Autor: Paloma González Marcén
jueves, 15 de diciembre de 2005
Sección: Opinión
Información publicada por: darius
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Redes de complicidades y objetos vividos (extracto).
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¿Comunicar para que?
En las últimas décadas la divulgación científica, es decir, la comunicación pública de la ciencia y de la tecnología, se ha convertido en una variable de primer orden en la concepción y en las políticas de la ciencia. Este interés, que se ha hecho extensible en gran medida también a las disciplinas humanísticas y particularmente a la gestión del patrimonio arqueológico, propugna un modelo de comunicación/divulgación que se distancia del modelo de divulgación mas tradicional enraizado en el paradigma ilustrado, en el que la transmisión de los conocimientos especificados se producía de forma unidireccional y jerárquica, del sabio a los ignorantes. Esta perspectiva defendía una idea del conocimiento, y en particular de la ciencia, como saber monolítico, objetivo y especializado. De este modo modelo surgía la diferenciación de alta o baja divulgación caracterizada en función la cercanía / lejanía del saber del publico con relación al divulgador.
(…) el nuevo modelo divulgativo que despunta en el siglo XXI entronca con tendencias relativamente recientes, procedentes de campos diferentes como la epistemología, la sociología de la ciencia y las teorías psicopedagógicas. Todas ellas parten del convencimiento de la construcción social del conocimiento, este encuadrado o no en el paradigma reconocido como científico, y han comportado la ruptura de los cánones que guiaban la concepción de la ciencia y, por extensión, de su divulgación. La diversidad de sistemas de conocimiento, la relatividad del saber científico, y el carácter político y social de la producción y gestión del saber dibujan así un nuevo panorama de relación entre la comunidad académica y la no académica (Latour 1992). Junto a ello, y desde la década de los 60 del pasado siglo XX, ha ido creciendo el convencimiento de la necesidad de control social de la ciencia mediante la creación de mecanismos que permitieran a la ciudadanía adoptar posturas criticas, no solo en cuanto a los productos de la investigación sino a los mecanismos que los generan.
(…), la arqueología se ha imbuido tangencialmente de esa reformulación de la relación ciencia-sociedad, buscando formulas para dejar de ser un ámbito de conocimiento erudito y pasar a convertirse en ciencia aplicada, aunque quizás la arqueología este empezando a construir la casa,… pero empezando por el tejado. Son crecientes las propuestas educativas, las presentaciones de yacimientos o la presencia de productos audiovisuales de mayor calidad técnica, pero no se ha redefinido, al menos de forma explicita, como ha de influir en nuestras líneas de investigación. La equiparación que potencialmente podría darse entre el patrimonio natural y el histórico/arqueológico esta lejos de conformar una realidad de implantación social, y los movimientos en defensa de elementos patrimoniales se deben, en general, a una catalogación de lo valioso ajena a la ciudadanía y procedente exclusivamente de círculos académicos.
En los últimos años, sin embargo, se han emprendido diferentes proyectos bajo el paraguas de la denominada community archaeology en el ámbito anglosajón (Schackel y Chambers 2004), en los que se ha prestado una atención preferencial al estudio y preservación de patrimonio arqueológico de dos tipos de colectivos: los grupos indígenas americanos y australianos y los descendientes de la población esclava norteamericana.
¿Una arqueología de las mujeres?
(…) En un trabajo de 1998, la antropóloga Janet Hoskins analizaba la relación entre las personas y sus posesiones y, en particular, el modo mediante el cual tanto hombres como mujeres prefieren y eligen explicar sus historias de vida utilizando un objeto cotidiano como eje en torno al cual articular su narración. Este estudio apunta hacia otro aspecto, igualmente relevante igualmente arqueológico, a partir del cual construir redes de complicidad. Ya algunos años antes, Janet Spector (1991), mediante el relato elAborado sobre un punzón decorado hallado en el yacimiento de dakota de Little Rapids, había realizado un ejercicio de reenfocar la noción de significación histórica del material arqueológico hacia los objetos del cada dia y de cada persona situando el criterio de relevancia en las historias de vida individuales.
Este enfoque microhistórico o cualitativo-biográfico esta presente y se va afianzando en gran parte de los enfoques feministas o de género en las ciencias sociales (ver, por ejemplo, Baylina (1997) para la geografía, Zemon -Davies (1998), para la historia o del Valle (2000) para la antropología social). Sin embargo su expresión en la investigación exclusivamente arqueológica, sin el soporte de informaciones orales o documentales complementarias, tal como ha ensayado Ruth Tringham (1991), resulta más problemático a pesar de estar fundamentado en las sugerencias materiales del registro.
Ciertamente nadie puede negar el poder evocador de los objetos, creadores de y por seres humanos individuales y concretos y nadie, tampoco, debería considerar ilegítimo
presentarlos en su calidad de recuerdos de vivencias en vez de o junto a su calidad de apoyos materiales a una determinada lectura socio-económica, cuyo entramado se nos escapa tanto o más que el recorrido vital de los seres que los manejaron. Imaginar el pasado es, repito, legítimo, pero su legitimidad no tiene por qué limitarse al estrecho mundo académico sino que puede hacerse extensivo a todas aquellas que encuentran en la evocación un referente para, como decía Carmen Martín Gaite, “contarse un cuento”.
Quizás la arqueología prehistórica se reduzca solo (¡!) a eso: ajustar la escenografía de unas tramas vitales que desconocemos, pero que a mayor rigor y detalle, mayor poder sugeridor.
(…) La necesidad, creo que ya imperiosa, de entender y desarrollar nuestra lAbor fuera o más allá de los límites cronológicos, ontológicos y epistemológicos que nos marca nuestra tradición profesional, parece indicar que haya llegado el momento de dar la vuelta a la tortilla arqueológica y plantear la posibilidad de investigar también la vida de nuestras madres coraje en un proceso de comunicación mútua. Quizás la tarea de (re)conocer la vida vivida y su texto haya que iniciarlo, no en el pasado lejano, sino en el más inmediato.
Como proponen Janet Hoskins o como algunas museógrafas feministas han puesto en practica (Devonshire y Wood 1996), la palabra de memoria y de autorreconocimiento se enuncia en relación a los objetos, el devenir del tiempo se periodiza en expresiones materiales. Quizás, y en palabras de Luisa Muraro, la medición primera y necesaria es la que hace concordar las palabras con las cosas.
Paloma González Marcén
Departamento de Prehistoria, Universidad autónoma de Barcelona.
Para la bibliografía compraros el libro que vale la pena.
Paloma González Marcén, Redes de complicidades y objetos vividos pp 491-499 en Margarita Sánchez Romero (ed.), Arqueología y género, Universidad de Granada, Granada 2005 (15 euros).
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