiera tan desigual batalla.
No había reivindicaciones, no había reformas por discutir y ni unos ni otros buscaron un pacto. Por ambas partes estaba clara la determinación de luchar. En los moros, para aniquilar a los cristianos rebeldes; y en los cristianos, para defenderse de los moros.
Desde el principio de la guerra, y así lo cuentan los propios cronistas árabes, Pelayo fue rey. Es por tanto muy posible que su elección fuera clandestina y previa a la rebelión. Como la monarquía goda era electiva bastaría con la pertenencia de Pelayo a la familia del rey Rodrigo e, incluso, con su incostestada jefatura militar para alcanzar la corona.
Como desde Recaredo los reyes godos y cristianos lo eran de toda España y como además no existía un territorio claro dominado por Pelayo y sus menguadas huestes, ostentar esa corona lo significaba todo a la vez no significaba nada. Pelayo era rey de España, pero de la España perdida, con la excepción de los reductos, más humanos que geográficos, de las montañas astures. La España cristiana era más una reivindicación que una realidad, una empresa más que un negocio.
Pelayo entronca su realeza de forma natural con la monarquía goda, pero, como dijo el historiador moro Ben Jaldún y repetía gustoso el cristianísimo Fray Justo Pérez de Urben, «con él comienza una dinastía nueva sobre un pueblo nuevo». La legitimidad, al margen del origen godo, hispanorromano o mixto, se forma en una lucha que es territorial y religiosa, de legitimidad y de fuerza.
El objeto de la contienda está bien claro desde el principio: el antiguo territorio de la España visigoda, antes hispanorromana, donde se practicaba la religión de Cristo. En recobrar ese territorio para un orden político que ya no era ni podía ser godo, sino esencialmente cristiano, se entretendrán los habitantes de la Península Ibérica y sus islas anejas cerca de 800 años.
Naturalmente, al principio, los nobles godos que vivían con cierta comodidad sometidos a los musulmanes consideraron disparatado el proyecto de Pelayo. Mucho más cuando el valí Ambasa encabezó un ejército para ayudar a Munuza y aplastar definitivamente a los cristianos.
Los rebeldes, según el historiador musulmán Al Maqqari, que recoge testimonios de la famosa Crónica del Moro Rasis (Al Rasis), Ben Haz, y Ben Jaldún, llegaron a pasarlo muy mal: «No quedaba sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con 300 hombres. Los musulmanes no dejaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre, y no quedaron en su compañía más que 30 hombres y 10 mujeres». Pero fueran esas sus fuerzas o superiores, el hecho indiscutible es que Pelayo consiguió escapar.
Ambasa consideró suficiente el castigo porque llevó sus tropas más allá de los Pirineos, donde tomó Narbona y sitió Tolosa, lugar en que encontró la muerte. Alqama, su sucesor, tuvo que hacer frente de nuevo a Pelayo, señal de que se había rehecho y reforzado. Que no se trataba de una simple rebelión más o menos militar sino de un movimiento de indudable calado político lo prueba que en la expedición iba el obispo toledano Don Oppas, del clan de Vitiza, sin duda para romper la unidad de godos y cristianos rebeldes.
Pero no pudieron con Pelayo. Cabe los Picos de Europa, por donde se despeña el río Auseba, en las cercanías de una cueva consagrada a Santa María, tuvo lugar en 722 una de tantas emboscadas que sufrieron las tropas de Alqama y su recuerdo, símbolo de aquella campaña victoriosa, acabó por denominarse Covadonga. Qué duda cabe que responde a un hecho cierto, a uno de tantos, y que hubo otros con resultado opuesto. Pero es ética y estéticamente justo que en aquel lugar se recuerde la hazaña de Don Pelayo. ¿Donde mejor?
Dotado de indudable talento militar y de prestigio político, Pelayo llevó sus tropas y su pequeña corte ambulante a las cercanas montañas cántabras y amplió así tanto sus lugares de ataque como de retirada. Durante más de 18 años sopotó ataques de los musulmanes y los devolvió, con el balance final de la consolidación de un reino cristiano español en la coronilla de un riquísimo y poderoso califato musulmán, también español, que hizo de Córdoba «luz de Europa», según la sabia monja germana Hroswitha. A la sombra de aquella hermosa luz, los sucesores de Pelayo consolidaron la dinastía asturiana, que fue, de hecho y de derecho, la monarquía cristiana de España.
Pelayo creó, en efecto, una dinastía nueva para un pueblo nuevo, o mejor, un renuevo del viejo pueblo hispano. Legó un trono a caballo, un trámite entre precipicios, pero después de casi dos décadas de lucha contra un enemigo infinitamente superior nadie discutió su legitimidad.
Cuando su hijo y heredero Don Favila murió despedazado por un oso, le sucedió el hijo de Pedro, duque de Cantabria, el noble más importante de los que le habían reconocido como rey. El hijo de Pedro estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo, y reinó con el nombre de Alfonso I El Católico. Reconquistó Galicia y la comarca de las Bardulias, llamada también Castilla. Pero eso ya no pudo verlo Don Pelayo, aunque sin duda lo soñó.
Luego éstos mismos señores harán gala de una gran "objetividad" cuando digan que todo el separatismo gallego se debe a una mala interpretación del celtismo en Galicia, cuando ellos hacen gala de una didáctica y una pedagogía totalmente manipuladoras.
Hala, luego tomáis de vuestro propio jarabe y os quejáis.
En mi opinión, el mundo académico debería aconsejar a estos "radicales" que se dedicaran a hablar de futbol y dejaran la historia para los historiadores.
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Los visigodos, siendo uno de ellos Pelayo, también eran invasores ¿o no?
Y el reino de los suevos en Galecia ¿qué tiene que ver con todo esto?
En fin.
Saludos
Vamos a ver el analfabetismo de ciertos elementos al que me refería, y del que aquí nos ha hecho Amerginh unos apuntes rápidos
Los “monarcas” de los siglos VIII, IX y X nunca utilizaron el título de rey territorialmente, sino que se identificaban a sí mismos como reyes en virtud de su genealogía (“hijo de”) y por lo tanto nunca se nombraron como reyes de Asturias o León.
Falso . Revisa la diplomática del reino asturiano: a pesar de las escasa cantidad de documentos válidos de aquel tiempo verás varios diplomas titulándose reyes de Oviedo y de Asturias.
Además sólo se atribuyeron condición real a partir de Alfonso II, ya que antes se denominaban caudillos (“princeps”) [..].
Falso . la condición real ya la da el título princeps título también utilizado por los reyes visigodos y por entero sinónimo de rey.
Por lo tanto Don Pelayo, Favila, Alfonso I, Froila, Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo I (todos ellos entre los años 711 y 791) no fueron reyes de Asturias ni de León y desde el mundo árabe eran reconocidos únicamente como de Gallaecia.
Falso Eran reyes de Asturias y después lo fueron de León. El término Gallaecia, en el sentido que tu le das, no tenía significado para estos reyes ni para los cronistas de sus reinos. Para gentes lejanas era una antigua expresión geográfica para designar vaga e imprecisamente al tercio norte peninsular.
Si no hubiera sido por la nobleza gallega, el "rey" asturiano Mauregato (hijo de cristiano y árabe) hubiera seguido pactando con su querido Aderramán y hoy todos con babuchas y recitando el corán.
Falso Mauregato fué un buen rey y las crónicas de su reino no consignan esas presuntas aberraciones. Tampoco las arábigas ni ninguna otra coetánea.
Es más: Beato de Liébana, martillo de colaboracionistas y de herejías, compuso el himno litúrgico O Dei Verbum Patris . En el siglo XIX un musicólogo alemán descubrió en el mismo un acróstico con una loa al buen príncipe Mauregato.
Anterior a todo esto es el Galiciense Regnum. Reyes de Gallaecia [..]
No me digas ¿y que tiene que ver esto con el Asturum Regnum?
Como decía, parece ser que algún elemento aún no se ha enterado de que la Gallecia de Diocleciano no llegó al siglo VII.
Asturias y Cantabria fueron ducados: provincias en el reino de Toledo cada una con sus respectivos duques y no tenían nada que ver con la Gallaecia y su anterior reino Suevo. ¿no es puro analfabetismo ignorar esto?
Parece que olvidamos que aquellas gentes no tenían las ideas de patria o nación que podemos tener nosotros, forjada desde el renacimiento y, sobre todo, la revoluciuón Francesa.
Su visión en torno a estos asuntos era más bien estrecha: sus aspiraciones geográficas se articuñaban en un mapa subdividido en feudos, condados, ducados... el título de rey otorgaba un poder relativo, pero nunca incontestado, y no era imprescindible una "reconquista" para ejercer el poder. las primeras batallas de lo que se ha llamado "reconquista", a pesar de sus trascendencia histórica, creo que se llevaron a cabo desde una escasa consideración del pasado y del futuro, y su único objetivo era reaccionar a una situación inmediata.
No creo que Pelayo hubiese señado con Castilla, ni que se plantease reconquistar España, que entonces no existía. Ni los Suevos ni los visigodos crearon patria alguna: eran sólo una casta que gobernaba territorios conquistados por guerras, que en un principio no habían dudado en saquear, no eran su patria eterna nio nada parecido, aquellos pueblos no la tenían. Ni siquiera en el S.XIII, la nobleza gallega demuestra con su actitud idea nacional alguna, razón por la que tampoco cabe juzgar a los Reyes Católicos como invasores de la nación ni nada parecido. Si la nación eran aquel atajo de tiranos, yo también hubiera sido antipatriota. Y no digo que los reyes católicos fueran mejores, pero al menos estaban más lejos.
Saludos
Los artículos que empiezan ya insultando dejan el caché de esta página por los suelos. Desde luego voy a pasar del mismo pero comentaré antes algún aspecto. Pelayo no fue rey, ni mucho menos de una inexistente por entonces España , tampoco se sabe de donde era, ni muy bien lo que hizo o no, a no ser por algunas crónicas tardías manipuladas en la necesidad de conformar y dar un sentido para la cohesión de una idea nacional que ni siquiera es asturiana sino castellano-imperial y otras crónicas árabes y europeas. Y con esto se podrán seguir imaginando todos los argumentos tipo tebeo “guerrero del antifaz” en torno a su figura que no dejan de ser sino pura fantasía, como es el caso que nos ocupa de este artículo que, redactado en soez estilo, pretende reivindicar aquí el derecho que tienen unos a pisotear a otros para situarse por encima en el nombre de una patria que hace ya mucho tiempo que no siento mía tal como la historiografía asturiano-castellana forjadora de la unidad nacional española centralista que pretende aniquilar otras entidades nacionales hispanas (que no españolas en el sentir respetable de tantos y tantos “hispanos”), lo plantea. No me entretengo más en un asunto que no vale la pena.
En respuesta a algún comentario diré que el analfabetismo le corresponde abanderarlo al que no sabe leer ni escribir, y en su grado y medida por tonto (perdón: tanto), al que confunde palabras y nombres como Amerginh con Airdargh. La confusión asimilada por el analfabeto lector incapaz de distinguir unos signos fonéticos de otros y las palabras entre si se traduce en reflejar sandeces como las que pretenden informar acerca de un “rey” como Mauregato el Mestizo como grande cuando este, y al igual que sus antecesores, pagaba con la esclavización de los propios pretendidos súbditos cuyas vidas ponía a disposición de su socio Abderrahman I, mediante los deleznables tributos tipo “de las cien doncellas”. Llamar “gran rey” a Mauregato es de un cinismo aberrante que, desde el punto de vista cristiano, raya lo blasfemo, así se pudran y ardan en los Infiernos Mauregato y los que como él ascendieron al “trono” traicionando y vendiendo al pueblo, así como los que justifican el fin del poder mediante los medios de la opresión. Cierto analfabetismo puede ser además producto de la obcecación que se padece en tanto que la estrechez de miras limita la posibilidad de ampliar conocimientos que se pueden contrarrestar con otras fuentes si se posee una mente lo suficientemente abierta como para aceptar lo que nos dicen en tanto que contradicen o matizan lo que las fuentes a las que el analfabeto de limitada capacitad intelectual se aferra como únicas y validas por ignorancia, cuando no respondiendo a los ególatras intereses narcisistas, neuróticos en su medida, de quien de esta manera deja la valía de su calidad humana tan en entredicho. Las llamadas crónicas del reino nos ofrecen la visión histórica que al reino interesan, y obcecarse en ellas y lo que digan o no es tratar de minimizar la cuestión de manera sesgada y de modo poco rigurosamente científico para una página que pretende ocuparse de la Historia, a pesar de que algunos confundan ésta con las novelas de caballería, por lo que debemos contar con unas crónicas árabes y europeas que para la época no menciona reino asturiano ni español, siendo que de lo que hablan para la zona por entonces es del Reino Gallego o Galliciense, heredero del igualmente galaico-suevo anterior (el 1er reino cristiano de Hispania y Europa). No vale la pena seguir, es que ya me aburre.
Lo del un llamamiento a todos los gallegos, asturianos y leoneses que de buena fé sienten que pertenecen a la cultura del "noroeste" tras haber faltado el respeto a tantos de estos que posiblemente no comulguen con la idea de una unidad que desde el descalificamiento y el pretender situar a unos por encima de otros se profesa en el artículo, no me parece buena idea. Como gallego ya no me siento muy español por necesidad vital, puesto que ser gallego en España tantas veces acarrea el tener que padecer toda suerte de perjuicios, ya históricos, cuando Galicia fue que entra a formar parte de la corona de Castilla y la España, que en torno a ella y su principado se ciernen, contra su voluntad y pagando demasiado alto precio,. No es sólo eso, además en mi “sentimiento nacionalista” gallego del N.O. lo único que, en su medida, cabe de Asturias es la zona del Eo-Navia que es culturalmente gallega pues no fue hasta hace tanto que Asturias se la anexiona merced a los privilegios que recibe de Castilla por representar la falaz idea de principado como germen del reino cristiano español. Por lo demás, los gallegos somos históricamente suevos, no visigodos, y el pueblo galaico prehistórico entra a formar ya parte de Roma con una identidad propia que se perpetúa en los tiempos, y esto es algo que no se puede reclamar donde Roma practicó el exterminio. Como no se puede reclamar una habla de transición como plenamente autóctona, lo mismo que una cultura cuyas raices son importadas, foráneas, extranjeras. Ya para la región del Eo-Navia y ese reconocimiento del sentimiento de identidad que une a sus gentes a Galicia y lo gallego, se encargaron los mismos asturianos de boicotear la l Candidatura do Património Imaterial Galego-Português que ahora quieren denominar al gallego que allí se habla como asturiano occidental y otras actitudes que no invitan sino reflexionar acerca la poca honestidad de los que son capaces ya de inventarse cualquier cosa por sacarse de la manga una identidad que nunca será peculiarmente propia ni autóctona porque, por encima de los intereses de cada cual y lo que éstos pretendan hacernos ver de forma falaz, esta la realidad, y la verdad no es siempre tan moldeable como para mostrarla a nuestro caprichoso antojo, esta es lo que es y muestra lo que muestra. Ahora sí, me despido de esta tertulia en el que se han dicho además de lo que planteo, otras cosas con las que no estoy de acuerdo, pero no vale la pena que yo gaste más mi tiempo aquí. Simplemente: a palabras necias, oidos sordos, que el calla otorga y no hay más desprecio que la falta de aprecio. Anfus Airdair
Sí, así fué. Supongo que la extensión hacia el oeste fué cosa de los visigodos, aunque no existen mapas ni referencias conocidas. En la épca del del reino suevo, bajo cuya égida había quedado ese interamnium más el territorio Pésico, el antiguos conventus asturum había quedado desmigajado, refiriendose las crónicas a las antiguas agrupaciones tribales: ruccones, sappos, etc.
Cuando los visigodos se hacen con el control completo del norte, las viejas divisiones de las agrupaciones tribales y la partición romana hacía mucho que habían sido destruidas y la nueva recomposición del puzzle cuando se instaura la provincia o ducado Asturiense probablemente ya le recogía los límites inter Devam et Ovem En cualquier caso estos ya constan durante la monarquía asturiana.
Virio: fuera bromas igual era una solución. El nombre Asturias se conservaría como provincia de esa moderna división de Gallaecia instaurada bajo el Dominus Imperator Sutor, con capital en la Ovetdao. Yo no me lo pierdo, me uno a la petición de firmas.
Al comienzo del siglo VIII, los pueblos astur y cántabro siguen siendos dos pueblos diferenciados, al igual que en época romana, siendo separados por las montañas situadas al oeste del Río Sella ( o por el Río). Eso sí, al igual que ocurre a día de hoy, parece que “muy amigos”. Que así siga…
Los visigodos para los cántabros y para todo el pueblo hispano-romano son considerados invasores. Por mucho que diga el señor Federico Jiménez Lozanitos en 711 no exista ningún Estado Español, ni sentimiento español, ni una España unida, ni nada que se le parezca. A día de hoy, a mí parecer, afortunadamente existe.
Es casi imposible (nada lo es) que los Duques de Cantabria fuera visigodos. Casi imposible porque ¿quién se cree que a los cántabros les iba a dirigir un caudillo extranjero? La designación de este Duque fue realizada, como fórmula política, para la pacificación y seguridad del territorio cántabro, frente a la monarquía toledana, y es indudable que ésta fórmula garantizaría la libertad del pueblo cántabro, pues si no, habría razón para ello y hubieran forzado el sometimiento con acciones bélicas como se había intentado anteriormente. Se sustenta la opinión de que la persona elegida para ocupar dicho cargo tenía que ser un señor natural de la tierra, que tuviera suficiente ascendencia sobre el pueblo para garantizar a la corte toledana la paz y la seguridad del territorio. Por ello, cuando se designó al primer duque se eligió a Fávila (padre de Pelayo), Señor de Liébana y del territorio que delimitaban los Rios Sella y Deva. Parece que este ducado fue creado en el Reinado de Ervigio (680-687).
Joaquín González Echegaray afirma que la batalla de Covadonga y la propia corte de Cangas de Onís están dentro del antiguo territorio cántabro y no del astur; sin embargo, las crónicas hablan siempre de Asturias y astures y no de Cantabria.
Pelayo ni es godo, ni toledano, ni astur, ni gallego. Pelayo es libanense (lebaniego), y por tanto es cántabro. En Liébana siguen habíendo leyendas en cúanto a su origen lebaniego, además de ser éste hijo de Fávila que era Duque de Cantabria. En la Sala de los Reyes del Alcázar de Segovia, figura una estatua de Pelayo, dónde indica que es hijo del Duque Fávila de Cantabria. Data de la época de Felipe II.
Asturia estuvo ocupada por los arábes al contrario que Cantabria (o gran parte de ella) . Asturia, cuando queda libre se integra en Reino nacido en Cangas, que ocuparía hoy el oriente asturiano y Liébana (a grandes rasgos). Aquella monarquía cántabra, nacida en Cosgaya (Liébana) y afianzada en Cangas de Onís, (ambas por entonces localidades cántabras) va a tomar una nueva dimensión después de anexionarse el territorio astur y esta nueva dimensión y el peso de la influencia cortesana, arropados por las pompas que mantenía y fomentaba la nobleza visigoda imperante en Asturias, hicieron olvidar a algunos reyes las circunstancias de su origen.
Es decir, parece que en un momento de la historia el “Reino Cántabro-Astur “ es tomado o liderado por la nobleza visigótica de Asturias y que con el intentará revivir el antiguo de Reino de Toledo y es ahí cuando empieza la Reconquista. Pelayo no empieza la Reconquista de nada, simplemente defendió su país, que era Cantabria. Lo demás es versión goticista de la historia y se redactará desde un óptica astur, borrando toda aportación de los cántabros, que fueron enemigos de los godos.
Casi toda la historia que se maneja de esa época es una auténtica patraña infumable. Hay que reconocer a los historiadores asturianos como Armando Cotarelo Valledor que afirma a principios del siglo XX que los “orígenes de esta nueva dinastía deben buscarse en la indómita Cantabria…y el verdadero tronco de los antiguos Monarcas de la Reconquista fue Pedro, Duque de Cantabria”. Esto es aceptado en 1916 por la Real Academia de la Historia.
El historiador asturiano Emilio Alarcos afirma “No se olvide que los creadores del reino asturiano (Pelayo y luego la familia de su yerno) procedían de Cantabria”.
Por otra parte, Gómez- Tabanera, al escribir sobre la Casa Real de España, presenta al Príncipe heredero como Duque de Cantabria, Príncipe de Asturias y Gerona, y etc, etc y etc. Es de agradecer que sean justamente asturianos los que desde su vocación de historiadores no les tiemble el pulso al afirmar que el tinglado real que tenemos en España surge en Cantabria. Olé sus cojones.
Cantabria en el siglo XI aún existe. Aunque algunos se empeñan en llevar Cantabria a lugares como la Rioja. A esto contribuyó el relato emilianense que explica la predicación del riojano San Millán en tierras de Cantabria, que los investigadores locales quieren identificar con la inmediata sierra de este nombre y apoyar en ello su naturaleza. Sin embargo, este texto aparece glosado en el siglo XI determinado que la Cantabria, lugar de la predicación, estaba situada en las fuentes del Ebro y en el monte Igedo, monte ya citado por Plinio, y que está al sur de Cantabria. Así mismo por estas fechas unas gentes se llaman así mismos “nobili Cantabrii”.
Espero que algún día la historiografía oficial española pague su deuda con Cantabria ( y más concretamente con Liébana) , porque es aquí dónde nace la monarquía (forma política anacrónica, por otra parte) que hoy ostenta Juan Carlos de Borbón.
Ya lo dijo su bisabuelo en una carta dirigida a a la localidad cántabra de Comillas el 15 de agosto de 1882 dónde era asiduo veraneante: “ al contemplar la nobleza y el patriotismo de estos montañeses, todos y yo el primero, pensamos en ti como encarnación de estos mismos sentimientos dentro del hogar; y al ver yo tu carta, como no peco de modesto, no puedo menos de alegrarme pensando que tal vez me creaís digno de esta Cantabria, Cuna de la Monarquía Española”.
PUES ESO.
PD: Esta es mi versión. Aquí cada uno ha expuesto la suya. Todo esto evidentemente lo he leído de otros autores, que desde mi óptica es la que más se ajusta a la realidad.
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