Autor: Durius
martes, 14 de noviembre de 2006
Sección: Artículos generales
Información publicada por: Durius


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¿Existieron legiones en la ciudad de Roma?

Por extraño que pueda parecernos, dentro de la ciudad de Roma no existió una guarnición militar hasta que Augusto creó la Guardia Pretoriana. En este artículo se analiza el por qué de la ausencia de una fuerza militar permanente dentro de la ciudad.

¿Por qué los romanos no tenían una guarnición permanente dentro de la Urbe?

Debido al debate surgido acerca de la existencia de legiones estacionadas en la ciudad de Roma, trataré de aportar mi granito de arena. Como la cuestión se refería al momento puntual de la derrota de Cannae, centraré mi exposición en la época republicana, aunque con las inevitables alusiones al período imperial.
En primer lugar, es importante saber que el recinto de la ciudad de Roma, el pomerium, era un lugar sagrado dentro del que no podían utilizarse armas, de manera que incluso los comicios centuriales, que votaban a los cónsules, debían llevarse a cAbo en el Campo de Marte, fuera de las murallas de la ciudad: “…su designación [de los cónsules] era votada por los comicios centuriales… Convocados fuera del recinto sagrado de la ciudad –pomerium-, inaccesible a cualquiera que llevase armas…”(1).
Es evidente que estaba prohibida toda actividad de carácter marcial en el interior de la ciudad: “Como tendían a hacer de la guerra una actividad que a la vez fuera externa a la ciudad y estuviera integrada en ella, los romanos procuraron, poniendo en ello más interés que los griegos, asignarle, en un doble plano espacial y temporal, un marco específico. Para ello prohibieron toda manifestación de carácter militar en el interior del pomerium, que era el recinto místico de la comunidad civil (lo que les obligaba, por ejemplo, a convocar las asambleas centuriales en el Campo de Marte);”(2).
Así pues, parece claro que se diferenciaba muy bien entre los deberes civiles y los militares del ciudadano. Pero tanto era el grado de separación entre ambos aspectos, que incluso el alistamiento de las legiones tenía lugar fuera del recinto de la Ciudad, en el Campo de Marte, y que las únicas ocasiones en las que un ejército entraba en Roma era cuando se celebraban desfiles triunfales: “Desde un punto de vista tanto legal como ideológico, existía una marcada distinción entre el status y el comportamiento adecuado de un romano en su casa (domi) y en la guerra (militiae). Para denotar ese cambio, el alistamiento de las legiones tenía lugar en el Campus Martius o ”Campo de Marte”, es decir, fuera de la frontera oficial de la ciudad. Las legiones mismas sólo podían entrar en Roma el día del triunfo de un general, cuando él y sus tropas desfilaban por las calles para celebrar el triunfo sobre el enemigo.”(3)
Por lo tanto, el pueblo de Roma en armas no tenía acceso al interior de la Ciudad. Pero es que la cuestión va más allá, ni siquiera los magistrados con poder militar podían hacerlo sin perder este poder. Para comprender bien este punto, debemos recordar que los romanos diferenciaban entre el mero poder administrativo, o potestas, y el mando sobre las personas, el imperium, que sólo poseían dos clases de magistrados, los cónsules y pretores: “De entre todos los magistrados, [cónsules, pretores, tribunos militares con poder consular y dictadores] eran los únicos que podían asumir semejante función [el mando del ejército], pues, además del poder administrativo (potestas) que compartían con los demás, eran los únicos que estaban investidos con autoridad sobre las personas (imperium), que en Roma les confería ciertas prerrogativas judiciales y políticas y, fuera de la ciudad, en las provincias que les competían, la dirección de las fuerzas armadas.(4). Aquellos magistrados dotados de imperium sólo podían dirigir al ejército fuera de la ciudad de Roma y dentro de las provincias que les habían sido asignadas.
Pero las magistraturas sólo duraban un año, lo que pronto produjo problemas a Roma: numerosas campañas duraban más de un año, y por tanto, debía relevarse al magistrado que estuviera al mando del ejército cuando su cargo expirase. Sin embargo, la solución fue fácil: se crearon las promagistraturas, los conocidos procónsules y propretores, cargos que significaban una prórroga de la magistratura correspondiente durante un tiempo, con el fin de que el magistrado de turno pudiese finalizar su campaña de manera adecuada; eso sí, el promagistrado carecía de poder dentro de Roma: “ La dirección de los ejércitos estaba sujeta a posibles renovaciones anuales de sus jefes: la prórroga de los cónsules y pretores en su único poder militar permitió remediar este inconveniente sin renunciar al carácter anual de las magistraturas, carácter estrechamente unido a la naturaleza de las instituciones. El promagistrado carecía de posibilidad de intervención en Roma como tal, dado que el poder militar –imperium-, al cual estaba sometido, terminaba en los límites de la ciudad.”(5).
Por lo tanto, podemos concluir que Roma no poseía ningún tipo de guarnición, ya que ha quedado claro que estaba prohibido que entrase el ejército dentro de la ciudad a menos que se celebrase un desfile triunfal. Aún podríamos suponer la existencia de algún tipo de asentamiento militar, campamento permanente o fortaleza cercano a Roma, pero las fuentes no los mencionan. De hecho, parece ser que existía cierto temor a que un general se acercase a Roma al mando de sus tropas si no era para celebrar un triunfo: “Sin embargo, un miedo parecido pudo aparecer cuando este mismo Pompeyo, encargado de gobernar Hispania después de su consulado de 55, permaneció cerca de la ciudad, burlando las disposiciones legales, y conservando así bajo sus órdenes a todas las tropas que el Senado le había dado para su provincia.”(6). Y “…obligando al Senado a suprimir, en el año 52 a. C., por primera vez en la historia romana la colegialidad del consulado en beneficio de Pompeyo, aceptando que este último entrase en Roma sin abandonar el derecho de mandar las tropas.”(7) Para más datos, no hay más que recordar la alarma que causó al Senado el que Cayo Julio César cruzase el Rubicón con sus tropas en dirección a Roma, o la situación que se produjo tras el asesinato de César: “Después del asesinato de César, Cicerón teme la presencia, aunque sea a las puertas de Roma, de los soldados que seguían siendo fieles a la memoria del dictador…”(8)
No podemos olvidar las cohortes urbanas, ni la famosa Guardia Pretoriana... Pero tampoco existían en época republicana, puesto que fueron creadas durante el principado de Augusto. De hecho, no había ninguna legión establecida permanentemente en Italia: “No fue hasta el siglo II d. C. cuando una legión se estableció permanentemente en la península Itálica. Augusto y sus sucesores no deseaban que su confianza en el apoyo militar fuese demasiado obvia. Pero el emperador requería ciertas tropas en Roma e Italia: así se crearon las cohortes pretorianas y urbanas.”(9)
Por tanto, estas tropas corresponden al deseo de los emperadores de controlar a la población y tener algo más de seguridad personal. Augusto fue el que se fijó en las guardias personales que los magistrados llevaban en campaña: “En primer lugar, los Pretorianos, herederos de las guardias personales, bárbaras o amigas, de las que se rodeaban los generales de finales de la República. En el año 27, Augusto los organizó en 9 cohortes de 500 hombres cada una (la cifra 10 recordaba mucho a la composición de una legión); seguidamente, el número de cohortes, tras haber sido aumentada a 12 por Calígula y a 16 por Vitelio, fue reducido a 10 por Domiciano. Estacionadas por lo general a las puertas de Roma, en los castra praetoria construidos por Sejano en 23 d. C….”(10).
Es decir, que ni siquiera la Guardia Pretoriana tenía sus cuarteles dentro de las murallas de Roma. Y además, su número fue variando con el tiempo: “Al principio sólo tres cohortes servían a la vez en Roma, pero con Tiberio, las nueve fueron concentradas en los barracones de nueva construcción (los castra praetoria) situados en los márgenes de la ciudad.”(11). Incluso existía una fuerza de caballería asociada a la Guardia: “Unida a la guardia pretoriana existía una fuerza de caballería que creció rápidamente de tamaño: junto con la guardia a caballo del emperador (equites singulares Augusti) alcanzaron un máximo de 2000 hombres al acabar el siglo II d. C.”(12)
Sobre las cohortes urbanas y las de vigiles, decir que se crearon como cuerpos de policía, bomberos, e incluso para vigilar la integridad de alguna ceca imperial: “Las tres cohortes urbanas (cinco más adelante) actuaban como fuerza policial, proporcionando además una unidad que guardaba la ceca imperial de Lugdunum (Lyon), en la Galia. Por añadidura, había siete cohortes de vigiles, que actuaban como brigada antiincendios y policía nocturna en la propia Roma.”(13).
Pero vayamos a los días siguientes al desastre de Cannae. Según Livio, Roma fue presa de gran agitación. El Senado se reunió para deliberar lo que había que hacer a instancia de los pretores Publio Furio Philo y Marco Pomponio, quienes propusieron el envío de mensajeros para saber exactamente lo que había sucedido, el número de supervivientes y su paradero, así como los movimientos de los cartagineses.
Por fin llegó un mensaje del cónsul superviviente, Tarencio Varro, informando de que se encontraba en Canusium, tratando de recoger los restos del ejército romano, que él había cifrado en unos diez mil hombres, dispersos y desorganizados. También recibieron un mensaje desde Sicilia: el propretor, Otacilio, se veía obligado a ayudar a Hierón de Siracusa, aliado de Roma, y a hacer frente a una flota cartaginesa que se disponía a atacar Lylibaeum. Por tanto, el Senado decidió enviar al comandante de la flota de Ostia, Marco Claudio, a Canusium para que recogiera a los diez mil supervivientes de Cannae y los llevase a Roma. Éste, que ya había enviado a la legión naval a Teanum Sidicinum, envió a Roma “como guarnición” a 1500 hombres de los que se encontraban en Ostia. Acto seguido, partió para Canusium. Fue entonces cuando se nombró dictador a Marco Junio Pera y a Tiberio Sempronio Maestro del Caballo. Se reclutó a los jóvenes de edades a partir de los 17 años (e incluso menores), con los que se formaron cuatro legiones y 1000 soldados de caballería y a quienes se armó con las armas que se habían capturado en guerras anteriores y que ahora se encontraban en los templos, y se pidió una nueva leva entre los aliados itálicos.
También se armó a costa del tesoro público a 8000 esclavos a los que se tomó juramento.
Existe un detalle en este relato que confirma que no existía ninguna legión en Roma: Livio dice que Marco Claudio Marcelo envió desde Ostia a 1500 hombres “como guarnición” a Roma. Por lo tanto, no había allí ningún tipo de ejército, ya que de este modo, Livio habría escrito que esos hombres estaban destinados a reforzar la guarnición de Roma, y no como guarnición.
Por otra parte, no podemos olvidar un detalle importante: el respeto de los romanos por la tradición y los dioses. Siguiendo a Livio, tras publicarse la lista de muertos en Cannae, se suspendió el festival de Ceres, puesto que se prohibía la asistencia a él de aquellos que estaban de luto, pero al mismo tiempo, se acortó el tiempo de luto oficial, para que no hubiese que suspender más actos religiosos. Además, se declaró culpables a dos vestales de romper sus votos de castidad y se castigó a una de ellas según la costumbre (la otra se suicidó). Al hombre que había sido encontrado culpable también se le castigó. Es importante tener en cuenta estos detalles, ya que incluso en aquella situación extremadamente grave para Roma, se siguieron aplicando las leyes sagradas para no ofender a los dioses. Además, Livio señala que se consultaron los Libros Sagrados, que se envió a Quinto Fabio Pictor a consultar el oráculo de Delfos para que los dioses dictaminasen lo que había que hacer, que incluso se hicieron sacrificios humanos: se enterró vivos en el Foro Boario a un galo, una gala, un griego y una griega. Es decir, si los romanos eran tan respetuosos con las leyes y la costumbre de sus mayores (mos maiorum), ¿iban a violar el recinto sagrado de la ciudad permitiendo la entrada de tropas armadas, sabiendo que Aníbal aún no se había movido de Cannae?



(1) Robert Combes, La República en Roma, págs. 22 y 23.
(2) Yvon Garlan, La guerra en la Antigüedad, pág. 29.
(3) Adrian Goldsworthy, El ejército romano, pág 33.
(4) Yvon Garlan, La guerra en la Antigüedad, pág. 156.
(5) Robert Combes, La República en Roma, pág. 179.
(6) Robert Combes, La República en Roma, pág. 232.
(7) Robert Combes, La República en Roma, págs. 232 y 233.
(8) Robert Combes, La República en Roma, págs. 232 y 233.
(9) Adrian Goldsworthy, El ejército romano, pág 58.
(10) Yvon Garlan, La guerra en la Antigüedad, pág. 95.
(11) Adrian Goldsworthy, El ejército romano, pág 58.
(12) Adrian Goldsworthy, El ejército romano, pág 58.
(13) Adrian Goldsworthy, El ejército romano, pág 58.



BIBLIOGRAFÍA:

· Robert Combes, La República en Roma. Presses Universitaires de France, Colección EDAF Universitaria, 1977.
· Yvon Garlan, La guerra en la Antigüedad. Alderabán, 2003.
· Adrian Goldsworthy, El ejército romano. Akal, 2005.
· Tito Livio, Historia de Roma III. XXII. El desastre de Cannae.

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