Autor: Amerginh
domingo, 24 de diciembre de 2006
Sección: Lenguas
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Del sodomita al gay. Insultos homófobos (masculinos). En construcción

En construcción

El insulto por ser diferente

En español la mayoría de los insultos homófobos van seguidos de un ‘maricón’, que curiosamente, en el mundo homosexual se utiliza ya de forma cariñosa, como un apelativo más. Tanto maricón, mariquita o sus derivados, provienen de María o su diminutivo Marica (que constituye ya por si solo un insulto), identificando a los homosexuales con la mujer, convirtiéndose asimismo en un insulto de corte machista. Así, la identificación ‘homosexual’ con ‘mujer vulgar’ derivó en el uso de ‘marica’ (nombre vulgar que representaba para el machismo de antaño el prototipo de la actual ‘maruja’). Otros identifican al homosexual con algo débil y frágil, como mariposón, y relacionándolo de nuevo, con el llamado sexo débil (afeminado, mujeruelo,…), todo guiado por el falso mito del rol sexual entre parejas homosexuales (mito popular que dice que en las parejas homosexuales uno de los hombres adopta un ‘rol’ de varón y el otro un ‘rol’ de mujer), llevando incluso a una menor consideración por el homosexual ‘afeminado’ porque este ha de ser ‘necesariamente’ la mujer (craso error).

Los insultos ‘bíblicos’, pasan por la identificación errónea, pero ya clásica, de la homosexualidad con el pecado de Sodoma (en el relato de Sodoma de Génesis 19, se refleja que el pecado fue en realidad el de inhospitalidad). Un sodomita es por tanto el ‘homosexual (masculino) practicante’ (Del lat. bíblico sodomīta, del gr. Σοδομῖτις, y este del hebr. sĕdōm, Sodoma). Sodomía nació como un eufemismo para sexo anal (y por extensión para homosexualidad), puesto que el Sodoma se practicaba esta modalidad (y no necesariamente entre varones). La persecución de estos actos y tendencias sexuales por parte de la iglesia no evitó desde luego su uso. Pero curiosamente, no he reconocido en castellano ningún término ‘heredado’ de la Santa Inquisición. La cuestión es ¿por qué nuestra larga y sangrienta institución religiosa, no ha dejado tanto rastro en la persecución de la homosexualidad como en otros países? véase por ejemplo:
- finocchio (italiano): significa tanto 'maricón' como 'hinojo'. Según reza su origen, es la tortura ‘extra’ aplicada a los homosexuales por la Inquisición en Italia (al menos), que envolvía al sentenciado a muerte en la hoguera en hinojos para prolongar la agonía (pues arde lentamente).
- Faggot (inglés): procede del inglés arcaico, significaba literalmente 'haz de leña', la leña con la cual se alimentaba la hoguera en la que ardían los sentenciados por este ‘pecado contra natura’.

Otros sinónimos (y por falta de opciones no será…) llegaron del extranjero. Bujarrón/bujarra, llega al castellano de manos del italiano buggerone (y este del lat. tardío bŭgerum), que viene a significar ‘estafador’. Se ha explicado asimismo como del latín ‘búlgarum’, como sinónimo de ‘hereje’.

Diferente grupo de insultos, son los que aluden al carácter sexual, siempre identificándolo como negativo, del colectivo gay: invertido, puto (de la identificación ‘homosexual’ con prostituta’, surge ‘puto’ muy común en la Edad Media en castellano y que pervive en América) e incluso más generales como pervertido, degenerado… Otros son pura descripción de nuestra (supuesta) modalidad sexual muerdealmohadas, soplanucas,… Incluso los hay dirigidos hacia la identificación de la homosexualidad con prácticas delictivas e inmorales como la pederastia o la violación: pederasta, que procede del griego (rapaz + amante). Incluso en Francia ha ‘degenerado’ en el insulto homófono más habitual, en forma de cultismo, ‘péde’, diminutivo de ‘péderaste’ y eufemismos derivados como ‘pédale’ (pedal). Otros aluden a un comportamiento ‘fuera de lo normal’, como loca, trolo…

Hay insultos que tienen un origen ‘extraño’, por no decir desconocido. Sarasa en Argentina es ‘un largo etcétera’, y es de origen onomatopéyico. No se sabe muy bien cómo, en España se utiliza hoy para designar a un homosexual masculino afeminado.

Tan denostado ha sido el mundo homosexual, que a partir del siglo XIX se optó por el uso de neologismos para ‘eliminar las negatividades’, no siempre muy acertadamente. ‘Homosexual’ fue introducido a finales del siglo XIX (a partir del griego 'homos' (lo mismo) + el latino 'sexual'). En origen era un término ‘neutro’ creado para pedir la revocación de las leyes anti-sodomía en Prusia, sin recurrir a términos peyorativos. Sin embargo, esa neutralidad desaparece cuando se utiliza como una enfermedad psicológica en “Psychopathia Sexuales” (1886), de Krafft-Ebing dentro del grupo de desviaciones sexuales. Por este motivo, especialmente desde los países anglosajones, se ha rechazado el término para su uso común, y como consecuencia directa, los colectivos hispanohablantes optaron igualmente por otro término: gay.

Gay



El actual ‘gay’, tomado del inglés, procedería curiosamente del latín. ‘gaudium’ (alegría) adjetivo común en francés, catalán y occitano. Comenzó a utilizarse en base a la misma identificación de la ‘vida alegre’ del homosexual, al igual que ‘loca’, y se convirtió en un eufemismo para los prostitutos homosexuales de la Inglaterra victoriana (de vida alegre). Hoy en día se usa sin tantas connotaciones negativas, pues su uso en inglés estuvo prácticamente desaparecido hasta la recuperación por parte del movimiento homosexual contemporáneo para el ‘homosexual liberado’. Se recuperó como un término positivo, elegido originalmente por la comunidad homosexual de San Francisco para referirse a sí mismos, tratando la palabra como un acrónimo de “Good As You” (tan bueno como tú) y dotándole de un carácter reivindicativo. En castellano se ha optado por ‘gay’ como término casi exclusivo para el colectivo masculino, muchas veces agregando’que acepta su género biológico y están fuera del armario’. Hoy es quizás el termino ‘no peyorativo’ más extendido y aceptado por los que somos homosexuales para definirnos, hasta el punto que la siempre conservadora RAE ya acepta el término, que fue incluido en la 22ª edición del diccionario de la RAE (2001), ya que goza de un extenso uso. Pese a ello, existe en castellano la palabra ‘gayo’, del provenzal gai que sí que significa todavía ‘alegre’ o ‘pícaro’, y hay una cierta tendencia a no usar este anglicismo, llegando a optar muchas veces por perífrasis del tipo ‘parejas del mismo sexo’.

gay.

1. adj. Perteneciente o relativo a la homosexualidad.
2. m. Hombre homosexual.



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  1. #1 giannini 28 de dic. 2006

    Voy a transcribir un artículo que recoge el caso de juicio y ejecución de un homosexual en La Coruña del tiempo de los Austrias. El proceso es más o menos conocido en la ciudad, e incluso el colectivo gay local "Milhomes", quiso darle el nombre a una calle al protagonista, pero se frustró porque en realidad, más que homenajear a un colectivo perseguido a lo largo de la historia, se enaltecía la pedofilia, y vamos, que tampoco era plan :-)

    El 31 de diciembre de 1964, M. González Garcés publicó en La Voz de Galicia un trabajo que ocupaba toda una página, a siete columnas, sin ilustraciones y bajo este título "Un proceso y una ejecución pública en La Coruña del tiempo de los Austrias".

    Dice González Garcés:

    "El hecho objeto de este artículo es de valor histórico indudable ya que está comprobado documentalmente. Pero está tan en contacto con lo novelesco que más parece en su desarrollo producto de la imaginación que de la crónica. Y por otra parte es el único testimonio que poseemos para conocer cómo se realizaba aún en condiciones normales, un proceso y una ejecución pública en La Coruña en la época de los Austrias. Además en éste se dan una serie de circunstancias tales, que no sólo reflejan el ambiente de la época, sino sucesos y desenlaces que estábamos lejos de suponer.

    Sucedió en el reinado de Carlos II, año 1697. El 17 de marzo, D. Antonio Sanguinete y Zallas, Caballero de la Orden de Santiago, y corregidor por S.M. de la ciudad de La Coruña y de la de Betanzos, ante testimonio del escribano Benito Fariña, procedió contra un hombre llamado Onorato Benedicto Truque. Se le acusaba del delito nefando, cometido con los niños José Rey y Juan López de Armentón, siendo reducido a prisión.

    Como la cárcel pública no ofreciese seguridades para el relo, dada la exictación pública que contra él había, se le trasladó al bajo de la casa del teniente corregidor D. Jerónimo Suárez de Mera. Intruidas las primeras diligencias por el corregidor, fue interrogado el reo el día 21 del mismo mes y declaró:

    -Que se me llama Onorato Benedicto Truque, siendo natural de Mentoro, Principado de Mónaco, a 20 millas de la ciudad de Génova, hijo de Onorato Truque y de María Bisana; que su padre era mercader de paños en su país; que él había salido de su patria hacía tres años, con motivo de una leva que había mandado hacer S.M. para Cataluña, en donde permaneció dos años, hasta que reformaron los tercios; que estuvo casado en la ciudad de Ovella con una mujer llamada Camila Carbala, que falleció; que hacía nueve o diez meses que había llegado a esta ciudad, y que de recién venido, se recogió a los pasos del Palacio, hasta que entró a ser tambor en la compañía que mandaba el capitán D. Pedro Coronel, de este presidio; dijo que tenía 23 años cumplidos y confesó su delito".
    “Era de pocas carnes, mediana estatura, cara lampiña, rojo, de poco pelo y tenía la pestaña de abajo del ojo izquierdo remellada, con habla de extranjero como de italiano”.

    Habitaba Benedicto Truque un rancho o cuarto de la casa en que vivía el capitán don Francisco Colón, “de cuyo rancho cae la puerta más arriba de las caballerizas de Palacio y hace frente a la casa del regidor D. Antonio Romero de Andrade, que está más allá del Oficio de Pillado”.

    Convicto y confeso el reo, después de tomadas las declaraciones de testigos, el corregidor, el día 9 de mayo, con parecer del asesor de la Real Audiencia, licenciado D. Juan Bautista Sollozo, dictó sentencia en esta causa, la cual decía:

    “En el pleito que ante mí pende entre el oficio de Justicia, Antonio Gómez Catoira, promotor fiscal en ella, nombrado parte y Honorato Benedicto Truque, su curador “ad litem” Domingo García del Río y procurador Gregorio López Varela, también procurador “ad litem” de Juan López de Armentón y José Rey, comprendidos en esta causa. Fallo, atento a los autos y méritos deste proceso a que me refiero, que por lo que de ello resulta contra dicho Honorato Benedicto, por haber incurrido en el delito y culpa de pecado nefando, debo condenar y condeno al sobredicho Onorato Benedicto a que sea sacado de la cárcel en que se halla y puesto en una bestia de albarda, con las prisiones y seguridades necesarias y con voz de pregonero que se publique su delito y pena, que sea llevado al Campo de la Horca, junto a la Tocha y parte más cómoda y menos perjudicial de la población que sea señalada, y allí sea puesto y atado a un madero y en él se le dé garrote por el oficial público, hasta que con efecto sea muerto y su cuerpo hecho cadáver, y estándolo, se encienda y se le aplique fuego en que arda dicho cadáver hasta que del todo sea consumido, y no quede demostración ni conocimiento de su figura humana; con más le condeno a perdimiento de todos sus bienes, etc. etc.”

    Y continúa disponiendo que los dos niños asistan a la ejecución para que les sirva de escarmiento, y se les entreguen a sus familias para que los cuiden y eduquen, pues se encontraban también en la cárcel. Consultada esta sentencia con los señores del Real Acuerdo, mandaron se ejecutase por auto de 3 de junio. Con lo que conocemos la severidad con que se penaban determinados delitos.

    Fue notificada al reo en 20 del mismo mes, encontrándose ya en la cárcel pública. El escribano don José Antonio Rodríguez se la leyó y dice en la notificación: “de manera que muy bien la entendió, clara y distintamente a la cual no respondió cosa alguna, ni habló palabra más que hablar a una imagen de nuestra Señora que en dicha capilla hay, a que estaban alumbrando dos velas de cera encendidas, y levantó las manos reverenciándola, con lo cual me salí de ella, dejando al sobredicho dentro, acompañado del P. Jacinto de Loyola, de la Compañía de Jesús, al P. Guardián de San Francisco y otros dos religiosos de la misma Orden y el P. Retor de la Compañía desta Ciudad”.

    Mientras esto sucedía, el corregidor disponía todo lo necesario para llevar a cabo la ejecución del reo, comprando cáñamo para hacer cordeles, maderas para construir el tablado que debía alzarse, leña para la quema del cadáver, etc, sin que por esto se olvidase de notificar al verdugo u oficial público que se llamaba Gregorio Louro, y que vivía “junto a la puerta de la Torre de Arriba” y al que se le advertía “que de no hacer prontamente el oficio que se le mandare, se ejecutaría en él la muerte que se le ordenaba”.

    El corregidor, antes de llevar a cabo la ejecución del reo, pidió la cooperación del Real Acuerdo y del Capitán General, los cuales le ofrecieron enviar sus ministros aquel, y éste una compañía de soldados, cabos y escuadra y sargento.

    El sitio elegido para la ejecución era el “el arenal junto a los molinos del viento, camino que va desde Santo Tomás a la ermita de San Amaro, parte separada desta ciudad y sus casas”.

    El día 22 de junio fue sacado el reo de la cárcel real, en la cual estaba acompañado de religiosos de N. P. San Francisco, y de Santo Domingo, y de la Compañía de Jesús, a cosa de las once de la mañana, siendo puesto por el verdugo público caballero en su bestia de albarda, en la forma que se acostumbraba. Detrás de él iban a pie los niños Juan López de Armentón y José Rey, esposados por las manos. La triste comitiva la componían primero el mayordomo de la Hermandad de la Paz y Misericordia, don Antonio Saavedra, que conducía el Santo Cristo de la Misericordia, caminando a un lado todos los cofrades que alumbraban a la Santa Efigie con velas amarillas. Seguían formados en grupo los ministros del Corregimiento y los de la Real Audiencia del Reino, armados con varas, alabardas y espadas. Y en seguida venía el reo, en una bestia, vestido con una túnica de bayeta blanca y cubierta la cabeza con un bonete azul. Lo acompañaban lo religiosos de las órdenes de Santo Domingo y San Francisco y los de la Compañía de Jesús, consolándolo con sus palabras y exhortándole al arrepentimiento. Una compañía de soldados, que el capitán general envió con acuerdo del corregidor, cerraba la tétrica procesión, la cual dirigía y presidía, al par que daba fe, el escribano D. José Antonio Rodríguez.

    Pero la fúnebre comitiva no realizaba su itinerario de modo corto y recto. En tal caso hubiese tenido que pasar por la Puerta de Aires. Sin embargo, no era posible hacerlo puesto que debajo de su arco estaba el Divino Rostro y la puerta se consideraba como de refugio. Recorrió, por tanto, la calle de Tabernas, atravesó la Puerta Real y siguió junto las ruinas del monasterio de Santo Domingo, destruido por los ingleses en 1589, y de Santo Tomás hasta llegar al suplicio.

    El verdugo, entretanto, echó tres lazos al cuello del reo.

    Y allí indudablemente, pareció que bien pronto acabaría toda la ceremonia, actos y formalidades, con la vida del condenado. El verdugo comenzó a voltear fuertemente los lazos. Pero lo hizo con tan gran torpeza que se quebró uno de ellos y se aflojaron los otros. El reo inclinaba a un lado y a otro la cabeza, abría y cerraba bruscamente los ojos, su rostro se contraía horriblemente y ya no solamente los más cercanos pudieron observar que sufría lenta y terrible agonía. Irresistible no sólo para padecido, sino también para contemplada.

    De pronto, inesperadamente, con la celeridad con que se producen las conmociones colectivas, el reo se convirtió en víctima de una tortura inadmisible de la que debía ser liberado. Los religiosos, el pueblo y el ejército, determinaron sacarle a viva fuerza del suplicio. No sin que antes el verdugo tratase de matar al reo con un cuchillo de monte que llevaba a la cintura.

    Semejante acción, hija sin duda del miedo que tenía el verdugo de que no se llevase a cabo la ejecución y tener como consecuencia, que sufrir él la pena, hizo que los religiosos y otras personas que rodeaban el catafalco, se indignasen. Y pidiendo misericordia se lanzasen sobre el tablado levantando a Onorato en hombros de algunos religiosos y conduciéndolo de este modo a la cercana capilla de Nuestra Señora de la Atocha, en donde los hermanos de la Paz y Misericordia, los religiosos y el pueblo colmaron de cuidados al liberado hasta verlo restablecido, pues aún le sacaron con vida.

    Esta determinación y sucesos causaron tal tumulto en el teatro de la ejecución, que el verdugo fue maltrecho, el escribano que presidía la ceremonia tuvo que huir y hasta la mayor parte de los soldados que componían el piquete que custodiaba el tablado abandonaron a sus cabos y defendieron a los religiosos. Y don Diego Sarmiento, don Pedro Francisco, hijo del marqués de San Saturnino, el alférez don Francisco Coronel, hijo del capitán Coronel y otros nobles, ayudaron también en unión del pueblo, a sacar al reo del patíbulo y conducirlo a la mencionada ermita.

    Una vez dentro de ella, fueron a buscar en seguida al juez eclesiástico de la Ciudad Doctor D. Andrés del Campo, quien no se hizo de esperar mucho, y llegó acompañado de varios sacerdotes y seguido del pueblo. El juez, en vista de lo que le propusieron los religiosos, y oídas también las razones expuestas por algunos nobles, que habían tomado parte en el tumulto, acordó amparar al reo no permitiendo que la justicia ordinaria llevase a cabo la ejecución.

    Como el escribano, ministros y demás acompañantes que con él venían al lugar de la ejecución no tuvieron otro remedio que emprender la fuga en vista del motín, en el cual luchaban los religiosos, pueblo y parte de la tropa con los ministros y algunos soldados de la escolta, sin que pudieran entenderse ni apaciguar el tumulto, el escribano se presentó al corregidor informándole de todo lo ocurrido. El pueblo había emprendido a pedradas contra él y los suyos, y él personalmente había sido obligado a desalojarse de una casa inmediata al lugar de la ejecución, desde donde presenciaba y daba fe del acto. En seguida el corregidor llamó a un teniente y al presidente del Real Acuerdo don José Alvarado, y acompañados de éstos y del escribano Rodríguez y buen número de escuderos, alabarderos y demás dependientes de la Justicia se encaminaron a la capilla de la Atocha, la cual estaba rodeada de tropas y pueblo que no permitían acercarse a persona alguna.

    Cuando llegó el corregidor con los suyos a la capilla, y como no pudiese atravesar por el cordón que tenía formado el juez eclesiástico y los religiosos, se puso el corregidor delante de la puesta y dijo: “¡Paz, paz, señores, aquietarse, que yo venero la Iglesia, óiganme vuestras mercedes y se aquieten y me entreguen ese reo que no goza de inmunidad!”. Palabras que fueron contestadas por el juez eclesiástico de la siguiente manera: “Pena de excomunión mayor ¡Retírese vuestra merced que este hombre está bajo el amparo de la Iglesia!”. Contestó en seguida el corregidor apoyado por los suyos: “En nombre de S.M. y bajo la pena de 500 ducados y las demás del derecho, que se me entregue al reo, violentamente extraído del suplicio”. Este requerimiento no quedó sin contestación por parte del juez eclesiástico, el cual dijo: “Obedezco a S. M. y a sus ministros como vasallo leal, pero no puedo entregar al reo, porque no lo es ya, y mando a su merced que se retire de este sitio, pues su jurisdicción ha fenecido”.

    Mientras tanto, el motín crecía por momentos. En vano las autoridades ordinarias protestaron. Sus requerimientos no eran atendidos y el desorden llegaba a tal extremo que el pueblo arrojaba piedras y amenazaba de muerte al corregidor y los suyos, llegando a decir el alférez Coronel, dirigiéndose al corregidor: “¡Déjenle venir al Correbovial, que le he de dar doscientos palos!”. La justicia envió a uno de sus ministros al capitán general, rogándole que le mandase tropas, las cuales llegaron al poco tiempo. Pero lejos de calmarlos ánimos, no sirvieron más que para aumentar el tumulto porque el juez eclesiástico y los suyos, y a pesar de pedir el corregidor más de cien veces: “¡Favor al Rey y a la Justicia!”, no le hicieron caso alguno, y hasta parte de la tropa que había venido a reprimir el tumulto se pasó también al juez eclesiástico y a los suyos.

    Desesperados el corregidor y el presidente del Real Acuerdo por ver despreciada su autoridad y que eran estériles todos los medios que empleaban para calmar y reprimir el tumulto, enviaron a las nueve de la noche a pedir nuevas fuerzas al general, el cual mandó treinta soldados. No bastaron tampoco éstos y fue necesario reclamar el aumento de las fuerzas. A las doce de la noche vinieron más de veinticinco militares al mando de un ayudante del general, componiéndose la fuerza que sitiaba la ermita de más de cien hombres.

    En el amanecer del día 23, después de permanecer el corregidor toda la noche en aquel lugar, comprobando que no le era posible conseguir la captura del reo, a pesar de los ataques de las tropas, siempre rechazadas por los religiosos, pueblo y muchos soldados, y que de seguir aquel estado de cosas no habría más remedio que atacar de una manera decidida a la ermita para que se rindiera, lo que ocasionaría muchas víctimas, decidió el corregidor alejarse con parte del ejército, dejando cercada la capilla para no permitir que nadie saliese de ella.

    Esta situación duró algún tiempo sin que el poder eclesiástico se diese por vencido. Muy al contrario de esto, remitieron la causa formada por este motivo al arzobispo de Santiago para que determinase lo que creyese más oportuno.

    Por fin, el día 16 de octubre, el corregidor mandó retirar todo el aparato de sitio que había puesto a la ermita por haberse justificado que el juez eclesiástico y los suyos, más hábiles que la justicia ordinaria, tuvieron el buen acierto de enviar el día 9, a las nueve de la noche a Onorato para la ciudad de Santiago. El cual fue acompañado de un dependiente del Juzgado Eclesiástico y custodiado por algunos paisanos, siendo entregado a las siete de la noche del día siguiente al secretario del arzobispo. Y más tarde se le puso en libertad.

    Y tomando Onorato el hábito de peregrino, salió de Compostela en regreso a su país natal”.

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