Autor: Bea Alonso Prieto
domingo, 20 de mayo de 2007
Sección: De los pueblos de Celtiberia
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Los Celtas en la Península Ibérica








Introducción:

Los Celtas de la Península Ibérica es para mí uno de los temas más interesantes de la protohistoria peninsular, ya que es una etapa clave para entender procesos posteriores que se dan en Hispania, como además, forma parte de un movimiento cultural que afecta a gran parte de Europa.

Este tema atrajo ya a los estudiosos internacionales como Joqueville, que se dedicó al terreno de la lingüística, y Schulten, que estudió lo histórico. En 1920 fue Bosh Gimpera quien relacionó los estudios anteriores con los Campos de Urnas de Cataluña e inició las teorías “invasionistas” tradicionales, teorías que integraban la cultura material, la lingüística y las fuentes históricas. Estas teorías se han mantenido hasta la actualidad, a pesar de la dificultades que entrañan, sobretodo por la reciente investigación arqueológica.

Por este motivo algunos arqueólogos, como Almagro y otros, al no poder documentar dichas invasiones, prefieren hablar de una única “invasión”, mucho más compleja e indiferenciada, frente a la tradición lingüista que lidera Tovar de varias invasiones, en concreto dos, pero a las cuales no pueden atribuirles una fecha o incluso, unas vías de llegada. Recientes estudios desde nuevas perspectivas, tratan de explicar el origen, la evolución y personalidad de los Celtas, valorando sus aspectos comunes y peculiares.

¿Qué es Celta?:

Primera pregunta ¿desde cuándo se puede hablar de Celtas en la Península? Según las fuentes documentales más antiguas, la “Ora Marítima” de Avieno, y Heródoto, ya se encontraban en el s. VI a.C., como algunos antropónimos en las Estelas del Suroeste parecen confirmar. Para la Península Ibérica surge otro problema: el significado y diferenciación entre Celtas y Celtíberos. Bien, Celtas, Keltoi en griego y Celtici en latín, cuyo uso más antiguo seguramente fue el de distinguir a los pueblos célticos de los que no lo eran, mientras que Celtíbero, Celtiberi tanto para romanos como helenos, parece diferenciar a los celtas hispanos, siendo un término restrictivo, y refiriéndose sólo a los que poblaban las tierras altas entre el Sistema Ibérico y la Meseta, los cuales se enfrentaron a Roma más crudamente. La clave se esconde en la identificación y diferenciación arqueológica de los pueblos célticos para así, poder encontrar su origen, su evolución y su personalidad propia.

Origen:

La Península Ibérica sufrió un doble proceso de influencia durante el I milenio a.C., por un lado un influjo mediterráneo, mientras que por otro, un proceso de Celtización afectó a las zonas central y occidental principalmente. La cultura de los “Campos de Urnas”, que se había identificado con los Celtas hasta ahora, se ha delimitado en el noroeste, por lo tanto, las tesis “invasionistas” se encuentran con la dificultad de que esta zona no coincide con el área geográfica y lingüística de los Celtas, además de que fueron sociedades que hablarían el ibérico, como parece indicar la epigrafía y las referencias históricas.

Según la investigación actual, a partir de la Edad del Bronce, el interior de la Península vive en la llamada Cultura de Cogotas I, de economía mixta agrícola-ganadera de ovicápridos y trashumancia local, que desde el II milenio a.C. ha estado absorbiendo influencias del Bronce Atlántico. Hacia el s. IX a. C. aparecen materiales del mundo tartésico, como fíbulas de codo, espadas, cerámicas de decoraciones geométricas y otras influencias, más leves, de “Campos de Urnas” como consecuencia de zonas fronterizas. Este sustrato puede relacionarse con elementos lingüísticos indoeuropeos, los llamados pre o protoceltas, que se conservan en el algunos topónimos, etnónimos y antropónimos como la P inicial que conserva el Lusitano, lengua diferente de la celtibérica, lengua posterior, o elementos ideológicos, como el rito de exponer los cadáveres de los guerreros a los buitres entre celtíberos y vacceos, tradición anterior al rito de incineración de “Campos de Urnas”, como se puede ver en algunas cerámicas numantinas y como indicaron Sílico Itálico y Eliano. Este sustrato también se puede observar el mantenimiento de cultos fisiolátricos relacionados con peñas, como los santuarios de Ulaca, Cabeço das Fraguas, Lamas de Moledo..., con las aguas como evidencian las ofrendas de armas del Bronce Final, con bosques sacros que se observa en los topónimos que mantienen Nemeto-, o divinidades muy arcaicas sin forma humana que se inician con Bandu-, Navia- o Reve- que son un componente no indoeuropeo.

Este sustrato protocéltico se mantuvo en el occidente y norte, pero también aparece entre pueblos del interior, como Carpetanos, Vacceos y Vettones, Lusitanos y Galaicos en el occidente, y probablemente como Satures, cántabros, Berones, Turmogos y Pelendoses. Sustrato que sería fragmentado y absorbido por la expansión de la cultura celtibérica a partir del s. VI a.C. hipótesis que permite explicar el parecido cultural, lingüístico e ideológico entre todas las poblaciones célticas peninsulares, y que también sirve para diferenciar a los celtas de los celtíberos.

Las explicaciones son dos. Una, la “invasionista” tradicional, que supone la llegada de grupos humanos que traen consigo la cultura la formada, la cual ha sido imposible documentar por no saber cual es su lugar de origen, y sobretodo, las vías de llegada. La otra, que sin excluir movimientos de gentes, sobretodo de élites guerreras, supone una formación compleja por aculturación y evolución que le da al origen de los Celtas diversos componentes.

Influencias y “Celtización”:

Los poblados fortificados, y los posteriores Oppida explican la jerarquización del territorio que surge en relación a la trashumancia estacional del ganado, para evitar la sequía estival de la Meseta (fenómeno conocido como agostamiento), como la dureza invernal de las sierras. Este tipo de economía produciría una sociedad jerarquizada, a cuya cabeza estaría la clase guerrera, como parecen indicar, además, las fuentes históricas.

El rito de incineración en urna, puede explicarse a través de influjos de “Campos de Urnas”, como ocurre en los Celtíberos o Vettones. La construcción de túmulos como Pajaroncillo, o las estelas alineadas pueden deberse a diferencias étnicas, cronológicas y sociales. Las fíbulas, los adornos, las espadas de antenas, documentan el uso del hierro desde sus primeras fases de introducción desde el mundo colonial (fenicios y griegos), evidenciando influencias multidireccionales, tanto mediterráneas como traspirenaicas, lo que no permite pensar en una única vía de llegada ni un origen común. Deben considerarse como objetos de prestigio de las élites guerreras, cuyo gran desarrollo se vería favorecido por intercambios con el mundo colonial mediterráneo, como por la organización pastoril y guerrera del interior. Así se comprende que la cantidad de estos objetos en los ajuares sea minoritaria y que existan variantes locales, dada su difusión por intercambio y la imitación artesanal local.

Esta organización jerarquizada y guerrera, unida a la introducción del hierro, producto abundante y desarrollado rápidamente, explica la formación de las característica de la Cultura Celtibérica y su tendencia a la expansión que se tradujo en un proceso de “Celtización”de otras poblaciones, y chocó con los romanos. El proceso de “Celtización” explica la aparición de elementos arqueológicos, lingüísticos, socioeconómicos comunes y atribuibles a los Celtíberos: como armas celtibéricas en las necrópolis, fíbulas de caballito, topónimos en –briga, antropónimos y topónimos en Seg-; antropónimos “celtius” o en "ambatus", organizaciones suprafamiliares que se reflejan en los genitivos en plural, pactos de hospitalidad, incluso un elemento religiosos común, como Lug.

Esto indica la existencia de una zona nuclear en la tierras altas del Sistema Ibérico y de la Meseta Oriental, la Celtiberia, desde donde la parece haberse extendido la celtización a tierras más Occidentales, muy permeable por tratarse de una zona de medioambiente pastoril y el substrato sociocultural. Este proceso es posterior a la formación de las necrópolis celtibéricas a partir del s. VII a. C., por ejemplo, la cultura vettona de Las Cogotas se “celtiza” a partir del s. V a. C., apareciendo más tarde en Extremadura, sur de Portugal y de la Bética, así como del Alto Valle del Ebro y Noroeste.

Se trata de un proceso intermitente y sólo se interrumpiría con la llegada de Roma. Esta expansión la documenta Plinio (3, 13) al decir que los celtici de la Bética procedían de los Celtíberos de Lusitania. Del mismo modo el antropónimo Celtius en Lusitania se explicaría como apelativo étnico en áreas no célticas originariamente del Occidente. Esta “celtización” tardía se confirma por los topónimos formados con –briga ya en época romana: Iuliobriga, Augustóbriga...

Para poder comprender a los Celtas de la Península Ibérica hay que tener en cuenta que fueron permeables a los influencias de sus vecinos, sobretodo en la cultura material. El contacto con los íberos supuso la asimilación de elementos mediterráneos, que se refleja en el concepto de Celtíbero y su diferenciación material con otras culturas célticas, aunque mantuviera lengua y organización socio-ideológica de las élites guerreras. Estas élites “celtizadas” fueron generalizándose en el Occidente, apareciendo pueblos como los Vettones, Lusitanos, Astures y Galaicos, e incluso puso haber llegado a los íberos, ya que los relieves de Osuna y Liria llevan armas de tipo céltico. El mercenariado provocaría movimientos de gentes, lo que bien pudo determinar el control de alguna ciudad por élites célticas, y esta presencia pueda explicar la presencia de fíbulas de La Tené en Sierra Morena.

Este proceso no sería puntual, sino largo e intermitente en el tiempo con un efecto de "celtización" paulatina, es decir, diferenciado por áreas y momentos, lo que nos da un cuadro complejo que permite comprender la falta de uniformidad de la celtización de la Península Ibérica.

Bibliografía:


Almagro-Gorbea, M. (1991): Los Celtas en la Península Ibérica. En García Castro, J. A. Los Celtas en la Península Ibérica. Revista de Arqueología, número monográfico. Páginas: 12-17.


Almagro-Gorbea, M. (1993): Los Celtas en la Península Ibérica: origen y personalidad cultural. En Almagro-Gorbea, M. y Ruiz Zapatero, G (Eds.): Los Celtas: Hispania y Europa. Editorial Actas. Madrid. Páginas: 121-173.


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