Autor: J.I. GARAY
jueves, 21 de octubre de 2004
Sección: Artículos generales
Información publicada por: paco


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CARTAGO, CARTAGINESES y LA PENINSULA IBÉRICA HASTA EL 237 A.c.

Debate historiográfico sobre la presencia cartaginesa en la Peninsula

En el Mediterráneo occidental del siglo VI a.C. nos encontramos con una serie de cambios que tendrán su origen en la expansión llevada a cabo por los grandes imperios en las costas orientales. Hasta estas fechas el mundo fenicio, y concretamente la ciudad de Tiro, había mantenido una clara hegemonía sobre las rutas comerciales que unían el oeste con el este, formando una red comercial en base a la consecución del estaño y la plata, que les unía con el mundo indígena de Occidente. Se puede hablar de la existencia de una colonización fenicia en Occidente que, a diferencia de la griega, no tiene aspectos de una conquista territorial y sus objetivos son meramente comerciales . Asirios y neobabilonios hicieron que el dominio fenicio se derrumbase. El espacio de tiempo comprendido entre los siglos VI- III a.C. coincide con el período en el que Cartago asume gradual o militarmente el dominio de los viejos territorios de control de población fenicia occidental puesto que, la herencia de Tiro, puso en manos cartaginesas todo su poder comercial en occidente .
Si Cartago realmente heredó los territorios de Tiro, es únicamente una cuestión de lenguaje, algo que resultará imposible de averiguar por los problemas intrínsecos y extrínsecos de las fuentes. Tenemos así que García y Bellido dice que la decadencia de Tiro fue suplida por el auge de una de sus colonias más jóvenes (Cartago) ; Ruiz Mata defiende que dicha herencia se produce en el momento en que Tiro comienza a sufrir las consecuencias de la presión de los imperios del este ; Decret opina que hasta el Segundo Tratado Romano Cartaginés (348 a.C.) Cartago no se convierte en la verdadera heredera de Tiro y González Wagner afirma, mucho más moderadamente, que la decadencia de la actuación fenicia en occidente es simplemente aprovechada por Cartago .
Si las fuentes son la base de todos los estudios históricos, dado que ellas transmiten por sí solas multitud de datos (aunque siempre haya que confiar en la fidelidad del autor) que la información extraída de un sustrato arqueológico no puede recoger (dado que con él, en muchos casos, solo se puede sospechar), hablar de Cartago en base a las fuentes plantea varios problemas: en primer lugar el hecho que las fuentes directas son prácticamente nulas, mientras que las indirectas, procedentes de autores extranjeros griegos y romanos son las únicas existentes ; además estas fuentes indirectas no se centran nunca en el mundo cartaginés de los siglos VI-IV a.C., por lo que cualquier estudio contemporáneo debe centrarse en las escasas referencias sueltas que poseemos, generalmente escritas en otro contexto. Hay que sumar a esta dificultad el hecho de que los clásicos que recogen los únicos testimonios que posemos, como ajenos a la cultura de la que hablan, suelen recurrir a términos de su propia lengua para designar instituciones específicas de Cartago que no se identificaban con las del mundo grecorromano. Otro problema consiste en que estos autores ofrecen una descripción de su organización político-social válida para toda su historia, como si desde su origen hasta su destrucción no hubiese variado, como si no hubiese conocido una evolución política a lo largo de su historia . Cabe añadir un último inconveniente que presentan las fuentes, puesto que hay que tener en cuenta que los historiadores tratan de hacer una historia oficial y por eso suelen presentar a los cartagineses como un pueblo hostil, ambicioso de los territorios griegos, llegando a utilizar el término bárbaro para designarlos . Heródoto es el primer autor que los tacha como tales .
Desde finales del siglo IX a.C., Tiro había caído en el vasallaje de Asiria, a cuyos reyes pagaba tributo. A finales del siglo VII y comienzos del VI sufrió una serie de asedios que terminaron haciendo de ella una nueva provincia asiria en el 668 a.C., atribuyéndose sus posesiones y declarando súbditos a sus habitantes . Tal vez fuese, como afirma García y Bellido esta situación la que pusiese a Cartago en trance de valerse por sí misma . Más tarde, el sitio de Nabucodonosor provocó la ruina total de Tiro . Su caída, unida al advenimiento de los magónidas en Cartago, supuso que las ciudades de la Fenicia occidental perdiesen el apoyo de las ciudades fenicias de oriente y que de esta forma Cartago, bien por herencia, bien por accidente, comenzase su expansionismo militar interviniendo en los territorios de marcada influencia fenicia .
La amenaza que Ciro suponía para la Fócide hizo que sus habitantes huyesen a Alalia . Este hecho provocó el acentuamiento de la rivalidad con los cartagineses, quienes codiciaban el dominio de Córcega y Cerdeña para lograr la hegemonía del Mediterráneo. De esta forma, con la ayuda de sus aliados estruscos, los cartagineses enfrentan una de sus escuadras a los griegos produciéndose la batalla de Alalia (535 a.C.) en la que a pesar de vencer los propios foceos, queda desarbolada su escuadra por lo que se ven obligados a evacuar la colonia y refugiarse en Regio (Calabria) . No parece que la derrota de los griegos supusiera un grave trastorno económico porque este hecho trae como consecuencia principal que Marsella herede los dominios foceos, convirtiéndose en metrópoli de sus hermanas, dando comienzo su periodo de auge. Sin embargo, de momento, la coyuntura se hace favorable a los cartagineses . A pesar de eso hay autores como García y Bellido que opinan que la derrota debió repercutir en el desprestigio de los propios cartagineses ante los pueblos ribereños del Mediterráneo occidental. El 535 a.C. marca la fecha cúspide del comercio púnico en el Mediterráneo y, según Blázquez, es el momento en el que Cartago recibe de la Fócide la talasocracia mediterránea .
Tras Alalia, los etruscos, productores de hierro en torno a la isla de Elba, fijan sus dominios desde los Alpes hasta la Campania, mientras que para los cartagineses quedaba una amplia zona del Mediterráneo occidental que debía incluir el SE peninsular. No se sabe bien la significación y alcance político de la batalla, pero los restos arqueológicos sugieren que es a mediados del siglo VI a.C. cuando comienza a vislumbrarse las primeras manifestaciones de signo cartaginés en las costas peninsulares . Sin embargo, tras un período de esplendor comienza su declive después de su derrota en Cumas (474 a.C.) ante Siracusa, en la cual se deshizo su poder marítimo y tras la cual se helaron las relaciones entre cartagineses y etruscos, dado que como los siracusanos habían accedido a la isla de Elba y a su producción de hierro, los etruscos ya no tenían ninguna cosa que ofrecer a los cartagineses . Veyes (396 a.C.) y la invasión celta de comienzos del siglo IV a.C. no hacen más que remarcar este hecho. Los masaliotas, mientras tanto, librados de la invasión celta, retoman su vieja tradición de expansión en Hispania, franqueando el cabo de la Nao, que marcaba la frontera tradicional del dominio marítimo púnico .
El por qué de estos enfrentamientos que recogen las fuentes con tanta insistencia es una de las claves para comprender, ya no solo el mundo antiguo en estas fechas, sino la visión que actualmente se tiene sobre unos hechos del pasado de los que las fuentes nos dicen tantas y a la vez tan pocas cosas. Por eso, si existió o no un enfrentamiento continuo entre cartagineses y griegos es uno de los principales debates historiográficos que me interesa resaltar en estas lineas. Para solucionar de un golpe este problema han aparecido dos opiniones contradictorias en la historiografía actual: la que defiende la existencia de un enfrentamiento entre cartagineses y foceos y la que niega un enfrentamiento indiscriminado entre las dos potencias. Ambas giran sus razonamientos en torno a dos pasajes de Estrabón y Justino , autores, en mi opinión, que a pesar de contar con unas fuentes más o menos fidedignas, son demasiado tardíos como para comprender el alcance de los hechos y transmitirlos a la historiografía actual con extrema fidelidad.
Ofreciendo muy someramente la opinión de los diferentes autores, vemos como María Eugenia Aubet es partidaria de la existencia de una política cartaginesa antigriega entre los siglos VI y V a.C. , al igual que Sabatino Moscati, defensor de la existencia de una larga enemistad entre ellas, puesto que en torno al 600 a.C. los cartagineses luchan en vano para impedir a los griegos focenses la fundación de Marsella; según el mismo autor, este hecho refleja el desafortunado empeño cartaginés en el área mediterránea, marcando la premisa tanto de una larga enemistad con los griegos, como el de una alianza paralela con los etruscos que se enfrentan a los griegos en la zona del Tirreno . García y Bellido hace también referencia al hecho de la oposición por parte de Cartago a la expansión focea por la zona. Complementa esta tesis diciendo que a pesar que los foceos llegaron a Córcega, Provenza y Cataluña, no hay señales de una actividad semejante en Andalucía o Sureste, debiéndose suponer por ello que Cartago llevó con éxito su empresa (opinión de la que cabe deducir que la Península podía estar más o menos influida por Cartago, pero su presencia quedaba afirmada, hecho que desemboca en otro problema al que aludiré más tarde). El mismo Demerliac dice que los masaliotas retomaron la lucha contra los cartagineses , por lo que supone un largo enfrentamiento anterior.
Es preciso señalar que el enfoque por parte de la historiografía contemporánea de un enfrentamiento griego-cartaginés , ha generado la visión de dos bloques enfrentados por el comercio, y ha ofrecido, como solución por parte cartaginesa para evitar el comercio foceo en la zona, el bloqueo del estrecho de Gibraltar, fundando, para poder someterlo a un control más estricto, las bases navales de Algeciras, así como las colonias de Málaga, Almuñécar, Adra y Villaricos , atacando con su marina a los temerarios que se acercasen a las costas prohibidas .
Sin embargo no solo culpan a la expansión focea como causa del enfrentamiento, sino que también ven como un posible origen de los choques armados entre ambas potencias la ocupación de Ibiza por parte de Cartago al convertirla en su primera colonia (654 a.C.) . Ibiza estaba situada en medio de las rutas comerciales griegas, las cuales, siguiendo los planteamientos que defienden el enfrentamiento, quedaban cerradas por los cartagineses con la ocupación de la isla al formar el triángulo comercial Cádiz-Ibiza-(Cerdeña y Sicilia) , y limitadas a la zona de Marsella, Alalia y Ampurias . El hecho de pensar que Ampurias hubiese estado en la órbita comercial previa a la ocupación cartaginesa deriva del topónimo de la isla (Pitiusa), relacionado con otros topónimos rodios, cosa que de ser así decidiría el hecho de que los nombres griegos de las islas de Ibiza y Formentera fuesen más antiguos que el propio establecimiento cartaginés . El propio González Wagner afirma que Ibiza se ha interpretado como un cierre del comercio griego al sur, lo cual lleva implícito la existencia de un conflicto que poco después se encarga de desmentir .
González Wagner, basándose en las diferencias y similitudes de los estratos comerciales de Marsella, Ibiza y Ampurias, niega el enfrentamiento sistemático de foceos y cartagineses, y defiende que coincidiendo con la caida de Marsella se produjo el esplendor de Ampurias. Esta colonia, hermana de la anterior, presenta un panorama arqueológico opuesto al de Marsella puesto que no posee cerámica jonia ni focense, mientras que las cerámicas áticas importadas que le faltan a Marsella, y que están en relación con las aparecidas en Ibiza, son abundantes; otro hecho diferenciador lo constituye la aparición de materiales púnicos en la necrópolis de Ampurias ; además, la influencia púnica queda demostrada en la moneda ampuritana de "caballo parado" con la cabeza de "Arethusa" introducida por los púnicos . Los contactos entre Ampurias e Ibiza son tan evidentes, que en opinión de González Wagner se excluye toda posibilidad de la existencia de dos bloques comerciales cerrados . Esta presencia de cerámica griega no es, según Tarradell, un fenómeno específico de la isla, sino que corresponde al panorama general del Mediterráneo, donde se produjo una verdadera invasión comercial de las producciones griegas. Sin embargo cabe establecer el matiz del papel de Ibiza como centro distribuidor de esta cerámica por la Península Ibérica, incluida Ampurias. Finalmente, la existencia de enfrentamientos entre masaliotas y cartagineses antes comentada es reducida por González Wagner a un mero enfrentamiento entre los piratas masaliotas que atacaban los barcos púnicos y los caratagineses de Ibiza que se defendían de ellos en el siglo VI a.C. . González Wagner niega, además, la existencia de un bloqueo comercial porque además de las dificultades técnicas que conllevaba, queda desmentido por la arqueología, a no ser que se caiga en lo que él denomina "simplismo" de considerar todas las importaciones griegas producto de comerciantes púnicos. De esta forma, descarta la política de monopolios . Debió existir un control al acceso de los puertos por parte de Cartago, pero ello no implica la necesidad de hablar de un bloqueo púnico al enemigo heleno como se ha visto que demuestran las relaciones entre Ibiza y Ampurias . Un ejemplo claro en este sentido es el hecho que el explorador masaliota Pitheas franquease las Columnas de Hércules en el siglo III a.C. en un momento en que, según el II Tratado Romano-Cartaginés, las costas situadas al sur de Mastia Tarseion pertenecían al monopolio cartaginés .
Hablar de un enfrentamiento discriminado o indiscriminado no permite al historiador salir de una discusión sobre el lenguaje. Quedan, de esta forma, como únicos hechos ciertos (si es que no se pretende dudar de ellos) los que recogen las fuentes: los enfrentamientos de Alalia e Himera , y otros similares en Sicilia, como por ejemplo el de Akragas y que los cartagineses utilizaron mercenarios de tierras que no se han considerado sujetas a la influencia púnica, así como de otros territorios en los que se documenta su hegemonía . Todo lo demás no deja de ser especulaciones y teorías elaboradas en base a los datos arqueológicos.
Efectivamente, a partir del siglo VI a.C. todos estos hechos se plasmarán en la cultura material de los centros fenicios de Sicilia y Cerdeña, así como en los de Ibiza y la Península Ibérica, en los que aparecerá un cambio importante: la sustitución de la incineración, típica del ritual funerario fenicio, por la inhumación , propia de la cultura púnica, así como por la introducción de un conjunto de piezas como terracotas, máscaras, navajas de afeitar y cascarones de huevo de avestruz de indudable carácter cartaginés , que constituyen los fósiles detectores por los que podemos descubrir los influjos procedentes de Cartago. No obstante, estas manifestaciones, que con claridad se advierten en Sicilia, Cerdeña e Ibiza son menos transparentes en la Península Ibérica, tal vez debido a la fuerte cultura orientalizante en este ámbito . De todo este panorama arqueológico se puede deducir que se ha produdo un cambio generalizado, producto de los acontecimientos del Mediterráneo, lo suficientemente fuerte como para poder hablar de un cambio a nivel general en las influencias y contactos culturales en el Mediterráneo, y en concreto en la Península.
Polibio es el bastión sobre el que se ha apoyado la mayoría de los autores que defienden, mediente las fuentes, la presencia de cartagineses en la Península Ibérica: en primer lugar por sus dos pasajes sobre los tratados entre Cartago y Roma para regular el comercio en el Mediterráneo, y en segundo por exponer implícitamente (según algunos autores como ahora se verá) el regreso de los Cartagineses a la Península Ibérica con el advenimiento de los Bárcidas, es decir, defiende la tesis de una presencia cartaginesa en la Península anterior a la llegada de Amílcar Barca.
Debido a la brevedad de su exposición, trataré este segundo pasaje en primer lugar. Tras exponer los preparativos de Amílcar para dirigirse con su ejército a la Península, dice que ...atravesó las columnas de Hércules con su hijo, que solo tenía nueve años de edad, y recobró para los cartagineses el dominio de la Península . Muchos historiadores, fijándose en el término "recobró", han especulado sobre la posesión con anterioridad de la Península Ibérica por parte de los cartagineses, diciendo que la llegada de los Bárcidas supuso el restablecimiento de unos intereses perdidos .
Sin embargo, la cuestión que ha generado una mayor polémica es la referente a los tratados. El primero es datado por Polibio en el 509 a.C. . En él se fija como límite al comercio el Kalón Akroterion , y se prohibe a los romanos dirigirse al oeste de Sicilia . El hecho de que el tratado no haga referencia a la Península Ibérica es resuelto por García y Bellido diciendo que es posible suponer la existencia de una claúsula que el historiador Polibio no transcribiese o simplemente que tuviese un error de expresión, y que cuando dijo "más allá del Kalon Akroterion" tal vez no pretendiese decir más al sur de..., sino más al oeste de... . Sin embargo, a pesar de todas las responsabilidades que se traten de justificar, el hecho es que en realidad, la Península Ibérica no aparece mencionada en el tratado a pesar de todo el mercado que habían creado en el sur los fenicios.
En el 348 a.C. se firma un segundo tratado entre Roma y Cartago que resultaba más beneficioso para Cartago que el anterior ya que impedía a Roma el tránsito por el norte de Africa y sobre todo a través de la costa española comprendida desde Mastia Tarseion hasta Huelva, la zona que podía ofrecer más incentivos comerciales , es decir, la zona de la tradicional influencia fenicia. González Wagner afirma que el hecho de que el primer tratado no haga mención a la Península y el segundo sí lo haga, no descarta la presencia púnica en la fecha del primer tratado en la Península Ibérica, aunque como sigue afirmando, esta presencia será segura a partir de las primeras fuentes del siglo IV a.C., con el Periplo de Pseudo Scylax, Eforo, y la Ora Marítima . Defiende además que las diferencias entre ambos tratados estriban en primer lugar, en que durante el siglo IV a.C. los cartagineses han establecido contacto con los núcleos indígenas del sudeste peninsular, y en segundo lugar supone que cuando Polibio menciona en el primer tratado la prohibición de atravesar el Kalon Akroterion, solo se refiere a los barcos de guerra romanos, a diferencia del segundo, que hace referencia expresa a los barcos comerciantes, piratas y con intereses colonizadores. Por ello, mientras en el siglo VI a.C. Cartago no se encontraba en condiciones de definir las condiciones de los puertos con los que comerciaba, a mediados del siglo IV a.C., como potencia mediterránea, con unos intereses recogidos en el segundo tratado en Sicilia, Africa, Cerdeña y la Península Ibérica hasta Mastia de Tarsis, estableció tratados con otras potencias "iguales" que le permitieron actuar indirectamente en los puestos de comercio del territorio indígena. En ellos se puede englobar este segundo tratado del 348 a.C.
Cabe deducir que en el siglo V a.C. se produce el cambio necesario por el que Cartago se convierte en una potencia y en la verdadera heredera de Tiro . Si con este hecho suplanta, como defiende Ana María Muñoz, a las colonias griegas del SE es un tema sobre el que no entraré, pues no es la intención del artículo. Pretendo limitarme a exponer su opinión por estar en clara oposición a la defendida por González Wagner según el cual, los tratados comerciales que suponen el establecimiento del círculo comercial cartaginés en la Península Ibérica no suponen ni una conquista territorial ni un cierre de los mercados a las actividades de los griegos, ni una merma de la autonomía de los establecimientos fenicios que, como Cádiz, la conservaron hasta el período Bárcida (cabe recordar que este mismo autor ya había defendido la inexistencia de un conflicto entre griegos y cartagineses, desviando nuestra atención sobre las escaramuzas contra los piratas masaliotas, por lo que esta opinión mantiene la defensa de su tesis coherentemente). Podemos deducir que el comercio griego y cartaginés en Occidente fueron desarrollados de forma independiente, por lo que si se desemboca en este punto, no cabe ningún conflicto.
Otra teoría bastante sugerente que nos ofrece Ana María Muñoz en relación con el tratado del 348 a.C., que empalma con la opinión de González Wagner y que, en cierta forma, la respalda (pues a pesar de ser anterior, utiliza argumentos recogidos por dicho autor) es la que defiende que tal tratado, además de establecer acuerdos comerciales, supone una idea de actuación común frente a un enemigo de ambos: los piratas griegos de los que ya he hablado antes .
Se puede llegar más lejos, pues a falta de documentos escritos que lo demuestren, cabe estudiar el factor económico como indicador de que la Península Ibérica se halló en el radio de intereses de Cartago a partir del siglo VI a.C. Moviéndose en el terreno de la hipótesis, François Decret afirma que los cartagineses controlaron el comercio por el litoral africano , instalando escalas que permitiesen el cabotaje de las naves a una media de 40 km. de distancia entre ellas, desde el golfo de Gabes hasta Tánger (distancia media que puede recorrer un barco en un día) . De esta forma, su influencia penetró en el interior de Africa , aunque no pueda afirmarse que la presencia cartaginesa en el litoral africano obedeciese a un interés comercial con los indígenas de la zona, ya que los indígenas no poseían objetos de interés que fuesen apreciados por los cartagineses hasta el punto de cambiarlos por productos manufacturados (no estoy haciendo mención al intercambio de productos de lujo, simplemente al intercambio en gran escala de materias primas). La prosperidad de Cartago se basaba en la importación de hierro, cobre, plomo, estaño, plata y oro. Por eso, todas las colonias del norte de Africa sólo pueden explicarse como escalas de la ruta hacia las zonas ricas de los metales que necesitaban, es decir, hacia las Casitérides, zona conocida y explotada con anterioridad por los fenicios , que contribuyó a la conversión de Cartago en la ciudad más rica del Mediterráneo occidental ; se puede hablar, de esta forma, de la riqueza minera de la Península Ibérica como foco de atracción de los pueblos comerciantes: estaño para la fabricación del bronce en Orense, norte de Portugal y Zamora , plata para el pago de los mercenarios en Cartagena ... Hasta tal punto se puede hablar de este tema que de las riquezas peninsulares pudieron haber pormado en esa época un estado de opinión semejante al formado en América, por la misma causa, en tiempos más recientes . Un breve repaso a las fuentes sirve para constatarlo . De esta forma, según Demerliac, al conseguir arrebatar los siracusanos el control de la isla de Elba, gran productora de hierro, los cartagineses debieron compensar los inconvenientes de este hecho con un aumento del rendimiento de las minas peninsulares . A pesar de ello, el propio Demerliac dice que la Península Ibérica producía poco estaño en comparación con Cornualles y las islas Casitérides, hecho que de ser cierto explicaría, no sin salir del terreno de la hipótesis, el interés de los comerciantes cartagineses, y por ende de la propia Cartago, por estrechar su relación con cualquier pueblo que estuviese en contacto con dichas regiones Atlánticas (Casitérides): Cádiz y Tartesos, dos puntos sobre los que la crítica ha divergido en relación a sus posibles contactos con Cartago a causa del estaño.
El estaño atrajo con gran fuerza a estos comerciantes, quienes vieron en Cádiz un intermediario perfecto entre las Casitérides y las zonas de distribución situadas en Oriente. Sin embargo no era ése el único atractivo de la Península en cuanto al estaño se refiere, pues como se ha dicho poseía ella misma diversos yacimientos en la zona noroccidental.
Se ha comentado ya el hecho de que no se puede demostrar arqueológica ni documentalmente la vinculación de Cartago como estado con la Península Ibérica. Sin embargo no hay que excluir por eso la presencia de ciudadanos de Cartago con anterioridad a la llegada de los Bárcidas. Mientras crecía el interés por los recursos hispanos, se dieron cuenta que no tenían puertos de comercio en la Península administrados directamente por ellos. A causa de esto, los comerciantes cartagineses (y debo recordar que cuando me refiero a los comerciantes estoy haciendo referencia a la aristocracia cartaginesa que fundaba todo su status en los beneficios del comercio) tal vez contactasen con los pueblos indígenas de la zona para convertirlos en puertos comerciales . Esta presencia puede ser avalada por el hecho de que a finales del siglo V a.C. y durante el IV a.C., Cartago se vio envuelta en la expansión africana y en las guerras de Sicilia teniendo que haber sido una época en la que su economía se hubiese venido abajo por los gastos que suponían semejantes empresas resultando, sin embargo desahogada tal vez por la sufragación de esta gesta con la plata peninsular dado que esas fechas coinciden con el momento en el que se produjo el mayor control de las minas peninsulares por parte de algunos comerciantes cartagineses . Ello afirma el hecho de que a pesar de que no existió ningún imperialismo territorial por parte de Cartago, existían unos intereses comerciales que fueron capaces de desarrollar una política de imperialismo económico que afectase a la economía del estado del que partía dicho imperialismo, es decir, de Cartago .
Hubo más riquezas en la Península que pudieron interesar a los comerciantes cartagineses como la pesca del atún, esturión, murena y escombro. Esto unido a las salinas que nunca faltaban en las cercanías de sus establecimientos o factorías, dio origen a una importante industria (en su sentido más genérico) de salazón y salpesado que pudo atraer las intenciones comerciales de algún cartaginés .
Cabe hablar por último de las ventajas que ofrecía su situación geográfica puesto que al estar abierta hacia el Atlántico era una zona protegida de la penetración extranjera por el oeste, lo que permitió a puertos como Cádiz que se constituyesen en bases excelentes para partir a zonas lejanas en busca de minerales preciosos .
Las fuentes nos documentan además otro tipo de contactos ajenos a un interés directamente comercial entre los cartagineses y los indígenas de la Península. Los primeros se producen a raiz de la participación de estos últimos como mercenarios, especialmente en las guerras greco-púnicas de Sicilia . Este hecho, documentado desde el año 480 a.C. en la Batalla de Himera, no debe inducirnos a pensar que los territorios donde se reclutaban estaban bajo el dominio cartaginés, porque la promesa del botín era lo suficientemente fuerte como para atraerlos de cualquier parte de la Península a los puntos de reclutamiento . Ello prueba, en mi opinión que Cartago no quería mantener el papel pasivo en la Península Ibérica mientras sus ciudadanos desarrollaban el activo, y que en realidad trató de beneficiarse ella misma de la riqueza peninsular. Las fuentes nos documentan exclusivamente los contactos de la metrópolis con la Península para la obtención de mercenarios. Por ello, pretender por mi parte la defensa de que Cartago como entidad política había ido más allá de esta relación me parece excesivo en estos momentos. No obstante, es una posibilidad que no cabe despreciar a causa de lo expuesto.
A partir del siglo VI a.C., Cartago comenzará a crear el tipo de imperio que más podía beneficiar a la aristocracia. Si esta clase basaba su potencial económico en el comercio, es lógico suponer que más que un extenso imperio territorial de posesiones, lo que más interesaba era la posesión de un imperio comercial. Cabe hablar, por ello, de la dualidad de posturas historiográficas respecto al tipo de imperio que se formó. Por un lado, María Eugenia Aubet y Ruiz Mata defienden la tesis referente a la existencia de un imperio dirigido desde la metrópolis . Por otro, González Wagner, opina que como parece ser que no existió un aparato administrativo imperial en Sicilia, Cerdeña o la Península Ibérica por parte de Cartago, no se puede hablar por tanto, de un imperio en el sentido de los grandes imperios territoriales asiáticos. José Manuel Roldán se manifiesta en el mismo sentido . Sin embargo, el término imperialista es lo suficientemente ambiguo como para aplicarlo a su política proteccionista en el Mediterráneo . Además, la existencia de un imperialismo directo supondría que cada ciudad que entrase en su órbita comercial abandonaría poco a poco sus particularidades, hecho que como demuestra la arqueología, no sucede . De esta forma, ofrece la alternativa de hablar por parte de Cartago de un imperialismo indirecto con un motivo principal: el empeño de la aristocracia en el expansionismo comercial . Y en esta causa se debe englobar el sometimiento de la Península Ibérica a su radio de acción.

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