Autor: Santiago González
jueves, 27 de febrero de 2003
Sección: Tradiciones y Fiestas
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Año Nuevo: 1 de Marzo

La historia del actual calendario y el lógico comienzo del año.

Definir la llegada del Año llevó miles de años

Celebrar la llegada del año nuevo es sencillo, basta con sincronizar los relojes, esperar las 12 y alzar las copas. Pero definir ese preciso instante llevó miles de años, y la tarea todavía no está completa.

Cuando los hombres se dieron a la tarea de organizar el tiempo, los puntos de referencia más evidentes fueron los movimientos cíclicos de la Luna y el Sol. Así nacieron los conceptos de día, mes y año:

• Día: lapso entre dos pasadas del Sol por el meridiano del lugar (o sea el mediodía, cuando la sombra es más corta).
• Mes: lapso entre dos lunas llenas.
• Año: lapso entre dos pasadas del Sol por un mismo punto celeste, percibidas en principio como el día más corto (o más largo), o como el ritmo de las estaciones.

Más o menos sobre estas bases se definieron los calendarios más avanzados de las distintas civilizaciones. Pero las divergencias se plantearonn cuando hubo que resolver un problema fundamental, que es la falta de correspondencia exacta entre esas unidades.

Dicho en otros términos, el año solar no contiene un número exacto de meses lunares, ni un número entero de días. Y lo mismo ocurre con el mes lunar, tampoco tiene un número entero de días. Para ponerlo en números: el año solar tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y algunos segundos más; el mes lunar tiene 27 días, 7 horas, 43 minutos, y varios segundos.

El problema era entonces cómo hacer encajar los días en los meses y los meses en los años, más o menos con la misma exactitud con que los segundos calzan en los minutos y éstos en las horas.

Aunque, entre otros, los pueblos de Oriente y de Medio Oriente encontraron sus propias soluciones (algunas de las cuales mantienen vigencia hoy en día), por presión cultural y religiosa fue el calendario occidental el que se impuso en todo el mundo como convención para que nos entendamos entre todos.

Las raíces más próximas del calendario occidental pueden buscarse en el quinto rey de Roma, el etrusco Tarquinio Priscio, quien diseñó un calendario de 12 meses, uno de 28 días (febrero), cuatro de 31 días (marzo, abril, quintilis [julio] y octubre), y siete de 29 días (enero, abril, junio, sextilis [agosto], septiembre, noviembre y diciembre. Como esto sumaba 355 días, cada dos años se agregaba un mes adicional, intercalans, que tenía 22 ó 23 días y comenzaba después del 23 de febrero.

El año comenzaba el 1 de marzo, los agregados se hacían en febrero porque era el último mes del año. Esto explica la etimología de nuestros meses actuales: septiembre, octubre, noviembre y diciembre eran efectivamente el séptimo, octavo, noveno y décimo mes del año.

La intercalación del mes adicional correspondía a los sacerdotes, que por desidia o conveniencia hacían su trabajo irregularmente con los consiguientes desajustes.

En el siglo I aC, Julio César resuelve terminar con el desaguisado y encarga al astrónomo Sosígenes de Alejandría la misión de poner orden. Este trabaja sobre el calendario solar y define doce meses, que empezaban en marzo con una secuencia alternada de 31 y 30 días, con excepción del último, febrero, que era de 29. Así se tenían los 365 días pertinentes, y para compensar el exceso de casi 6 horas por año se agregaba un día más cada cuatro años.

Ese día se intercalaba entre el 23 y el 24 de febrero. En ese entonces no existían las semanas en el sentido moderno, ni los días tenían los nombres que hoy conocemos. El 23 de febrero era llamado sexto calendae, o sea sexto día antes de las Calendas, que era como se denominaba al 1 de marzo, comienzo del nuevo año.

Al día intercalado cada cuatro años después de 23 de febrero se lo llamaba bi-sexto calendae, de donde nuestra denominación de bisiesto para el año que incluye el día adicional.

Poco después se decidió empezar el año en el mes de enero, y con esto quedó definido el llamado calendario juliano.

Comienza el caos

Augusto, otro emperador, también quiso decir lo suyo en el tema del calendario y empezó por homenajear a su predecesor Julio César, dándole su nombre a quintilis. Años más tarde sintió que su propia persona era merecedora de un mes en el calendario, y decidió dar su nombre a sextilis, desde entonces agosto.

Pero había un grave problema: agosto tenía 30 días, frente a los 31 que tenía julio; Augusto sintió que su gloria no le iba en zaga a la del César, y le robó un día a febrero para agregárselo a agosto. Pero entonces advirtió que le había quedado una secuencia de tres meses (julio, agosto y septiembre) con 31 días, lo cual no agradaba a su sentido estético. Entonces le quitó un día a septiembre para dárselo a octubre, y otro a noviembre para dárselo a diciembre, invirtiendo la alternancia. De este modo quedaron configurados los meses tal como hoy los conocemos.

Los problemas, sin embargo, no terminaron. El año diseñado por el egipcio Sosígenes resultó demasiado largo, porque con el día adicional cada cuatro años sumaba seis horas por año.

Pero, como vimos, el año no tiene 365 días y seis horas, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos, y algo más.

La diferencia se fue acumulando, acumulando, y ya para el siglo XVI el desajuste, percibido por vía de las festividades religiosas móviles como la Semana Santa, era tan grande que el Papa Gregorio XIII requirió los auxilios del astrónomo y físico Luigi Lilio, quien aportó dos soluciones, la primera eliminar 11 días del calendario, con lo que en 1582, el almanaque pasó directamente del 4 de octubre al 15 de octubre. La segunda, hacer que todos los años centenarios, es decir que terminen en doble cero, no agreguen un día más al calendario, excepto cuando sean exactamente divisibles por 400.

Por esa razón 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos, pero sí lo será el inminente 2000.

El calendario así definido se denominó gregoriano por el Papa que lo propuso, y es el que nos rige actualmente. Su adopción por todos los países fue más lenta que lo que podría pensarse.

Si bien naciones católicas como Francia, Italia, Luxemburgo, Portugal y España lo aceptaron de inmediato, en 1582, otros como Grecia sólo lo hicieron en 1923. Cuando el Reino Unido decidió acomodarse a este ordenamiento en 1752, y borrar debidamente los 11 días excedentes según la recomendación de Lilio, la gente se amotinó en las calles para que se le devolviera la vida perdida.

A pesar de todo, los problemas del calendario todavía no han terminado, y en las Naciones Unidas se acumulan más de un centenar y medio de proyectos para reemplazar el calendario gregoriano.

Las principales objeciones son de tipo administrativo y financiero. Los meses actuales tienen cantidad de días diferentes, empiezan en cualquier día de la semana, pueden tener cuatro o cinco domingos, etc, lo cual es motivo de gran desorden para ciertos planificadores.

Si esas propuestas prosperan, nadie sabe cuándo será el momento del brindis, ni si serán doce las campanadas y doce las uvas.

Relacionado con: Año Nuevo, Vida Nueva

Más informacióen en: http://www.eltercertiempo.net/recortes/recort01.htm


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