Autor: Gausón
jueves, 04 de noviembre de 2004
Sección: Tradiciones y Fiestas
Información publicada por: Gausón
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Los Poemas de Llanes
Hurgando entre los viejos libros que se amontonan en casa de mi abuela, di con “Los Poemas de Llanes” de Celso Amieva, un voluminoso libro impreso en México en el año de 1955 publicado por la editorial “Revista Mexicana” con prólogo de Alfonso Camín y que en su día apareció en edición estándar y edición rústica.
Al ojear sus páginas, confieso que me sorprendió gratamente la gran cantidad de temas mitológicos, históricos y tradicionales que el autor retoma en sus poemas, mencionando incluso en un par de ocasiones la palabra “celta”, eso si, cargada de romanticismo, o bien, evocando magistralmente las hazañas de los guerreros astures frente a las legiones romanas. De igual forma me pareció muy bella, si acaso a veces romántica en exceso, la forma en que el poeta retoma los temas de la mitología asturiana y de la cultura popular y los plasma en composiciones llenas de fuerza, vitalidad y orgullo nacional; temas tales como el enrame de las fuentes, las hogueras de San Juan o la terrorífica Hueste y las xanas enamoradas, que asoman su bella cabeza en varios de sus poemas.
Y de igual forma, aunque con bastante menos gratitud por mi parte, me sorprendió el no haber escuchado nunca antes por estos lares nada al respecto del poeta asturiano ni de sus bellas obras; y es por ello qué en los siguientes artículos publicaré aquellos poemas de su autoría qué más bellos me han parecido y que recrean con gran fervor y aprecio las más antiguas raíces de la cultura asturiana, qué algunos de nosotros varias veces hemos creído parcial o totalmente en el olvido y el desconocimiento por parte de los entendidos. Comenzaré publicando aquellos poemas que hacen alusión directamente al término “celta” o qué tienen esta temática, continuaré con los referentes al pasado histórico y los primeros pobladores de Asturias y finalmente incluiré aquellos que retoman la mitología asturiana, el tema de los dioses ancestrales y las bellas tradiciones y costumbres populares, invaluable acervo cultural de nuestra tierra que hoy lamentablemente se encuentra en vías de desaparición.
Ahora, para que conozcáis mejor al autor y la naturaleza de sus poemas antes de poder apreciarlos, publicaré a continuación su biografía y descripción de su obra que aparecen en el propio libro. Espero que éstos poemas sean de vuestro agrado y me comentéis que os parecen, a mí me han dado una grata sorpresa y aunque no dejo de encontrar en ellos algunos conceptos arcaicos que hoy podrían parecernos fuera de lugar, pienso que deberíamos difundirlos y hacer que hoy por hoy se conociesen mejor.
José María Álvarez Posada (“CELSO AMIEVA”)
Nació el 19 de Marzo de 1911. Profesor, hijo de profesores, su padre ejerció en La Franca, en Sotres, en Barro, en Panes y en Colombres.
Con un seudónimo que entonces no era el de “Celso Amieva”, el autor de “LOS POEMAS DE LLANES” empezó a los catorce años a publicar versos en “El Eco de los Valles”, periódico que se editaba en Panes, y en los semanarios llaniscos “El Pueblo” y “El Oriente de Asturias”. Poco más tarde, estimulado por los elogios que de él hicieran como poeta Benito Álvarez Buylla, (“Silvio Itálico”), catedrático de la Universidad de Oviedo y fino literato, y algunos notables críticos cubanos, dio a conocer sus poemas en “Región” de Oviedo y en “El Noroeste” de Gijón. Antonio L. Oliveros, director de este último diario, escribía: “A los diecisiete años, Álvarez Posada es ya una legítima esperanza, no sólo de las letras asturianas sino de las españolas”. Tiempo andando, en publicaciones madrileñas vieron la luz poemas y cuentos suyos.
Si para estimar a la patria en su justo valor hay que vivir lejos de ella, esto explicaría el desmedido amor con que Celso Amieva ha sabido ver y sentir su comarca de Llanes en extensión, altura y profundidad. A lo largo de casi veinte años de ausencia, Llanes palpita en los poemas que este cantor ha agrupado en diez tupidos manojos: “Ocle”, “Pomo de Oleajes”, “Enamorar enamoréme”, “La Herrada Encantada”, “Nidia Enamorada”, “Danza Peregrina”, “El Desvelo de las Lámparas”, “El Paraíso Incendiado”, “La Almohada de Arena” y “Las Endechas de Martín Guerra”. Este libro de LOS POEMAS DE LLANES no es sino un nutrido florilegio de las diez obras inéditas que acabamos de citar. Y aún Amieva ha escrito dos más con tema vernáculo: “El Cura de Tresviso” (gran poema novelesco a cerca del famoso “mansolea” pimiangués que ejerció de cura en el alto puerto de los Picos de Europa) y Cencerrada, pieza de teatro o “noche en seis claroscuros”, como el autor prefiere llamarla. Ejecutoria única de Celso Amieva, en cuanto a fidelidad hacia la bendita zona oriental de Asturias.
He aquí todavía algunas obras suyas: “Panes Explosivos”, novela; “El Doctor Vandellós”, comedia en dos actos; “La Hora Nona”, poemas; “Baile Clandestino”, colección de novelas cortas. También ha traducido en verso francés a algunos poetas contemporáneos a algunos poetas contemporáneos de la lengua española.
En Francia ha vivido largos años alternando, como ahora en México, las actividades pedagógicas con las literarias. Pero no todo fue profesorado y literatura para Celso Amieva en Francia: vivió también horas dramáticas y días penosos, como narra Alfonso Camín de aquel magnífico cuentista Martín del Torno, llanisco y de Riego, secretario que fue del Centro Asturiano de La Habana y profesor que así miso acendró carbón en Puerto Rico y en Santiago de Cuba, al igual que Celso Amieva lo acendró en los Pirineos.
Poeta completo, el autor de LOS POEMAS DE LLANES hace gala de riqueza temática, variedad rítmica, altura lírica, fuerza épica y sabor terruñero, en un estilo de armonioso manera lo arcaico y lo moderno, lo popular y lo culto, a veces con una ironía tras la cual, -que nadie se confunda- no hay sino un vasto conocimiento del oriente asturiano y el más probado amor a la comarca llanisca, cristalizada ésta en una gema singular: Cadexana, la paradisíaca aldea de Celso Amieva…
Selección de Poemas:
Hurgando entre los viejos libros que se amontonan en casa de mi abuela, di con “Los Poemas de Llanes” de Celso Amieva, un voluminoso libro impreso en México en el año de 1955 publicado por la editorial “Revista Mexicana” con prólogo de Alfonso Camín y que en su día apareció en edición estándar y edición rústica.
Al ojear sus páginas, confieso que me sorprendió gratamente la gran cantidad de temas mitológicos, históricos y tradicionales que el autor retoma en sus poemas, mencionando incluso en un par de ocasiones la palabra “celta”, eso si, cargada de romanticismo, o bien, evocando magistralmente las hazañas de los guerreros astures frente a las legiones romanas. De igual forma me pareció muy bella, si acaso a veces romántica en exceso, la forma en que el poeta retoma los temas de la mitología asturiana y de la cultura popular y los plasma en composiciones llenas de fuerza, vitalidad y orgullo nacional; temas tales como el enrame de las fuentes, las hogueras de San Juan o la terrorífica Hueste y las xanas enamoradas, que asoman su bella cabeza en varios de sus poemas.
Y de igual forma, aunque con bastante menos gratitud por mi parte, me sorprendió el no haber escuchado nunca antes por estos lares nada al respecto del poeta asturiano ni de sus bellas obras; y es por ello qué en los siguientes artículos publicaré aquellos poemas de su autoría qué más bellos me han parecido y que recrean con gran fervor y aprecio las más antiguas raíces de la cultura asturiana, qué algunos de nosotros varias veces hemos creído parcial o totalmente en el olvido y el desconocimiento por parte de los entendidos. Comenzaré publicando aquellos poemas que hacen alusión directamente al término “celta” o qué tienen esta temática, continuaré con los referentes al pasado histórico y los primeros pobladores de Asturias y finalmente incluiré aquellos que retoman la mitología asturiana, el tema de los dioses ancestrales y las bellas tradiciones y costumbres populares, invaluable acervo cultural de nuestra tierra que hoy lamentablemente se encuentra en vías de desaparición.
Ahora, para que conozcáis mejor al autor y la naturaleza de sus poemas antes de poder apreciarlos, publicaré a continuación su biografía y descripción de su obra que aparecen en el propio libro. Espero que éstos poemas sean de vuestro agrado y me comentéis que os parecen, a mí me han dado una grata sorpresa y aunque no dejo de encontrar en ellos algunos conceptos arcaicos que hoy podrían parecernos fuera de lugar, pienso que deberíamos difundirlos y hacer que hoy por hoy se conociesen mejor.
José María Álvarez Posada (“CELSO AMIEVA”)
Nació el 19 de Marzo de 1911. Profesor, hijo de profesores, su padre ejerció en La Franca, en Sotres, en Barro, en Panes y en Colombres.
Con un seudónimo que entonces no era el de “Celso Amieva”, el autor de “LOS POEMAS DE LLANES” empezó a los catorce años a publicar versos en “El Eco de los Valles”, periódico que se editaba en Panes, y en los semanarios llaniscos “El Pueblo” y “El Oriente de Asturias”. Poco más tarde, estimulado por los elogios que de él hicieran como poeta Benito Álvarez Buylla, (“Silvio Itálico”), catedrático de la Universidad de Oviedo y fino literato, y algunos notables críticos cubanos, dio a conocer sus poemas en “Región” de Oviedo y en “El Noroeste” de Gijón. Antonio L. Oliveros, director de este último diario, escribía: “A los diecisiete años, Álvarez Posada es ya una legítima esperanza, no sólo de las letras asturianas sino de las españolas”. Tiempo andando, en publicaciones madrileñas vieron la luz poemas y cuentos suyos.
Si para estimar a la patria en su justo valor hay que vivir lejos de ella, esto explicaría el desmedido amor con que Celso Amieva ha sabido ver y sentir su comarca de Llanes en extensión, altura y profundidad. A lo largo de casi veinte años de ausencia, Llanes palpita en los poemas que este cantor ha agrupado en diez tupidos manojos: “Ocle”, “Pomo de Oleajes”, “Enamorar enamoréme”, “La Herrada Encantada”, “Nidia Enamorada”, “Danza Peregrina”, “El Desvelo de las Lámparas”, “El Paraíso Incendiado”, “La Almohada de Arena” y “Las Endechas de Martín Guerra”. Este libro de LOS POEMAS DE LLANES no es sino un nutrido florilegio de las diez obras inéditas que acabamos de citar. Y aún Amieva ha escrito dos más con tema vernáculo: “El Cura de Tresviso” (gran poema novelesco a cerca del famoso “mansolea” pimiangués que ejerció de cura en el alto puerto de los Picos de Europa) y Cencerrada, pieza de teatro o “noche en seis claroscuros”, como el autor prefiere llamarla. Ejecutoria única de Celso Amieva, en cuanto a fidelidad hacia la bendita zona oriental de Asturias.
He aquí todavía algunas obras suyas: “Panes Explosivos”, novela; “El Doctor Vandellós”, comedia en dos actos; “La Hora Nona”, poemas; “Baile Clandestino”, colección de novelas cortas. También ha traducido en verso francés a algunos poetas contemporáneos a algunos poetas contemporáneos de la lengua española.
En Francia ha vivido largos años alternando, como ahora en México, las actividades pedagógicas con las literarias. Pero no todo fue profesorado y literatura para Celso Amieva en Francia: vivió también horas dramáticas y días penosos, como narra Alfonso Camín de aquel magnífico cuentista Martín del Torno, llanisco y de Riego, secretario que fue del Centro Asturiano de La Habana y profesor que así miso acendró carbón en Puerto Rico y en Santiago de Cuba, al igual que Celso Amieva lo acendró en los Pirineos.
Poeta completo, el autor de LOS POEMAS DE LLANES hace gala de riqueza temática, variedad rítmica, altura lírica, fuerza épica y sabor terruñero, en un estilo de armonioso manera lo arcaico y lo moderno, lo popular y lo culto, a veces con una ironía tras la cual, -que nadie se confunda- no hay sino un vasto conocimiento del oriente asturiano y el más probado amor a la comarca llanisca, cristalizada ésta en una gema singular: Cadexana, la paradisíaca aldea de Celso Amieva…
Poemas de Celso Amieva en los que se emplea el término “celta” o son de carácter claramente celtista:
La Virgen de Guía vino por el Mar…
De Irlanda lejana, de la Verde Erin
la Virgen de Guía vino por el mar.
Vino por el mar
como vino el Santo Cristo de Candás.
Desbravando vientos, domando galernas
vino por el mar
hace cuatro siglos, cuatro siglos ya.
Vino como vienen los vientos mareros,
vino por el mar,
vino en la marea del buen marear.
Vino de la mano sabia de la luna,
vino por el mar,
vino como el ocle con yodo y con sal.
Vino por el mar
la Virgen de Guía, vino por el mar.
En el Dolmen de la Boriza
Altar o sepultura, se levanta
vera a la mar y hace sagrado el aire.
La ñétoba enigmática allí canta
y una pastora, a la que nada espanta,
sonríe, de las piedras al socaire.
El rito de los cámbaros asados
aromatiza el dolmen. ¡Sacrificio
entre los recios bloques asperjados
de sidra, a torvos dioses olvidados!
¡Pléguele al porvenir sernos propicio!
El llar humea, ennegrecido el techo
sagrado de la bóveda de llábanas.
De yedra, brezo, rozo, musgo, helecho,
vése aquí la yacija, nuestro lecho
nupcial, el sin colchones y sin sábanas.
Todo el fragor del mar llena el recinto.
Mientras la cambarada se chamusca,
remonto de la historia el laberinto
y en la imaginación mil cuadros pinto,
de mi yo prehistórico en la busca.
¡Oh zagala del dolmen! ¡Mar! ¡Boriza!
Mi alma, a las remotas eras vuelta,
corrobora su esencia primeriza
hoy, que en vuestra compaña profundiza
el gran misterio de su noche celta.
Soneto de la Sidra
Sidra, bendita seas, ora en chorros aurinos
de las botellas saltes a vasos cristalinos,
ora a tarreñas rudas de metales cetrinos,
ora a los frescos labios de Nidia purpurinos.
Bendita sea tu espuma, cual mexar de angelinos
de dulce y rumorosa; benditos gorgorinos
que de la voz de Nidia humedecéis los trinos.
Benditas las manzanas y sus jugos divinos.
Bendita sea la sidra, pues que a la gaita dota
de vibraciones celtas y da al cantor la nota.
Bendito el ijujú que a su conjuro brota.
Bendito viaje, neña, al que al astur bebida
tu cuerpo todo sed a mi salud convida;
benditos su trayecto, su entrada y su salida.
Gaita en la bruma
La neblina lo invade todo.
Si el son lejano de la gaita
fue ahogado por ella,
su dejo reaparece, reaparece
con las intermitencias de un lírico guadiana,
que nos somete, irresistible,
también al propio encantamiento.
Encantados en la neblina
ya se hallan asimismo
la color verde de los prados.
los gayos colorines de las mozas aldeanas,
al áureo sacramento de la sidra,
la olor de las ablanas que crujen en las bocas,
el estallido de los voladores
y la voz de un mozo cantor.
Son los aires de Asturias en sutil quintaesencia
los que hinchen el fuelle de la gaita,
y que al votar van transmutados
en un hilo sonoro, largo, agudo
que en húmedas volutas prólongase, prólongase
y se queda enzarzado en los helechos,
los robledales y las pumaradas.
Como un cohete más, asciende un ijujú;
se sostiene sobre la niebla
igual que un pájaro salvaje
y luego va bajando, va bajando
y se sumerge nuevamente
en su profundo estrato céltico.
La gaita alegra, si no atrista.
Su son es del color
del alma que la escucha.
El Buzaco del Cellero
Una noche sin astros o una tarde de bruma,
hasta el cono truncado que corona un gran dolmen
subiré con mi pena. De la crónica espuma
y el labrado silencio, mar y campo que colmen
para siempre mi alma, teológica suma.
Luctuoso profeta, misterioso druida,
filosofa el buzaco sobre el alto Cellero.
Descubrí una mañana su sagrada guarida
y a partir ya de entonces con su paz me convida
de las piedras arcaicas el retiro señero.
Cuando Amor, tiempo andando, mis umbrales rehuya;
cuando Nidia se suelte de mi brazo y no vuelva,
ha de ser necesario que del mundo yo huya
al encuentro de aquella singular ave, cuya
voz de siglos me llama a través de la selva.
Arropado en mis rimas al igual que en sus plumas
el buzaco, de intensa negrura revestido,
me nutrirán silencios, me orearán espumas
y las noches sin astros y las tardes con brumas
me habrán de ver inmóvil, pensando en lo que he sido.
Plegue al cielo, mujer, dar sol a tu sendero
y que jamás escuches el grito secular
en que un buzaco diga su oráculo severo
desde la bruma sacra del dolmen del Cellero
al silencio del agro y a la espuma del mar.
Poemas de Celso Amieva que retoman y ensalzan temas históricos del remoto pasado asturiano:
Monte Vindio
Yo fui hace muchos siglos un astur que en la guerra
contra las cien legiones del invasor romano
defendió ferozmente la cantábrica tierra
y a las águilas hizo caer del monte al llano.
Sobre el César Augusto desde roma venido
porque bajo su pie crujiera mi testuz,
yo escupí mis desprecios, prisionero y herido
y canté mis hazañas clavado en una cruz.
…Al crepúsculo era. Sangraba el sol del Monte
y la selva de cruces cantó el canto postrero
ante el mar que cerraba, rojizo, el horizonte.
Tál, viendo allá a lo lejos en llamas la cabaña
en donde tú esperabas la vuelta del guerrero,
sucumbí en Monte Vindio, Aventino de España.
Soneto del queso de Cabrales
¡Salud, queso picón, el más rico del mundo,
orgullo de Cabrales y del país astur;
por el sabor, divino; por el olor, jocundo,
alabado en el Norte y ensalzado en el Sur!
Si en argénteos pañales ha bautizado Francia
su picañón anémico de nombre Roquefort,
yo por cuatro gusanos hijos de tu sustancia
y en una berza envueltos, doy lo francés mejor.
Pueden mucho los jugos de los Picos de Europa;
del romano o del moro, cuando extranjera tropa
llegó ante el Monte Vindio tuvo que recular.
Los hombres de la Peña, de libertad henchidos
por la Peña nutricia, llegan a estar fundidos
con su gran peña libre que nadie podrá hollar.
Remoto Avatar
Tal vez lo has olvidado, más yo sé que conmigo
viviste largamente en época mejor
cuando a la selva, en busca del busgoso enemigo,
con el pico asturiense marchaba mi valor.
Tiempo en que compartía la caverna contigo
yo, el jefe de la tribu de las costas de Tor,
quien besaba tu dulce cabellera de trigo
cuando al hogar tornaba, sediento de tu amor.
Después de los milenios, ya ves… Aún te amo
como te amé en la gruta sagrada de Candamo
cuando en ella vivimos nuestra noche nupcial.
Te amo ahora, en el centro de libres horizontes,
cual dentro de un zodíaco de ciervos y bisontes
te amé en nuestro palacio rupestre del Pindal.
La Cueva del Pindal
Entra conmigo, entra, Palacio, catedral,
museo, con su abierta boca la gruta grita
cara a Levante; al alba, con el sol tiene cita.
El mar báñale el pie. Pindal casi es Fingal.
Gota a gota, en columna fundámonos. Igual
que beso tras de beso la terca estalactita
a fuerza de milenios se unió a la estalagmita,
tú y yo seremos uno por la ley del Pindal.
El elefante dícenos su desaparecer.
El bisonte y la cierva, que hemos de perecer.
El caballo proclama que él dura como el viento.
Y el sol nos llama afuera. Susurran la verdad
las encinas de Tina y en la gaita hay piedad:
un responso cristiano y un pagano lamento.
Val de Tina
Hondo remanso de los tiempos,
silencioso Valle de Tina
largo y angosto. Paralelo
a la sombría mar profunda
y a la ladera de Toreo.
Valle de Tina, val de encinas,
Valle de Tina recoleto.
Val de Tronía acantilado,
¡oh Valle de San Emeterio!
Val de Bendía formidable.
Corazón del gran tiempo viejo.
Diástole con el oleaje
y diástole con el silencio.
Cuna tal vez del pericote.
Valle del Faro. Val de estruendos.
Val de galernas. Val asceta.
Val encantado de otros tiempos.
Val del Pindal. Valle rupestre.
Val de elefantes que un día fueron.
¡Bisontes desaparecidos!
Milenaria gruta-museo.
Romásnicos y bizantinos,
val venerable de los templos.
Gran tabernáculo de Xode.
Cristiano sol del medioevo.
Deshabitado estás de vivos
cuanto habitado estás de muertos.
Val de Bedón tu hermano es,
como la Sierra de Toreo
y la de Puertas son hermanas
en Tun o Tor, ídolo nuestro.
Poemas de Celso Amieva que tienen como protagonistas a personajes de la Mitología Asturiana o hacen alusión a ellos:
Las Costas de Tor
Desde Cabo de Mar hasta Tinamayor
extiéndanse las costas escarpadas de Tor.
Sin duda el dios del Norte tiene un solio en sus brumas
y es quien del mar exige tanta ofrenda de espumas
que ascienden a los cielos en la marea llena.
Su majestad gravita, fatal, sobre la arena
de las playas sagradas… Le he comprobado yo
en Torimbia y Toranda, en Troenzo y Toró.
Su sombra amenazante muchas veces la veo
proyectada en el alto litoral de Toreo
y él es el que golpea toda la crestería:
la montaña en Benzua y el cantil en Bendía.
Los bufones marinos le rinden homenaje
de sus frémitos hondos en un coro salvaje.
¿No lo oyes, doncella la del blondo cabello
que en la noche medrosa te abrazas a mi cuello?
Son San Tiuste y Vidiago, son San Martín y Pría:
el dios del trueno truena encima de Tronía.
Desde Tinamayor
hasta Cabo de Mar,
el martillo de Tor
golpea sin cesar.
La Hueste
Bajadas Las Conchas,
fui a dar con la Hueste
una noche en calma,
viniendo de verte.
Con niebla y con luna,
fantasmagorías
sobre mi camino
la Hueste tejía.
Amados difuntos
que lo saben todo,
me hablaban, me hablaban
del futuro ignoto.
De ti y de mí hablaron,
de nuestros amores,
las hondas y sabias
desdentadas voces.
Y no tuve miedo.
No sentí pavura
de mirar la Hueste,
de oír desventuras.
Sólo sentí un ansia
de renuncia, loca.
De unirme a la Hueste
y a su eterna ronda.
Diálogo con la Xana Mega
-Dígasme, la xana Mega de la fuente de Laspral
que serena sus cristales en la sombra de un nogal,
la zagalilla que busco, si aquí abrevó su ganado…
-Por mi fontana, zagal, con sus bestias ha pasado.
Mas tú, si te ves sediento, de mi clara linfa bebe:
sobre el limo de la margen, esta huella de un pie breve
te dice que la zagala también templó aquí su sed.
Ven, del sabor de sus labios te endonaré la merced.
-Xana Mega, xana Mega, ¿la sed que abrasa mi labio
no será porque del suyo guarda perenne el resabio?
Yo en tus linfas serenadas de buen grado bebería,
mas temo el encantamiento traicionero de la umbría:
en tus aguas, xana Mega, están acendrando el mal
tres culebras cantarinas con la sombra de un nogal.
-Si llevas ya en tus entrañas el más sutil bebedizo,
¿por qué has temor a ponzoña, por qué guardarte de hechizo?
-¡Ay, yo no sé, xana Mega, qué me habrá dado su boca!
Mi sangre loca circula y el ánima vuela, loca.
La estoy contemplando en todo. El cielo de este país,
del alma inasible de Ella refleja el enigma gris.
¡La oigo en todos los trinos! ¡La huelo en todas las rosas!
¡La toco en todo lo suave! ¡La siento en todas las cosas!
¡Por eso la amo en el Todo! Yo vivo para adorar
su presencia en esta tierra y este cielo y esta mar.
-¿En su ser privilegiado cífrase Naturaleza?
¿En ella el Todo termina y el Todo también empieza?
Luengos siglos llevo oyendo esa infinita canción
que salta de boca en boca pero jamás cambia el son…
-Nidia es Natura lo mismo que Natura es también Nidia
y es la Vida y es la Muerte, la ternura y la perfidia,
el bálsamo y el veneno y el dolor y el regocijo…
Pan es Amor y el Amor es Pan o sino su hijo.
-¡Ay, quien a mí convidara con ese alado tormento!
¡Quién desfallecer me hiciera del dulce envenenamiento!
¡Quién me diera en esta umbría caer rendida, zagal,
cabe el cristal serenado de la fuente de Laspral
donde cantan tres culebras a la sombra de un nogal!
Nota: De las korrigans bretonas, la tradición dice que alguna vez fueron grandes princesas que se transformaron en hadas para no aceptar el cristianismo. Las xanas suelen bailar y reunirse en torno a la “Xana Mega”, una especie de reina, en las ruinas de castros o dólmenes, lugares que, según la leyenda, les permitieron conservar los cristianos; en Cangues D'Onis se dice que fueron ellas las responsables de la construcción del Dolmen de Santa Cruz y según la leyenda iban allí a descansar y lo tenían por morada hasta que fueron ahuyentadas por los cristianos que construyeron sobre él una capilla.
La Fuente del Rochel
A la fuente del Rochel
fué Nidia y le preguntó
por qué eran rojas sus guijas.
Entonces se apareció
por el ojo de la fuente
una xana de color
bermeja, hilandera en hierro,
que de esta manera habló:
-Tú misma tienes la culpa,
tú sola y el tu garzón.
Yo vivía allá en la mina
de la fuente, a mi labor.
No de oro ni de plata
cadejos hacía yo,
que hilaba y tejía hierro,
labraba que era un primor.
Entre estos peñascos, sólo
me acompañaba el fragor
del mar que bate en la fuente.
Y nunca viera varón;
bajo mi cota de malla
no latía corazón.
Pero un día tú viniste
aquí al pie de este peñón
con el galán que te adama,
doncella de perdición.
Y yo no sé lo que entonces,
al veros, por mí pasó,
que me sentí encandecida
por secreta turbación;
mi fuente, piedra por piedra,
sin saber cómo, tembló
y se enturbiaron sus aguas,
mis ojos y mi razón.
Mírame bien, doncellita,
mírame bien la color.
Como las guijas del agua
cuando el agua se aclaró,
me dejó a mí la caliente
oleada de rubor.
Ya no labro el hierro frío
y por gustar el licor
de esta fuente emponzoñada,
en ansia ardiente de amor
bajo la cota ferreña
se abrasa mi pecho en flor.
Así la Xana del Hierro
dijo con llanto en la voz.
La Muerte de la Sirena
La sirena ignota que el mar hechizaba
siempre que en las grutas azule cantaba,
milagrosamente la vi que lloraba.
Era a los albores del máximo astro
cuando la sirena de piel de alabastro
yacía en las algas húmedas del castro.
Mojadas sus carnes eran ambarinas
con emanaciones capciosas, salinas;
sus manos, de suaves uñas nacarinas.
Del coral más fresco, su boca sin canto;
verdes y profundos, sus ojos en llanto
que me contemplaban, creciendo de espanto.
Cual manojo de algas era su cabello.
Daba un sutil vaho de mar y de ello
todo afrodisíaco, el cuerpo tan bello.
Y habló la sirena varada en la roca
donde el viento norte olas entrechoca.
Palabras y perlas hube de su boca:
“Hijo de la tierra, sé que no me amas.
Yo soy de los mares, mujer por mis mamas
y pez por mi cola y por mis escamas.
Si bien esta agua tornan transparente
mi cuerpo, no obstante llevan fuego ardiente
venas de mi bello cuerpo adolescente.
Si me precipito en el agua fría
la hago que crepite, cual crepitaría
si cayese en ella el astro del día.
Encantó mi canto tus mágicos sueños
desde los abruptos cantiles roqueños
en atardeceres de bruma norteños.
Mas tú, sobre el césped de Costa Esmeralda,
de una xana fuiste prendido en la falda.
El sol ver solías no más por su espalda.
Tú menospreciaste mi voz argentina.
Reíste del pez y de su piscina.
Desdeñaste, ciego, mi luz submarina.
Te ha sido invisible mi cuerpo en el baño.
Lo mismo que Ulises, temiendo un engaño,
mi voz desoíste. Todo es en tu daño.
Mejor, oh yodado farallón de Asturias,
mis hondas ofrendas, marinas lujurias,
que las de la xana caricias espurias.
No encierra ponzoñas mi ser transparente.
Maligna es la bruja ninfa de la fuente
do canta encantada la vieja serpiente.
Fiada en que a veces por la peña rampo,
dejé la compaña del raudo hipocampo
para a ti acercarme en el verde campo.
Quería a mi acuático imperio atraerte.
Trepando a las rocas del castro por verte,
fuera de mi centro me encontró la muerte.
Varada en la roca muere una sirena
por un hombre. Muere de amorosa pena.
¿Bajarás un día tú, en cambio, a la arena?
¡Vendrás! ¡De mi póstumo amor a la busca!
¡Sin que ningún canto acá te conduzca!
¡Vencido en la tierra por la que hoy te ofusca!”
…Lloró la criatura. Se quedaban pálidos
en conchas de nácar vértices inválidos,
coral de los pechos hasta entonces cálidos.
Los trozos de piélago que fueran los ojos,
su cristal nublaron; labios antes rojos,
de coral enjuto sólo eran despojos.
La ola novena, de espuma cubrióla.
Y antes que tornara la novena ola,
huí de aquel castro dejándola sola.
(Me llamaban voces de niña o de xana:
ya la profecía de aquella mañana
iba en cumplimiento, marina y arcana)
Cuando la resaca dejó el cuerpo lejos,
llevaba adheridos ya percebes viejos
y en cu cabellera rampaban cangrejos.
Ayalga de la Llera
I
-Ayalga de la Llera,
¿quién llora así en el fondo
de la tu cueva?
-Es el zagal Calabres
a quien los esperteyos
van al alcance.
-¿Por qué dejó la ería
y marcha soterraño
hasta Jonfría?
-Por culpa de una xana
que demandóle amores
allá en Quintana.
II
-Ayalga de la Llera,
¿qué haces, metida siempre
en esa cueva?
-Custodiar un tesoro
de perlas y brillantes,
nácar y oro.
-Yo lo he visto en mis sueños.
Dígasme, por tu vida,
quién es su dueño.
-Es el zagal Calabres
que se lo trajo a cuestas
de Peña Llabres.
III
-Ayalga de la Llera,
¿entrar me dejarías
en la tu cueva?
-Nunca entrarás, pastora.
Son zagal y tesoro
para mí sola.
-¿Qué es aquello que brilla
entre la columnata
de estalactitas?
-Es el zagal Calabres
que te acecha en la sombra…
para ahogarte.
La Ayalga del Sumidorio
La ayalga está en la sima sin luz del Sumidorio
y reina en lo profundo de su minero emporio.
Buscando en el amor lo absoluto imposible,
en las tarde invernal, con ansia indefinible
Llego a la sima donde la Bárzana se vierte
lo mismo que la vida derrámase en la muerte.
Boca abajo en el borde voceo:-¡Ayalga, ayalga,
que tu secreta ciencia de las simas me valga!
Un corazón me atrae con atracción de abismo
-corazón de mujer o sima, que es lo mismo-
Respóndeme tú, puesto que yo no me respondo:
¿del corazón que digo podré bajar al fondo?
Distante, sepulcral, óyese en la espelunca
el grito de la ayalga que dice:-¡ Nunca… nunca!
Nota: En 1853, Tomás Cipriano Agüero en “Creencias Populares” describe a las Ayalgas como “ninfas hechiceras que ocultan inmensas riquezas y habitan en palacios de Cristal.”S e suma a esta descripción Gumersindo Laverde Ruiz en 1879 en un artículo publicado en “La Ilustración gallega y asturiana”. Más tarde, en 1855, Juan Menendez Pidal vuelve a describirlas en su “Poesía Popular” con el nombre de Atalayas. Pero todo esto son adornos literarios puesto que no existe ningún mito así nombrado, en realidad les Ayalgues, Changas en el Occidente asturiano, no son otra cosa que tesoros ocultos que según la tradición fueron abandonados por los Moros o Antiguos (lo que hace referencia los antiguos habitantes paganos de Asturias). El echo de que alguno de estos tesoros fuese la dote de alguna princesa que quedó encantada pudo haber inducido a estos autores (Celso Amieva incluido) a la invención poética; porque de echo, la tradición oral con el tiempo convertiría a esas princesas de la antigüedad en xanas, “mouras” o “encantadas” que custodiaban les ayalgues (tesoros) o que estaban encantadas junto con ellos, pero nunca dio a un ente femenino el nombre de Ayalga.
Sobre estos temas podéis leer un poco más en artículos escritos por mí previamente.
Poemas de Celso Amieva que hablan de fiestas o tradiciones populares resaltando su origen pagano y ancestral:
Santa Marina de Parres
Ofrendan corderos
las mozas de Parres
a la santa de ojos
color de los mares.
Al pie de Mangaña,
al pie de la ermita,
bendita la imagen
de Santa Marina.
Vinieron trotando,
de pacer el césped,
con lazos de rosa
corderos de nieve.
Con lazos azules
y hocicos de rosa,
vienen los corderos
retoza y retoza.
En brazos de rosa,
en brazos de leche
las mozas los cogen,
corderos de nieve.
Bajaron triscando
desde las alturas
recentales negros,
brañeras pezuñas.
Con sus lazos rojos,
sus belfos de fauno,
los corderos vienen,
color de pecado.
Y en castos mandiles
mienten suave infierno
el vellón nocturno
y el lazo de fuego.
Balidos rizosos.
Sortijas lanudas.
En rito pagano,
corderos de Asturias.
De gayos colores
las mozas vestidas,
Pan infame ofrecen
a Santa Maria.
Niña, tú a la santa,
haz consagración
del cordero blanco
de mi corazón.
La Hoguera del Carmen de Velorio
Ya asoman, ya asoman,
ya asoman los mozos.
En carro triunfal, abrumado de lauros,
dos bueyes de gala transportan un olmo.
El olmo más alto, señor de los bosques
verdes de redondo.
Está en la plazuela del viejo convento
congregando al pueblo feliz de Velorio.
Los mozos, febriles, desuncen los bueyes,
excavan un hoyo,
aprestan cordeles y ¡mano a la hoguera!
Los ancianos arriman el hombro.
Los americanos todos se arremangan.
Los veraneantes halan, sudorosos.
Hasta el señor cura les echa una mano.
Los rapaces rebizcan de gozo.
El árbol se yergue lenta, lentamente.
Se ponen de púrpura todos los rostros.
¡Hala por la cuerda!
¡Firmes los del tronco!
¡A la u…! ¡A la u…! ¡A la una!
¡Ya falta muy poco!
Ya, ya canta victoria la gaita.
Las multicolores mocinas, en corro
de típicos trajes y de panderetas,
tributan al árbol los ritos folklóricos.
Ya, ya el índice audaz de la raza,
su raíz entre los siglos del polvo
y sobre las nubes su airón siempre verde
bautizado con sidra de oro,
aclamado por locas campanas,
por los voladores que estállanle en torno,
por el aleluya que entona el gaitero,
por las mozas que cantan a coro,
por la rapazada que al tronco se abraza,
por el juvenil ijujú victorioso,
¡enhiesto se eleva como hace mil años,
Como en los primeros días de Celorio!
Santu Medé
En Tina como en Peña Tu,
¡ijujú!
Aquí de Santu Medé,
abogado sacerdote
de cojos del pericote
druida…
¿Porqué, porqué?
Santu Medero u Medé
dicen que es San Emeterio
pero aquí adentro hay misterio.
¿Porqué?
Si Emeterio y Celedonio,
dos mártires de la fe,
juntos van, ¿porqué,
porqué
no va con Santo Medero,
camina, caminaré,
su olvidado compañero?
¿Porqué?
El culto a Santu Medé
en torno al templo ancestral
que es la cueva del Pindal…
¿porqué?
Peregrinación y culto
la Tierra del Valamé
-con un atavismo oculto-
¿porqué
desde tiempo inmemorial
rinde aquí en la fecha de
eclosión primaveral?
¿Porqué?
Arcaicas, danza y caverna.
Fiesta del sol y del pie…
Vuelve la cuestión eterna:
¿Porqué?
¿Quizás un ídolo ignoto
allá en un tiempo remoto,
muy remoto, mucho más
que el pobre San Emeterio,
en Tina tuvo su imperio?
Quizás…
¿En Pindal se le rendía
inocente idolatría,
danza que te danzarás?
¿De bisontes y elefantes
tuvo rebaños gigantes?
Quizás…
¿Al llegar la primavera,
toda su tribu costera
gran jornada de solaz
tomaba en torno a la gruta
de la Deidad absoluta?
Quizás…
¿No era el baile el pericote?
¿Ofrendábasele el brote
de siempreviva, además?
¿Después la gente se iba,
en alto la siempreviva?
Quizás…
¿Pasados millares de años
llegaron monjes huraños?
¿Lo mismo que Caifás
rasgaron sus vestiduras
y dictaron leyes duras?
Quizás…
¿Convertida en romería
la pagana theoría
ya para siempre jamás,
el sol por el horizonte
lloró elefante y bisonte?
Quizás, quizás…
¡Fiesta del sol y de la siembra,
danza del macho y de la hembra,
antiguo rito del Pindal.
Xode-Medé, Gran Padre rudo,
tu identidad ya no la dudo
y te la grito en saludo
ancestral!
Yo Depicuo, tú Depicuas
(Fragmento)
(¡Ay, cómo cantan los grillos
veraniegos en la ería!
El trasgo, la clamiyera
ximielga de las malicias.
¡Qué arrugada está tu cara
compañera viejecita!
Hoy es noche de San Juan
y ello no nos despabila:
los años atan mis piernas
y te anublan las pupilas.
¡Ay, noche de San Juan! ¡noche
cuando la hoguera se brinca!
¡Noche de San Juan!... ¿Recuerdas
que sola a mi lado ibas?
Medianoche, medianoche…
Xanas en las fuentes hilan…
A manera de despedida:
A manera de despedida publico aquí el poema “Más Roble que Rosa”, obra de Celso Amieva que se encuentra entre los últimos capítulos del libro y que, cómo podrá darse cuenta quien conozca la obra del autor, presenta cierta amargura y melancolía que difícilmente se observan en otras composiciones del mismo Celso Amieva, cómo las aquí expuestas por ejemplo. Ello se debe a que la composición de éste poema es ya posterior a la presencia de “Nidia”, musa de Celso Amieva que aparece mencionada en más de la mitad de sus poemas y que, con su ausencia, producirá un cambio bastante notable en la obra del autor, que de haber sido alegre, festiva y picaresca, se tornará más bien melancólica, de reclamo y de resistencia a la aculturación, dado que fue una aculturada Nidia la que termino cambiando sus madreñas por botines y a un sencillo José María Álvarez Posada por un señorito de ciudad..
Sin duda éste es el corte de “Más Roble que Rosa”, que aquí se publica cómo una despedida para el lector y para un Llanes que desgraciadamente jamás volverá, aquel Llanes creyente, devoto, mitológico, festivo… los dólmenes siguen ahí, las ermitas siguen ahí, los robles siguen ahí… pero las adolescentes con la pureza de Nidia, los jóvenes nobles y sanos que danzan en las romerías, los osos, los trasgos, las xanas, incluso la terrorífica “Hueste” se han ido para siempre y jamás volverán. Un Llanes que ha muerto, pero que, afortunadamente, a Celso Amieva no le tocó ver morir.
Más Roble que Rosa
I
Es fragosa mi tierra, la del Cabo de Peñas
y los altos Urrieles, como es atronadora
la mar que mis cantiles de espuma condecora.
Hay galerna en mis aguas como hay oro en mis breñas.
Escarpines monteses y rudas almadreñas
calzo en vez de chapines. Mi raza es labradora,
minera y marinera. Y hay brumas en mi aurora.
Soy pariente del trasgo, porque sepáis mis señas.
Hermano soy en savia y fronda del carbayo:
nos bautizaron juntos la sidra y el orbayo
y en él y en mí hacen nidos el malvís y el miruello.
Nos es común la fuente donde mora la xana.
Si hay guerra, defendemos a muerte la quintana.
Cantamos con la gaita, si hay paz, a voz en cuello.
II
No es tierra de jardines, que es de bosques mi tierra.
Más robles da que rosas. Nada nos afemina
No hay traición en el roble cómo en la rosa espina.
Nuestra canción es fuerte zagala de la sierra.
Piedra y roble es mi casa. Prisionero de guerra,
que, como el oso nuestro la lobada latina,
clávenme en cruz de roble si es que se me asesina.
Y en ataúd de roble yazca si se me entierra.
Yo no canto a la rosa, meretriz de señores,
envilecida en mano de los aduladores,
la que en guirnalda ciñe parietales de estopa.
A su dulzón perfume, la bravada prefiero
de mi coronación con agreste romero
nacido en lo más alto de los Picos de Europa.
FIN
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