Autor: ofion_serpiente
martes, 21 de julio de 2015
Sección: Artículos generales
Información publicada por: ofion_serpiente


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EDIPO Y LA EDUCACION CIUDADANA

Divertimento (sobre el intento de suprimir el estudio de las humanidades en los curriculums de secundaria)

Me aburro, pierdo el tiempo, miserablemente, sentado delante del ordenador, dejando vagar mi mente abúlica por las páginas innúmeras que configuran la red. Espero, impaciente, un sonido, un signo que anuncie alguna novedad en mi muro, y vuelvo una y otra vez a vigilar mi granja, o castillo, temiendo, implorando, algún desastre virtual que me sirva de excusa para engañar el tedio. Actitud cansina repetida, día tras día, sin solución. Mi cerebro percibe impotente miríadas de noticias, un universo informático, informativo, que no puede abarcar en su volátil inmensidad. Recibe, evalúa y resuelve olvidar o recordar, a velocidades de vértigo, sin tiempo casi para la concentración. Es un destajista despreocupado que avanza la obra sin remordimientos. Consume sin saciarse en un éxtasis profano, absorto en las múltiples posibilidades que se le ofrecen a través de mi mirar extraviado.

 

Me levanto, aburrido de aburrirme, y me acerco a la librería buscando viejos amigos, abrazos de papel impreso. El olor de las páginas, decenas de veces hojeadas, rememora el de la primera vez que se abrieron mostrándome el alma del autor en negros trazos. Me siguen sorprendiendo. No importa las veces que los haya leído, siempre descubro un nuevo matiz, una nueva intención, un nuevo ritmo, y entonces mi cabeza se dispara por los vericuetos de la memoria hilvanando lecturas; un paseo atento por todas las historias, por todos los cuentos, por todas las vidas reales o ficticias ya leídas, aprehendidas. Palabras y oraciones, versos, párrafos y estrofas se entrelazan configurando una malla en que, de nuevo, se enreda mi cerebro. Pero esta vez el artífice es consciente de su obra, o al menos lo pretende; ya no es sensualidad lasciva, sino querer medido quien gobierna, no gula sino gusto, o eso creo. Y leo.

 

"Espantos, sí, espantos suscita en mí

el experto augur

que ni son de admitir ni son de rechazar

Y vuelo por los aires de las presunciones sin

afirmar nada de lo presente o lo pasado"

 

El fragmento pertenece a “Edipo Rey” ("Oedipus Tyrannos") cuyo argumento, lo sabe todo el mundo, trata de la inutilidad de la voluntad humana para desviar tan siquiera un milímetro al destino de su ruta y, como todo el mundo conoce, también de la pulsión freudiana a la que el protagonista de la tragedia presta su nombre, algo que, aunque parezca creación de una preclara y cocainómana mente moderna, viene de lejos, “pues muchos son los mortales que antes se unieron también a su madre en sueños” sentencia Yocasta en la obra.

 

Pero también hay algo más en los entresijos de la obra, una de las de tres tragedias sobre el mismo tema, a las que se añadía un drama satírico, presentadas a concurso por el autor durante las fiestas mayores de Dionisio, en el mes de Artemisa Elafebolos, "la que persigue a los ciervos" La tragedia en tiempos de Sófocles no es ya sólo parte de la liturgia dionisíaca, sino que por entonces, los griegos, han transformado en un espectáculo urbano, complejo visual e intelectualmente, el canto coral que los campesinos entonaban, vestidos con pieles de cabrón, alrededor de un altar de piedra, durante sus rústicos festivales en honor del dios patrono de la exuberancia vital. Ahora, desde los tiempos de Esquilo al menos, no sólo se representa, vuelve a suceder, al imitarlo ("mímesis"), un mito, también se habla del hombre y su triste sino, y de aquello que realmente era importante para un heleno del siglo V antes de nuestra era: la polis, su estructura, su organización, su constitución: las reglas de convivencia social. En palabras de Vernant, citando a Gernet: "La verdadera materia de la tragedia griega es el ideario social propio de la ciudad, especialmente el pensamiento jurídico en pleno trabajo de elaboración"

 

Así, el teatro griego realiza, además de la purificadora, una función educativa, forma parte de la "paideia" Efectivamente, la tragedia no sólo busca provocar la purificación ("catarsis") del espectador a través del miedo y la compasión mostrándo aquello que le puede suceder: el error inconsciente ("hamartía") del protagonista que mueve su actuar y da lugar al resultado terrible, sino que además, la tragedia ática, nacida con la democracia y con ella extinguida, cumple, en su período de auge, una función docente, poniendo a la vista del ciudadano los principios fundamentales que regulan la sociedad en que se desenvuelve. Ya lo dijo Platón, educar es construir buenos ciudadanos, y éstos son la esencia de una democracia participativa como la ateniense.

 

Si Hegel observó el conflicto planteado entre la Ley Natural y la Humana en "Antígona" y encontramos la afirmación del principio pro reo en Esquilo ("Este hombre es absuelto del delito de sangre: el número de votos es igual por ambas partes." dice Atenea al final de "Euménides"), no es extraño que Sófocles tampoco se aliene de la función de propaganda social en su "Edipo"; él es un ciudadano ejemplar que ha ocupado cargos relevantes en el gobierno de Atenas y entre sus deberes se encuentra promocionar el sistema social del que forma parte, pues es buen ciudadano quién sirve a su ciudad conforme a sus capacidades, principio este que recogerá Kennedy en su famosa frase y que anunciara antes Tucídides, en boca de Pericles, cuando afirmaba que los atenienses consideran inútiles y no calmos a quienes no se ocupan de los asuntos públicos.

 

La obra del de Colono, la tragedia de Edipo, se inicia cuando se conoce, a través del oráculo délfico, el origen del mal que en forma de peste asola Tebas diezmando a sus ciudadanos. Los asesinos de Layo, el anterior rey, a quién Edipo ha sustituido en el lecho y en el trono, no han sido castigados y viven en la ciudad mancillándola con su inmundicia. El oráculo sagrado ordena la pena a imponer, muerte o destierro, y el rey la primera diligencia de investigación, consultar a Tiresias, el vidente ciego, quien acusa a Edipo de ser el origen del pecado por el que sufre la ciudad. Es en ese momento en el que se cantan los versos arriba citados, justo cuando el corifeo considera la inocencia del imputado de incestuoso y parricida, y advierte que sólo con claras pruebas de ser veraz la acusación, afirmaría su culpa, pues "que, tratándose de hombres, una adivino me gana a mí, no es cuestión clara."

 

Es curioso, unos versos antes, apenas doscientos en la edición de Storr (1912), ha predicado el coro que en el profeta "solo, entre los hombre, reside la verdad" Sin embargo ahora, ante la acusación, duda: Edipo salvó a la ciudad del horror de la Esfinge y ha conducido rectamente al pueblo de Cadmo, es por ello que exige confirmación para admitir su maldad, y toda la obra no es sino el desarrollo de un proceso de averiguación, dirigido por el principio de presunción de inocencia, que determinará la veracidad de la imputación criminal.

 

Vemos como tras la acusación de Tiresias, Edipo, como buen tirano, sospecha de un complot para derrocarlo y acusa de ello a su cuñado, Creonte, a quien amenaza con el castigo por traición. Éste último invoca su derecho de defensa y exige prueba de su delito "si me coges convicto de haber planeado algo criminal en común con el adivino no me condenes con un solo voto, sino con dos, el tuyo junto al mío, si me coges convicto por razón de una idea indemostrable no me acuses infundadamente. Pues no es justo tomar sin razón a los malos por buenos ni a los buenos por malos" Lo mismo manifestará el Coro en dos ocasiones; la primera tras un solemne juramento de inocencia prestado por Creonte que Edipo pretende desconocer sin pruebas: "Que al amigo juramentado jamás lo metas para su deshonor en inculpaciones basado sólo en argumentos indemostrables" La segunda, al advertir a Yocasta el Corifeo que han existido dos acusaciones, de Tiresias a Edipo y de éste a Creonte, carentes ambas de prueba: "Surgieron sin estar probados unos alegatos basados en simples suposiciones"

 

A partir de ahí se desarrolla el drama que conducirá finalmente a dos testimonios incontestables que confirmarán implacables los que los espectadores ya saben: Edipo ha actuado lo "indecible entre lo indecible"; es el asesino de su padre y el esposo de su madre. La consecuencia de conocer hechos tan terribles provocará el suicidio de Yocasta y la automutilación de Edipo, quien solicita su expulsión de Tebas, ciego y en harapos, como castigo, tal y como ordenó el dios al comienzo de la obra.

 

Sin embargo, Edipo a pesar de haber cometido tales hechos horribles no es culpable, porque su conducta está doblemente justificada, por la legítima defensa y por la ignorancia, el error, pero esto, la necesidad de la culpa, el actuar voluntariamente con conocimiento del mal que se actúa como determinante del castigo, será el objeto de la última de las obras atribuida a Sófocles: "Edipo en Colono" en la que un Edipo, anciano, ciego y andrajoso, guiado por Antígona e Ismene, sus hijas, alcanza el demos ático de Colono, tras huir de Tebas. Allí, a escasos kilómetros de la Atenas regida por Teseo, descansa y  suplica a los atenienses que lo acojan y den refugio. El lugar, le ha confiado Apolo, será su tumba, y no está elegido al azar, se trata de un bosque consagrado nada más y nada menos que a las Euménides (Las Benevolas), diosas infernales antiguas, muy antiguas, como las leyes cuya vulneración castigaban, las leyes familiares. Las perseguidoras infatigables de los parricidas, de los incestuosos, de los adúlteros, nacidas de la sangre de Urano vertida por su hijo Cronos, y cuyo nombre verdadero no puede ser dicho sin atraer la desgracia. Allí en ese lugar cantará Edipo su alegato de inocencia ante Teseo, que lo protege, y de reproche a Creonte, quien pretende regresarlo a Tebas para sacrificarlo, merece la pena transcribirlo.

 

"¡Oh atrevido imprudente! ¿A quién crees injuriar con eso? ¿Acaso a mí que soy un viejo, o a ti que por esa tu boca me echas en cara homicidios, bodas y calamidades que yo en mi infortunio sufrí contra mi voluntad? Así, pues, lo querían los dioses, que probablemente estaban irritados contra la raza desde antiguo. Porque en lo que de mí ha dependido, no podrás encontrar en mí mancha ninguna de pecado por la cual cometiera yo esas faltas contra mí mismo y contra los míos.

Porque, dime: si tuvo mi padre una predicción de los oráculos por la cual debía él morir a mano de su hijo, ¿cómo, en justicia, puedes imputarme eso a mí, que aún no había sido engendrado por mi padre ni concebido por mi madre, sino que entonces aún no había nacido? y si luego, denunciado ya como un malhadado, como lo fui, llegué a las manos con mi padre y le maté, sin saber nada de lo que hacía, ni contra quien lo hacía, ¿cómo este involuntario hecho me puedes en justicia imputar? y de mi madre, ¡miserable!, no tienes vergüenza, ya que de las bodas, siendo hermana tuya, me obligas a hablar, como hablaré enseguida; pues no puedo callar, cuando a tal punto has llegado tú con tu impía boca. Me parió, es verdad, me parió, ¡ay de mi desgracia!, ignorándolo yo, e ignorándolo ella; y habiéndome parido, para oprobio suyo engendró hijos conmigo. Pero una cosa sé muy bien, y es, que tú voluntariamente contra mí y contra ella prefieres esas injurias; mientras que yo, involuntariamente me casé con ella y digo todo esto involuntariamente; pero nunca, ni por esas bodas se me convencerá de que he sido un criminal, ni por la muerte de mi padre, que siempre me estás echando en cara, injuriándome amargamente. Una cosa sola contéstame, la única que te voy a preguntar: si alguien, a ti que tan justo eres, se te acercara aquí de repente con intención de matarte, ¿acaso indagarías si es tu padre el que te quiere matar, o le castigarías al momento? Yo creo, en verdad, que si tienes amor a la vida, castigarías al culpable sin considerar la que fuese justo. Ciertamente, pues, a tales crímenes llegué yo guiado por los dioses; y creo que si el alma de mi padre viviera, no me contradeciría en nada de esto. Pero tú no eres justo, ya que crees que honestamente todo se puede decir, lo decible y lo indecible, cuando de tal manera me injurias en presencia de éstos. Y encuentras bien adular a Teseo por su renombre, y a Atenas porque tan sabiamente está gobernada; mas luego que los alabas, te olvidas de que si alguna tierra sabe honrar con honores a los dioses, a todas aventaja ésta, de la cual tú has intentado robar a este viejo suplicante y le has robado sus hijas. Por la cual yo ahora, invocando en mi favor a estas diosas, les pido y ruego en mis súplicas que vengan en mi ayuda y auxilio, para que sepas qué tal son los hombres que defienden esta ciudad.

 

Cierro los Libros y acudo de nuevo al moderno ágora, tecleo, y veo con miedo cómo se pretende reducir a la mínima expresión el estudio de los clásicos, de aquellos que dieron los primeros pasos para asentar nuestro Estado de Derecho del que tan orgullosos nos sentimos. Veo con terror como surgen en nuestra actual sociedad imputaciones gratuitas, condenas hueras de probanzas, negación del derecho de defensa, elisión del proceso legal, y pienso que, tal vez, en lugar de inventar nuevos mecanismos habría que enseñar a nuestros niños y jóvenes (pais) esos viejos textos que nos hablan de presunción de inocencia, derechos de defensa y al proceso y de culpa, al menos para que las palabras ampulosas con que los recogen nuestros textos legales dejen de ser fórmulas sacramentales cuya interpretación y aplicación se deja a una casta selecta, y se interioricen en los ciudadanos, presentes y futuros, se graben en su alma, como en las tablas de bronce en que la plebe romana exigió a los patricios se esculpiera el derecho como garantía de libertad.




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