Autor: A.M.Canto
lunes, 22 de enero de 2007
Sección: Artículos generales
Información publicada por: A.M.Canto
Mostrado 42.543 veces.
«LATINOAMÉRICA»: Forma y fondo de un craso error
Artículo en el que se reflexiona sobre la injusticia histórica del término "Latinoamérica”, cómo y para qué fue inventado y utilizado en el siglo XIX, hasta ser hoy el mayoritario y una especie de cuño de “progresía”. Los hispanoparlantes deberían de hacer un esfuerzo para recuperar, sin complejos, los vocablos históricamente más justos: Iberoamérica e Hispanoamérica.
En el otoño de 2001, a raíz de una extraña serie de envíos postales en Estados Unidos, la aceptación automática y generalizada entre nosotros de la palabra inglesa anthrax, para referirse a una enfermedad que está en nuestro poderoso vocabulario desde tiempo inmemorial como carbunco, demostró bien a las claras la indefensión actual de nuestros media, y de nosotros mismos, ante las importaciones del léxico inglés. Pero ésta del anthrax no pasa de ser una anécdota temporal y sin mayor trascendencia: A lo largo del tiempo hemos sido víctimas de adquisiciones terminológicas mucho más graves, por cuanto contenían cargas de profundidad ideológica o histórica contra las que en su momento no se luchó lo suficiente, acabando por prohijarlas en nuestra panoplia lingüística, incluso cuando ello suponía tirar piedras contra nuestro propio tejado.
Tal es el caso evidente del término «Latinoamérica», con su construcción equivalente de «América Latina». Algunos no podemos evitar cierta perplejidad cuando vemos u oímos llamar «intérprete latina» a una robusta negra, vestida de ropa multicolor y con un pañolón bien enrollado a la cabeza, cantando salsa y meneándose a lo afro... Puede suponerse lo que opinarían de semejante parentesco, envueltos en sus blancas togas, Catón, César, o Vespasiano, el gran latinizador de Hispania.
Visto desde la Historia, incluso sería inexacto describir a la propia España, madre carnal de aquel enorme continente, como un país «latino», y más chocante y obvio aún resultaría con las definiciones análogas, que serían «Latinoespaña» o «la España Latina». Aunque nuestra lengua, como romance que es, procede en lo esencial del latín, otros muchos elementos fundamentales de la cultura romana no se mantuvieron en nuestro país. En efecto, en la dominación y aculturación de esta habitualmente invadida península los romanos fueron relevados durante tres siglos por varios pueblos centroeuropeos, que no eran ya propiamente pueblos latinos, sobre todo los visigodos (los más flojos, al decir de Ortega y Gasset) y, durante otros ochocientos años más –casi los mismos que Roma la dominó– por diversos pueblos musulmanes: árabes de Siria, mauretanos, bereberes... A lo largo de estas sucesivas ocupaciones, exceptuado el idioma (que no obstante sufrió fuertes aportaciones), una buena parte de las señas identificadoras de la vieja latinidad de España fueron olvidadas. Para empezar, los propios conquistadores de América no tenían ni siquiera aquella religión politeísta que fuera un rasgo tan característico de latinos y de romanos.
Así que, si improcedente sería extrapolar al mundo contemporáneo la realidad de una «España latina» que empezó a dejar de existir en el año 409 d.C., no digamos nada de ese engendro conceptual que es «Latinoamérica». Los chichimecas, los toltecas o los incas nunca llegaron a hablar latín, ni a regirse por el Derecho Romano, a administrarse como una colonia latina o a sacrificar vacas blancas a Diana la Cazadora. Al igual que los negros, criminalmente trasladados desde África al otro lado del Océano, nuestros «indios» (otro vocablo insuperablemente erróneo) no llegaron a saber nada de esos romanos, de los que –de dar crédito a la definición en cuestión– son ellos descendientes y herederos. Por tanto, si ni «Latinoamérica» ni «América Latina» se corresponden con alguna verdad histórica, ¿a qué se deben esos vocablos y su enorme popularidad en el uso hablado de la propia España?
Parece claro que ambos conceptos se acuñaron en la segunda mitad del siglo XIX con el propósito deliberado de difuminar el incuestionable protagonismo de España y Portugal en la conquista y colonización de aquellos nuevos y vastos territorios, incluída una buena parte meridional de los propios Estados Unidos. Cuando se dice «Latinoamérica» se falsean las dos definiciones que la Historia Moderna acredita como las más exactas, que son «Iberoamérica» e «Hispanoamérica», basadas respectivamente en la definición griega y romana para la totalidad de la Península Ibérica y comprendiendo, por tanto, a Portugal y su gran Brasil. Hablando en términos políticos, el vocablo «Latinoamérica» menoscaba claramente el protagonismo ibérico, y lo transfiere y reparte entre otras naciones, singularmente Francia e Italia, también «latinas», pero que nada o muy poco tuvieron que ver en el descubrimiento, la conquista, el repoblamiento y la aculturación del nuevo continente.
España, fiel al bautismo del propio Colón, siempre llamó a todo aquel territorio «las Indias», y así aparecen en los títulos y orlas de los monarcas austrias y borbones, que son Hispaniarum atque Indiarum rex (reyes de las Españas y las Indias). Miguel Rojas Mix escribió un interesante ensayo (Los cien nombres de América, Barcelona, 1991) en el que se detuvo en el origen del problema: Los conceptos «raza latinoamericana» y «América Latina» se documentan por primera vez en una conferencia del interesante pero olvidado pensador chileno Francisco Bilbao, pronunciada en París en junio de 1856. En septiembre de aquel mismo año, y abandonando su habitual de «América española», se los arrogó el colombiano José Mª Torres Caicedo, quien, como miembro del Instituto de Francia y de la Legión de Honor, gozaba de una inmejorable posición para difundirlos en el vecino país. Ambas definiciones venían como anillo al dedo a la ideología del «Panlatinismo», emergente desde algunos años antes entre la intelectualidad francesa (sobre todo Chevallier, Lamennais, Quinet o Tisserand), en cuanto que «en aquel continente se debía oponer al peso de la raza anglosajona el de la raza latina». La Revue des Races Latines fue así, desde 1857, el órgano ideal para desarrollar y expandir los nuevos términos.
Su propio creador, Francisco Bilbao, abandonó desilusionado ambos vocablos cuando comprobó que, al contrario de lo que él pretendía expresar, eran usados políticamente para dar coartada ideológica a otro imperialismo y a otro colonialismo, ahora franceses. Pues a su amparo se justificó mejor la invasión de México por Napoleón III, y la instauración allí, en 1864, de un trono y un emperador, basados en que había con nuestra América «une affinité de civilisations, de moeurs, de race, d’éducation...». Se afirmaba, en resumen, que España era débil y que no estaba en condiciones de enfrentarse a los Estados Unidos de América, pero que Francia sí era capaz de crear una barrera en el Río Grande, y de ser, como dice Rojas, «la campeona del panlatinismo».
Hacia 1875 ambos conceptos estaban ya sólidamente implantados en favor de Francia y en contra de España, que de manera tan torpe había ido perdiendo todas sus antiguas colonias. Los «indoamericanos», decepcionados, acogieron rápidamente como suyo aquello de «América Latina» y «latinoamericanos», en cuanto que era otro gráfico medio de romper definitivamente las amarras con la metrópolis, una «Madre Patria» que más bien había acabado siendo una madrastra dura, poco inteligente y muy imprevisora. Más tarde aquellas definiciones fueron útiles también, tanto a Estados Unidos como a las ideologías de izquierdas, enterrando cada vez más la realidad histórica.
Hoy son multitud los españoles que, al decir «Latinoamérica», «América Latina» y «los pueblos latinos», siguen sirviendo sin saberlo a aquel panlatinismo francés del XIX y a los intereses de quienes acuñaron unos conceptos destinados a atacar y deslucir una parte tan sensible de nuestra propia Historia. Y algunos además lo hacen convencidos de que eso es más progresista; quizá esto se deba sólo a la insistencia que, con otras miras, puso el Franquismo en los usos correctos, y no a un conocimiento real de los antecedentes, sin meditar bien si en este aspecto concreto los franquistas estaban o no acertados. En este sentido, los sucesivos gobiernos democráticos y la Casa Real siempre han tenido las cosas claras; no así los medios de comunicación y la población en general.
Si somos aún tan débiles como incapaces de recuperar «Iberoamérica» e «Hispanoamérica» para nuestro léxico cotidiano, sin complejos y arropando el renovado y fraterno sentimiento de igualdad y colaboración con los países hispanos de América, que cada año se refleja en las Cumbres, si no podemos, insisto, esto significará que, con respecto a España, la Francia de Napoleón III sigue vigente y cargada de razón.
Alicia Mª Canto
Universidad Autónoma de Madrid
No hay imágenes relacionadas.
Comentarios
Pulsa este icono si opinas que la información está fuera de lugar, no tiene rigor o es de nulo interés.
Tu único clic no la borarrá, pero contribuirá a que la sabiduría del grupo pueda funcionar correctamente.
Si te registras como usuario, podrás añadir comentarios a este artículo.
El problema de fondo es que hoy en día se ha recrudecido la pugna por imponer determinados términos o denominaciones usándolos como arma que refleja una idea particular. Así, no terminan de asentarse los términos jamás, porque siempre hay alguien detrás al que le parece que tu manera de llamar algo representa una visión ¿caduca? ¿racista? ¿lo que sea?. En Estados Unidos, primero se decía "negro", luego "colored", luego "african american" y, ahora, vuelve el término "black". Con los indios hubo una evolución a "native american", "first nations" y ahora, el término indios vuelve a ser el más habitual los Libros sobre temas indígenas. Quizás tanta discusión es porque se intenta algo imposible.
Incluso huyendo de intentos de "deconstruir" los términos queriendo ver machismo, racismo, etc. es evidente que la mayor parte de los términos referidos a pueblos y países son convenciones, muchas veces impuestas por extraños. Y, esto es lo importante, NUNCA reflejan de manera exacta la realidad, mucho más compleja de lo que puede abarcar un simple término. Casi siempre toman la parte por el todo:
Iberia: si es toda la península, deja fuera a los celtas y otros pueblos prerromanos
Anglosajón: los habitantes del Reino Unido serían más bien angloceltas, en todo caso, pero ni con esa denominación acogeríamos a todos los pueblos que han pasado por allí,
etc., etc.
La conclusión tendría que ser que no es posible o, por lo menos, es muy difícil, contar con términos que contenten a todos. Ni Hispanoamérica refleja la realidad de todos los pueblos a los que nombra, ni Latinoamérica, ni ningún otro. Si nos fijamos en la lengua y los elementos comunes a muchos de esos pueblos podríamos estar de acuerdo con la profesora Canto en que lo "hispano" es un nexo que puede servir. Si atendemos a la composición racial, sin embargo, el elemento hispano no es el mayoritario (¿diría alguien Indiamérica?). Tampoco valdría...(japoneses en Brasil y Perú, negros de la Rep. Dominicana...). En unos territorios que abarcan varios continentes, con una increíble variedad de poblaciones, siempre habría gente que se nos colaría entre los agujeros de la red de las definiciones .
Al final tenemos que ir a los términos que la gente elige para llamarse a sí mismos. A esa conclusión llegaron los estudiosos de temas indígenas cuando escogieron indios. No tiene ningún rigor, ya lo sabemos, es fruto de una confusión europea, pero no existe ningún término propio entre ellos para denominar al conjunto de poblaciones pre-europeas, por la sencilla razón de que no las conocían ni por asomo.
En los países afectados, la denominación más habitual es "Latinoamérica". ¿Es rebuscada? Posiblemente. ¿Incorrecta? Como todas. En cualquier caso, la suelen preferir a lo de hispano por la carga negativa asociada a la conquista y la época colonial, remachada en los Libros de texto de primaria con los relatos de las crueldades de los españoles, etc. Si uno habla el tiempo suficiente con alguien criado en uno de estos países, es posible que acabe oyendo algo del "oro robado", el "genocidio", etc. Se podría discutir esto, aunque no es el tema principal del foro, pero el caso es que, en el lenguaje también se da la selección natural y hay cosas que perviven y otras que pasan al olvido. ¿O no es el español una "degeneración" del latín?. Se puede combatir contra el uso de Latinoamérica, pero, teniendo en cuenta que:
- España=44 millones (y muchos ya lo usan)
- Resto de países hispanohablantes=310 millones
os recomendaría mucho ánimo y mucha suerte.
Pues si, me doy cuenta ahora que efectivamente Minaia se refería a que será difícil corregir esa confusión, por el hecho de que son muchos más los que prefieren ese termino. Pues Minaia perdona mi impertinente pregunta.
Sabes usted Dra. a mi los términos por lo general no me molestan, por ser precisamente producto de convenciones. Aunque terminan imponiéndose aun cuando no sean correctos. Pero digo esto y agrego que tampoco me molesta que se decida desentrañar la verdad sobre la corrección de alguno.
Otra cosa es recurrir a argumento manidos para calificar o descalificar. Y no es nada en particular contra Minaia, pero en su intervención ella usa el siguiente argumento:
“En cualquier caso, la suelen preferir a lo de hispano por la carga negativa asociada a la conquista y la época colonial, remachada en los Libros de texto de primaria…”
No, no ceo que la prefieran por la carga negativa que tiene el termino hispano, la USAN (no quiere decir que la PREFIEREN), porque es producto de la inercia de usar un termino que fue impuesto (sin entrar al por qué ni al cómo), como mismo usa la prensa en el ejemplo suyo: “el líder... indio Evo Morales...”.
Acaso Evo Morales prefiere ser llamado INDIO, que NATIVO, AYMARA… que se yo como prefiere Evo Morales que lo llamen a el mismo.
Hay 2 comentarios.
1