Autor: azenor
lunes, 17 de enero de 2005
Sección: Artículos generales
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Sacrificios humanos y de animales

He aquí una interesante referencia sobre los sacrificios entre los celtas.

RENERO ARRIBAS, V.M (1999): Diccionario del mundo Celta, Alderabán, Madrid: 170-172

sacrificios de animales

SACRIFICIOS DE ANIMALES.- La realización de sacrificios de animales como parte de los rituales religiosos era algo común a los diversos pueblos de Europa en la Antigüedad, y por tanto también entre los celtas*. El sacrificio de animales supone la sustracción de un importante aporte a la economía y la alimentación de la comunidad, por lo que se realizaría en casos excepcionales vinculados a épocas de crisis, en las que era más necesaria la búsqueda del apoyo divino y de la cohesión social a través del ritual. Las menciones en los textos clásicos son escasas: Plinio (HN, XVI, 249) describe entre los galos* el ritual druídico de la recogida del muérdago*, en el que se incluía el sacrificio de dos toros* blancos; Estrabón (III,3,7) cita los sacrificios de caballos* y prisioneros que los pueblos del norte de la Península Ibérica realizaban en honor de Ares; Horacio (Carm. III,4,34) y Silio Itálico (III, 361) aluden al sacrificio de caballos entre los cántabros*, ritual que incluía el consumo de su sangre; finalmente, sabemos que los lusitanos sellaban sus alianzas inmolando un caballo y un prisionero.
Representaciones de sacrificios encontramos en el Caldero de Gundestrup*, nuevamente con caballos como ofrenda, o en un vaso cerámico procedente de Numancia donde aparece un personaje tocado con un gorro cónico sujetando con su mano derecha una jarra y con la izquierda las patas de un ave encina de un altar, mientras otra personaje sujeta al animal portando una especie de cuchillo curvo.
La presencia de restos de animales en santuarios* y necrópolis del período La* Tène en la Europa central e insular avala también la existencia de este tipo de sacrificios; los restos hallados formarían parte en general de los banquetes funerarios. El sacrificio incluye a diversas especies como toros o bueyes, caballos, cerdos, jabalíes, corderos, ciervos y otras especies menores. El ritual afectaba a la edad de las víctimas, algunas sacrificadas antes de su madurez, así como a su tratamiento; en algunos casos sólo conservamos determinadas partes del animal, lo que supone su consumo previo o su utilización como ofrenda; en otros casos, fue quemado o enterrado entero. En Gournay* (Francia) esqueletos de bóvidos, una vez expuestos para su descomposición, fueron dispuestos en la zanja que rodeaba el recinto y sus cabezas colocadas a la entrada del santuario; en la misma zanja, aunque separados, aparecieron los esqueletos de siete caballos. De otros animales, como cerdos y corderos, sólo se encontraron restos, lo que indica que fueron consumidos en un banquete ritual. En el santuario de Ribemont (Francia) se documentó una estructura realizada con huesos humanos y de caballo a modo de osario. En Danebury (Gran Bretaña) se encontraron restos de caballos, especialmente cráneos y patas, asociados a pozos de carácter ritual, interpretados como ofrendas a las divinidades infernales. En las necrópolis celtibéricas aparecen restos de fauna, algunos con evidencias de cremación, especialmente bóvidos, ovicápridos y équidos, destacando la significativa ausencia del cerdo*, que aluden a su utilización dentro del ritual funerario. Destaca especialmente dentro de los restos animales, la deposición de las mandíbulas, confiriéndoles en este caso un valor simbólico; en este sentido parece igualmente interpretarse los enterramientos que contienen exclusivamente restos de animales, documentados en la necrópolis de Numancia. En el yacimiento de Capote (Badajoz), entre los célticos* del suroeste peninsular, se documentaron restos de bóvidos, équidos, ovicápridos y suidos, algunos sometidos a la acción del fuego, además de objetos como trébedes y cuchillos curvos que junto con la presencia de hogueras, formarían parte de un sacrificio ritual que incluiría el consumo de la carne del animal sacrificado.
En Irlanda existen igualmente menciones a este tipo de sacrificios, vinculados generalmente a la soberanía* sagrada; así, el rito denominado Tarbhfeiss, utilizado como método de adivinación* y elección del nuevo rey, incluía la inmolación de un toro, cuya carne era consumida por un druida entrando así en un sueño mántrico en el que veía al futuro rey. Giraldus Cambrensis menciona un ritual similar en el reino del Uladh, ya en desuso en su época, como parte del carácter sagrado de la soberanía; tras el sacrificio de una yegua blanca, el nuevo rey bebía del caldo resultante de la cocción, se bañaba en él y después consumía parte de su carne.
▀ Berrocal-Rangel 1994; Blázquez 1975: 144-146; Ellis Davidson 1988: 45-58; Green 1992: 92-127; Lorrio 1997: 337-340; Meniel 1992; Ross 1996: 438-442

Sacrificios humanos

SACRIFICIOS HUMANOS.- Los sacrificios humanos entre los celtas* debieron realizarse de forma excepcional al igual que sucedía con los sacrificios* de animales. Es posible que formaran parte de rituales realizados en momentos de especial crisis, en agradecimiento a los dioses por victorias militares o en ceremonias funerarias que afectaran a los soberanos o los dirigentes de la comunidad; así, Diodoro de Sicilia (V,61) menciona que estos sacrificios eran considerados especiales entre los galos*, y se realizaban cada cinco años. Encontramos numerosas referencias a estos rituales en los autores clásicos, siempre tomados como ejemplo de la barbarie de los pueblos que los realizan; las citas más conocidas son las de Estrabón (IV,4) y César (BG VI,10), en las que se alude a la fabricación y posterior quema de colosos de paja y madera en cuyo interior se arrojaban animales y víctimas humanas, esparciéndose sus cenizas posteriormente en los campos para favorecer las cosechas. El comentarista de Lucano (Phars., I, 444-446) establece distintos rituales según los dioses a quienes se realizan las ofrendas; así, las víctimas a Taranis* eran quemadas, las de Teutates*, ahogadas y las de Esus*, colgadas. En la Península Ibérica no contamos con menciones a sacrificios humanos entre los celtíberos* aunque sí entre otros pueblos como los lusitanos* y los pueblos del Norte.
Curiosamente, las fuentes describen estos sacrificios siempre vinculados a la doctrina de los druidas. Estrabón y César nos transmiten como los druidas preferían entre las víctimas a los ladrones o criminales, los mas agradables a los dioses, aunque también se conformaban con víctimas inocentes. Tácito (Ann.,XIV,30) describe horrorizado los altares druídicos del santuario* britano* de la isla de Anglesey, bañado en sangre humana. Seguramente los autores clásicos incidían en esta conexión en un intento de justificar la persecución dictada por Roma contra esta clase sacerdotal, ante el peligro que suponía, como elemento de cohesión e identidad de la comunidad, para la pacificación de los pueblos sometidos. Por otro lado, algunos sacrificios humanos realizados por los druidas parecen relacionarse mas bien con prácticas de adivinación*.
La documentación arqueológica de sacrificios humanos es muy escasa y compleja; en este sentido se ha interpretado el enterramiento de Lindow (Gran Bretaña), fechado hacia el s. I-II d.c en el que se localizó un individuo que había sido estrangulado, ahorcado y degollado. En santuarios como Ribemont (Francia), aparecieron huesos humanos asociados a otros de caballos*, mientras que en Roquepertuse (Francia), el hallazgo de un pilar con huecos en forma de craneo humano, parece vincularse a la práctica de las Cabezas* Cortadas. En la ciudad romana de Bilbilis (Calatayud, Zaragoza), situada en la Celtiberia*, se hallaron dos cadáveres en distintas posiciones asociados a restos de diversas especies animales como parte del relleno de una torre; aunque se ha sugerido un sacrifico ritual con carácter fundacional, vinculado al dios Lug*, por la presencia de restos de un cuervo, algunos autores dudan de su carácter indígena, considerándolo de época imperial.
▀ Blázquez 1975: 144-146; Ellis Davidson 1988: 57-68; Cunliffe 1997: 191-192; Lorrio 1997: 335-337


FUENTE: RENERO ARRIBAS, Víctor M. (1999): Diccionario del mundo celta, Alderabán, Madrid: 169-171


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