Autor: riccia
martes, 27 de mayo de 2003
Sección: Historia
Información publicada por: riccia


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La catedral de Santiago

Obra maestra del románico universal, la catedral de Santiago de Compostela no comenzó como catedral ni tampoco en Santiago. Su historia nos lleva a la localidad de Iria Flavia, hoy Padrón.

Artículo interesante del "mundo Medieval", mes de Abril

La catedral de Santiago de Compostela no comenzó como catedral ni tampoco en Santiago. Su historia nos lleva al corazón del Bajo Medioevo y a una veintena de kilómetros al sur de la capital gallega. Allí, en Iria Flavia, hoy Padrón, tenía asiento desde antiguo la sede de la diócesis compostelana.
La primera noticia documentada de ésta se remonta a 569. Ese año, en las actas del I Concilio de Braga, aparece la firma de quien era su obispo entonces, de nombre Andrés. Testimonios arqueológicos, sin embargo, confirman que la línea episcopal se había iniciado tiempo antes (ya en 448, de hecho, hay un rey suevo convertido al catolicismo, Reckiario). Asimismo resulta de interés señalar que la iglesia de Iria Flavia, sufragánea de la Metropolitana de Braga, fue acaso la única hispánica cuya sucesión de obispos no se vio interrumpida por la conquista musulmana en el siglo VIII —entre otros factores, por su ubicación periférica, en las proximidades del cabo Fisterra o Finisterre (etimológicamente, fin de la tierra), extremo noroccidental de la península Ibérica—. Esta situación especial hizo que numerosos prelados se refugiaran en su territorio.
Fue uno de los obispos irienses, Teodomiro, quien hacia 829 realizó un hallazgo que cambiaría, no ya el curso de la diócesis, sino el de toda la cristiandad medieval. El descubrimiento aconteció en un enclave poblado con certeza desde el siglo I y probablemente desde la Edad de Bronce. En el emplazamiento había huellas de dos necrópolis superpuestas, una de la era romana y otra de la época sueva. Entre los sepulcros, algunos con inscripciones que evidenciaban la presencia de cristianos judíos en la segunda mitad del siglo I, Teodomiro identificó —de manera inexplicable en términos científicos— uno decididamente relevante para la Iglesia: nada menos que la tumba de Santiago el Mayor, apóstol, y junto a ésta, la de dos de sus seguidores, los santos Atanasio y Teodoro.

Un polo de ardiente fe
Ante semejante hallazgo, el obispo de Iria Flavia se puso manos a la obra. Comunicó la buena nueva al rey Alfonso II el Casto, quien, pese a que para él no era tan grata —el descubrimiento desvirtuaba su intención de convertir su capital, Oviedo, en centro espiritual a fuerza de adquirir reliquias y más reliquias—, ordenó levantar en el lugar el que fue el primer santuario dedicado al discípulo de Cristo.
Consistía en dos edificios muy modestos, un templo, sobre el yacimiento, y un monasterio, la presidencia de cuya comunidad se encomendó al abad Ildefredo, construidos con barro, madera y otros materiales endebles. No obstante, dada la importancia del sitio, éste no tardó en prosperar. Un eficaz impulso en este sentido, conforme se propagaba la noticia del sepulcro por la península y más allá de los Pirineos, fue el que brindó Teodomiro al trasladar su residencia al lugar —allí falleció el 20 de octubre de 847— y al empezar a llamarse a sí mismo obispo de la diócesis a su cargo “y de la Sede Apostólica”. El papa Nicolás I, pocas décadas después, oficializaba esta condición al declarar el santuario sede secundaria de Iria Flavia.
Antes de que acabara el siglo IX, la pequeña iglesia original dio paso a una de materiales perdurables y mayor envergadura, merced al rey Alfonso III el Grande y el obispo Sisnando I. Mientras tanto, el culto a Santiago, incluyendo las peregrinaciones, seguía creciendo inexorablemente. Esto motivó que Almanzor arremetiera con sus tropas contra Compostela (ya se sabe el poder que confiere un ideal al enemigo). Ocurrió en 997. Aunque las reliquias del apóstol fueron respetadas, el ejército andalusí se llevó a Córdoba una campana portada por cautivos cristianos, ofensa que fue reparada dos siglos y medio más tarde por Fernando III el Santo, que en 1236, tras la toma de la capital califal, la hizo devolver a Santiago sobre hombros musulmanes. A todo esto, en torno al año 1000 el obispo Pedro de Mezonzo y el rey Alfonso V de León, hijo de Vermudo II, otro de los monarcas que habían favorecido el templo con ampliaciones y ornamentos, reconstruyeron lo destrozado por las huestes islámicas. Sin embargo, el recinto, a la sazón, había dejado de ser funcional. Se había quedado pequeño.

De subsede a catedral
Con el cambio de milenio comenzó a configurarse la catedral tal como la conocemos hoy, lo mismo respecto a las peregrinaciones, que aumentaron sensiblemente, como en lo referido a lo edilicio y lo institucional (recordemos que una catedral, antes que una iglesia grande, es el templo donde radica la cátedra de maestro en la fe de un obispo, el lugar desde el cual preside su diócesis o Iglesia —comunidad— particular). Los trabajos se iniciaron hacia 1075, bajo el pontificado de Diego Peláez y con Alfonso VI el Bravo en el trono de León, Castilla y Galicia. El emplazamiento original fue abandonado por uno más al este, hecho que generó una agria y prolongada disputa con los miembros del monasterio de Antealtares, fundado en el siglo IX, pues con ello, además de demolerles su templo, perdían sus privilegios sobre el sepulcro de Santiago.
En el terreno jurídico también hubo una mudanza importante. El papa Urbano II, a través de la bula Veterum sinodalia, del 5 de diciembre de 1095, extinguió la sede episcopal de Iria Flavia en favor de la compostelana. De este modo vino a certificarse por escrito una realidad de más de dos siglos de antigüedad, pues, a efectos prácticos y como dijimos arriba, desde la época de Teodomiro los obispos ejercían su cátedra en el Locus Sancti Iacobi. La nueva situación, que hacía depender a la Diócesis Compostelana directamente de la Santa Sede y no ya, como su antecesora, de la Metropolitana de Braga, convertía a la flamante Iglesia, por estatuto, en heredera de todas las posesiones, derechos y deberes de la de Iria Flavia. (Sobre esta última, mencionemos que el templo actual de la parroquia homónima en Padrón se levanta en lo que fue el solar catedralicio.)


Sede metropolitana
En 1105 pudo consagrarse una parte de la iglesia episcopal de Santiago. Hacía un lustro, desde el 1 de julio de 1100, que gobernaba la diócesis Diego Gelmírez —así como el conde Ramón de Borgoña ejercía, a la sazón, el poder temporal—. Bajo su mandato, que se extendió hasta 1140, tomó forma en buena medida la fábrica de la catedral románica. Con este objeto ordenó derribar lo que restaba en pie del templo originado en el siglo IX y, para consternación del clero y los monjes, asimismo la capilla en que se conservaban las reliquias apostólicas, que sustituyó por un lujoso altar con baldaquino. Probablemente de este período procede también la estatua sedente del santo que es abrazada con veneración por los millones de fieles que han peregrinado a Compostela a lo largo de los siglos.
El obispo Gelmírez sobresale por otro aspecto relevante, más allá del arquitectónico. El 27 de febrero de 1120, con la bula Omnipotentis dispositione, el papa Calixto II fundó a instancias de éste la Archidiócesis Metropolitana de Santiago de Compostela, que entró en vigor el 25 de julio de ese año. De esta manera, el prelado, ya arzobispo como sus sucesores, pasó a encabezar la Iglesia de la Lusitania, con Lisboa, Beja, Ossobona (Faro), Coimbra, Viseu, Idaña (A Guarda), Lamego, Evora, Coria, Ciudad Rodrigo, Ávila y Salamanca como sufragáneas. Dicho estado se mantuvo durante casi tres centurias, hasta 1393, cuando el papa Bonifacio IX creó la Metrópoli de Lisboa, en adelante al frente de las sedes lusas, mientras que las gallegas, hasta 1395 bajo Braga, fueron declaradas dependientes de Santiago, hoy capital de la Iglesia Metropolitana de Galicia. Asimismo se deben a la gestión de Gelmírez las primeras concesiones del Jubileo jacobeo.
El edificio
Hemos examinado la historia institucional de la catedral arzobispal y santuario. Sus momentos clave acontecieron en el Medioevo, como vimos, a excepción de la ratificación de la autenticidad de las reliquias apostólicas, que se hizo pública por bula (Deus Omnipotens, del 1 de noviembre de 1884) en el papado de León XIII, tras laboriosos procesos en Compostela y Roma. Ahora prestemos atención al monumento como tal.
Comentamos antes que, comenzado en 1075, el edificio, todavía en construcción, fue consagrado en 1105. En la década de 1120 se había completado lo esencial de la estructura, cuyo recinto fue consagrado por segunda en 1211. Entre los arquitectos que intervinieron en el prolongado proceso de realización del templo, en diversas ocasiones interrumpido —como cuando el levantamiento popular contra la reina doña Urraca y el todavía obispo Gelmírez en 1117—, destacan los nombres de los maestros Esteban, Mateo, Roberto, Bernardo el Viejo y Bernardo el Joven. Esto en cuanto a la Edad Media, pues la catedral continuó siendo objeto de reformas importantes en los siglos posteriores, principalmente en el XVIII, del que provienen significativos y conocidos añadidos barrocos como las fachadas occidental (del Obradoiro) y septentrional (de la Azabachería).
El templo, un magnífico exponente del románico, tiene la planta en forma de cruz latina, con tres naves, la central —con una altura de 20 metros y una anchura de 8,5 metros— cubierta con bóveda de cañón, y las laterales —de 9,5 metros de alto y 4,5 metros de ancho—, con bóveda de arista. El crucero, en la intersección de los brazos de la cruz, cuenta asimismo con tres naves y está coronado por un triforio del siglo XIII. En tiempos medievales había nueve capillas, una rectangular y cuatro semicirculares abiertas al ábside, y cuatro en el crucero. Hoy, sin embargo, suman un total de dieciséis, sin mencionar una iglesia, la Corticela, con fábrica de los siglos XI al XIII y adosada mediante un pasadizo en el XVII.

Un eje de la cristiandad medieval
Aunque los tesoros religiosos, históricos y artísticos de la catedral de Santiago de Compostela son de un valor incalculable y muy numerosos (ahí están el Codex Calixtinus, el Liber Sancti Jacobi y otros documentos excepcionales del Archivo, las antiguas donaciones y adquisiciones de la capilla de las Reliquias, las joyas y objetos de la de San Fernando, y un pasmoso etcétera que incluye dos versiones del célebre inciensario Botafumeiro), antes de concluir este recorrido vamos a detenernos en tres puntos por su especial interés. Se trata de la fachada meridional o de las Platerías, el pórtico de la Gloria y la capilla Mayor.
La primera es la única fachada conservada de las románicas originales. Se remonta a inicios del siglo XII, con dos arcos en pie de los cuatro de entonces. Algunas de las esculturas que la decoran profusamente proceden de fines del siglo IX, mientras que corresponde al XIV la base de la adjunta torre del Reloj o Berenguela.
En cuanto al pórtico de la Gloria, del siglo XII, en su carácter de nártex del templo es la meta de las peregrinaciones. Descansa sobre una cripta de recinto en estilo románico con bóvedas del pasaje al gótico. Las tallas de éstas son obra del maestro Mateo, cuyo taller elaboró también el famoso pórtico, una de las cúspides de la escultura románica con su miríada de figuras inusualmente dinámicas para la época, todo un paradigma de la transición al naturalismo gótico, amén de vehículo de un denso, abigarrado simbolismo teológico. Consistente en tres arcos de medio punto con el central escindido por un parteluz, una representación de Cristo y los cuatro evangelistas ocupa el tímpano, así como las jambas los apóstoles y profetas, en actitud de sacra conversación.
Finalmente, en el interior de la catedral, la capilla Mayor custodia el sepulcro de Santiago, verdadero corazón espiritual de la cristiandad medieval con Roma y Jerusalén. Allí se encuentra la mencionada estatua de piedra del apóstol (siglo XII) que veneran los peregrinos y visitantes, sentada en una silla de plata y con una esclavina de igual material. Las reliquias del apóstol y sus discípulosAtanasio y Teodoro reposan en una cripta, sobre un altar de mármol. Están dentro de un cofre de madera compartimentado en tres y forrado con terciopelo rojo, guardado a su vez en una urna de plata.


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