Autor: A.M.Canto
lunes, 22 de enero de 2007
Sección: Noticias
Información publicada por: A.M.Canto
Mostrado 66.726 veces.
ESTRABÓN A LOS ESPAÑOLES DEL AÑO 2005
A la vista del debate surgido últimamente en toda España, y más concretamente aquí (en el foro “Ibarradas”), a propósito de los enfrentamientos verbales entre políticos extremeños, andaluces, vascos, catalanes, castellanos, baleares y de los demás pueblos de esta vieja piel de toro, agraviados como de costumbre, me ha parecido oportuno recordar un dictamen sobre nosotros del geógrafo griego Estrabón de Amasía, que escribió en Roma, entre las épocas de Augusto y Tiberio, una descripción del mundo.
A la vista del debate surgido últimamente en toda España, y más concretamente aquí (en el foro “Ibarradas”), a propósito de los enfrentamientos verbales entre políticos extremeños, andaluces, vascos, catalanes, castellanos, baleares y de los demás pueblos de esta vieja piel de toro, agraviados como de costumbre, siempre desmemoriados del pasado y de los peligros de calentarse la boca cuando llega el verano, y más preocupados de sacudirse entre ellos que de unirnos para ser algo fuerte dentro de Europa, me ha parecido oportuno recordar este dictamen del geógrafo griego Estrabón de Amasía, que escribió en Roma, entre las épocas de Augusto y Tiberio, una descripción del mundo. En su libro III, dedicado a Iberia, capítulo 4, parágrafo 5, decía esto de nosotros:
”En realidad, podría pensarse que la causa de las expediciones coloniales de los griegos hacia los países bárbaros fuera el hecho de que los griegos estaban divididos en pequeñas regiones y soberanías que, por la pasión de su autosuficiencia, no querían tratos con las demás; y, por culpa de ello, tenían menos fuerza frente a los invasores que venían de fuera.
Este mismo afán de independencia, creo yo, se da con particular intensidad entre los hispanos, ya que por naturaleza tienen las dos características de la bribonería y la hipocresía. Por sus modos de vida se convirtieron en agresivos y ladrones, uniéndose sólo para pequeños objetivos, sin arrojarse nunca a grandes empresas, porque se niegan a formar una gran potencia ni a confederarse.
Es seguro que, si ellos hubieran querido formar como un escudo unos con otros, en primer lugar no hubiera sido posible para los Cartagineses vencerles y subyugar a la mayoría de su país con la superioridad de su ejército. O, todavía más atrás, que los fenicios consiguieran lo mismo, y después de éstos aquellos Celtas que ahora se llaman Celtíberos y Berones. Ni, en segundo lugar, en tiempos más recientes, haber caído en manos del bandido Viriato, en las de Sertorio, y en las de cualquier pueblo que quisiera codiciar su territorio. Los mismos romanos, desde que llevan la guerra contra los hispanos por sectores, atacando cada región por separado, gastaron bastante tiempo en dominar esto, venciendo primero a una tribu y luego a otra hasta que, aunque han pasado doscientos años o algo más, ya los tienen a todos bajo su control.”
Hasta aquí Estrabón, y no es moco de pavo lo que cuenta de nosotros. Pero, si se me permite, voy a terminar el listado de invasiones que él empezó. Porque, naturalmente, Estrabón no llegó a saber que los Romanos se quedaron aquí casi cuatro siglos más, y que después de ellos, y con relativa facilidad, también invadieron la Península (y, como suele decirse, “hasta la cocina”) varios grupos de bárbaros centroeuropeos: Suevos, Vándalos, Alanos y, finalmente, los Visigodos. Luego llegaron los Bizantinos, aunque tuvieron que conformarse con un buen mordisco en el sureste. Poco después nos invadieron también los musulmanes, éstos invitados merced a las disensiones internas godas. Vistas las cuales, y la poca resistencia de los ibéricos mismos, que casi les veían como liberadores, aprovecharon para pasar en mayores cantidades y quedarse, y en total más tiempo que los romanos: Primero los Árabes de Damasco, con los Bereberes norteafricanos, luego, fatalmente divididos los anteriores en las consabidas y malquistadas Taifas independientes, dieron lugar a la invasión de los Almorávides, seguidos de los Almohades. A mitad de esta época, en 1139, los futuros portugueses se separaron de Castilla para siempre (exceptuando el llamado “intermedio filipino”, ganado por Felipe II con no muy buenas mañas, pero efímero).
Terminada la Reconquista cristiana, el aspecto de la Península Ibérica era otra vez, como en los tiempos de Estrabón, el de un mosaico de reinos independientes, con sus propias Cortes, Leyes, Fueros, aduanas, monedas, pesas y medidas. Lejos de querer mantener una unidad real bajo una única dinastía española, se sepultó la voluntad de Isabel la Católica encerrando durante casi medio siglo a la última y legítima Trastámara castellana, a manos de su padre y de su propio hijo, en el inhumano exilio de Tordesillas. De esta forma, todos los españoles cayeron en manos de una dinastía extranjera, austríaca, los Habsburg (1516-1700), que rigieron un Imperio sin emperador y empobrecieron a España obligándola a financiar todos sus conflictos europeos, y desviando hacia Europa muchas de las riquezas que venían de América . A ésta, y tras las correspondientes guerras fratricidas, sucedió otra dinastía extranjera, esta vez francesa, los Bourbon (1700-2005), de mayor éxito pues, pese a haber sido expulsada tres veces de España, y de haber sido interrumpida por breves repúblicas y algo menos breves dictaduras, siempre ha conseguido regresar en olor de multitudes.
Parecería que esta España bajo las dinastías foráneas era una unidad. Pero, curiosamente, estos monarcas siempre lo fueron Hispaniarum, esto es, “de las Españas”, e impresiona leer la titulatura oficial de cualquiera de ellos, más o menos así (omito los títulos no españoles): “Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias; Príncipe de Asturias y de Gerona; Conde de Barcelona; Señor de Vizcaya y de Molina...” Eran reyes, pues, de 14 reinos, 2 principados, 1 condado y 2 señoríos (donde el lector no dejará de observar que suman casi lo mismo que las actuales CCAA... lo que no puede ser simple casualidad, aunque reajustemos algunos de los nombres).
A comienzos del XIX se documenta un solitario esfuerzo de unión para echar de España a Napoléon Bonaparte y su juicioso hermano José, pero sólo para volver a caer de nuevo en el Absolutismo, la Inquisición y el retraso. Este esfuerzo tuvo el efecto perverso de abrir heridas internas de grueso calibre, de las que fueron víctimas los españoles "afrancesados", que casualmente eran los progresistas de la época y nos hubieran llevado mucho antes a un sistema democrático. La fatal tendencia a la división interna de los españoles, ya constatada por Estrabón, perduró a través de los tiempos, generando distintas guerras fratricidas de largas y prolongadas consecuencias, desde las carlistas a la civil de 1936. El bellísimo cementerio “Père Lachaise” de París tiene incluso un “Barrio de los Españoles”: de españoles que también amaron mucho a su patria pero a los que no se dejó siquiera poder morir en ella. No creo que haya ninguna nación europea que se haya matado y exiliado tanto a sí misma como la española.
Ante este brevísimo resumen de nuestra Historia (que he procurado ajustar pero es lógicamente matizable), no hay más remedio que recordar al viejo Estrabón, muerto en Roma poco después de comenzado el reinado de Tiberio, hacia el 20 d.C. Y no necesitó venir a la Península para escribir lo que escribió sobre ella, pues era algo sabido y se podía leer en las ricas bibliotecas de la Urbs.
Sabemos que somos variados y diferentes (hasta quizá no tanto como se cree), pero ya va siendo hora de sentarse y encontrar una fórmula definitiva de convivencia que nos satisfaga a todos y evite de una vez a nuestros hijos y nietos el verse siempre ante el mismo fatal destino.
A la vista de cómo está evolucionando últimamente el escenario político español, hay que decir que nosotros, los ciudadanos, los que pagamos todo el chiringuito nacional y político español, unos con sudor y otros con lágrimas, estamos entre nosotros, de una a otra región, mucho más cerca de esa deseada unidad que nos haría por fin fuertes; y lo tenemos más claro que la mayoría de los políticos que, muchas veces por desgracia, nos gobiernan y dicen representar nuestra opinión. Queremos que se rompa esta penosa y demasiado larga historia de desencuentros, y nos gustaría, unidos en la diversidad que históricamente está claro que nos caracteriza, poder acometer las grandes empresas de las que Estrabón pensaba que no éramos capaces. Queremos prosperar todos sin enfrentarnos, y que a cada uno se le reconozca lo suyo, para que cada uno pueda reconocer en paz lo de los demás. Y así formar algo grande con lo grande que hay en todos.
Alicia Mª Canto
Universidad Autónoma de Madrid
para Celtiberia.net - 7 de mayo de 2005
Comentarios
Pulsa este icono si opinas que la información está fuera de lugar, no tiene rigor o es de nulo interés.
Tu único clic no la borarrá, pero contribuirá a que la sabiduría del grupo pueda funcionar correctamente.
Si te registras como usuario, podrás añadir comentarios a este artículo.
A.M.Canto: excelente artículo. No tengo palabras para expresar cuan de acuerdo estoy.
Aunque no quiero ser negativo, veo un futuro complicado. El localismo (la palabra nacionalismo me parece demasiado pretensiosa para definirlo) es un negocio en expansión.
Mis más sinceras disculpas a A.M.Canto, y al resto de lectores, por mi comentario.
Esto me enseñará a no fiarme de desconocidos, aunque sean miembros de la RAE o similares.
Decía José Manuel de Pablos, Catedrático de Periodismo de La Laguna:
" Ser recibido alguien en loor está mejor dicho, porque loor significa en el uso correcto de la lengua española actual y de siempre elogio o alabanza, de ahí la voz "loa". El término procede del latín "laudare", alabar, "dar por buena una cosa". Lo que sucede es que de "loor" se pudo haber pasado a "olor" por personas que tuvieran dificultades para la lectura o que les sonaba extraña la voz "loor": acabaron así mostrando uno de los que bien pueden ser de los mayores disparates que haya tenido que soportar el idioma cervantino. O sea, algo que hoy debería evitar el periodista.
Cuando un día le planteé esta cuestión a don Fernando Lázaro, me contestó que no había contraste histórico en textos clásicos de la alteración del supuesto "loor" originario por el repelente "olor" actual. No es causa suficiente para el mantenimiento del "olor" por "loor". Por eso es de alabar que de vez en cuando uno encuentre la misma idea en un texto periodístico y en vez de hacer una basta referencia al producto de las glándulas sudoríferas de mucha gente apiñada que recibe apretujada a alguien digno de elogio y loa, dice sencillamente que ese recibimiento es en loor, aunque también haya olor, pero esa ordinariez, ¿qué necesidad hay de decirla, de recordarla? ".
Creo que he sido engañado, así que...los azotes dádmelos flojitos.
Después de todo, lo importante es el artículo, que para mí ha sido doblemente didáctico.
Saludos
La verdad es que estoy aburrido y lo que voy a decir si le molesta a alguien, lo lamento, es libre de contestarme, pero lo siento asi:
España es un país provinciano.
Cada región mira su propio ombiligo, y cree que por tener algunas características singulares que la diferencian de otras, debe declararse ser una nación independiente blablabla. Aburre.
Aburre que Ibarretxe, Maragall, Carod Rovira, y Cía ocupen el 70% del espacio en los medios informativos siendo que representan a cuanta gente? el 20% de España?
Aburre escuchar a duran i lleida hablar de "patriotas catalanes", o sandeces del estilo.
De gobernar quien se acuerda? De mejorar el sistema para que como decia A.M.Canto, elegir representantes por distritos en lugar de listas quien se preocupa? De evitar la deslocalización de la industria? de mejorar el mediocre sistema educativo? Nadie. Eso no llama la atención de nadie. Mejor enfrascarnos en discusiones bizantinas si el català es diferente del valencià, o "si no nos dan esto, entonces independencia" o estupideces del estilo.
Gobernar de momento es menos negocio que sembrar la discordia y cada político barre para su casa, para hacer su agosto y para eso se aprovechan del provincianismo español.
España debería ser una república federal, sin rey ni familia real, ni parásitos del estado similares. Un país donde un niño de madrid aprenda lo básico de gallego, catalán y euskera (al igual que estos aprenden castellano). Donde Madrid sea distrito federal. Donde el senado cumpla su función. Donde la solidaridad no se discuta porque es un principio constitucional. En síntesis, un país donde nos sintamos orgullosos de pertenecer a él por su tolerancia, respeto por las singularidades y grado de desarrollo democrático. Mientras esto no exista los regionalismos camparan a sus anchas.
De momento parece dar más rédito político montar unos reinos de taifas que gobernar en serio y sinceramente nos iría mejor a todos si guardásemos el traje típico en el armario.
Hay 3 comentarios.
1