Autor: Cagüernia
miércoles, 15 de noviembre de 2006
Sección: De los pueblos de Celtiberia
Información publicada por: Cagüernia
Mostrado 40.130 veces.
El caracter de los Asturianos para viajeros que pasaron por estas tierras
Algunas recopilaciones de viajeros que pasaron por tierras asturianas y dejaron sobre papel sus pensamientos e impresiones.
-Pascual Madoz (escrito entre 1845-1850) en su Diccionario:
"El asturiano es robusto y sufrido, firme en sus propositos y amigo del trabajo, si bien lo emprende no con mucha actividad y energia. Vive sobriamente y su honradez y lealtad se han hecho proverbiales: ama con entusiasmo su país y se complaze con los gloriosos recuerdos de sus antepasados. Tiene talento e imaginación y naturalmente pensador, manifiesta grandes disposiciones para las ciencias abstractas, aptitud y destreza para las artes mecanicas, facilidad en concebir y profundidad en sus conceptos"
-El conde Laborde (Alexandre Lois Joseph) en Itinerario descriptivo de España (1808):
"La probidad del asturiano podria afirmarse como proverbial; es tambien desinteresado, tomando la palabra en su verdadero sentido. El robo es desconocido entre estos honestos montañeses y en cuanto a lo que se llama disipación, entretenimiento o placer, sus costumbres simples difieren de las del resto de los españoles"
-George Borrow que recorrio españa entre el 1835 y 1840 en su obra La Biblia en españa. Atraveso asturias de oeste a este desde galicia y dice que lo hizo :
"Sin el menor riesgo que le roben o le maltraten a uno, cosa que no sucede en Galicia, donce a cada momento estábamos expuestos a que nos cortaran el cuello"
No hay imágenes relacionadas.
Comentarios
Pulsa este icono si opinas que la información está fuera de lugar, no tiene rigor o es de nulo interés.
Tu único clic no la borarrá, pero contribuirá a que la sabiduría del grupo pueda funcionar correctamente.
Si te registras como usuario, podrás añadir comentarios a este artículo.
Galicia contada a un extraterrestre
por
Manuel Rivas
Querido Golf Oscar Delta: Me alegra que existas. Me alegra que se confirme la ecuación visionaria de Frank Drake sobre la estimación de civilizaciones en la Vía Láctea. Me alegra haber conocido a un paisano que trabajó de limpiador en el gigantesco radar de la Universidad de Cornell y me adiestró en las claves de la radioastronomía. Me alegra que tengas sentido del humor, por esa despedida en tu mensaje: "Si el teléfono no suena, soy yo".
El planeta no se llama Galicia. El planeta es Tierra. Galicia es mi tierra, dentro de la Tierra. Pero Galicia está y no está en Galicia. Es un lugar y un deslugar. Como lugar, Galicia es pequeña. Bueno, depende. Es suficientemente grande. Galicia está al oeste de Europa, en la península Ibérica. Forma parte de España, con un Gobierno autónomo, y está al norte de Portugal. El gallego es español tranquilamente, pero si se pone tremendo puede exclamar: "¡Menos mal que nos queda Portugal!".
A los gallegos les gusta poner nombres. Los geógrafos antiguos llamaban "bellas durmientes" a los territorios incógnitos. Una bella durmiente se despierta cuando le pones nombre. La tierra gallega, desde las montañas orientales hasta los fondos marinos, es un manuscrito miniado que no tiene margen en blanco. La toponimia es nuestra obra maestra literaria. La letra de un cósmico hip-hop. En un lenguaje estándar utilizamos 3.000 o 5.000 palabras. Sólo en cuanto a núcleos de población, la mitad del total de España, hay 250.000 nombres de lugar, y sin incluir bares, bodegas, mesones y tabernas, que eso ya es un mapamundi, una obra abierta, una gran estela de la emigración retornada. Eso explica que en la ronda de bares por un pueblo, digamos Vimianzo, pases del London al Montevideo, y del Montevideo al Zúrich, y del Zúrich al Happy Day, y de allí al Hilton, para terminar en el Por la Vía Rápida. El señor Ricardo, que atiende la barra, fue boxeador en Venezuela. A los clientes les trata de intelectuales, sea cual sea el oficio. Si un día vienes, con tus orejas puntiagudas y tus ojos de pez, de gran angular, el señor Ricardo te dirá con toda naturalidad: ¿qué le pongo, señor intelectual?
Me gustaría regalarte por radioastronomía algunos topónimos de aldeas siderales. Tenemos un Transmundi. Y un Extramundi. Y valles que llevan el nombre de Mar, Amor, Ouro o Silencio. Y un Pico Sacro y una Boca do Inferno. Uno de mis preferidos es el de una floresta rayana con Portugal: A Fraga de Escuro Vermello (El Bosque de Oscuro Rojo). Mi bosque marciano en Galicia.
El ser vivo con más nombres en Galicia es el vagalume. Para la ciencia, Lampyris nocticula. La luciérnaga. Vagalume significa fuego errante. Pero se han recogido casi cien denominaciones. Algunas preciosas, todas metáforas: vella do caldo, lucencú, verme da noite, corcoño... ¿Por qué esta fijación del gallego hacia este pequeño insecto? Todas las formas emiten luz, incluso los huevos. Pero la luminosidad es especialmente intensa en la hembra. La más hermosa oración laica, de Aquilino Iglesias Alvariño, dice: "Danos, Señor, un techo bajo el que cantar y un camino de luciérnagas...".
Me gustaría enviarte un vagalume.
Galicia, desde el cielo, a medida que reduces la distancia sideral, puede verse como una congregación de luciérnagas. Ciudades, pueblos, aldeas, lugares, hasta ese cuarto de millón de núcleos habitados, muestran una puntillosa intervención humana en un paisaje de pizarra, piedra, verdor y mar. Mucho mar. Galicia tiene 30.000 kilómetros cuadrados de superficie y 1.200 kilómetros de costa. El mar peleón de los altos acantilados y el mar que penetra por las venas, tierra adentro. Nuestro mejor camino. Casi todo llegó y se fue por el mar. Al Norte hay una isla que se llama Manda. Enfrente, un gran continente que se llama América. Las luciérnagas tienden a apagarse en el interior. Van concentrándose en la orla del mar. Por un lado, Galicia se despuebla. Las dos grandes urbes gallegas, Vigo y A Corona, nacieron siendo nidos de pescadores. Ahora son polos de una gran ciudad difusa. No es ciencia ficción. Pronto veremos una ciudad, quizá llamada Atlántida, que se extenderá desde Ferrol hasta Oporto.
Ese movimiento de luces, que se dispersan y agrupan, refleja una encrucijada sociológica. Cortocircuitos culturales. Contrastes y fusiones estéticas. Un gran puerto con retaguardia campesina. Una gran aldea que desciende al mar. Atlántico Norte Mediterráneo. Clima variable, gallego variable, Galicia variable. Por una carretera de curvas, un coche turbodiésel adelanta a un tractor que adelanta a un carro. Aceleración. Derrapaje. Sirenas. Tanatorios. Hiperferias. Verbenas. Pinchadiscos. Arqueología industrial. Pop-feísmo arquitectónico. Museo etnográfico. Body-art. Ondiñas veñen, ondiñas van. Piedras eternas.
Puedes observar todo eso a la vez con tus ojos de pez, de gran angular:
El antropólogo dice: "Galicia es un mundo". El gallego, cuando se pone cascarrabias, dice que Galicia es el culo del mundo. Sería un bonito culo. Cualquier parte del mundo puede ser el culo del mundo. Depende. Hay días. Hay siglos buenos y malos. Durante mucho tiempo, para las civilizaciones mediterráneas, Galicia fue el fin de la Tierra. Tenía enfrente el Mar Tenebroso, o sea, el Atlántico, y ahí se acababa todo, salvo para los de Fisterra, que creían que el cabo era el muelle de embarque hacia el más allá. Se cuenta que Julio César, el jefe del gran Imperio Romano, se acercó al far west gallego para ver cómo moría el sol crepitando en la fragua del océano, etcétera. Aquel imperio se hundió, pero Fisterra sigue ahí. Con su muelle, su faro legendario, una sirena que mugía en la bruma como una vaca y un cementerio futurista en el cabo.
Ahora, Galicia es y no es un far west. Un tal Pedro Fariña cobró, en 1736, 3.000 reales por llevar una carta urgente desde Santiago hasta Madrid. Regresó a los 18 días. Ese problema, el del transporte por carretera, se ha resuelto. Pero continúa pendiente el ferroviario. Se habla del tren como en la California del siglo XIX. Y tenemos un veterano presidente que admira a Búfalo Bill. Cada vez que se pone en duda su indudable buena salud, la fauna autóctona tiembla, porque sale de caza para acallar rumores. Ése es un toque far west.
Cuando se explica, parece que el gallego tiene que luchar contra la idea de Galicia como tierra remota. La distancia, tú lo sabes muy bien, es algo subjetivo. Oí a un campesino describir así el destino de dos de sus hijos, emigrantes: "uno anda cerca, por Buenos Aires; el otro, lejos, en un sitio muy raro, Francfort o algo así". Él sabía lo que quería decir. ¿Hay periferia y centro en el universo? Es una idea que tiene que ver con el poder.
En Galicia vivimos 2,8 millones de humanos, 1 millón de vacas, 500 lobos, 1 oso ilocalizable y 500 millones de árboles. Sólo de manzanos hay 77 variedades. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, adonde vamos? Es una buena pregunta y el titulo de una canción del grupo musical más gamberro del rock español del siglo XX, los gallegos de Siniestro Total. Sobre todo gracias al mar, el mejor camino de la antigüedad, la humanidad gallega es un aluvión de aliens. Una tierra de llegada. Las primeras noticias hablan de los kallaikoi, que significaría algo así como: los que viven entre las piedras. Los célticos. Los romanos, que pusieron el nombre: Gallaecia. Los bretones de Maeloc. Los suevos, que en Galicia, según bonita frase del historiador Sánchez Albornoz, "abandonaron la espada y tomaron el arado". Fueron derrotados, claro, por los visigodos. Los judíos. Los musulmanes. Los gitanos. Los maragatos. En el siglo XVIII, son catalanes los que impulsan la industria pesquera, y vascos, la de curtidos. Pero, sin duda, el alien más célebre es el apóstol Santiago, un pescador palestino discípulo de Jesucristo (de quien ya te informé en el primer mensaje). El hallazgo de su sepulcro dio lugar, por motivos religiosos, a la primera gran ruta turística del mundo: el Camino de Santiago. El descubrimiento lo hizo un tal Paio, hace mil y pico años, y no el actual presidente, como algunos creen. Durante siglos, Galicia fue lo que ahora llamamos un centro cosmopolita. Además de peregrinar, aquí se establecieron francos, genoveses, flamencos, provenzales... Es curioso. El primer texto escrito en gallego del que se tiene noticia aparece en un poema de autor provenzal: Rimbaud de Vaquetras. Es un poema de amor.
La historia se enreda muchísimo. Se reinventa hasta el disparate. El palestino Santiago, decapitado por el poder romano, es convertido por el poder de la época en patrón de España y capitán matamoros. Te cuento esto porque en la tradición popular hay un cierto desapego por la historia y una confusión bastante más divertida que las doctas manipulaciones. Se escribe, con asombro, que "los gallegos no se reconocen en sus antepasados gentiles". Los habitantes de los castres (poblados prerromanos, célticos) habrían sido los moros. Digamos que Galicia es celta a partir del siglo XIX, cuando la historiografía romántica crea el mito del fundador Breogán, y más aún cuando a principios del siglo XX se funda el Celta de Vigo, club de fútbol. Pero un texto muy antiguo, de un tal Estrabón, describe a los kallaikoi como melenudos y amantes de la danza y la cerveza. Como los de mi generación en el I Festival de Música Celta de Ortigueira.
A mí me gusta esta visión un poco cómica de la historia. Recuerdo una conversación sobre el origen del puente en un pueblo. Uno de los que discuten afirma muy convencido: "La mitad del puente es goda, y la otra mitad, visigoda". Una vez desengañado, el hombre sentencia: "La cagué, pero mantengo la cagada".
Todos somos aliens. La más hermosa definición de gallego la dio un viejo emigrante entrevistado en televisión. Le preguntaron: "¿Está usted orgulloso de ser gallego?". El hombre miró al público, miró luego a la cámara y dijo: "Estoy muy orgulloso porque gallego, gallego, lo puede ser cualquiera". O esta otra frase, de un marinero que ahora trabaja de operario del ferrocarril en Nueva Zelanda: "Vi tanto mundo que soy más gallego que nadie".
Y es que la historia de nuestros aliens tiene una segunda parte. El país de llegada se convirtió en el país del adiós.
La estrella más popular en la tradición gallega es Venus. Tiene muchos otros nombres: Lucero, Estrella de la Mañana, Estrella de la Claridad, Estrella de la Abundancia o Estrella Panadera. En San Salvador de Bahía, en Brasil, había una panadera gallega que se llamaba Estrella. Al escritor Jorge Amado le gustaba mucho aquel pan.
Galicia está y no está en Galicia.
La fotografía más famosa de la historia de Galicia es la de una despedida. Un tío y un sobrino lloran en el puerto de A Coruña. Lloran porque los suyos se van. A veces pienso que también lloran porque ellos no se van.
La palabra clave hoy en el planeta es globalización. Mundialización. La Tierra como aldea global. Se habla mucho de mercancías e información, pero el rasgo más definitorio de esta época son las migraciones, los éxodos masivos de gente de países pobres o en guerra hacia las fronteras de la abundancia. Galicia pertenece hoy a ese mundo de la abundancia, aunque sea como periferia del pastel. En cifras oficiales, y en parámetros europeos, en Galicia hay medio millón de personas que viven en la pobreza relativa, y un 5% de la población, en la extrema pobreza. Esto explica que la llegada de inmigrantes sea todavía mínima. Es muy escasa la oferta de empleo. Y el inmigrante busca, en todas partes, pan y libertad. Así de sencillo. Como hizo el gallego.
Es un momento muy contradictorio. Galicia está en el mismo lugar geográfico, pero ha cambiado de lugar en el mundo. Hace cincuenta anos salían transatlánticos de A Coruña y Vigo cargados de emigrantes hacia Buenos Aires. En la Embajada y los consulados de España en Argentina forman ahora largas colas los descendientes de gallegos. Se ha invertido la dirección de la flecha hacia la Tierra Prometida. Al mismo tiempo, miles de jóvenes gallegos han marchado en los dos últimos años a Canarias a trabajar en la construcción o en la hostelería. La novedad es que también, y a veces por delante, van empresarios.
Galicia es aldea global desde hace tiempo. Por la intensa emigración durante dos siglos, y hasta ayer mismo. Y por el trabajo en los mares. La flota pesquera es la primera en Europa, y hay barcos gallegos, o de sociedades mixtas, allí donde hay que pescar. Luis Menéndez, que ha recorrido el mundo siguiendo el rastro de la emigración gallega, cuenta la historia bastante alucinante de un juez de Nueva York. Se llama Segundo Díaz. Nació en una aldea rural, en Ourense. Trabajó de maletero en el hotel Lisboa de Vigo. Se embarcó y recorrió todos los mares, desde Shanghai hasta Rotterdam. Tenía un billete de 100 dólares en el bolsillo cuando decidió quedarse en Baltimore y emprender una nueva vida. Trabajó de descargador, de limpiador, de mozo de gasolinera. Por las noches estudió derecho. Ejerció de abogado. Luego hizo la carrera judicial. Cuando se lo encontró Menéndez era juez presidente de la corte de Elizabeth. Y le expuso un sueño: volver a Galicia como navegante solitario.
Detrás de la vida de muchos emigrantes hay una novela de dolor e ilusión. A veces tiene la forma de unas lápidas de mineros, en West Virginia, al pie de los Apalaches; a veces, el rostro hermoso de una mujer, en un taller de Londres, que hace invisible mending (zurcido invisible) en la codera de una chaqueta de Dustin Hoffman. La mayor ciudad de Galicia continúa siendo Buenos Aires. El mayor cementerio de Galicia, el de Cristóbal Colón, en La Habana. Más de dos millones de gallegos emigraron durante el siglo XX. El éxodo había comenzado en forma masiva con las hambrunas de mediados del siglo anterior, provocadas por la peste de la patata, como en Irlanda. Ahora hay elecciones y se discute sobre las garantías del voto de los emigrantes censados. El resultado parece que va a depender, en buena forma, de la Galicia de la diáspora. La oposición denunció que en la anterior elección votaron algunos muertos. Creo que no es justo. De votar, deberían votar todos los muertos. Celebrar mítines y colocar urnas en lo que Rosalía llamó "el inmenso camposanto de La Habana".
Déjame que te cuente la historia de un edema en la piel.
A principios de los años sesenta, una joven marcha desde una aldea gallega hacia París. Trabaja duramente, en la limpieza. Vive la soledad. Al poco tiempo, ante el espejo, ve que le ha salido una mancha en la cara. Ningún médico es capaz de sacarla. La primera vez que regresa a Galicia de vacaciones, años después, le desaparece la mancha. Al volver a París, la mancha reaparece. Se casa con un obrero metalúrgico. Tienen una hija. Cuando van de vacaciones a Galicia, a la madre le desaparece la mancha. Cuando ya es adolescente, a la hija no le atrae ese viaje. Al llegar a Galicia le aparece una mancha.
No es ninguna metáfora. Sólo es una historia real.
Dentro del mundo de la emigración europea hay otras en sentido contrario. Son los hijos, educados como ingleses, franceses, alemanes o suizos, los que quieren finalmente volver. En la Red hay un portal donde contactan hijos y nietos de emigrantes gallegos con diferentes experiencias (www.fillos.org).
Los gallegos somos como nos ven los demás, y al contrario. Son también los chistes de gallegos. En nuestros chistes, de pequeños, los gallegos eran unos fenómenos. Me gustaba mucho uno de un gallego capturado por una tribu caníbal. Mientras le cocían en la olla, el gallego pedía más sal y se comía las patatas de la guarnición. Al salir fuera de Galicia descubrí con sorpresa que, en los chistes de gallegos, los gallegos eran muy torpes. Después sabes que siempre es así. La historia se repite. El pobre sale siempre malparado. "¡Oiga, que soy pobre, pero honrado!". Y el otro responde: "Las desgracias nunca vienen solas".
Recuerdo una lectura de joven que me impactó mucho. Era una antología de textos, recogida por Xesús Alonso Montero en 1974, sobre lo que autores españoles o extranjeros había escrito sobre Galicia. Predominaban apuntes tremendos. Yo admiraba, y admiro, a algunos. Por eso la conmoción fue mayor. Por ejemplo, Mariano José de Larra dejó escrito: "El gallego es un animal muy parecido al hombre, inventado para alivio del asno". Algunos autores del Siglo de Oro, como Góngora, Lope de Vega o Quevedo, eran especialmente hirientes. Más lecturas. Más impresiones de una identidad negativa. Para Paúl Lafargue, autor de una obra simpática, El derecho a la pereza, el gallego es de una estirpe maldita por su sumisión al trabajo. "No hay tierra menos conocida ni más calumniada que Galicia", dice en su Viagem na Espanha (1923) Anselmo de Andrade. He vuelto a La Biblia en España, de George Borrow, una deliciosa obra, y allí se recoge una interesante conversación en una fonda de Lugo. Un viajero exclama apesadumbrado: "¡Ay, Dios mío! A bonita tierra hemos venido a parar". Todavía me deja meditabundo la respuesta de Borrow: "No veo por qué les parece a ustedes tan malo un país que por su naturaleza es el más rico y abundante de toda España. Cierto que la generalidad de los habitantes está en la miseria; pero la culpa es suya, no de la tierra".
La imagen es lejana. El gallego, la generalidad, ya no vive en la miseria. Pero tengo la sensación de que, en general, el gallego compartió siempre esa punzante contradicción formulada por aquel curioso vendedor de bíblicas. Galicia nunca fue pobre. La gente, sí. Pero, ¿la culpa?
Habría que preguntárselo a Arsenio.
Hay una cosa muy importante que también llegó por mar, en un barco inglés: el primer balón de fútbol. Es un planeta en miniatura. El fútbol fascina porque es una guerra simbólica. Es el gran deporte mundial. He comprobado que a Galicia se le conoce mucho más en el mundo desde que el Deportivo de A Coruña hizo unas cuantas gestas importantes y juega en la Liga de Campeones. La vida es así. Para crear una identidad hay gente que tiene que escribir una enciclopedia de 50 tomos durante 50 años. El fútbol, en cambio, te crea una identidad en una tarde de gloria, de una patada virtuosa. Arsenio, que ahora entrena a niños, fue un hombre que invirtió algunos prejuicios en simpatía. Lo que muchos spin doctors saben sobre Galicia se resume en dos ideas: una, los percebes saben a Dios, y dos, si encuentras a un gallego en mitad de 1a escalera no se sabe si sube o si baja. Arsenio hizo saber, de forma entrañable, que una cosa es coger los percebes del plato, y otra, muy distinta, del mar, y que, por una escalera, a veces se baja cuando se cree estar subiendo.
Vayamos por tópicos.
El gallego es ciclotímico. Tiene momentos de euforia y de disforia. Comparable con el guerrero celta, del que se dijo que era tan bravo en la acometida como propenso al desaliento. Ésa es una conclusión a la que llegó Vicente Risco, pionero de la etnografía, después de escribir miles de páginas sobre el carácter gallego, y pocas, lástima, sobre sí mismo. Pero creo que es una conclusión que vale para todo el mundo, tanto para los celtas como para los ciclistas. En Galicia hubo buenos ciclistas. Por ejemplo, Delio Rodríguez, Álvaro Pino, que llegaron a la cima, y Raúl Rey, que siempre llegaba de último, lo que es complicadísimo. Te hablaba de Vicente Risco. Era un gran erudito. Sabía más que nadie sobre el demonio. Pero cuando se le presentó delante no lo supo ver. Se sumó al fascismo español y escribió algunos disparates sobre las razas que él mismo después procuró olvidar.
Galicia es morriña. Tengo morriña, tengo saudade. Es una palabra que exportamos. Que aparece en otros diccionarios. En el de la Real Academia Española. En el Collins inglés. Es una palabra que te regalo, para que difundas en tu planeta, pero adminístrala con prudencia. Morriña significa extrañar algo, nostalgia, melancolía. Está asociada a una historia de dolor, de pérdida, de emigración. Yo escuché, en algún centro de emigrantes, en la noche invernal de Suiza, alguna balada de morriña que hacía trabajar a cien el corazón. Como la saudade en el fado portugués o la morna caboverdiana. El gran baladista gallego fue Pucho Boedo, con su grupo Os Támara, que recorrió los salones húmedos de los bailes de emigrantes.
Pero ten cuidado con la morriña. Le ha colgado al gallego un sambenito de pueblo triste. Y además es un comodín que lo mismo sirve para un discurso electoral que para un dolor de muelas.
Intentaré enviar por el emisor radioastronómico Mi tierra gallega cantada por Pucho Boedo.
Pucho Boedo es uno de los héroes secretos de Galicia, querido como la voz de un pueblo. En la guerra española, que empezó en 1936 y se prolongó en una larga dictadura, a Pucho le asesinaron a sus mayores, y el niño se puso a cantar como un petirrojo. En el arrabaldo coruñés, la gente suspendía las labores cuando él pasaba cantando. Y ya no paró hasta la muerte. Hoy es un tipo venerado. Sus casetes son música barata, de la que se vende en gasolineras y ferias. Los jóvenes músicos llevan flores a su estatua.
Ahora que lo pienso, hay muchos héroes en la memoria sentimental del pueblo que no figuran en los libros. Déjame citarte algunos. Está Poncellas, un maquis convertido en leyenda, muy galán, que asistía a los partidos de fútbol de Riazor disfraza do de cura. Lo cazaron afeitándose en el espejo de un río y lo condenaron a morir por garrote. La prensa destacó, no sé si en honor al reo, que se había traído para la ocasión al "mejor verdugo". Está Ramón Sampedro, un marinero que se quedó tetrapléjico y que conmovió al mundo ejerciendo ante una cámara de vídeo lo que los tribunales le habían negado: el derecho a morir dignamente. Otro héroe es Chichi Campos. Se murió joven. Un despido totalmente improcedente, porque Chichi Campos era el humorista gráfico de nuestro tiempo. Un humor crítico, heterodoxo y sutil. La vanguardia irónica. Contra el complejo de inferioridad. Chichi publica una parodia de anuncio publicitario: "En Suiza existe una clínica ultramoderna que te opera de gallego por 10.000 duros".
La fórmula de un presunto carácter gallego sería H + M = I (humor más morriña, o melancolía, igual a ironía). Melancólicos somos todos, pero lo que de verdad tiene prestigio en Galicia es el humor.
Déjame que te cuente otra historia. Aparece en Contos da Coruña, de Xurxo Souto. Ocurre durante un recital del grupo La Flor de la Poesía. El público escucha con emoción el poema de un vate que tiene por tema la desesperación de un amante no correspondido. Despechado, decide poner fin a su vida y se arroja al asfalto desde un quinto piso. En el límite del patetismo, el rapsoda termina: "Y el reloj en su muñeca / latía todavía". Entonces, de entre el público surge una voz: "¡Manda carallo! / Y ¿de qué marca sería?". Era la voz del gran pintor del surrealismo marino Lugrís Freiré, quien un día tuvo la osadía de subirse a un barril en el puerto, en tiempos de la dictadura, y arengar a la muchedumbre que despedía a los emigrantes embarcados en el Auriga hacia Venezuela: "¡Madres y esposas gallegas que me escucháis! No lloréis a vuestros hijos y esposos que se van, pues aún nos queda el Caudillo".
Franco, el dictador, era gallego. También lo eran Pablo Iglesias, el fundador del socialismo español, y Ricardo Mella, del anarquismo. Según una encuesta, para los gallegos de hoy el personaje gallego más popular del siglo XX fue Castelao.
Hay dos grandes revoluciones en la historia de la mirada gallega. Rosalía de Castro encarna la melancolía, pero es una melancolía activa, rebelde contra el estado de cosas. Denuncia "a los que sin razón ni conocimiento nos desprecian". El gallego es el negro de España. Castelao, el padre fundador de la nación gallega, aquel hombre tan popular muerto en el exilio, era un humorista. Es más cosas. Pero rompe el círculo minoritario de la cultura galleguista gracias al humor. Cada viñeta en prensa, cada estampa del álbum Nós, equivale a un fogonazo de verdad e ironía que todavía emite luz, tantos años después.
El caciquismo no es un producto típico de Galicia, como algunos piensan, pero arraigó por culpa del jamón. Ahora se habla mucho de los líderes de opinión. El cacique era líder de opinión y del jamón. Un poderoso parásito del hombre y del cerdo, que respondía en sus actos al principio formulado por Leck: "El conocimiento de las leyes no exime de su cumplimiento; su conocimiento, sí". La cabaña porcina se ha incrementado mucho en Galicia, pero el caciquismo ha tenido que metamorfosearse para conservar el poder. Hay un poscaciquismo en el que el valor del voto ha desplazado al jamón, y hay que ganárselo. Galicia ya no es abstencionista. En general, el comportamiento político de los gallegos no difiere mucho del resto de Europa. La forma en que se ejercer el poder, sí. El veterano presidente fue ministro radiactivo de la dictadura, y eso se nota. Ha cocido un menú populista con muchos ingredientes típicos. La elección es democrática, pero la realidad, intimidatoria.
Galicia envejece. Castelao decía: "El gallego no protesta, emigra". Ahora diría: "El gallego no protesta, no nace". El índice de natalidad figura entre los más bajos del mundo. El rasgo electoral más especifico es que la tendencia aparece muy ligada a la edad. No es la pertenencia al mundo rural o urbano. La mayoría de los mayores son conservadores. Y la mayoría de los jóvenes son reformadores. En el campo y en la ciudad. Ocurre que la mayoría son los mayores. A un alcalde conservador le hicieron notar que había perdido votos en su municipio. Y él respondió con naturalidad: "No perdí votos, se me murieron".
Me preguntas cuánto vale Galicia. Veo que sois una civilización técnicamente muy avanzada.
La catedral de Santiago, que es la gran joya de Galicia, fue tasada por el catastro en 6.000 millones de pesetas. Se consideró una ofensa. Y no me extraña. ¿Vale el Pórtico de la Gloria menos que el contrato anual de un futbolista? Y eso sin contar el Botafumeiro.
Los economistas distinguen entre rendimiento y riqueza, entre cuenta de resultados y activos. Y afirman que el rendimiento, la producción, en Galicia no se corresponde con la riqueza, con los activos. Que Galicia vale más de lo que parece, como le ocurre a la catedral con los del catastro. Comparándola con situaciones similares en Europa, Galicia está estancada. La poesía lo expresa mejor que muchos informes: "Un paso adelante y otro atrás, Galicia". Se mira con un ojo a Irlanda y con otro al norte de Portugal. Se han desarrollado más. Como en los pasos de la danza tradicional, Galicia se mueve en progresión retardada. Pero hay que ser optimista. Hay abundante agua, el bien más escaso del planeta. Y hay buen vino.
Me gustaría enviarte una botella de vino.
La cosecha de este año será excelente. Los vinos gallegos han mejorado mucho. Los blancos albariño de las Rías Baixas, godello de Valdeorras o Ribeiro figuran entre los mejores amigos del ser humano. Son imaginativos. Y Álvaro Cunqueiro aconsejaba que, además de catarlos, había que oírlos: en unos se escucha el mar, y en otros, el brincar de las truchas en el atardecer del río.
Hay más milagros, donde Galicia rompe el estigma de periferia. De las dos empresas que más facturan en Galicia, una es una multinacional francesa que fabrica coches (Citroën, en Vigo) y la otra es una multinacional de cuna gallega que fabrica ropa (Zara-Inditex). Amancio Ortega, el fundador, que aparece en la lista de hombres más ricos del mundo, comenzó su carrera textil pedaleando una bicicleta como repartidor de una camisería coruñesa. Todo nació en un pequeño taller de costura. Ortega es la pura intuición, y su caso se estudia en las universidades de todo el mundo. Pero el milagro de Zara tiene otro secreto, que no sé si lo explican en los masters. Las costureras gallegas. Zara encontró la base en miles de mujeres cualificadas. Las campesinas sabían coser.
Los milagros económicos, cuando se basan en el ingenio y en el trabajo, no son milagros. Hay otros casos que demuestran que el problema del atraso de Galicia ha sido culpa del mal gobierno. Pescanova y Zeltia. Pescanova fue pionera en la venta de pescado congelado. Pero además puso en marcha su propio sistema de diplomacia internacional, ante la inoperancia de la Administración. Por ejemplo, se adelantó en reconocer a los independentistas de Mozambique y Namibia, y en constituir formas de cooperación que no pasaran por la simple rapiña de recursos. Zeltia, hoy una empresa puntera farmacéutica en el mundo, empezó su andadura en la posguerra con un grupo de investigación constituido por republicanos desplazados de la docencia.
El gallego, en quien creyó siempre fue en la vaca. El mundo no se vendría abajo si la vaca estaba sana. La vaca, con su mirada pacifista, fue la que conquistó a todas las oleadas de aliens que formaron Galicia. Ese tótem protector se ha tambaleado por una peste causada por la codicia. Y por la locura. La vaca carnívora. También en eso Galicia está en el mundo. Si salva ese tótem será, de nuevo, gracias a la "invencible resignación de la hierba".
Hay otras tres cosas, tres fetiches que me gustaría enviarte. Son muy antiguos y muy futuristas a la vez. Me darías la razón si los vieses. Un amuleto de san Andrés de Teixido, una gaita y un pulpo.
Bueno, el pulpo no es una cosa. Es una criatura del mar, con toda la pinta de proceder de otro planeta, que el gallego convirtió en delicatessen. El marisco, emblema de la gastronomía gallega, nace de un principio: todo ser extraño es susceptible de ser comestible. Cuanto más raro, más rico. No hay nada en el mundo que odie más el gallego que el pasar hambre. Disfruta comiendo, y sobre todo invitando a comer. Si el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional estuviesen en manos de gallegos seguirían mandando las multinacionales, pero ten por seguro que nadie se moriría de hambre en el mundo.
Cuando las hambrunas de 1850, coetáneas con las de Irlanda, por la peste de la patata, y el largo periodo de hambre de la posguerra española, que impulsaron grandes migraciones, la gallega juró, como Escarlata 0'Hara en Lo que el viento se llevó, que nunca, nunca jamás ella y los suyos pasarían hambre. Y lo cumplió.
Un sueño gallego es criar en las rías la mayoría de los peces que consume. Pronto sería posible si evitase la contaminación. En los últimos años se han multiplicado las granjas marinas. Y sería bueno que los pescadores encontrasen un futuro en tierra sin apostar la cabeza, a veces en semiesclavitud, donde ya nadie se la juega.
El amuleto de san Andrés de Teixido, figurillas de pan duro tintadas con colores vivísimos, es un símbolo del animismo latente en el cristianismo gallego.
La mayoría de Galicia se confiesa católica. Las instituciones autonómicas, como parte del Estado español, son aconfesionales, es decir, más católicas. Si el veterano presidente imprimiese papel moneda, rezaría como en los billetes de dólar: "We trust in God. Y punto".
El primer sermón dirigido especialmente a los gallegos. De corretione rusticorum, fue para amonestarles por creer que las fuentes, los árboles y las piedras hablaban. Siglos después vino Rosalía de Castro con sus poemas, y volvieron a hablar las fuentes, los árboles y las piedras.
En cada lugar de culto pagano se alzó una ermita, un templo, un cruceiro o un peto de ánimas. Yo creo que el gallego se hizo cristiano por el gusto de hacer iglesias. Se ha dicho que los canteros gallegos hicieron románico con el granito como hacían hilos de seda los gusanos de las moreras. La más hermosa arquitectura de Galicia. Miles de templos que fueron de piedra policromada y hoy tienen el verde y oro que pinta la lluvia. De Galicia podemos decir lo que un personaje de un relato de Marcial Suárez sobre Allariz: "No hay en el mundo lugar con más iglesias por católico cuadrado".
La religiosidad gallega la protagonizan los santos. Y los santos tienen que ser productivos. Uno de los santos más queridos es el Santo dos Croques de la catedral de Santiago: era el mestre Mateo, el arquitecto. Según cuenta Quico Cadaval, un sacerdote, harto de que se confundiese la jerarquía, quiso dejar claro que en el vértice de todo estaba Dios. Y dijo en la homilía: "¡Ya está bien de tanto san Antón, san Antoniño! San Antón, al lado de Dios, es un mindundi".
Con una gaita arrasarías en tu planeta. Fíjate en la forma. Te hablo de la gaita de verdad, la que hay que tocar con todo el cuerpo. Es un instrumento galáctico.
El gaitero es el verdadero héroe popular en la tradición gallega. Lo es también en la modernidad. Sobre todo si es gaitera. Como Susana Seivane, Cristina Pato y Mercedes Peón.
Al gaitero de Ventosela, una de las leyendas, fueron a recibirle miles de personas cuando volvió de una gira por América. Bajó del barco. En un hombro traía la gaita; en el otro, muy pinturero, un loro. En Galicia hay 50.000 gaiteros. Cansados de tener miedo, en el último terremoto, en Triacastela, salió un gaitero y la gente pasó la noche bailando.
La gaita se ha subido a todos los escenarios, adaptado a todos los estilos. Es un buen símbolo de una fecunda reinvención cultural. Milladoiro, Carlos Núñez, Budiño, Luar na Lubre o Berrogueto son hitos en la proyección internacional de la música gallega. Pero la última revolución que rompe moldes en la llamada música étnica es el Isué de Mercedes Peón.
Intentaré que te lleguen por radioastronomía otros muchos estilos, desde el folk hasta el rap de Pinto de Herbón y Marisol Manfurada o el hip-hop de Jarbanzo Negro o Cinco Talegos, pasando por el mix inclasificable de A caricia da serpe, de Lino Braxe. Galicia es música. Se dice que los gallegos son insolidarios, pero lo primero que hace un gallego, sea donde sea, es intentar montar un grupo, aunque sea de flamenco.
La i del alfabeto gallego es de ironía, pero también de imaginación. Como referentes fundamentales en los últimos años, la nación Reixa y el movimiento brava, que dio lugar a un rock indómito, pero que se ramifica en todos los ámbitos creativos. Una buena forma de aterrizar en ese planeta es el portal www.bravu.net. Otro genérico, para ahondar en la cultura gallega, es www.vieiros.com. En expresiones artísticas, la factoría más atrevida de Galicia, totalmente autónoma, es la sala Nasa, en Santiago. Allí, como en otros sótanos de la creación, late el espíritu libre y carnavalesco que es el logo de la cultura y el arte gallegos desde las górgolas burlescas de los canteros y las poesías de escarnio de los cancioneiros medievales.
En la proyección Galicia 2010 se cifran muchas esperanzas en la llamada industria de la cultura y el entretenimiento. Las factorías de la imaginación están conjurando el estigma de la periferia y el provincianismo. La literatura gallega ha tenido grandes escritores, pero ahora también tiene un público. Existe una industria audiovisual, que produce para televisión, pero que ya se aventura en el cine. A Galicia le hace falta cine. Verse en el eme, con sus vaqueros y sus gánsteres anfibios.
Galicia no es taurina. En el inconsciente gallego sigue vigente el comentario de Castelao ante un cartel taurino: "¡Lástima de bueyes!". Hubo un torero gallego que era cojo, Celita, y otro un poco indeciso, Caramés, al que le cantaban en A Coruña: "Sal a torear, Caramés, / no seas torero de otoño, / mira que te están mirando / las chavalas de Vioño".
Galicia es televisión, como todo el mundo. El gallego se pasa una media de tres horas ante la televisión. Gracias a la televisión hay tresillo en casi todas las casas. La televisión gallega no es peor que las otras, aunque hay demasiadas interrupciones publicitarias del veterano presidente. Pero también salen Bogart e Ingrid hablando gallego en Casablanca. Y eso puede salvar una lengua.
Dicen que en un plazo corto desaparecerá el 60% de las 8.000 lenguas que se hablan en el mundo. El gallego no estará entre ellas. Sobrevivirá bien. Tiene también "la invencible resignación de la hierba". La iniciativa más importante de los últimos años para promocionar el gallego no ha surgido de la Administración, sino en la Red, de forma independiente, sin apoyo oficial alguno y coordinada desde Buenos Aires por un informático argentino, Roberto Abalde, descendiente de gallegos. El Grupo Galego 21 es un modelo fascinante. Una especie de ONG de la lengua gallega, con gente colaborando en todo el mundo, desde casa o desde cibercafés. Han desarrollado, entre otros logros, el Proyecto Rianxo (un traductor castellano-gallego para Internet), una Biblioteca Virtual Galega y un servidor educativo llamado Lapis de cores. Si mejora la educación, un niño escolarizado en Galicia podrá manejarse bien en al menos tres lenguas: el gallego, el castellano y el inglés. Y descubrirá que la suya le permitirá entenderse bien en Portugal, Brasil, Mozambique o Timor Este.
La historia de Galicia nos se puede confundir con la del galleguismo, y menos con la del nacionalismo. Pero sin ese movimiento, Galicia continuaría tras el río del olvido. Los ilustrados galleguistas empezaron bien. Las Irmandades da Fala definieron así el país: "Galicia, célula de universalidad".
Quizá no sea casualidad del todo que tengan origen gallego dos de las figuras que mejor encarnan una mundialización alternativa: Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatíque, y el cantante Manu Chao.
En Galicia hay un sentimiento fuerte de identidad, pero no excluyente. El independentismo es muy minoritario. Cuando es nacionalista, el gallego prefiere un nacionalismo tranquilo. El 55% de los gallegos se siente tan gallego como español; un 27%, más gallego que español, y un 7,8%, únicamente gallego. Supongo que hay días. Yo a veces me siento de Nueva Zelanda, en los antípodas, como Manuel Novoa, un gallego que vive entre ciervos al pie del monte Cook.
Me ha emocionado tu primera pregunta y la he dejado para el final. ¿Qué tiempo hace por ahí?
¡El tiempo! Lo primero que hace un gallego al levantarse es buscar una vista al cielo. Hay gente que hace veinte flexiones, que se preocupa por la cotización del yen, que se santigua o que se toma un prozac. El gallego, no. Antes que nada, elabora su parte meteorológico. Creo que es el único lugar de España donde la transmisión en directo del paisaje celeste alcanzaría el máximo nivel de audiencia y competiría con Crónicas marcianas. "Atención, señores, ¡conectamos con un vendaval en Ortegal! ¡Ahora, un chaparrón en Escairón! ¡Magnífico orballo en Carballo! ¡Cuando llueve y calienta el sol anda el demonio por Ferrol! ¡El valle de Fragoso, muy luminoso; el de Miñor, mucho mejor, y el del Rosal, no tiene igual!". El gallego permanecería hipnotizado ante la pantalla, murmurando como Baudelaire: "¡Ah, las nubes! ¡Las maravillosas nubes!".
La impresión general fuera de Galicia es que Galicia es lluvia. Lamentablemente, sólo llueve una media de 150 días al año.
"Isto non é Hawai, nin falta que fai!", cantaba Johny Rotring, de Radio Océano, abanderado de la movida atlántica. Fai un sol de carallo fue la memorable canción de antiverano de la Galicia Caníbal de Antón Reixa. "Al llegar el fin, que la vida nos dé un rayo de sol como último sacramento natural", escribe Antonio Tovar Bobillo, que se define como "ateo solitario" en un asombroso Diario íntimo aun vello revoltado (Diario íntimo de un viejo rebelde).
La ciencia dice: "Dentro del dominio atlántico, el clima gallego presenta rasgos diferenciales que le asemejan a climas atlánticos subtropicales". Eso es. Entre los fiordos y Bora-Bora. El paraguas como antena paranoica. El clima como metáfora. La vida como un fenómeno atmosférico.
Un gran pintor. Pablo Picasso, que vivió dos años de su infancia en A Coruña, se llevó como recuerdo el viento. Hay una psicología de los vientos. Los vientos tienen nombre. El más peligroso es el que los pescadores llaman el viento de las viudas. Víctor Omgá, un joven de Camerún que acaba de publicar en gallego su odisea de inmigrante. As calexas do medo (Los callejones del miedo), aprecia el repique de la lluvia que le acompañó en la soledad de tres años clandestino. A un compatriota suyo, maravillado por la nieve, le pasó por la cabeza enviar un puñado por correo.
La niebla, oficialmente, reside en Londres. Pero un londinense de cuna, filólogo y traductor del gallego al inglés, Jonathan Dunne, dice que la primera vez que vio la niebla de verdad fue al apearse de un tren en Lugo. Se sintió en un planeta extraño. Hasta que un día, en una cafetería, se fijó en un anciano que, a su vez, contemplaba la lluvia por el ventanal. Llovía y llovía desde hacía rato. En un momento determinado, el viejo se volvió y le dijo: "¿Qué? Parece que llueve".
Me gustaría enviarte un fardo de niebla. A veces la niebla sirve para ver mejor.
EL PAÍS SEMANAL Número 1.307. Domingo 14 de octubre de 2001
Hay 1 comentarios.
1