Autor: Samuel N. Kramer
jueves, 29 de mayo de 2008
Sección: Historia Antigua
Información publicada por: jeromor
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Delincuencia juvenil. El primer gamberro.

SAMUEL NOAH KRAMER


LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER


EDICIONES ORBIS, S.A.


Edición original (1956): From the tablets of Sumer. Twenty-five firsts in man's recorded history. Exordio de Jean Bottéro, Prólogo de Luis Pericot. Traducción del inglés, Jaime Elías. Revisión del Dr. Pericot.



CAPÍTULO III


DELINCUENCIA JUVENIL


EL PRIMER GAMBERRO


 


Si la delincuencia juvenil es, en el momento presente, un problema acuciante, podemos consolarnos sabiendo que en la antigüedad el problema en cuestión no era menos acuciante que ahora. Ya había entonces muchachos rebeldes, desobedientes e ingratos que eran un verdadero tormento para sus padres. Dichos muchachos vagabundeaban por las calles, hacían el golfo en los jardines públicos y hasta es muy posible que se organizaran en bandas a pesar de la vigilancia a que estaban sometidos por parte del monitor de la escuela. Como que tenían verdadero horror a la escuela y encontraban odiosos los principios educativos de la época, no cesaban de importunar a sus padres con sus reproches. Esto es al menos lo que nos manifiesta un escrito sumerio recientemente reconstruido. Las 17 tablillas de arcilla y fragmentos de que consta se remontan a 3.700 años y es muy posible que su redacción original tenga unos cuantos siglos más de antigüedad.


Este texto que nos hace conocer a un escriba y a su hijo descarriado comienza con una conversación en un plan más o menos amistoso. El padre exhorta a su vástago a frecuentar asiduamente la escuela, a trabajar celosamente y a no perder tiempo por el camino cuando esté de vuelta a su casa y, para asegurarse de que el muchacho ha escuchado atentamente sus consejos, le hace repetir lo dicho, palabra por palabra.


El resto del texto es un largo monólogo. Después de varias recomendaciones de índole práctica que el padre espera sirvan de ayuda a su hijo para que éste llegue a ser hombre (no vagar por las calles, ser sumiso con el vigilante, seguir la clase e inspirarse con la experiencia adquirida por los hombres del pasado), el escriba da un buen rapapolvo al díscolo adolescente; su conducta «inhumana» le ha dejado consternado; su ingratitud le ha decepcionado profundamente. Y le recuerda que él, su padre, jamás le ha hecho tirar de la carreta, ni conducir los bueyes, ni ir a recoger leña para el fuego; tampoco le ha exigido nunca que subviniese a las necesidades de sus padres, tal como suele ocurrir en las otras familias. Y, sin embargo, su hijo se muestra menos «hombre» que los demás chicos de su edad.


Mortificado el escriba, como lo son en nuestros días muchos padres al ver que sus hijos se niegan a seguir la misma carrera que ellos, le incita a imitar el ejemplo de sus compañeros, de sus amigos y de sus hermanos, y a que se inicie a su vez en el arte de escriba, pese a que éste sea el más difícil de todos los oficios y artes de cuantos ha creado el dios de las artes y de los oficios. Pero, sigue explicando el escriba, no hay oficio más útil que éste para poder transmitir la experiencia humana bajo una forma poética. Y, en todo caso, Enlil, el rey de los dioses, ha decretado que el hijo tiene que abrazar la carrera de su padre.


Finalmente, el padre reprocha a su hijo su mayor interés en el éxito material que en tratar de conducirse como un hombre digno de este nombre. A continuación el texto se enreda en un pasaje de sentido oscuro, al parecer, en una serie de máximas vigorosas y concisas, tal vez destinadas a guiar al hijo por la senda de la sensatez. En todo caso, el documento termina con una nota optimista, en la que el padre invoca para su hijo las bendiciones del dios personal de este último, Nanna, dios de la luna, y de su esposa, la diosa Ningal.


He aquí, a continuación, una primera tentativa de traducción literal de los fragmentos más comprensibles de este texto. Sólo se han omitido de esta traducción algunos pasajes oscuros.


El padre empieza por interrogar a su hijo:


—¿Adónde has ido?


—A ninguna parte.


—Si es verdad que no has ido a ninguna parte, ¿por qué te quedas aquí como un golfo sin hacer nada? Anda, vete a la escuela, preséntate al «padre de la escuela», recita tu lección; abre tu mochila, graba tu tablilla y deja que tu «hermano mayor» caligrafíe tu tablilla nueva. Cuando hayas terminado tu tarea y se la hayas enseñado a tu vigilante, vuelve acá, sin rezagarte por la calle. ¿Has entendido bien lo que te he dicho?


—Sí. Si quieres te lo repetiré.


—Pues ya puedes repetírmelo.


—Te lo voy a repetir.


—Di


—Ya te lo diré.


—Pues dilo ya.


—Tú me has dicho que fuera a la escuela, que recitase mi lección, que abriese la mochila y que grabase mi tablilla mientras mi «hermano mayor» me grababa otra. Que cuando hubiese terminado mi tarea volviese para acá después de haberme presentado al vigilante. He aquí lo que tú me has dicho.


El padre sigue con un largo monólogo: «Sé hombre, caramba. No pierdas el tiempo en el jardín público ni vagabundees por las calles. Cuando vayas por la calle no mires a tu alrededor. Sé sumiso y da muestras a tu monitor de que le temes. Si le das muestras de estar aterrorizado estará contento de ti.»


(Siguen unas 15 líneas destruidas.)


«¿Crees que llegarás al éxito, tú que te arrastras por los jardines públicos? Piensa en las generaciones de antaño, frecuenta la escuela y sacarás un gran provecho. Piensa en las generaciones de antaño, hijo mío, infórmate de ellas.»


«...perverso que tengo bajo mi vigilancia..., no sería hombre si no vigilase a mi propio hijo... He interrogado a mis parientes y amigos, he comparado los individuos, pero no he hallado a ninguno que sea como tú.»


«Lo que voy a decirte transforma al loco en sabio, paraliza la serpiente a modo de hechizo y te evitará que des fe a las palabras falsas.»


«Puesto que mi corazón ha quedado henchido de lasitud por culpa tuya, yo me he apartado de ti y no me he precavido contra tus temores y tus murmuraciones. A causa de tus clamores, sí, a causa de tus clamores, he montado en cólera contra ti, sí, he montado en cólera contra ti. Como tú no quieres poner a prueba tus cualidades de hombre, mi corazón ha sido transportado como por un viento furioso. Tus recriminaciones me han dejado acabado; tú me has conducido al umbral de la muerte.»


«En mi vida no te he ordenado que llevaras cañas al juncal. En toda tu vida no has tocado siquiera las brazadas de juncos que los adolescentes y los niños transportan. Jamás te he dicho: "Sigue mis caravanas." Nunca te he hecho trabajar ni arar mi campo. Nunca te he constreñido a realizar trabajos manuales. Jamás te he dicho: "Ve a trabajar para mantenerme." Otros muchachos como tú mantienen a sus padres con su trabajo. Si tú hablases a tus camaradas y les hicieses caso, les imitarías. Ellos rinden 10 gur (12 celemines) de cebada cada uno; hasta los pequeños proporcionan 10 gur cada uno a su padre. Multiplican la cebada para su padre, le abastecen de cebada, de aceite y de lana. No obstante, tú sólo eres un hombre cuando quieres llevar la contra, pero comparado con ellos no tienes nada de hombre. Evidentemente, tú no trabajas como ellos...; ellos son hijos de padres que hacen trabajar a sus hijos, pero yo... no te hice trabajar como ellos.»


«Obstinado contra quien estoy encolerizado... ¿qué hombre hay que pueda estar encolerizado contra su propio hijo?... He hablado con mis parientes y amigos y he descubierto algo que hasta ahora no había notado. Que las palabras que voy a pronunciar despierten tu temor y tu vigilancia. De tu condiscípulo, de tu compañero de trabajo... tú no haces el menor caso; ¿por qué no lo tomas como ejemplo? Toma ejemplo de tu hermano mayor. De todos los oficios humanos que existen en la tierra y cuyos nombres ha nombrado Enlil,[1] no hay ninguna profesión más difícil que el arte del escriba. Ya que si no existiese la canción (la poesía)..., parecida a la orilla del mar, a la orilla de los lejanos canales, corazón de la canción lejana... tú no prestarías oídos a mis consejos y yo no te repetiría la sabiduría de mi padre. Conforme a las prescRIPciones de Enlil. el hijo debe suceder a su padre en su oficio.»


«Y yo, noche y día, me estoy torturando a causa de ti. Noche y día tú derrochas el tiempo en placeres. Tú has amontonado grandes riquezas, te has extendido lejos, te has vuelto gordo, grande, ancho, poderoso y orgulloso. Pero los tuyos esperan a que la adversidad te coja por su cuenta y entonces se alegrarán porque tú te olvidas de cultivar las cualidades humanas.»


(Aquí sigue un oscuro pasaje de 41 líneas, consistente, al parecer, en proverbios y en antiguos dichos, y el texto termina con las bendiciones del padre):


 


El que te amonesta desea que Nanna, tu dios, te tenga bajo su custodia.


El que te acusa desea que Nanna, tu dios, te tenga bajo su custodia.


Que tu dios te sea favorable.


Que tus cualidades de hombre se exalten.


Que seas tú el primero de los sabios de la ciudad.


Que tus conciudadanos pronuncien tu nombre en las alturas.


Que tu dios te llame con un nombre de elección.


Que tu dios Nanna te sea favorable.


Que la diosa Ningal te sea propicia.


 






[1] Que Enlil, dios de las artes y de los oficios, ha creado.

 


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