Autor: Miguel Romero Esteo
lunes, 09 de enero de 2006
Sección: De los pueblos de Celtiberia
Información publicada por: soliman
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TARTESSOS Y EUROPA

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Miguel Romero Esteo es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Doctor en Filología Hispánica. Tiene obras publicadas en series de clásicos de la literatura española. Por su epopeya "Tartessos" recibió del Consejo de Europa en 1985 el Premio Europa.

Este ensayo es una exploración interdisciplinar -historia, proto-historia, arqueología, filología, mitología- acerca de la mítica Tartessos, es decir, los peninsulares iberos que habitaron la orilla oceánica de la Andalucía occidental en tiempos previos a los cartagineses. En este estudio se hace hincapié en sus conexiones con el Mediterráneo y con el Atlántico.

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1. De los misteriosos tartesios en los orígenes de Europa




Esto es un ensayo. O sea, serie de ideas personales que creo sensatas. Y meramente aproximativas, como corresponde a una primera exploración del tema. O más bien de los temas implicados en el asunto.



En concreto, la exploración encaminada va hacia que, a mi modo de ver, y entre las tales ideas sensatas, tienen sobre poco más o menos un mismo origen la misteriosa e hispana civilización de los no menos misteriosos tartesios y la hasta ahora inicial civilización europea de los famosos minoicos de la diosa Europa tranquilamente isleños y pre-griegos a mitad del Mediterráneo oriental, en la finalmente griega gran isla de Creta. Que por entonces una más bien isla de Kéreta, todavía nada griega. Y con nombre que demasiado homófono con respecto al hispano y pre-romano nombre de Keret —ortográficamente también Ceret— para la ciudad que finalmente Jerez, y que en el más estricto y originario territorio de los tartesios hispanos. Esta coincidencia onomástica entre la Kéreta de los minoicos y la hispana Keret de los tartesios tampoco tiene mucho que extrañar si tenemos en cuenta que en las legendarias historias mediterráneas —finalmente los arcaicos griegos mediterráneo-orientales las helenizaron y las convirtieron en mitológicas, o algo así como que las fosilizaron— la diosa Europa, o diosa-princesa Europa, era una oceánida. Y con calificativo que la remite a origen en el mediterráneo ámbito oceánico. En el extremo oeste mediterráneo, sobre poco más o menos. O en el entorno oceánico y atlántico del estrecho de Gibraltar, si puestos a precisar más el asunto. O entorno en el que, en su lado geográficamente europeo —el extremo suroeste europeo— y en su ibero-peninsular y oceánica costa atlántica estaba precisamente la pre-romana y tartesia ciudad de Keret. Y en la tal costa, que ya no sé si también oceánida y no meramente oceánica, y así como quien no quiere la cosa.



Y en fin, que así el tal asunto de que venga titulado de Tartessos y Europa este ensayo y exploración. Desde luego, ya entraremos más adelante en los intríngulis de la oceánida diosa Europa y sus isleños y mediterráneo-orientales minoicos, o la culturalmente refinadísima e inicial civilización europea. O más bien culturalmente proto-europea. Y que, trasvasada luego a los ciclópeos griegos micénicos —con o sin el arcaico topónimo Micena, que sobrevive en las hispanas y granadinas tierras de Baza— y de los antiguos griegos trasvasada después a los romanos, originó lo que se viene denominando civilización europea, y europeos, y Europa como gran ámbito geográfico. No menos entrando iremos en los intríngulis de los hispanos tartesios misteriosos —ya no tan misteriosos— y su muy pre-romana y pre-cartaginesa civilización milenaria. Y bastante pluri-milenaria, a lo que parece. Al menos si teniendo en cuenta que hacia el año 2500 antes de Cristo —o el 2500 a.C. en la técnica abreviatura usual— es hacia donde especialistas del tema remiten el hecho histórico que subyace en la legendaria epopeya de lucha a muerte entre de un lado el gran gigante y rey tartesio Gerión con sus hispanas gentes y de otro lado el famoso y famosísimo gran Hércules de los griegos, el gran Alkides, que éste era su exacto nombre, y lo de Hércules era un apodo, o especie de sobrenombre. Sobre poco más o menos, por los tales tiempos del 2500 a.C. es cuando en Egipto el gran faraón Queops —versión griega del nombre egipciamente Khufu, fonéticamente un Jufu, y que bastante homófono del bíblico Jafet, el bíblicamente hijo menor y borrosamente europeo del santo patriarca Noé, el del famosísimo diluvio— construyendo está su inmensa gran pirámide.



O en suma, un gran ejército de norteafricanos heráklidas atravesando el estrecho de Gibraltar e invadiendo el sur de la Península Ibérica, los tartesios hispanos derrotándolos con otro gran ejército organizado por el gran Gerión —en los historiadores romanos el asunto va de ejércitos, y es Historia, y no tema legendario- y obligándolos a huir, tierra adentro, y atravesar la ibérica península hasta llegar a tierras de Tarrako. O sea, las finalmente catalanas tierras de Tarragona. Escribo que norteafricanos heráklidas porque el nombre de Alkides es más o menos versión griega del norteafricano y bereber ahquid que significa precisamente caudillo guerrero. Y remite igualmente a lengua bereber el apodo hércules porque vinculado a la palabra harka que significa guerra. Y etimológicamente, y si echándole algo de arqueología lingüística al asunto, y en consonancia con un ejército en el que van tanto proto-griegos como bereberes, lo de hércules parece remitir a un harka-helios para significar el sol de la guerra, en plan de apelativo y apodo. O más bien el dios-sol de la guerra, en plan de gran caudillo militar. Y al respecto de los tales heráklidas proto-griegos y norteafricanos —y heráklidas en cuanto que Herakles era la versión griega del nombre de Hércules— valga el que en tiempos pre-romanos y en las ahora costas de Argelia varias portuarias ciudades se llamaban Heráklea. Con lo que muy bien pudiera resultar que lo de Argel —y Argelia— remita a evolución fonética de un previo Heráklea. Y qué de vueltas da el mundo.


Pero a lo que voy, en esta especie de introducción que ya se alarga demasiado. Y es a que la tal gran batalla entre los tartesios hispanos y los norteafricanos heráklidas, borrosamente en el más o menos tartesio territorio de Cádiz, tuvo lugar concretamente en las riberas de un río de las flores o río florido, al menos legendariamente. Lo que nos lleva al gaditano río Lete o Leteo, de muy pre-romano nombre, y en cuya desembocadura —en la bahía de Cádiz— estaba la Keret, que finalmente Jerez con sus vinos famosos. Tras la invasión arábigo-islámica en el siglo Vifi, el Lete se arabizó en un Guadalete, y así sigue. Por mi parte, yo estoy en la idea de que del vascón lilitzu para precisamente significar de flores y florido se origina el tal Lete, las etimologías son así. Y que es el mitológicamente y legendariamente famoso río Leteo —en el extremo oeste mediterráneo, a la orilla de los infiernos si por más señas— y del que, y para significar lo mortífero, resulta finalmente lo de letal en diversas lenguas europeas. Lo dicho, y qué de vueltas da el mundo. Por otra parte, tampoco hay mucho que extrañar en que en un muy arcaico topónimo andaluz e hispano asome una raíz de lengua vasca. Que asoman otras varias, o bastantes, en las ahora tierras andaluzas, en sus muy arcaicos y pre-romanos nombres geográficos. Me supongo que en relación con los vascones del sur que asoman fugazmente en no recuerdo qué escritor de la mediterránea antigüedad. Y que se los ha venido remitiendo a los vacceos celtíberos, ya tan en el norte ibero-peninsular, y a falta de una solución mejor. Que a lo que parece, la hay.



Aquí hay ya que traer que, para algún que otro especialista del tema, en la legendaria epopeya del tartesio y gigante Gerión contra el gran Hércules famosísimo subyace probablemente el gran hecho histórico central con respecto a la borrosa y larguísima Protohistoria mediterránea, larguísima en cuanto que cosa de dos mil años, desde aproximadamente el año 3000 a.C. hasta el año 1000 a.C. si puestos a precisar el asunto. Probable gran hecho histórico central, y con razón.


Porque, con la tal epopeya hacia el año 2500 a.C. aproximadamente, y con el iniciarse en la mediterráneo-oriental gran isla de Creta o Kéreta la culturalmente proto-europea civilización de los muy refinados minoicos de la oceánida diosa Europa hacia tiempos del año 2000 a.C. a juicio de especialistas del asunto, caso de vencer en la tal epopeya los norteafricanos heráklidas pues me parece que no se hubiera originado la tal culturalmente inicial civilización europea, refinadamente minoica. Y por la sencilla razón de que norteafricanado el sur atlántico ibero-peninsular, no hubiera habido oceánidas que, con su diosa Europa, kéretos o no kéretos, hubieran llegado a la isla de Creta con sus europos refinamientos civilizatorios. O en suma, que no habría habido ninguna diosa Europa en el muy pre-griego Mediterráneo oriental. Y en consecuencia, ninguna proto-europea y fundamental civilización en la isla de Creta. Y qué panorama.



Apostillando el dato de que norteafricanos los borrosos y proto-griegos heráklidas del gran Hércules, valga el no menos dato de que los antiguos griegos de la gran Grecia clásica, en sus siglos Y y IV a.C. y alrededores, tenían mucho de norteafricanos. Y ese mucho nos lo desglosa muy al detalle, en alguno de sus libros de Historia, el gran historiador griego Herodoto. Que vivió a caballo entre ambos siglos. De paso, en otro de sus libros nos detalla que el gran Hércules protogriego, el rival del tartesio gran Gerión, fue un hércules más bien menor, o secundario al menos. Que el máximo Hércules fue el gran Hércules tarsio. Los tales datos le venían del haber viajado a lo largo de la mediterránea costa norteafricana —las ahora costas de Libia— y de haber visitado los templos del gran Hércules Tarsio en la cananeo-fenicia ciudad portuaria de Tyro, y en la anatolia y no menos portuaria ciudad de Tarso, que situada en el rincón nordeste del Mediterráneo oriental —al arrimo de la isla de Chipre— y en la que nacería San Pablo unos cuantos siglos después.



Y en fin, que la exploración seguirá más o menos así, interdisciplinarmente y a todo lo largo. Con enganches en Protohistoria —mediterránea o no mediterránea— y arqueologías, y antropologías, y filologías. Con fuentes de la antigüedad mediterránea, tanto autores griegos como autores romanos, y algún que otro percance de somera arqueología lingüística, que resulta siempre bastante insospechada, y que anima un poco el asunto, O en suma, una exploración amena. Y a ello vamos. Y por otra parte, y no menos a todo lo largo, pues desmitologizando un poco las legendarias historias relativas al extremo oeste del Mediterráneo, la Península Ibérica y sus alrededores, rastreándoles aproximatjvamente el borroso núcleo que de hecho histórico —o protohistórico más bien— encubren y encierran. Y en cuanto que demasiado mitologizadas fueron por los antiguos griegos, y mitologizadas siguen. O sea, fantaseadas en especie de fantasías sin base alguna. Pero tuvieron su base de borroso hecho real e histórico. O dicho de otro modo, para las muy arcaicas o mediterráneo- protohistóricas gentes las tales legendarias historias eran su Historia, si es que no la Historia. Y de una base que, por más que borrosa con el paso de los tiempos, cierta y real. Y que no una mera inventiva fantasiosa para entretener a las gentes. O así el asunto, O en fin, que en esta inhóspita exploración todo muy bien pudiera ir de piadosamente brain storm a todo lo largo. O sea, una pálida tempestad de ideas a la menor oportunidad. O tormenta más bien. Y que en los presentes tiempos de freno y marcha atrás pues o el lujo del escaramujo o una tenebrosa idiotez, O un tiempo a destiempo, que tampoco es manco.



Bien. O no tan bien, O que a lo largo de todo el ensayo pues tampoco habría que olvidar que, y en paralelo con la oceánida diosa Europa, pues que en las legendarias historias finalmente mitologizadas por los antiguos griegos también oceán ida era la hermosa Kalirroe, o más bien Kalirroa, con nombre que pues bastante homófono con el de Euskalerría —significa países de las gentes vascoparlantes, como sabido es— y que, y de su unión con el gran Krisaor de la espada de oro, tuvo de hijo al gran tartesio Gerión, gran rey y gigante. Y no sé si con el Kali remitiendo al kalay o estaño, y con o sin el euskal metido en el asunto del atlántico y muy temprano estaño. O en fin, el ensayo irá de desmitologizaciones un poco así, con buen pulso y tentaculares aproximaciones. Y pues entremos en la aventura. Que una primera aproximación es más o menos una aventura, O como que el asunto de largarse a los océanos. O larguísimo el hilo de las pálidas oceánidas porque tirando del hilo pues se llega al ovillo. Y con o sin el legendario Krisaor correspondiéndose con el bíblico y no menos legendario Yaván en el asunto del origen de los tartesios, O sea, la Biblia.



Claro que, y antes de seguir adelante, de los misteriosos tartesios lo acaso sólido y más espectacular pues asoma en el imperial tesoro de oro macizo —corona imperial, ajorcas, brazaletes, etcétera— arqueológicamente exhumado en el Cerro del Carambolo, en las muy tartesias cercanías de Sevilla. O el macizo oro deslumbrante fundamentalmente muchas de las cosas que a lo largo de este ensayo irán viniendo. Y espeso el oro. Pero al respecto, la ciclópea y gigantesca tumba del misterioso caudillo Caralambo —tan homófono con lo del no menos misterioso Carambolo— en el entorno de la finalmente turco-asiática Esmirna, al arrimo de la griega isla de Lesbos. Y entorno donde en remotos tiempos los lidios maeones o miones, nombre homófono con el del tartesio o pre-romano río Maenoba que finalmente el sevillano Guadiamar. O algo así como que, al relacionar lidios con tartesios, el arqueólogo Schulten —ya entraremos en esto— pues que acaso acertada bastante. Y todos aquí pues sin enterarse.

2. De los misteriosos tartesios en plan de hueso atragantado


Antes de entrar al detalle en tartesios asuntos de la misteriosa e hispana civilización tartesia —centrada en su portuaria y capital Tartessos, o versión griega del nombre que también asoma como Tarsisi, y como Tarsis, o Tarshish más bien— algo habría que decir con respecto a que tanto Tartessos como sus tartesios han venido siendo un hueso polémicamente atragantado en el gaznate de los especialistas en el asunto de la bimilenaria y larguísima Protohistoria mediterránea. O el asunto de si realmente existieron o no existieron la hispana Tartessos y sus tartesios. Porque más bien lo que, y hasta no hace mucho, ha venido rodando, y como oro de ley, es que o no existieron en sentido estricto, y que todo va de mucha confusión y verborreas al respecto, o que si existieron pues como si no hubieran existido porque o demasiado borroso el asunto. O porque en realidad no fueron más que un extenderse al oceánico suroeste hispano la asiática y mediterráneo-oriental civilización de los famosos o famosísimos cananeos, a los que apodaron de fenicios los griegos. Los antiguos griegos, claro está.



Parece que viene de muy lejos esta especie de alergia con respecto a los hispanos tartesios y su misteriosa Tartessos. En concreto, los protohistoriadores europeos han venido siendo muy tranquilamente tartesiófobos. O una especie de inquina con respecto al asunto Tartessos. Por no decir que más bien, y más en general, unos contumaces occidentalófobos con respecto al asunto del Occidente atlántico-europeo en el no menos asunto de los orígenes de Europa. O sea, unos orientalófilos empedernidos en el tal asunto de los europeos orígenes, y en los que el Occidente europeo-atlántico ha venido siendo una especie de cero absoluto y sin remisión, al menos hasta no hace mucho. Que parece como que las cosas cambiando están. Desde luego, la tal occidentalofobia en general y tartesiofobia en particular parece como que vienen de lejísimos, desde los inmemoriales tiempos. Por de pronto, en la versión que de las legendarias historias mediterráneas nos llega de manos de los proto-griegos y los griegos arcaicos, el Occidente europeo en su ámbito suroeste —el ámbito luego tartesio, sobre poco más o menos— es donde están los legendarios infiernos y sus infernales gentes. Incluido el infernal dios Hades tan demasiado obscuro, y subterráneo. Con o sin largarnos hilo hacia que las tales obscuridades vengan referidas a subsaharianas gentes de negra la piel, y que tranquilamente asentadas en el suroeste oceánico de la Península Ibérica —lo de Hades resulta demasiado homófono con la Gades que finalmente la ahora andaluza ciudad de Cádiz, y valga la homofonía— y en no se sabe qué remotísimos tiempos. Pongamos que en torno al año 3000 a.C. y puesto queda.



Por otra parte, y siguiendo de las tales legendarias historias mediterráneas en versión griega, y que mitologizadas fueron, el Occidente europeo en su suroeste atlántico y sus alrededores, o el mediterráneo-atlántico ámbito del estrecho de Gibraltar y su amplio entorno, es un siniestro lugar de horribles monstruos más o menos infernales. En concreto, la oceánica y famosísima gran hembra Medusa con su cabellera de venenosas serpientes, en vez de una pelambre de largos cabellos. Y de la que, y tras el gran monstruo-caballo Pegaso, se origina una abundante familia de monstruos con el tartesio y gigante-monstruo Gerión y su monstruosa parentela en la que su geriónida hermana-monstruo, la acuática u oceánica gran serpiente Egidna que casada con el no menos monstruo gran Tifón. Y de la que la serie de geriónidas sobrinos- monstruos: el can Kerberos, el can Orto, la gran serpiente Hidra de las cien cabezas, la Esfinge, la Quimera, etcétera. Y valga de paso el que la monstruosa Esfinge —cuerpo de león, cabeza humana, y que no acaba de saberse que de dónde llegó el tal asunto a Egipto— al menos en las legendarias historias es originariamente pues no precisamente egipcia sino que más bien tartesia y geriónida. O bastante euro-occidental e hispana, si dicho de otro modo. O en otras palabras, que al menos en la versión griega de las tales legendarias historias parece como que la tartesiofobia asoma bastante. Ignoro si porque escaldados los arcaicos griegos con el batallador revolcón que el tartesio y gigante rey Gerión le propinó al más o menos muy proto-griego gran guaperas Hércules. Y que de lo tal, luego pues ya vieron monstruos por todas partes en el extremo oeste mediterráneo, en general. Y en las parentelas de los geriónidas, en particular. O al menos que algo muy desagradable les ocurrió en el ámbito del estrecho de Gibraltar a los proto-griegos remotísimos —pongamos que de por allí los expulsaron, y puesto queda— y que pues nunca lo olvidaron.



Aquí muy bien pudiera entrar el asunto de que, en el bíblico libro del Génesis —que comienza con el paraíso de Adán y Eva, y la serpiente, y otra vez asunto de serpientes— y en sus genealogías a partir del santo patriarca Noé y su diluvio, y prescindiendo de su primogénito Sem y de su segundón y africanoide Cam, del Jafet o hijo menor le resulta al santo patriarca su nieto Yaván. Que es bíblicamente el padre de la hermosa Tarsis. O sea, los tartesios si traduciendo a prosa llana el metafórico asunto. Pero los tartesios como que bíblicamente originándose en los proto-griegos yavonios a los que los especialistas en rastrear los tales bíblicos y borrosos asuntos identifican como que unos proto-griegos yonios. O sea, los griegos jonios en fase muy temprana, y muchísimo antes de asentarse en la costa ática y fundar la ciudad de Atenas. Con lo cual pues resulta como que bastante normal el que al muy arcaico alfabeto tartesio se lo viniera catalogando de medio-jonio. Así pues, como que resulta una especie de rencor intra-familiar la tartesiofobia que, más o menos antigeriónida, asoma en las tales legendarias historias finalmente mitologizadas. Y en fin, todo esto con o sin tener en cuenta que por las costas de la India y en sus remotos o muy arcaicos tiempos se denominaban los yavana a las gentes de Europa, a las gentes de raza blanca. Pero ignoro si el asunto venía referido a unos yavana de Tarsis. O si a unos yavanas elíseos. De la hermosa Elisa, la bíblica hermana de Tarsis. O que acaso meramente unos ulíseos a la menor oportunidad. Con o sin los viajes oceánicos del legendario Ulises metidos en el asunto.



Más adelante en los lejanos tiempos, el asunto de la occidentalofobia asoma también en los dos romano-imperiales escritores que son básicos con respecto a las indígenas gentes pre-romanas de la ibérica península. Me refiero al geógrafo griego Estrabón, que escribe en tiempos del nacimiento de Cristo, y al muy romano gran Plinio, éste en plan de antropólogo e historiador con los muchos libros de su monumental Naturalis Historia, y escribiendo muchos años después del nacimiento de Cristo, hacia el año 70 de la ya Era Cristiana. Y el otro, muy en plan de geógrafo etnohistoriador, y con una también monumental obra en muchos volúmenes, uno de ellos dedicado íntegro a la ibérica península, e incluido capítulos al tema de los tartesios en las ahora tierras andaluzas. Pues bien, y en cuanto a la tal occidentalofobia, lo cierto es que al gran Plinio le resultaba una fantasía mitológica el texto —yo lo tengo en mi biblioteca— del famoso periplo de Annón o periplo navegante en el que sale del ámbito de la hispana Gades —el cogollo del originario territorio tartesio— una descomunal flota de enormes naves-monstruos atiborradas de ibero-peninsular población libio-phoinikia y sureña —que vale tanto como decir que malagueña, que los lybio-phoenikes fueron mayormente gentes de las malagueñas costas— y en plan de colonización hispano-karkedonia de puntos-clave a lo largo de las larguísimas y atlánticas costas africanas. Y en fin, que el demasiado imperial Annón va fundando ciudades costeras en los tales puntos-clave. Me supongo que en plan de puertos de escala y aguada, y con vistas a una institucional ruta de navegación de cabotaje hacia las paradisíacas tierras del Océano Indico. El asunto del tan demasiado imperial Annón se lo ha venido remitiendo a un presunto cartaginés Hanno. Pese a que nada tienen de cartaginés los nombres de las tales portuarias colonias que los tales karkedonios borrosos fundando van. Y así el asunto.


Y por otra parte, y en paralelo con el tal karkedoniohispano periplo, un no tan famoso y perdido periplo de Ofelas al muy erudito y bibliográfico Estrabón pues le resultaba una fantasía total, y lo ponía poco menos que histérico. En este otro periplo el asunto iba de que en remotos tiempos unos borrosos tyrios habían ido circunnavegando las oceánicas costas africanas tanto atlánticas como océano-índicas, y a lo largo de ellas habían ido fundando estratégicas ciudades portuarias, nada menos que unas trescientas, y desde las ahora atlánticas costas de Marruecos hasta las océano-índicas costas de al sur de Arabia. O sea, otra mucho más descomunal empresa imperial si en comparación con la del karkedonio Annón. Y si es que tanto la una como la otra no son la misma. Que muy bien pudieran ser la misma. Y que tanto lo de Annón como lo de Ofelas fueran nombres o sobrenombres para una misma persona. Y que los en sentido muy general tyrios fueran más específicamente lyrios karkedonios. O sea, unos más o menos tartesios karkedonios si teniendo en cuenta que, en los tales tiempos de hablas fonéticamente muy dialectales, tyrios y tunos son lo mismo, y tunos y tursios pues igual. Y que las variantes hispano-indígenas del nombre de los tartesios son derivaciones de un más bien tursios. Y así tanto en el caso de los tartesios o atartesiados túrdulos como no menos en el de los turdetanos o tursetanos en tiempos pre-romanos y para todas las ahora tierras de Andalucía. En concreto y con respecto a las guerras entre cartagineses y romanos en la ibérica península, el famoso historiador Tito Livio a los tartesios los llama unas veces turdetanos y otras veces tartesios, según le venga en gana.



Esta occidentalofobia, desde una muy profunda y bien arraigada orientalofilia, tradicional ya en los romanos tiempos, recalca el asunto de que del atlántico y europeo Occidente, en general, y del atlántico sur ibero-peninsular en particular —el ámbito de los tartesios hispanos— no había que esperar altísima civilización ninguna, tanto si imperial como si no imperial. Pese a lo cual, y en el caso de Estrabón, éste subraya que las más enormes naves de cargamento —transporte de mercaderías— que arribaban al puerto de Roma —el puerto de Ostia— eran las turdetanas. O sea, las tartesio-hispanas. O en suma, que en lo de construir naves enormes —especie de oceánicos trasatlánticos si dicho en términos actuales, algunos biblistas lo emplean para el bíblico-tartesio asunto de las famosas naves de Tarsis— parece como que los tartesios hispanos tenían una muy consolidada tradición. Y que les venía de muy lejos, que las tales monumentales construcciones navieras no se improvisan. O al menos así el asunto a mi modo de ver. Y valga el que en el muy bibliográfico Estrabón lo de las tales enormes naves no es precisamente dato bibliográfico. Vivía al arrimo del puerto de Ostia, y en el puerto pues seguro que las vio muy de bulto y figura. Y bastantes veces, a lo que parece. Pero en general, en su geografía de la Península Ibérica —o Hispania, en la jerga romana— funciona en base a informaciones tomadas de los libros de previos escritores que, tanto griegos como romanos, viajaron o residieron por tierras ibero-peninsulares. Y resulta muy fundamental con respecto a lo mucho que nos informa de los tardo- tartesios o turdetanos. Y básico el asunto.



Por otra parte, no menos básico el asunto de que tienen su fundamento sensato los enjuagues filológicos que, por vía de someras arqueologías lingüísticas, a lo largo de este ensayo van a ir asomando, y tanto si etimológicas como si no etimológicas. O que no tan someras. Y con pie en onomásticas homofonías iniciales, en muchos los casos. Y el tal sensato fundamento pues está en que para los tales remotos o remotísimos tiempos borrosos, y fueren cuales fueren las lenguas onomásticamente implicadas, tanto si enigmáticas como si no enigmáticas, éstas no eran más bien lengua fonéticamente muy fijada sino que un habla fonéticamente muy dialectal. O sea, con variantes fonéticas para una misma palabra. Y caso de la muy fonéticamente dialectal lengua vasca en la que un itsas y un itxas son fonéticamente diversos pero significan lo mismo, el mar. Y acaso es por esto por lo que iniciales alfabetos van de signos meramente para las consonantes y prescinden de las tan variables vocales, O en fin, que la onomástica que de los tales tiempos nos llega es fonéticamente más o menos aproximativa. Y con o sin las reglas de evolución fonético-mecánica con las que lo de iberos, iveros, iperos, iferos, pues todo es lo mismo.




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Más informacióen en: http://www.tartessos.info/html/tartessos_europa00.htm


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