Autor: Ikesancom
jueves, 17 de febrero de 2005
Sección: Lenguas
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Castros y Oppida en Extremadura

Los Castros y los "Oppida" son el principal tipo de asentamiento durante la II Edad del Hierro en la actual Extremadura.

Los Castros

La individualización de un periodo complejo de la Protohistoria como es la II Edad del Hierro viene determinado por las renovaciones económicas, sociales, territoriales y económicas que se documenta en Extremadura a partir del 400 a.C. Se dio entonces una profunda reorganización con respecto al periodo Orientalizante Tardío (Fines S. VI hasta fines del S. V) que implicó profundas transformaciones tras las que quedarían configuradas en torno al Guadiana los círculos etnoculturales reconocidos por la literatura Grecolatina. Al Norte de dicho río, el Vettón-Lusitano, y al Sur, formando parte de la denominada Beturia, el Céltico y el Túrdulo- Lusitano.
Todos ellos tienen en común la generalización del Castro como hábitat más representativo, casi siempre ubicado en sistios no habitados durante el Orientalizante. El castro responde al patrón de lugar fortificado en discreta altitud, preferentemente flanqueado por cursos de agua, de dimensiones pequeñas y medianas, desde donde se domina visualmente el entorno pero sin que destaque de manera especial en el paisaje. Desde allí el control visual se ejerce sobre los recursos potenciales de su entorno inmediato: agua, pastos, minerales y tierras de lAbor por este orden.
Este nuevo modelo significaba, en contra del modelo agrario preponderante entre los siglos VIII-VI a.C., una potenciación de la ganadería y la intensificación de las actividades metalúrgicas, como demuestra la especialización férrica de algunas comarcas o el predominio de los ovicaprinos sobre los bóvidos. De todas formas, la agricultura continuó como uno de los pilares básicos de subsistencia, mejorada con la introudcción de los aperos de labaranza en hierro y los molinos circulares que sustituyen a los barquiformes (Ortiz y Rodríguez, 1998: 248).
Socialmente, los castros se nos presentan asociados inicialmente a comportamientos expansivos y dinámicos, dentro de los que adquiere una especial relieve la existencia de jefaturas miltares articuladas a la manera de aristocracias guerreras con privilegios de clase y relaciones de parentesco (Enríquez Navascués, 2003: 158).


Los "Oppida"

La llegada de los ejércitos romanos supuso la crisis del modelo de poblamiento indígena que se verá Abocado al declive paulatino al ir introduciéndose nuevas estructuras poblacionales desde el S.II y durante el S.I a.C que culminarán con la reorganización imperial del territorio.
Los castros entran en un periodo de crisis desde mediados del S.II a.C., en donde se documenta la práctica total destrucción o incendio de la mayoría de ellos. Sin embargo, en algunos casos, a la destrucción le sucede una rápida reconstrucción que les llevará a pervivir hasta el S. I. a.C o al cambio de era. Esta reconstrucción está marcada por la presencia de materiales romanos y por el declive generalizado que, no obstante el impulso reconstructor, parecen denotar la mayoría de asentamientos. Sólo sobrevivirán aquellos con una especial función geoestratégica, como el control de un vado o una vía de comunicación principal.
Paralelamente a este proceso se documenta la aparición de otro tipo diferente de hábitat: el oppidum. Se caracteriza éste por ser una fundación ex novo que conserva muchas de las características de los castros: localización en altura, presencia de fortificaciones o el control en las proximidades de los recursos estratégicos; pero que se localiza en función de unas estrategias territoriales distintas ( Ortiz y Rodríguez,1998: 257).
Estos enclaves se localizan en zonas de alto valor geoestratégicos o militar no ocupados en época prerromana. Los oppida se constituyen como centros nodales en los que tanto la superficie ocupada como el grado de urbanización es mayor, y en donde parecen capitalizarse algunas funciones específicas, como la metalurgia o la acuñación de moneda, denotrando un grado mayor de jerarquización del territorio.
Así mismo, la orientación económica parece comportar una reordenación en función de las rutas comerciales y de abastecimiento y control de los minerales, en especial las galenas y el plomo, incrementándose en algunas zonas el trabajo del hierro hasta niveles que los sitúan en los primeros puestos del mundo romano (Canto, 1991)
Por lo tanto, el oppidum se nos muestra como el mejor exponente poblacional en torno al cual va pivotar la reorganización territorial que lleva aparejada la consolidación y pacificación romana durante el S.II a.C. Así, estos lugares se acaban configurando como verdaderos “polos de romanización” a nivel territorial, económico, sociopolítico, demográfico y cultural (Rodríguez Díaz, 1995).
Por lo tanto, no es de extrañar que sean estos lugares los que reciban los beneficios de la política de municipalización desde César a los Flavios, configurando el panorma transmitido por los autores clásicos, como Estrabón o Ptolomeo, para esta zona.

El final de la vida de estos asentamientos corresponde al momento de auge de las autenticas urbes romanas: Medellín, primero, y Augusta Emerita posteriormente. Las causas hemos de encontrarlas en la redefinición de las vías de comunicaciones, los repartos de tierras, un nuevo modelo agrario basado en la villa como centro productor, etc. En definitiva, la plena implantación del modelo social y económico romano.


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Comentarios

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  1. #1 paco 25 de oct. 2004

    Hola
    Efectivamente al final el asunto es mera elección. Ya lo dijo Lucièn Fèvbre, el fundador de la escuela de anales: "La historia es elección. Lo es porque la hace el hombre"
    Y esto es lo que ocurre con la doctomía entre castros y oppida. Es una elección terminológica con la que, simplemente, yo no acAbo de estar de acuerdo. Suelo ser muy estricto, quizas demasiado, con el uso de terminología clásica y si la utilizo la utilizo con el sentido que poseian originariamente, incluso obviando convencionalismos cientificos, lo que me ha provocado interesantes discusiones en algunas reuniones y congresos, y siempre acabamos en el mismo topos historiográfico. Quizás sea demasiado petardo, pero ante rangos y diferencias contemporáneas prefiero utilizar una terminología igualmente contemporánea, más precisa y contundente que ciertos términos clásicos, como es el caso, que abren una dimension incierta, segun mis criterios siempre, claro.
    En la critica textual el uso de uno u otro término por parte de uno u otro autor abre una via de investigación que en ocasiones se manifiesta como determinante incluso de la cronología o veracidad del paisaje.
    El uso del términoc astro deviene habitual simplemente por la inercia en la investigación que acarreamos desde la primera mitad del XX. Y asi se habla de castros sorianos y cultura castrexa, con criterios más consuetudinarios que históricos.
    El dotar a un término clásico de valores que no tuvo en su momento de acuñación no me parece correcto, pero nada más, es mi opinión. Y en este caso si alguno de los dos términos implica mayor romanización es, efectivamente, el término de castro, aunque solo sea por el contexto cronológico de acuñación del término y el sentido que se le dió, que se cogió con pinzas a principios del siglo pasado.
    Por cierto, los topónimos el castellar, el castillejo, los castellazos, eetc. comienzan a usarse en el noreste peninsular, que es lo que yo conozco, a partir del siglo XV para denominar lugares elevados con ruinas; a la hora de prospectar encontrar en el territorio este topónimo suele ser seguridad de encontrar yacimientos de cualquier cronología anterior al XV. Ocupan un lugar, junto lo de "los moros" en el acervo popular para definir cualquier cosa desconocida.
    Un saludo.

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