Autor: Sugarglider
sábado, 06 de octubre de 2007
Sección: Etnografía
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Apuntes de Selvicultura Tradicional en el Sistema Central
Durante siglos el hombre ha aprovechado el arbolado del Sistema Central, creando el paisaje que podemos contenplar actualmente.
I-El Paisaje Natural.
El Sistema Central es la cordillera que, orientada NE-SO, divide la Península Ibérica en dos submesetas, la norte, bañada por la Cuenca del Duero, y la Sur que recoge los sistemas fluviales del Tajo, Guadiana y Júcar. (1)
En su extremo NE, el Sistema Central comienza en la Sierra de Ayllón, que continua hacia el sur con el pico del Ocejón (2056 m) y Somosierra, donde destaca, por su mayor altitud, la Cebollera Nueva (2127 m), llamada también el Tres Provincias, porque, muy cerca de su cima, coinciden los límites de Segovia, Madrid y Guadalajara.
Entre Somosierra y el pico de la Almenara (1260 m), ya en Robledo de Chavela, discurre la Sierra del Guadarrama, un conjunto de serrezuelas, cuya mayor elevación es Peñalara (2430 m) y que se subdivide en dos ejes principales, que confluyen formando una especie de Y a la altura del Alto de las Guarramillas (o la Bola del Mundo): los montes Carpetanos, eje central alineado entre Somosierra y la Almenara, y la Cuerda Larga, que partiendo de las Guarramillas llega hasta el pico de la Najarra, en Miraflores de la Sierra, aunque, en realidad, sus formaciones continuarían hacia el este por la sierra de la Morcuera y las sierras de Bustarviejo, hasta morir al pie de la Nacional-I en el Pico de la Miel, el último de la sierra de la Cabrera. El espacio contenido entre los dos brazos de esta Y, es el valle del Lozoya.
Más allá de la Almenara, el Sistema Central se adentra en tierras de Ávila a través de la Sierra de Malagón y la Serranía de Gredos. (1)
Ascendiendo por la ladera de una montaña podemos ver como, según ganamos altura y la temperatura desciende, las formaciones vegetales se van sucediendo, sustituyendo aquellas más adaptadas a los climas fríos a las que, por tener un carácter algo más termófilo, permanecen en las tierras más bajas, de una forma muy similar a lo que observaríamos si, desde las regiones ecuatoriales, viajásemos hacia os polos.
Desde tiempos de Humbolt (3), los botánicos han estudiado estas zonaciones de vegetación en las montañas, tratando de definirlas en cuanto a sus características climáticas y a su composición florística: son los llamados pisos bioclimáticos (1, 2, 3).
En el Sistema Central, y concretamente, en la zona que va a describir este artículo, que será el macizo de Ayllón, Somosierra y el extremo más NE de la Sierra del Guadarrama, atravesaremos, en nuestro hipotético ascenso, cuatro pisos bioclimáticos (1, 2):
El primero es el piso mesomediterráneo, que podríamos llamar piso de la encina, porque es este árbol (Quercus ilex subsp. ballota), o los jarales resultado de la degradación de sus bosques, el que domina el paisaje vegetal en las partes bajas de la sierra, aproximadamente entre los 350 m y los 800m de altitud, y alcanzando los 1300 en laderas soleadas. (1, 2)
Por encima de estas cotas, el descenso de la temperatura y el aumento de la precipitación, permiten la sustitución del encinar por otro bosque diferente, cuya principal característica diferenciadora con respecto al anterior, es el carácter caducifolio (o, con más propiedad, marcescente) de su follaje: es el robledal de roble rebollo o melojo (Quercus pyrenaica). Estamos en el piso del roble, el que los botánicos llaman piso supramediterráneo. (1, 2)
En estos dos pisos, aparece una tercera especie de árbol, cuya distribución no está sujeta a las variaciones climáticas producidas por la altura, si no a la propia humedad del suelo: el fresno (Fraxinus angustifolia), que aprovechará los fondos de valle y los lugares en los que la capa freática se encuentra cercana a la superficie. (1)
Los robledales nos acompañarán, más o menos, hasta los 1600 m. Por encima de ellos aparecerán, primeramente, los piornos (Cytisus balansae) y los pinares de pino silvestre o de Valsaín (Pinus sylvestris), especie originalmente autóctona del Sistema Central, si bien, actuamente, las repoblaciones han aumentado su dominio de forma artificial, y, aún más arriba, los pastizales de las cumbres (pisos oromediterráneo y crioromediterráneo, respectivamente.) (1, 2)
Debido a que, por su temperatura algo más alta, resultan los más confortables y productivos, los pisos meso y supramediterráneo, los dominios de la encina y el roble, fueron los elegidos para establecer los asentamientos humanos y han sido los más poblados y, posiblemente, los más modificados desde épocas tempranas.
Las tierras más altas, la Sierra, como la llaman los vecinos, solo eran aprovechadas, durante los meses de primavera y verano, por los pastores, a menudo trashumantes, y por los hacheros y gabarreros que explotaban el pinar.
En este artículo voy a centrarme en la explotación tradicional del arbolado de los pisos meso y, supramediterráneo, y en como esta explotación, que se ha venido realizando durante siglos, ha transformado el paisaje hasta darle el aspecto que tiene actualmente… un paisaje de carácter agropecuario y gran interés no solo ecológico, si no también histórico y antropológico que, debido al abandono y a la proliferación abusiva de infraestructuras y urbanizaciones de lujo para segunda residencia, esta cada vez más cerca de desaparecer.
II-El Paisaje Humano.
Es algo sabido, y a menudo expresado, por los habitantes de las grandes urbes, que "el campo es de todos”.
Pero el campo no es de todos. Por poco romántico que este hecho pueda parecernos a los urbanitas, el campo tiene dueño. Cada pedazo de terreno, aunque no esté cercado por un muro o una alambrada, pertenece a alguien desde hace generaciones, ya sea a un ayuntamiento, a la administración o a un vecino del pueblo…
Una consulta a los mapas del catastro de rústica de cualquier municipio, nos revelará claramente este hecho, pero puede ser mucho más interesante y divertido, preguntar a un vecino que, sobre todo si tiene cierta edad, sabrá orientarse perfectamente en el monte, y encontrar sus tierras en medio de un jaral o un pastizal tomando como referencia los accidentes del terreno y algún mojón que, tras los años de abandono y soledad, aún se mantienen valientemente ocupando su puesto.
Sin demasiada práctica, nosotros mismos podemos descubrir esta parcelación observando, por ejemplo, los cordones de tierra que, antiguamente, acumulaba la última pasada del arado, en los límites o ribazos de las fincas, o los aterrazamientos, que a veces muy levemente, aún pueden observarse en las laderas.
Porque, una buena parte del terreno que hoy vemos cubierto de pastizales, jaras, tomillos o chaparras, antiguamente se sembraba de cereal: trigo, en las tierras mejores (“ese es buen sitio para poner un pan”, dicen en algunas partes de Guadalajara de una tierra adecuada para cultivar trigo), y centeno en las más frías y pobres, a veces casi hasta las mismas cumbres de los cerros, mientras que las vegas de los arroyos, y aquellas fincas que, por ser atravesadas por regueras, disponían de agua, se dedicaban al cultivo de especies hortícolas.
Además, existía una importante cabaña ganadera, de cabras y ovejas y también algunas vacas, que se mantenían tanto por la leche, como para ser utilizadas en las labores del campo.
Ante toda esta presión humana, el bosque quedaba relegado a las escasas matas que crecían en los ribazos, en algunas fincas particulares y en las dehesas.
Las dehesas, antiguamente defessas, eran originariamente montes que se cercaban y reservaban para pastorear en ellas el ganado de labor de sus propietarios (de ahí el término dehesa boyal, o bueyal, como dicen algunos ancianos de la sierra). Los fueros del s.XII, vedaban las dehesas, junto con los trigales, viñedos, prados de siega y huertos, a la entrada de los ganados trashumantes, con el fin de defender a los propietarios de los abusos de la Mesta. (3)
La mayoría de las dehesas actuales provienen de antiguos montes comunales o bien de antiguas propiedades de la Iglesia o de particulares (3). Algunas son propiedad de sus ayuntamientos respectivos (son, pues, montes públicos), gestionados por el organismo competente de cada Comunidad Autónoma, mientras que otras son fincas de titularidad particular como la Dehesa de Santillana, en el término municipal de Puentes Viejas.
En las dehesas, el monte fue aclarado para abrir pastos que alimentasen al ganado, pero también se reservaron ciertas zonas de arbolado que, además de servir de refugio a los animales domésticos, podrían ser explotadas por los vecinos de los pueblos.
Todo árbol debe tener equilibradas sus partes aéreas y radiculares porque entre ellas se establece un ciclo en el que, las raíces, absorben el agua y las sales minerales que, posteriormente, las hojas, mediante la fotosíntesis, trasforman en compuestos orgánicos, los cuales a su vez, alimentarán a las células de las raíces…
Al cortar un árbol o podarlo de forma abusiva, se produce un desequilibrio entre estas dos partes, ya que el volumen de copa que queda después de la operación resulta insuficiente para alimentar el sistema radicular.
En respuesta a la agresión, el árbol produce una brotación exagerada a partir de yemas durmientes situadas en el tronco, las ramas o, incluso, en las raíces.
No todas las especies de árboles tienen esta peculiaridad; los cedros y la mayoría de los pinos, por ejemplo, mueren al ser cortados porque no conservan yemas vivas en sus cepas.
En cambio, la encina, el roble melojo (o roble negral, como lo llaman en La Hiruela) y el fresno, sí que tienen un buen número de ellas, lo que les confiere una gran capacidad para aguantar las podas e incluso, para rebrotar de nuevo cuando son cortados a ras de suelo.
Esto propició el aprovechamiento tradicional de estos árboles en régimen de monte bajo, es decir, mediante cortas periódicas del bosque, que no se regenera luego por semilla, si no a partir de renuevos.
El paisaje del monte bajo está constituido bien por una serie de corros de árboles más o menos aislados, bien por masas continuas de variable extensión, pero cuyos pies tienen el origen común en el rebrote de unas cuantas cepas. Estos bosquetes reciben el nombre de matas.
A menos que el abandono les haya permitido evolucionar, suelen ser formaciones densas, con árboles de poco grosor, por haber crecido en espesura y a los que no da tiempo de alcanzar mucha altura, ya que se vuelven a cortar de nuevo a los pocos años.
Cuando los árboles tienen aún pequeños se les llama chaparras, en el caso de los montes de encina, y rebollos, si se trata de un monte de robles (“esto que va a ser un roble, esto es un rebollo”, me decía, no sin cierta sorna, un abuelo de Horcajuelo de la Sierra, “los robles son los grandes”).
Antaño, cuando las cepas de roble empezaban a agotarse tras años y años de cortas (recepados), se las desgajaba con yuntas de bueyes y de los pedazos de tocones y raíces que quedaban enterrados en el suelo, “brotaba el monte con más fuerza” (Horcajuelo de la Sierra). Durante la Guerra Civil, que llegó a destruir casi en su totalidad a municipios como Gascones o Paredes de Buitrago, era tal la escasez de leña, pues el ejército la acaparaba toda, que incluso estas cepas y raíces fueron quemadas en las cocinas para calentarse.
Al no producir generalmente, madera gruesa, el monte bajo de encina y roble se utilizó para la obtención de leñas y, sobre todo, para la fabricación de carbón, que luego se vendía a las villas y los reales sitios de Madrid y Segovia. (4)
Las diferentes matas de roble de las dehesas se carboneaban a turnos de siete años. (4) Cada una tenía su propio nombre, bien conocido de los paisanos (la mata de los tejones, en Braojos de la Sierra, la mata la rana, en Villavieja del Lozoya, las matas rastreras, en Montejo de la Sierra…).
No se cortaban todos los árboles, si no que, más o menos espaciados, se dejaban algunos ejemplares salteados que reciben el nombre de resalvos, (y cortar dejando resalvos es hacer un resalveo).
El regenerado que aparece tras la corta recibe el nombre de tallar, y antiguamente era escrupulosamente guardado a la entrada del ganado durante los primeros años. Algún pastor recuerda todavía la multa que le puso el forestal por “no haber guardado el tallar” y dejar que se le colaran las cabras dentro (La Puebla de la Sierra).
En la Dehesa de Braojos se pueden ver aún hoy en medio del bosque, alineaciones de viejos robles que ascienden por la ladera en línea perpendicular a las curvas de nivel, y que los vecinos conocen como rúbricas. Estas rúbricas no son más que un tipo especial de resalvos que se dejaban para marcar los límites de las distintas superficies a cortar cada año, y su presencia en nuestros días tiene bastante mérito, pues son supervivientes de la Guerra Civil, cuando el ejército cortó la casi totalidad de dehesa a matarrasa para cocinar y calentarse.
Hay alineaciones de este tipo también en la Dehesa del Bardal, en el municipio de Gascones, pero no estoy seguro de que se deban al mismo motivo.
Los carboneros, también llamados fabriqueros o montaraces (4), debían pagar una licencia al ayuntamiento para el aprovechamiento de las matas de roble de las dehesas. El carboneo en las dehesas municipales vedaba a los vecinos el aprovechamiento de leñas en las mismas, lo cual, a veces, causaba descontentos entre los paisanos (Montejo de la Sierra).
Eran famosos y bien conocidos en el valle del Lozoya y hasta Robregordo y Somosierra, los carboneros de Navarredonda, alguno de los cuales vive todavía, y que al nombre de su pueblo valían el mote con los que los conocían sus vecinos: los “navarros”.
En la mayoría de las dehesas de roble (Braojos de la Sierra, Prádena del Rincón, Horcajuelo de la Sierra, Montejo de la Sierra…) es posible reconocer hoy en día las antiguas carboneras. Se ven primero como llamativos claros en medio del bosque, y si nos acercamos a ellas, veremos que el terreno suele estar explanado, en un contorno más o menos ovalado. Rebuscando entre la hierba, o, a lo mejor, en los montones de tierra excavados por los topillos, aún podremos encontrar restos de carbón… es tanta la cantidad de cenizas acumuladas a lo largo de los años, que ni siquiera hoy en día los robles son capaces de volver a colonizar el terreno de la carbonera.
El proceso de elaboración del carbón está comentado con detalle en el excelente libro de Julio Vías citado en la bibliografía, pero yo quería hacerle el añadido de un término que no recoge y que a mí me contó en una tarde de agradable charla uno de los últimos “navarros” de Navarredonda: hacer hiladas, que era colocar la leña en filas sucesivas alrededor del eje central de la hornera.
Con la llegada del gas, la luz eléctrica y la calefacción central, el viejo oficio de los carboneros ha acabado por extinguirse.
Hoy en día, el aprovechamiento de la encina y el roble en las dehesas de la sierra es exclusivamente, y también cada vez menos, para leñas, que se distribuyen ente los vecinos en forma de lotes denominados suertes.
Una vez decidido el cuartel del monte en el que se van a hacer las suertes de leña, los agentes forestales de la comunidad autónoma correspondiente determinan los resalvos a respetar, y se reúnen con los vecinos y un representante del ayuntamiento en el monte para partir las suertes: la superficie concedida para ser cortada se divide en tantas partes como vecinos interesados hay, se numeran los lotes, y luego se sortean.
La suerte se concede por un año, durante el cual, cada vecino, tiene el derecho a cortar todos los árboles de su suerte, a excepción de los resalvos marcados por la guardería, y la obligación de, al final del periodo de aprovechamiento, dejarla limpia de leñas y támaras (las ramas finas que, antes, solían usarse para encender pero que, hoy en día, se suelen quemar en el mismo monte). También deben dejar los tocones bien cortados, a ras de suelo (no a medio metro “pá que se apoye el mochuelo”), y con los cortes planos, no sesgados (“a oreja de burra”), que luego “los pisa una vaca y se jode”.
La forma tradicional de corta de encina y roble, a ras de suelo, tenía el problema de que, como he dicho antes, el tallar debía ser guardado durante los primeros años a la entrada del ganado, hasta que los arbolillos alcanzaban cierto tamaño y ya no corrían peligro de ser dañados por los animales.
En algunos municipios, y en el caso del roble, esto se solucionó de una forma simple: podándolo en altura. Hay ejemplares así en Montejo de la Sierra, la Hiruela (donde uno de ellos, recogido en el Catálogo de Árboles Singulares de Madrid, tiene hasta nombre propio: el Roble Bastián), pero, sobre todo, en la Puebla de la Sierra.
En la provincia de Segovia, es mucho más frecuente ver estos grandes roblacos, con su copa en forma de candelabro (a lo largo de toda la N-110, entre Santo Tomé del Puerto y Torrecaballeros, por ejemplo, pero es un buen sitio la dehesa de Prádena de Segovia, donde antaño se hizo buen carbón de acebo(4), y en laque hay varios de estos ejemplares. En la cruz de uno de ellos, lo suficientemente grueso como para necesitar los brazos de dos personas para abarcar su tronco, crece un pequeño acebo que tendrá unos diez cm de diámetro).
Pero el árbol que, tradicionalmente ha recibido esta poda en altura, ha sido el fresno.
Esta especie, por su necesidad de humedad edáfica, ocupa suelos capaces de producir excelentes pastizales, y podándolo en altura (trasmochándolo) se podía compaginar la utilización de su madera (generalmente para la confección de mangos de herramientas) con el aprovechamiento de los ricos pastos por parte del ganado que no alcanza, en cambio, a dañar su rebrote.
Tenemos así el hermoso paisaje de las fresnedas adehesadas: los viejos árboles de troncos gruesos con una o, a veces, varias protuberancias redondeadas (cabezas de gato), de las que salen las ramas como un penacho.
Al fresno se le empezaba a dar esta poda desde que era muy jovencito, al alcanzar más o menos los dos metros. Hasta entonces “no es un fresno, es una fresniza. Pá que se haga fresno hay que trasmocharla, si no se seca” (Horcajuelo de la Sierra).
Luego solían podarse cada seis o siete años. Si el fresno llegaba a echar la barda (sus semillas en forma de sámara), es que se había pasado mucho tiempo sin cortar “y ya se seca y no vale pa ná” (Horcajuelo de la Sierra).
La poda se hacía a finales del verano, cuando ya se habían agostado los pastos pero el árbol aún no había tirado la hoja, con el fin de dársela a comer al ganado en una época en que empezaba a estar falto de alimento. Esta hoja ofrecida, en la misma rama cortada a los animales, es el ramón.
Este ramón “se les daba a las cabras que les gustaba mucho” (Rascafría), o bien “el ramón de la dehesa se guardaba para el toro” (Horcajuelo de la Sierra).
La dehesa de Villavieja del Lozoya es una dehesa pura de fresno. Los árboles son muy viejos, probablemente centenarios, y se continúan trasmochando como antaño, aunque ahora principalmente, para leña.
Aquí los forestales numeran cada año unos cuantos pies, que, por lotes, se adjudican en forma de suertes a cada vecino que los solicita a través del ayuntamiento. También se trasmochan los fresnos de forma regularen Pinilla del Valle, Prado Herrero (Manzanares del Real) y Navafría (ya en Segovia), entre otros sitios…
No hace falta decir que estos grandes árboles, ahuecados por los años y las podas, sirven de refugio a infinidad de animales.
III-Consideraciones finales: el Ayer y el Hoy.
El éxodo rural hacia las ciudades ha provocado el abandono de gran parte de estas prácticas tradicionales. Como resultado, el monte recupera terreno, invadiendo lo que antes eran labrantíos (“toda esta gente no estaba aquí antes”, decía un paisano de Horcajo de la Sierra refiriéndose a las matas de rebollo que crecen ahora en lo que el conoció como trigales y centeneras).
El paisaje cambia de nuevo.
También la fauna: la caza menor, a falta de sembrados en los que alimentarse, ha desaparecido casi por completo. “¿Perdices aquí antes? ¡Huy hijo! ¡Más que estrellas!” (Berzosa del Lozoya). Ahora unas pocas despistadas, y aún menos liebres y conejos. En cambio, al abrigo de jarales y zarzales, regresan las corzas y los jabalines, y el lobo asoma ya en Guadalajara y Segovia, habiendo incluso llegado a matar en Somosierra.
Los viejos de los pueblos (y los no tan viejos) se duelen de este abandono: “el monte está perdido”, dicen al ver llenarse las fincas de espinos, zarzamoras y rebrotes de fresno que ya casi nadie se preocupa de limpiar.
“El monte se seca porque ya no se corta”. “Antes se cortaba y había mucha más leña que ahora” “Si se dejan muchos resalvos se lo chupan todo y ya no sale monte”. “Si se corta el monte, sale con más fuerza”.
Si no creo en la certeza absoluta de todas estas afirmaciones, oídas tantísimas veces en los pueblos de la sierra, no ignoro, en cambio, que guardan mucha verdad.
Cuando se corta sale más monte, y sale con más fuerza, porque, como he dicho más arriba es la manera que tiene el árbol de defenderse.
Si no, se muere.
Los robles y las encinas aguantan este tipo de tratamiento, pero eso no quiere decir que les favorezca.
“Si el monte no se corta se avieja y se muere. Es como la vida, si tu vas a una residencia ¿qué ves allí?, pues solo penas y enfermedades, porque todo está reviejo. Pero si vas a una guardería son todo risas y alegrías… el monte es igual” o “Pasa como contigo, si no te cortas nunca el pelo ni te afeitas, al final acabas lleno de piojos, pero si te lo cortas, luego te sale con más fuerza” (Horcajuelo de la Sierra).
Por supuesto que al cortar el monte este se regenera y rejuvenece, pero, como lo hace a partir de rebrotes, es decir, mediante reproducción vegetativa, todos los rebollos y chaparras que salen son, en realidad, el mismo individuo, que está oculto bajo tierra como una cepa revieja, quien sabe durante cuantos cientos de años recepada un turno tras otro. Es necesario permitir la reproducción sexual de los árboles mediante la regeneración de bellotas. Pero ¿podrán estas viejas cepas producir frutos viables otra vez, o ya están demasiado debilitadas?
En cualquier caso, los paisanos tienen su parte de razón: será porque ya no se corta y al crecer tan espesos los renuevos se asfixien unos a los otros, será porque, efectivamente las cepas están reviejas, o porque es verdad que, cada vez, hace más calor y llueve menos, pero mientras en ciertas zonas, el monte, el solito, se regenera, en otras, donde se ha venido cortando durante generaciones, los rebollos se puntisecan y se mueren, sin que, a veces, se tenga muy claro el por qué.
“Si el fresno no se trasmocha, se seca.”
Buenos ejemplos hay en la casa de Campo de Madrid, que demuestran lo contrario, no tiene porqué secarse un fresno que nunca ha recibido trasmocho, pero es totalmente cierto, que, si una vez que se le ha empezado a dar este tipo de poda, se le abandona, al final el peso de las ramas sobre un tronco que, con el paso de los años, lo más probable es que esté totalmente hueco, acaba desgajándolo.
Esta selvicultura tradicional se fue creando a lo largo de los siglos no para beneficiar al arbolado, si no al ser humano que lo aprovechaba y que tuvo la suerte de encontrar unas especies que resistían este trato. Estas prácticas, que compaginaban el uso ganadero con el forestal, permitieron la creación de un paisaje en mosaico, peculiar, tremendamente diverso desde el punto de vista de la fauna y la flora y con un gran interés etnográfico… ¿sería posible conservarlo por todos estos motivos?
O, a lo mejor, solo porque, como me decía una vez un vecino de la sierra “porque es mi pueblo y me gusta verlo así”.
O, a lo mejor, ya que todo el mundo tiene en su casa calefacción y cocina eléctrica o de gas, es preferible dejarle evolucionar a su estado más prístino y natural.
O tal vez haya suficiente espacio en el monte para dedicar algunas zonas a la conservación de las labores tradicionales y otras a la simple regeneración natural del ecosistema…
Buen debate mientras, en el horizonte, a la sombra de una parodia de parque nacional que protegerá buena parte de lo que ya está protegido y, estratégicamente, dejará fuera de sus límites las regiones mejor conservadas de la sierra, se perfila la silueta de una ciudad con seis millones habitantes, convencidos de que la mejor forma de conservar la naturaleza es comprarse una parcela en rústico y plantar una casa de madera prefabricada.
BIBLIOGRAFÍA:
-(1) Izco, J. Madrid Verde. Instituto de Estudios Agrarios, Pesqueros y Alimentarios. Madrid, 1984.
-(2) Luceño, M. y Vargas, P. Guía Botánica del Sistema Central Español. Ed.Pirámide, S.A. Madrid, 1991.
-(3) Los Bosque Ibéricos. Una interpretación geobotánica. Varios Autores. Editorial Planeta S.A. Barcelona, 1998.
-(4) Vías, J. Memorias del Guadarrama. Historia del descubrimiento de unas montañas. Ediciones la Librería. Madrid, 2002.
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