Autor: Ñervatu
domingo, 03 de febrero de 2008
Sección: TardoAntigüedad
Información publicada por: Ñervatu
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La verdadera dimensión de la Invasión Musulmana.
Recientemente se ha puesto en solfa la Invasión musulmana del siglo VIII, incluso Olague y otros autores la han negado; pero en este foro vamos a intentar demostrar la falsedad de dichas tesis.
Una Invasión Masiva
La expansión Islámica por el Magreb, Occidente y otras partes del mundo se debió en primer lugar a la fuerza del Islam y al misticismo que impregnaba en sus seguidores; pero también a un vacío de poder tras la caida del Imperio Romano Occidental y el debilitamiento del Imperio Romano Oriental y del Imperio Persa.
Asi pues la invasión de la Península Ibérica no es un hecho aislado sino que es un eslabón de la expansión musulmana; la singularidad de dicha invasión es que fue anticipada y propiciada por discordias internas en el reino Visigodo.
Efectivamente aún no se había deglutido la conquista del Magreb Occidental ni islamizado a sus habitantes cuando debido a las disputas por el trono Toledano, un bando aristocático visigodo, los Witizanos solicitaron la ayuda al califa de Damasco para recuperar el trono que ostentaba un general de prestigio Don Rodrigo o Rodrich , Rodericus en latín; dicho general habría sido elegido como solución transitoria por los magnates godos descontentos con el predominio del linaje Witizano.
Una vez autorizados por el Califa de Damasco para iniciar la invasión los caudillos Táriq y Muza contaron con apoyos intramuros del reino, los partidarios de los hijos de Witiza como el conde Don Julian.
Táriq desembarcó con 7.000 hombres y Muza le envió un refuerzo de 5.000 contabilizando el ejército musulmano-beréber un total de 12.000 hombres en el momento decisivo de la batalla del Guadalete.
En el 712 Muza desembarcó con unos 18.000 hombres en esta ocasión árabes con un gran contingente de yemenitas asi que los efectivos musulmanes en el 712 serían en torno a los 30.000 hombres habiendo sufrido muy pocas bajas en los enfrentamientos con los partidarios del rey Don Rodrigo que solo habían resistido en Mérida e inicialmente en la batalla del Guadalete hasta que las alas Witizanas del ejército desertaron.
Comparando se obtiene la verdad
Hasta la fecha ningún historiador ha puesto en duda dichas cifras aunque curiosamente había unanimidad en decir que eran unos efectivos muy escasos y todos se preguntaban como efectivos tan nimios habrían podido conquistar la Península en tan poco tiempo.
Se exponían las teorías del hartazgo de la población nativa hispanorromana respecto a los visigodos, una supuesta peste que habría mermado la población, las divisiones internas previas y durante la invasión con enfrentamientos entre poderes territoriales, la práctica del terror llevada a cabo por los musulmanes para noquear y paralizar por miedo posibles movimientos resistentes etc.
Desde este foro modestamente y desde la modestia de este simple aficionado vamos a intentar enmendar la plana a tan ilustres y singulares expertos.
Y para evitar polémicas estériles voy a centrarme en aspectos concretos y verifica-
bles:
1º Los historiadores críticos con la Importancia y realidad de la Invasión Musulmana
jamás rechazaron las cifras dadas por los cronistas musulmanes en cuanto a los efec-
tivos de dicha invasión.
2º Dichos efectivos unánimemente fueron calificados de escasos y por lo tanto dado su bajo número para una empresa de tanto relieve como la conquista del Reino Visigodo -toda la Península Ibérica mas Baleares, mas la parte francesa del Reino, mas las plazas del Norte de Africa-se negaba la conquista en si. (Teoría de Olague y otros Unitarios-Trinitarios).
3º Hasta la fecha nadie ha puesto en duda que una superpotencia de la época como era el Imperio Romano disponía en el frente occidental de 50.000 comitatenses es decir el ejército real, el móvil, el que se empleaba en las batallas decisivas tipo Adrianópolis o Naissus o para tapar brechas en el frente sostenido por los limitanei que eran una especie de tropas guardafronteras acantonadas en fuertes y posiciones estáticas; y en el frente oriental otros 50.000 comitatenses. Es decir que para todo el Imperio Romano en Europa frente a los germanos, sármatas, alanos y demás pueblos bárbaros, en Africa frente a los bereberes del interior y en Asia frente al Imperio Persa Sassanida y luego el Parto los romanos disponían de 100.000 efectivos de combate divididos en dos grupos de 50.000 para oriente y occidente mas los limitanei tropas guardafronteras acantonadas en posiciones estáticas y de nulo valor combativo salvo como primer elemento disuasor y de retardo en las incursiones.
4º Si para todo Occidente Roma empleaba contra toda la panoplia de tribus que intermitentemente le presionaban en el Rhin-Danubio y Magreb de Africa 50.000 comitatenses; la cifra de 30.000 musulmanes para conquistar Hispania y una pequeña porción del sudeste francés es enorme.
5º que el Reino Visigodo ni remotamente podría reunir lo que usaba Roma para toda la parte Occidental del Imperio 50.000 hombres.
6º Que la inmediata expansión musulmana hasta el corazón del territorio franco en el centro-norte de la actual Francia demuestra que el objetivo de fuerza tan importante no era ni devolver el trono a los incautos witizanos, ni conquistar la Península sino darle un golpe decisivo a Occidente en Hispania-Galia como situación previa a la acometida final contra El Papado en Italia.
7º Que la Invasión de Europa tuvo un éxito sin precedentes y solo la discordia originada en el sistema tribal de los musulmanes impidió la aniquilación de Europa; ni siquiera los hunos de Atila habían logrado llegar al Atlántico.
8º Ese balón de Oxígeno permitió a los francos en la Galia y a la resistencia Astur-Cántabra en Hispania reorganizarse y recuperarse de la sorpresa para fortificarse, rearmarse y aprovechando las discordias entre los junds árabes y los bereberes llevar la frontera hasta el Duero.
9º Pero para ello, en la batalla de Covadonga, 300, como los espartanos, al mando de Belay el Rumí, "el asno salvaje" lograron hacer virar en un momento concreto y decisivo un acontecimiento histórico que parecía inevitable: la conversión de la Península Ibérica en una Anatolia Turca.
10º Y que mejor resumen que las palabras de Don Oppas obispo y caudillo de los Witizanos dirigidas al caudillo astur Don Pelayo: "¿como tú con esta pequeña tropa, en esta cueva, pretendes resistir al Islam que desde las arenas del desierto arábigo ha venido engullendo a todos los estados y naciones?
a lo que éste respondió porque la Iglesia de Dios es como la luna que aún estando en cuarto menguante, al poco tiempo recupera su esplendor; y diose la batalla y con el estandarte de la cruz de la Victoria, los astures, por la gracia de Dios aniquilaron a los caldeos muriendo su comandante Al Qaman y el pérfido obispo traidor iniciándose así la restauración de España.
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“El dominio musulmán sobre la Península no fue total. Protegidos por las montañas y por su escasa vinculación al reino visigodo, astures, cántabros y vascones occidentales mantuvieron o acrecentaron su independencia o, en el peor de los casos, se limitaron a pagar tributos como símbolo de dependencia respecto a Córdoba sin que los emires tuvieran el control del territorio ni pudieran impedir los avances de catalanes, aliados a los muladíes rebeldes a Córdoba o apoyados por los carolingios, crearon, hacia el año 800, reinos y condados en los que la autoridad cordobesa apenas fue efectiva según veremos en estas páginas, que iniciamos con un análisis de las leyendas que envuelven los orígenes de los reinos y condados cristianos.
Hasta hace pocos años, la batalla de Covadonga (718 según unos autores, 722 según otros) indicaba el comienzo de la recuperación o si se prefiere de la “reconquista” de las tierras ocupadas por los musulmanes. A medida que se han ido conociendo y utilizando las fuentes islámicas, la tesis reconquistadora ha perdido fuerza y actualmente muy pocos creen que Covadonga tuviera la importancia que quisieron darle sus inventores, los mozárabes refugiados en Asturias, y cuantos han seguido al pie de la letra, sin discusión, las fuentes cristianas.
Para los cronistas del Islam, Covadonga ue una de tantas escaramuzas entre una expedición de castigo y los montañeses asturianos residentes en zonas de difícil acceso cuyo control directo no interesaba a los emires, que se conformaron con evitar las campañas de saqueo de aquellos “asnos salvajes”, y con el envío ocasional de expediciones militares encargadas de recordar la autoridad cordobesa y cobrar los tributos correspondientes. La versión cristiana es totalmente distinta y ha llegado a nosotros escrita a fines del siglo IX por los mozárabes expulsados o huidos de al-Andalus en la segunda mitad del siglo.
Cuando, en el año 754, se escribe la Crónica Mozárabe, para nada se habla de Pelayo, el héroe de Covadonga… A finales del siglo IX, agitado al-Andalus por las sublevaciones de muladíes y mozárabes, comienza a entreverse una posibilidad de expulsar a los musulmanes y justifican la posible operación las crónicas escritas por los mozárabes llegados a Asturias en los últimos años, que reflejan en los textos no los intereses de los astures, sino de los mozárabes-herederos culturales de los visigodos y obligados a abandonar sus ciudades después de la resulta de mediados de siglo, del martirio-ejecución de muchos de sus dirigentes y de la pérdida de la importancia de los cristianos al orientalizarse e islamizarse al-Andalus. Los astures se convertirán en los sucesores de los visigodos a través de Pelayo, al que presentan como espatario de los reyes Witiza y Rodrigo y cuya nobleza se realza al emparentar con el duque Pedro de Cantabria, ‘descendientedel linaje de los reyes Leovigildo y Recaredo’. Sólo ahora, establecido el lazo entre los reyes de Asturias y los visigodos, puede entrarse claramente en el proyecto reconquistador, expuesto en el diálogo entre el obispo witizano Oppas y su ‘primo’ Pelayo, y en la adaptación a los godos-astures de la profecía de Ezequiel sobre Gog y Magog: Gog es el pueblo de los godos sometido por decisión divina a Magog durante ciento setenta años, pasados los cuales se impondrá a su enemigo: ‘Cristo es nuestra esperanza de que cumplidos en tiempo próximo 170 años desde que entraron en España, los enemigos sean reducidos a la nada, y la paz de Cristo sea devuelta a la Santa Iglesia’. La profecía se ve reforzada con la petición de Pelayo en Covadonga: ‘Cristo es nuestra esperanza de que por este monte que tú ves se restaure la salvación de España y el ejército del pueblo godo’ y por las revelaciones y apariciones en las que se predice a Alfonso III que reinará en tiempo próximo en toda España. ‘Y así, bajo la protección de la divina clemencia, el territorio de los enemigos mengua cada día, y la Iglesia del Señor crece para más y mejor.’ A través de estos textos se afirma que Alfonso III y sus sucesores tienen el derecho y la obligación de expulsar a los musulmanes y de extender su autoridad sobre todos los territorios que antiguamente habían pertenecido a la monarquía visigoda. La idea de la unidad de España bajo la dirección de los reyes astures-leoneses-castellanos tiene en Covadonga su punto de arranque y en los cronistas mozárabes del siglo IX los primeros defensores, cuyos pasos seguirán casi todos los cronistas medievales y numerosos historiadores.
La realidad, sin embargo, es distinta y los orígenes del reino astur hay que retrasarlos hasta mediados del siglo VIII coincidiendo con la gran sublevación de los beréberes y el abandono de éstos de las guarniciones situadas frente a las tribus montañesas, siempre insumisas, contenidas en sus territorios desde la época romana, poco o nada controladas por los visigodos y rebeldes igualmente a los musulmanes. Covadonga poco tiene que ver con las ideas de unidad y defensa del cristianismo; es obra de tribus poco romanizadas que defienden su modo de vida, su organización económico-social, frente a los musulmanes, herederos y respetuosos con la organización visigoda, que se basa en la gran propiedad y en la desigualdad social, en la existencia de señores y siervos mientras que en la montaña predomina la pequeña propiedad y la libertad individual.
Sólo a mediados del siglo, cuando Alfonso I destruye las guarniciones abandonadas por los beréberes y lleva consigo al retirarse a los habitantes de las zonas devastadas, puede hablarse de los orígenes de un reino astur cristianizado y con un contingente importante de hispanogodos que acabarán controlando política e ideológicamente el nuevo reino, independiente mientras las guerras civiles impiden a los emires ocuparse de los rebeldes del norte; bastará que Abd al-Rahman se proclame emir (756) y pacifique al-Andalus para que el reino asturleonés vuelva a convertirse en vasallo de Córdoba durante los reinados de Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo (768-791) que siguieron una política de amistad y sumisión hacia los musulmanes, política que no impidió sino que quizá se halle en la base de la sublevación de los gallegos contra Silo y de los vascos durante todo el periodo.
La sumisión asturleonesa a Córdoba se expresa mediante la entrega de tributos con los que no todos están de acuerdo, y los descontentos se agrupan en torno a Alonso II, proclamado rey a la muerte de silo y obligado a refugiarse en Álava durante los años de Mauregato y del diácono Vermudo, quien, tras ser derrotado, volvió al estado clerical. Si Alfonso I fue el creador el reino, a Alfonso II se debe el afianzamiento y la independencia, que tienen su relejo en el plano económico en la supresión del tributo de las cien doncellas, en el plano eclesiástico en la independencia de la iglesia astur respeto a la toledana y en el político en la creación de una extensa tierra de nadie a orillas del Duero que separará durante dos siglos a cristianos y musulmanes…
Afianzado en el reino a pesar de los ataques musulmanes, Alonso inicia una política ofensiva: presta ayuda a los muladíes y mozárabes de Toledo y Mérida, ampara en sus tierras a los sublevados contra Córdoba, realiza ataques contra los dominios musulmanes llegando a ocupar, momentáneamente, Lisboa y apoderándose de abundante botín que quizá no sea ajeno a las obras realizadas en Oviedo, donde se construyen palacios, baños, iglesias y monasterios, de los que se conserva la CáMara Santa de la catedral ovetense y la iglesia de San Julián de los Prados o Santullano en las afueras de la ciudad”.
Pero antes, en referencia al tributo de las cien (presuntas) doncellas, otra de mis fuentes favoritas, Manzano Moreno op. cit., trata de algo similar: tras la derrota del berébere Munuza por la actual Cerdaña, su mujer –hija del conde de Narbona, Eudes- fue enviada como regalo al califa; y una de las causas de la rebelión berébere del norte de África que propició la llegada del yund sirio a la Península fue precisamente que uno de los tributos que tenían que pagar los habitantes de allí era en forma de (presuntas) doncellas. Parece que los harenes orientales tenían una gran demanda: copio (sí, soy un copión, no puedo negarlo) de Manzano Moreno, op. cit., pág 92: “El principal atractivo del norte de África residía en su capacidad de proveer al Imperio árabe de hombres para los ejércitos del califa y de mujeres destinadas a los harenes”. Y al grano, copio de José Luis Martín, op. cit., págs. 518-ss, hay algo repetido con mi post de arriba, pero se comprende mejor:
“La sumisión asturleonesa a Córdoba se expresa mediante la entrega de tributos con los que no todos están de acuerdo, y los descontentos se agrupan en torno a Alonso II, proclamado rey a la muerte de silo y obligado a refugiarse en Álava durante los años de Mauregato y del diácono Vermudo, quien, tras ser derrotado, volvió al estado clerical. Si Alfonso I fue el creador el reino, a Alfonso II se debe el afianzamiento y la independencia, que tienen su relejo en el plano económico en la supresión del tributo de las cien doncellas, en el plano eclesiástico en la independencia de la iglesia astur respeto a la toledana y en el político en la creación de una extensa tierra de nadie a orillas del Duero que separará durante dos siglos a cristianos y musulmanes.
Según la tradición, entre los tributos debidos por los astures figuraba la entrega anual de cien doncellas, y si la leyenda no es cierta pudo al menos serlo, pues sabemos, por ejemplo, que el conde barcelonés Borrell II lleva a Córdoba como presente para el califa un numeroso grupo de esclavos; es recuente, incluso en épocas posteriores, la entrega de mujeres de la familia real como esposas o concubinas de los emires y califas, y los textos musulmanes hablan de un activo comercio de esclavos entre los reinos del norte y Córdoba, donde se habla de mercaderes de esclavos que disponen de mujeres que conocen bien la lengua romance, visten como cristianas y ‘cuando algún cliente… les pide una esclava recién importada del país cristiano’ le presentan y venden una de sus mujeres. Nada se opone, por tanto, a que el tributo de las cien doncellas refleje una realidad: el pago de tributos cuyo cese sólo es posible si el reino tiene fuerza militar suficiente para oponerse a los ejércitos que los emires envían de cuando en cuando para castigar a quienes se resisten.
Alfonso II (791-842) estaba en condiciones de negar los tributos gracias a las continuas sublevaciones de los muladíes de Mérida y Toledo, apoyados por beréberes y mozárabes, que impidieron a los cordobeses lanzar sus habituales campañas de intimidación contra el reino astur, protegido indirectamente por la revuelta de los muladíes del Ebro y por la intervención de los carolingios en apoyo de los montañeses de Pamplona, Aragón y Cataluña. Esta realidad ha sido explicada de forma providencial: el fin de los tributos habría sido posible gracias a la intervención milagrosa del apóstol Santiago –cuyo sepulcro se cree descubierto estos años- que combatió al lado del Alfonso y obtuvo una resonante victoria en Clavijo, batalla legendaria sobre cuya fecha los historiadores que en ella creen no se ponen de acuerdo pero cuyas consecuencias perviven en la actualidad; los estudios actuales prueban que el apóstol Santiago difícilmente pudo venir a la Península en vida, y las posibilidades de que su cuerpo fuera enterrado en Compostela son escasas, pero esto no impidió que los hombres medievales lo creyeran y actuaran en consecuencia convirtiendo Compostela en lugar de peregrinación, haciendo combatir a Santiago a favor de los cristianos para liberarlos del tributo de las cien doncellas y pagando, desde el siglo XII, el tributo de Santiago que perdura hasta el siglo XIX. Si Asturias-León tiene un protector celestial, también lo tendrá Castilla cuando se independice haciendo combatir junto a Santiago a San Millán, a cuyo monasterio pagan tributo los castellanos hasta épocas modernas.
Aunque mitificada, la independencia astur es una realidad que no se limita al campo político; se extiende al eclesiástico porque los hombres medievales son plenamente conscientes de que no hay independencia real mientras el clero esté sometido a otras fuerzas políticas, y ésta era la situación del reino astur cuyos clérigos siguen dependiendo del metropolitano de Toledo, en tierras musulmanas. La aceptación del adopcionismo por Elipando de Toledo ofrece a Alfonso la oportunidad de romper los lazos con la ‘iglesia musulmana’ y lo mismo hará Carlomagno en la diócesis de Urgell. La ruptura eclesiástica, propiciada por los escritos de Eterio, obispo de Osma, y de Beato de Liébana, fue acompaña de una fuerte visigotización del reino, a la que no sería ajeno un cronicón, hoy perdido, escrito hacia fines del siglo por algún monje mozárabe del séquito de Alfonso, en el que aparecería por primera vez la identificación de los reyes astures con los visigodos, cuya organización se copia y cuyo código, el Liber Iudiciorum, es adoptado como norma jurídica del reino. La organización político-jurídica refuerza la eclesiástica, que se manifiesta en el traslado de la metrópoli de Braga, abandonada, a Lugo, en la restauración de la sede de Iria-Compostela, en la creación de un obispado en la capital del reino, Oviedo, y en la erección de numerosas iglesias y monasterios.
Afianzado en el reino a pesar de los ataques musulmanes, Alfonso inicia una política ofensiva: presta ayuda a los muladíes y mozárabes de Toledo y Mérida, ampara en sus tierras a los sublevados contra Córdoba, realiza ataques contra los dominios musulmanes llegando a ocupar, momentáneamente, Lisboa y apoderándose de abundante botín que quizá no sea ajeno a las obras realizadas en Oviedo, donde se construyen palacios, baños, iglesias y monasterios, de los que se conserva la CáMara Santa de la catedral ovetense y la iglesia de San Julián de los Prados o Santullano en las afueras de la ciudad.
Durante los cien primeros años de su historia, el reino astur permanece a la defensiva, protegido de los ataques musulmanes por las montañas y por las revueltas de los muladíes fronterizos, e intenta unificar el conglomerado de pueblos que lo forman, gallegos, astures, cántabros y vascos, en numerosas ocasiones enfrentados entre sí o rebeldes al incipiente poder central, según recuerdan las crónicas de Alfonso III: ‘Fruela… a los vascones, que se habían rebelado los venció y sometió… Silo… a los pueblos de Galicia que se rebelaron contra él los venció en combate… Alfonso… expulsado del reino se quedó entre los parientes de su madre en Álava…” El carácter electivo de la monarquía, siempre dentro de una familia, favorece la aparición de bandos ‘nacionales’ en torno a los candidatos al trono y así, a la muerte de Alfonso (843), los gallegos apoyan a Ramiro I mientras astures y vascones están al lado del conde Nepociano o, posiblemente, junto a otros nobles sublevados que pagaron con la ceguera o con la vida su rebeldía. Pese a estas revueltas y a los ataques de los vikingos a las costas gallegas (844), Ramito pudo adelantar las fronteras y ocupar León aunque su conquista definitiva sea obra de Ordoño I (850-866).
Este avance, esta nueva consolidación del reino, se relaciona una vez más con las sublevaciones muladíes, complicadas ahora por la oposición de los mozárabes al poder musulmán; los rebeldes contarán con el apoyo de tropas astures que serán derrotadas en las cercanías de Toledo, pero cuya presencia tan lejos de sus territorios es prueba de la importancia adquirida por el reino. Aunque derrotados, los toledanos mantienen la revuelta y obligan a las tropas cordobesas a concentrar sus mejores hombres en la zona, con lo que el reino astur sólo estará amenazado en su frontera oriental por los muladíes del Ebro, cuyo dirigente Musa ibn Musa ue derrotado por Ordoño en Albeada (859), no lejos de Clavijo. Los hijos de Musa mantendrán en adelante una política de amistad y colaboración con los astures y servirán de freno a los cordobeses, que sólo en el año 865 podrán derrotar a Ordoño”.
Hasta aquí el texto de José Luis Martín. El muladí Musa ibn Musa era de la familia de los Banu Qasi, recordemos, descendientes del conde visigodo Casio que se convirtió al Islam y siguió gobernando tierras del Ebro tras pactar con los conquistadores.
Ñervatu20 de mar. 2008En primer lugar la tardanza a la hora de responder a ciertas preguntas maliciosas y que ponen en duda mis datos no se debe a cobardía o a imposibilidad de demostración sino a un grave accidente que me ha tenido entre la vida y la muerte.
Afortunadamente me he recuperado y voy a dar cumplida respuesta a todos aquellos que han atacado mi artículo que por otra parte ha tenido un gran éxito con mas de 4.000 visitas.
Voy a empezar respondiendo al califa Miletomaro; Vd será español a la manera de los franceses que sostenían el régimen de Vichy. Yo, y los asturianos, somos como los franceses que apoyaban al General De Gaulle. Por mucho que a Vd le pese Don Pelayo y sus sucesores los reyes asturianos salvaron el honor de España e impidieron que se convirtiera en la Turquía de Occidente. Don Pelayo es el mayor héroe español de todos los tiempos y Covadonga la batalla mas decisiva en toda la Historia de España.
Ahora paso a responder a Atalaya y a algunos otros que han dudado de las cifras aportadas en mi artículo: Dice Harold Livermore insigne hispanista británico transcribo literalmente " Pero, en la primavera de 711, Tariq tenía unas fuerzas de 7.000 hombres.Atravesaron el estrecho en cuatro barcos proporcionados por el comes Don Julián y el desembarco tuvo lugar el 27 de abril" en otro párrafo dice "Mientras tanto Táriq había escrito una carta a Muza, en la que le comunicaba haber ocupado la isla y el lago. Daba cuenta de la inminente llegada de Don Rodrigo con un ejército muy numeroso y pedía refuerzos. Muza le envió otros 5.000 hombres, con lo que hacían un total de 12.000. La mayor parte de los recién llegados eran de las tribus GuMara de la región de Ceuta." En otro párrafo transcribo " La mayor parte de los escritores musulmanes dicen que Muza desembarcó en España en el ramadán del 93 (junio-julio de 712): algunos sitúan su partida de Ifriquiya a finales de 711, y dicen que fue primero a Tánger antes de atravesar el Estrecho. Con él iba un ejército de 18.000 hombres. Muchos de ellos eran árabes entre los que se contaban un gran contingente de yemenitas. Se trataba de una fuerza capaz de establecer una fuerte colonia militar, entree los que figuraban administradores de experiencia y hombres de religión. Difería, por tanto, profundamente de la fuerza de choque bereber y los piratas que se habían unido a ellos." Harold V. LIVERMORE en su obra Orígenes de España y Portugal.
Moderadores hay en este foro que pueden verificar si quieren si mis cifras son ciertas o no. También es muy fácil teniendo Internet verificar los efectivos militares romanos del bajo imperio y si son falsas o no mis cifras. Repito 100.000 Comitatenses el ejército móvil; 50.000 para la parte Occidental del Imperio y 50.000 para la Oriental. Los limitanei acuartelados en las fronteras y en posiciones estáticas no están contabilizados entre los Comitatenses. Si alguien se ateve a negar estas cifras que lo diga y yo le daré cumplida respuesta.
Ñervatu#187, si no he contestado antes a esto es porque no lo había leído: “Don Pelayo y sus sucesores los reyes asturianos salvaron el honor de España e impidieron que se convirtiera en la Turquía de Occidente. Don Pelayo es el mayor héroe español de todos los tiempos y Covadonga la batalla mas decisiva en toda la Historia de España”.
En absoluto se puede estar de acuerdo, por varios motivos:
a) Si Pelayo, Covadonga (y el oso u osa de Favila) fueron tan importantes, ¿por qué no los nombra ni por equivocación el cristiano facedor de la Crónica Mozárabe de 754? Se hace unos años después de la invasión musulmana, y el cronista la vivió. Es también extraño que no hable de “reconquista” cristiana ni por casualidad. Curiosamente, cuando los mozárabes que habían perdido el poder que mantenían frente a los omeyas llegan al norte en el IX, es cuando surge, por generación espontánea, la concepción de “Reconquista”. Pero no de unos reyes que en absoluto se consideraban descendientes de la legitimidad visigoda, sino reconquista de los intereses de los mozárabes que habían perdido a mediados del siglo IX en al-Andalus. La idea tomará cuerpo después entre los cristianos del norte, pero sólo después de ese momento.
b) Pelayo tuvo menos que ver en la detención de la invasión islámica que el oso (u osa) de Favila. Los musulmanes se establecieron en gran medida a base de pactos, pero evidentemente con el escaso número de soldados no podían controlar la totalidad del territorio, y hubo bastantes insumisos a pagar el impuesto impuesto (valga la redundancia). Si los musulmanes no llegaron más al norte o afianzaron más su poder fue por la disolución del califato omeya; y por las luchas de poder entre ellos mismos. Desde que llega el yund sirio en 732 se dedica a controlar el territorio más productivo, pasan de hacer incursiones al norte, lo que aprovechan los montañeses para afianzar su poder; sólo cuando Abderramán I toma el poder absoluto de al-Andalus, emprende otra vez campañas al norte: y Sila, Mauregato & Cía, le pagan el impuesto reglamentario, tal y como hacían otros señores hispanos, muladíes o mozárabes.
c) Los descendientes del conde godo Casio, los Banu Qasi, que señorearon la zona de Tudela, ¿no eran españoles?, ¿sólo lo eran los asturianos montañeses (y sus osos) irredentos? La mitad de los ulemas (sabios en derecho islámico) que había en al-Andalus después de la conquista tenían abuelos o padres hispanovisigodos: ¿qué eran si no españoles, o andalusíes, coptos?
d) Iñigo Arista, fundador del reino de Pamplona, se apoyó contra sus competidores en el segundo marido de su madre, Musa, de los Banu Qasi: ¿debe ser considerado el tal Arista español, felón o indostaní?
e) Ni al-Andalus fue parte de la “nación árabe”, a pesar de lo que digan Bin Laden o algunos españoles que comparten esa tesis con él; ni tampoco la contra-identidad islámica contra la que se forjó la “nación española”, en palabras de Eduardo Manzano Moreno y su obra "Conquistadores, emires y califas", Crítica, 2006. Obra que recomiendo para anular concepciones obsoletas que emborronan nuestra historiografía. Copio de págs. 46-ss (lo que ya hice en #97, pero todo sea por hacer una obra de caridad cristiana):
En las últimas décadas se ha instalado una imagen bastante maniquea, que tiende a contraponer unos rasgos innecesariamente amables hacia todo lo que tiene que ver con al-Andalus, mientras que acentúa los caracteres sombríos del dominio cristiano identificado con los “feudales”. Esta visión tiene mucho que ver con la reivindicación que algunas corrientes de pensamiento han tratado de hacer de al-Andalus como ámbito hacia el que se canalizan las simpatías opuestas a sus enemigos cristianos, con los cuales tradicionalmente se ha identificado el pensamiento más conservador en nuestro país.
Estas simpatías han creado un al-Andalus poco menos que paradisíaco y sobre el que se han proyectado tópicos tan en boga como “la convivencia de culturas”, “la tolerancia” o “el esplendor de sus creaciones culturales y artísticas”. Esta visión romántica se ha visto además alimentada por los nuevos retos que plantean las realidades multiculturales de nuestras sociedades contemporáneas. En la búsqueda de referentes históricos para estas situaciones, el periodo andalusí se ha presentado como un espejo en el que se reflejan un conjunto de aspiraciones sin duda bien intencionadas, pero en última instancia falaces, cuando no interesadas.
No parece que sea el camino correcto. Espigar aquí y allá elementos diversos para crear visiones tópicas sólo sirve para alimentar retóricas fácilmente manipulables. Alguien tan poco sospechoso de albergar sentimientos de hermandad universal como el general Franco gustaba de definir su rebelión militar como una “cruzada”, pero no tenía empacho alguno en referirse a los tiempos en que en “el suelo patrio” habían coexistido mezquitas y sinagogas bajo la tutela tolerante del estado cristiano, si lo que intentaba era justificar la presencia de regulares marroquíes entre sus tropas.
Como parte integrantes de un discurso político las identidades y afinidades especulares en historia pueden servir para justificar prácticamente cualquier cosa, dependiente de quién decida el prisma que emplea. Ésa es la razón por la que bajo su aparente bondad, tales visiones encierran más de una trampa en su interior, lo que las convierte no sólo en fácilmente rebatibles, sino también en formas de propaganda que sirven a intereses no siempre altruistas precisamente.
Por desgracia, y frente a esta visión idealizada de al-Andalus, en los últimos tiempos está surgiendo una incalificable reacción conservadora que apunta contra este ámbito considerándolo como un mero accidente histórico, un capítulo marginal de la “historia de España”, felizmente acabado gracias a la labor de los “reconquistadores”. No se trata, desde luego, de una idea nueva. El pensamiento reaccionario lleva generaciones enteras insistiendo en que “el árabe”, “el moro”, o “el infiel” ha sido el enemigo de la “nación española” desde los tiempos de la reconquista, cuando su presencia extraña impuso la prueba suprema para su voluntad de resistencia frente a tan adverso avatar.
Lo que sí son nuevas, en cambio, son las circunstancias. Los miedos que provoca el reciente multiculturalismo o los horrores causados por el terrorismo islamista han alimentado esa enardecida vuelta a la ideología de “reconquista” que parecía definitivamente arrinconada. Sus promotores son historiadores, publicistas y amargos políticos que retoman el viejo juego de los espejos históricos para tratar de convencer a quien se deje de que las realidades actuales son idénticas a las que tuvieron que enfrentarse “nuestros ancestros” en la Edad Media. Utilizando las mismas búsquedas de identidades que ellos emplean, estos ideólogos de la nueva barbarie saltan sobre los siglos con una ligereza pasmosa, que haría sonreír por lo que tienen de ignorancia si no fuera por el hecho de que el mensaje que transmite hiela la sangre.
De esta forma, y si las visiones idealizadas de al-Andalus exasperan por lo que tienen de ingenuas y no tan ingenuas evocaciones de una realidad inexistente, los viejos fantasmas de la Reconquista insisten en la necesidad de un rearme ideológico, cuyas funestas consecuencias conocemos bien por experiencias pasadas y presentes. La vigencia de estos viejos fantasmas es sin duda sorprendente, pero es un hecho bien conocido que a sus promotores la historia sólo les sirve como arsenal de donde extraer argumentos para defender sus intereses y dinamitar todo cuanto pueda parecerles que los agrade. Posiblemente seguirán haciéndolo durante mucho tiempo, precisamente porque es en su reiteración donde estos ideólogos buscan encontrar la razón de la que sus argumentos carecen…
Como ya ha quedado dicho, son mendaces los intentos de crear identidades y contra-identidades en ese pasado, y no me parece que las simpatías que no puede albergar hacia la suerte de pueblos tradicionalmente oprimidos deban expresarse mediante una visión amable de la historia andalusí.
Frente a lo que sostienen los maestros del juego de los espejos históricos, no creo que describir el impulso que los Omeyas dieron a la literatura o la ciencia haga mejores a los musulmanes que viven en el siglo XXI, como también me parece absurdo pretender que sus episodios de violencia o barbarie hagan peores a unas poblaciones que, por fortuna para ellas, tienen que vivir en unos tiempos y circunstancias que nada tienen que ver con las de hace mil años.
Desde este punto de vista, al-Andalus no pertenece a la “nación árabe”, como algunos teóricos de esta ideología vienen insistiendo machaconamente con el aplauso de quienes tal vez deberían saber mejor lo que se traen entre manos, ni es la contra-identidad islámica sobre la que se forjó la “nación española”, como los defensores de las esencias patrias intentan irresponsablemente hacernos creer en estos tiempos de mezcla de culturas. Simplemente se trata de un ámbito histórico a la espera de ser reclamado por todos aquellos que pretendan tener una conciencia crítica del pasado.
Desde este punto de vista, sigo creyendo que el estudio de la historia, desprovisto de falsas atribuciones y de engañosas utilidades para el presente, es un conocimiento transformador. En él no hay espejos, ni identidades; simplemente hay mudanza. Conocer esta mudanza y ser conscientes de ella es lo que nos ha hecho lo que somos y lo que esperamos poder llegar a ser.
Nada es como dice Beturio, evidentemente:
a) Como sabrás el redactor de la Crónica Mozárabe (754) bebió de la Continuatio Byzantia-Arabica (743-744) obra cuyo origen último estaría en el Oriente Próximo musulmán de aquella época, y que tras llegar a Hispania habría sido interpolada en su primera parte con fragmentos de la Historia Gothorum de San Isidoro.
Nada extraño tiene, pues, que la Crónica Mozárabe siga también, como su fuente, el esquema de la historia bizantina y musulmana. Crónica que, por otra parte, no nos ha llegado completa.
Pero es que, además, no es correcto eso de que Es también extraño que no hable de “reconquista” cristiana ni por casualidad.
Pues resulta que, casualmente, sí que habla de batallas en las montañas del norte, de retiradas por lugares inciertos, tal y como nos relatan las Crónicas Asturianas que hubieron de huir los restos del ejército musulman, y de pérdida de muchos guerreros sarracenos, como también señalan las Crónicas Asturianas:
"Al ser reprendido el ya nombrado Abdelmelic por una orden del príncipe porque nada provechoso obtenía con una victoria militar sobre los francos, inmediatamente sale de Córdoba con todo su ejército; se propone arrasar las montañas pirenaicas habitadas, y dirigiendo su expedición por lugares angostos no consigue nada favorable.Atacando aquí y allá con su poderoso ejércitolos lugares imprescindibles, se retira al llano y vuelve a su patria por lugares inciertos, después de haber perdido muchos guerreros, teniendo que reconocer el poder a Dios a quien habían pedido misericordia los pocos cristianos que ocupaban las cumbres" Crónica Mozárabe (81)
En este fragmento observamos varios elementos: por una parte se hace notar que no se trata de una campaña contra los Francos, sino contra los habitantes de las montañas pirenaicas y que es una guerra contra un enemigo disperso, enriscado y poco numeroso, lo que coincide con todo rigor con los datos que tenemos sobre la primera resistencia en Asturias.
Pero hay más: La misma crónica emplea la expresión "montañas de los vacceos" (80) - en clara confusión de vacceos con vascones - para referirse a los montes que actualmente conocemos como Pirineos.
Por otra parte es bien conocido que desde la antiguedad clásica hasta bien entrada la Edad Media, también se conocía a la cadena montañosa de la cordillera cantábrica como Pirineos.
Más aún: En el ciclo de Alfonso III se utiliza, precisamente, la expresión Puertos del Pirineo para indicar que al norte de los mismos no quedó ningún musulmán tras la acción de Pelayo: [..] ita ut ne unus quidem Caldeorum intra Pirinei portus remaneret
En definitiva: como ya señalara Sánchez Albornoz, en la crónica mozárabe se rastrean, efectivamente, los más tempranos ecos de la batalla de Covadonga.
b) En cuanto a la importancia de Pelayo, ya nos valen las valoraciones de sus propios enemigos:
La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo: 'Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?' En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años y el de su hijo dos. Después de ambos, reinó Alfonso, hijo de Pedro, abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado”.
Del NAFH AL-TIB de AL-MAQQARI.
Ya que se saca a colación el animal totémico de Asturias, creo que en justa compensación podemos sacar a la zorra y también a La Fontaine (y las uvas) que ilustra Maravillosamente el párrafo que traigo a colación de Al-Maqqari. Las consecuencias y el legado de Pelayo y Covadonga, las relata a continuación.
c) Sin duda eran hispanos, pero no contribuyeron a crear la nación en que vivimos. Sin el contrapunto que tuvieron nuestra cultura seria, sin duda, diferente. Y yo estoy muy satisfecho de que no haya sido así.
El resto de los puntos no tiene interés histórico.
Saludos.
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