Autor: Javier Torres
sábado, 31 de mayo de 2008
Sección: Antropología
Información publicada por: Javier Torres
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Exorcismo de una endemoniada en los Milagros de Amil. Moraña. Pontevedra

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Cuando al principio de los años ochenta realicé un trabajo
universitario de antropología en  Moraña
(Pontevedra), el personaje de esta historia era ya una mujer de cuarenta años,
casada y madre de dos hijos. La entrevisté mientras trabajaba en una leira bajo los efectos del abrasador sol
de agosto. Ella llevaba en la cabeza una pañoleta, y bajo ésta,  una hoja de berza que la aislaba de los
efectos del tórrido estío. Ante ella me hallaba yo con mis preguntas y mi
casete en modo grabación para recoger todas y cada una de sus palabras.

 

Lejos quedaban los tiempos en que la protagonista de este
artículo había sido de niña la famosa endemoniada
más conocida de toda  la comarca.

 

Accedió a la entrevista porque mi madrina, la persona que me llevó hasta ella, era la farmacéutica de
Moraña, amiga de mi querido primo Ramón Torres, médico de Caldas de Reis.

 

Sobre el capó de mi Seat 131 coloqué la grabadora y me
dispuse a recoger el testimonio de esta mujer. A su lado, otros paisanos
pararon la labor y descansando sus sachos,   avalaron con la aquiesciencia de su mirada el
relato que esta campesina tuvo a bien compartir conmigo.

 

Resulta que esta mujer, cuando niña, fue una de las muchas endemoniadas  exorcitadas por el legendario Don Pedro, cura
párroco de la iglesia de los Milagros de Amil, donde aún hoy en día acuden
decenas de personas aquejadas de dolencias que atribuyen a los efectos del maligno. Era Don Pedro un personaje
singular, sacerdote de fuerte carácter que decía siempre que los curas eran
figura de autoridad y que por lo tanto tenían que montar a caballo, quizás como
símbolo de su pertenencia al orden ecuestre. Capítulo aparte merece esta
celebridad local.

 

Todos los testigos aseveraban que cuando niña esta mujer, de
nombre María, comenzó a comportarse de forma tan extraña que provocaba el miedo
y respeto de su familia y vecinos. Me hizo gracia que la primera prueba que me
indicaban acerca de lo anómalo de su conducta es que comenzó a dejar de
contribuir a las labores de su casa para aportar su trabajo a los vecinos. No
ayudaba en casa y si lo hacía cooperando en los quehaceres ajenos. ¿Existe
mayor síntoma de anomalía para un labrego
galego
? Yo me sonreía interiormente pero seguí escuchando con atención
mientras mi grabadora seguía levantando testimonio del relato.

 

Cuando los padres de María iban a la huerta del vecino para
llevarla a casa, ésta huía, pero no caminando como sería de esperar, si no que
corría sobre el alambre de las vallas que separaban las lindes de las fincas,
ante el estupor de propios y extraños.

 

Los padres de María vivían en un permanente desasosiego. Un
día, estando en la casa, su madre murmuró. “ Si soubera que Don Pedro está na
igrexa, levaba a nena pra ver si él era capaz de librala do demo”
. María,
que entonces no tenía más de siete años respondió: “Está, está. O cabrón está rezando por min”. La madre palideció y
corrió a contarle a su marido lo que acaba de oír. El padre y un tío de María
la cogieron cada uno por un brazo e intentaron subir la cuesta que separaba su
casa de la iglesia. Tardaron cerca de una hora en recorrer los escasos metros
que los separaban de la ermita, porque aquellos dos recios labriegos no eran
capaces de arrastrar a la niña que se resistía a ser llevada hasta el lugar
sagrado, mostrando una fuerza sobrehumana

 

Por fin lo consiguieron y agarrando con toda su fuerza a la
posesa, llamaron a la puerta de la iglesia. Apareció Don Pedro y les dijo que
se fueran y que dejaran a la niña con él. La agarró por los pelos y la
introdujo en la iglesia. Don Pedro fue por su estola y comenzó a golpearla con ella,
con tal virulencia que derribaba los bancos de la iglesia mientras gritaba: “¿En que che o deron, en que che o deron?” (¿En
qué te lo dieron? ¿Cómo recibiste al demonio?).

 

Ante la fuerza de los golpes que le proPinaba el cura, la
pequeña niña acabó por desfallecer y cayó al suelo. Y mientras por su boca
salía una espuma como de perro rabioso, contestó “En bolo quente, en bolo quente” (En pan recién hecho).

 

Acabada la ceremonia, la niña volvió a comportarse como una
rapaciña de su edad. No volvió a mostrar la rebeldía de antaño, ni trabajo en
tierras ajenas ni mostró ningún otro síntoma de posesión. Creció normalmente, se casó y fue madre. Y
cuarenta años después, yo la entrevistaba en aquella leira de Moraña.

 

Todo esto es una pequeña muestra de la leyenda que rodea la
ermita de los Milagros de Amil.

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